NCeHu 338/04
¿Por qué no aprendemos la lección en Medio
Oriente?
Robert Fisk
Así que Al Qaeda echó del
poder al Partido Popular de José María Aznar con sus bombazos a los trenes en
Madrid. ¿Qué tiene eso de nuevo? Durante décadas Medio Oriente ha destruido a
los gobernantes occidentales que se han atrevido a enredarse con esa
región.
El apoyo de Jimmy Carter al
sha -a quien le hablaba del "gran amor" que su pueblo le tenía cuando ya los
ayatolas se aprestaban a derrocarlo- acabó por costarle la presidencia. La
revolución y la toma de la embajada estadunidense en Teherán condujeron de
manera inevitable a la declinación política de Carter. Jamás pudo negociar una
salida al conflicto y, cuando intentó un rescate militar, resultó un desastre en
el que los mullahs acabaron picoteando literalmente los huesos de los
soldados estadunidenses cuyos aviones se estrellaron en el desierto
iraní.
Ronald Reagan llevaba menos
de una semana en el poder cuando concluyó el sitio a la embajada en Teherán,
pero sus últimos intentos por garantizar la liberación de los rehenes de su país
en Líbano causaron grave daño a su gobierno. El arreglo pactado por el coronel
Oliver North -enviar armas a Irán y desviar las ganancias hacia sus amados
contras nicaragüenses- destruyó la integridad de la política
estadunidense en Medio Oriente.
Sólo tres años antes, el
secretario de Estado de Reagan, Alexander Haig, quedó en el descrédito al dar
luz verde a la catastrófica invasión de Líbano por Menajem Begin, que condujo a
la masacre en los campos de Sabra y Chatila y a la matanza de 241 soldados y
auxiliares de Estados Unidos en el ataque suicida a la base de los marines
en Beirut.
George Bush padre creyó que
ganaría la relección presidencial después de liberar a Kuwait en 1991, pero su
subsecuente apoyo a la paz en Medio Oriente en la conferencia de Madrid -y la
afirmación de su secretario de Estado James Baker de que los israelíes, más que
los árabes, no estaban interesados en una paz verdadera- selló el destino de su
gobierno. El lobby judío consideró que Bush era una desventaja para sus
intereses.
Luego los supuestos pilares
del mundo europeo -Blair, Berlusconi y Aznar- decidieron apoyar a Bush hijo y
sumergirse en el lodazal de Irak. Ahora el partido de Aznar ha sido derrotado y
tanto Bush como Blair temen perder el poder a causa de las mentiras, los engaños
y la ilegalidad de la invasión.
Pero podemos remontarnos
mucho más atrás. El primer ministro británico Anthony Eden destruyó su gobierno
-y su vida- al secundar a franceses e israelíes en un cínico complot para
invadir Suez. La debacle de 1956 -los británicos tuvieron que retirarse
humillados después que el presidente estadunidense Eisenhower amenazó a la libra
esterlina- creó una polarización en la política británica no diferente de la
crisis actual en Irak. Eden, al igual que Blair, no contaba con el pleno
respaldo de su nación en esa aventura, mintió a la Cámara de los Comunes sobre
sus negociaciones secretas para preparar la guerra y sufrió la renuncia de uno
de sus colaboradores de más larga trayectoria.
No termina allí. Gran
Bretaña pasó angustias en Palestina cuando en 1948 abandonó el mandato que
recibió tras la Primera Guerra Mundial, y debe cargar con la culpa de mucho del
sufrimiento que ha ocurrido allí hasta nuestros días. El mandato francés en
Siria y Líbano terminó con menos escándalo pero con igual mortificación. Su
creación artificial -Líbano- se desgarró en la guerra civil de 1975-1990.
La carrera política de
Winston Churchill en la Primera Guerra Mundial fue destruida por su promoción de
los desembarcos en Gallípoli, un fiasco sangriento y mal planeado que fracasó en
derrotar al imperio otomano musulmán. De hecho, varias de las mayores derrotas
militares británicas de todos los tiempos se han sufrido en Medio Oriente: Kabul
en 1842, Kut-al Amara en 1915, la caída de Tobruk y Bengazi. Sólo la entrada de
Allenby en Jerusalén y la victoria de Montgomery en El Alamein, en 1942, pueden
equilibrar esos desastres.
También Francia ha recibido
temibles lecciones en el mundo árabe. Las atrocidades de la guerra de
independencia de Argelia y la pérdida de millón y medio de vidas entre 1954 y
1962 privaron a ese país de la joya de sus colonias, indujeron a amotinarse a
sus regimientos más curtidos y casi acabaron con la carrera política de Charles
de Gaulle.
Hasta Napoleón quedó
entrampado en Egipto después de prometer "liberar" al pueblo de El Cairo de la
crueldad de los rajás. Ricardo Corazón de León casi perdió su trono por irse de
cruzado a Medio Oriente. El rey Luis X de Francia murió en las
Cruzadas...
Uno se pregunta por qué los
occidentales no hemos aprendido la lección y no dejamos en paz a esa gente. Pero
no. Todavía queremos ir a "rescatar" y "liberar" y ocupar tierras musulmanas. Y
seguimos preguntándonos cómo fue que las cosas salieron tan mal.
© The
Independent
Traducción: Jorge
Anaya
Fuente: diario La
Jornada, de México D:F., Mëxico; 16 de marzo de
2004.