SAN PABLO.- Al mismo tiempo que
exhibe para consumo en el exterior su figura de protagonista de un incipiente
liderazgo regional, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva convive internamente
con un escenario político turbulento y una política económica que le ocasiona
cada vez más críticas de los sectores empresariales, sindicales y hasta del
propio Partido de los Trabajadores (PT).
Por eso, para Lula, el encuentro con Néstor Kirchner tiene un objetivo
conceptual y otro muy práctico. Alinearse con la Argentina ante el FMI
representa recuperar una de las banderas de la centroizquierda, perdida después
de quince meses de política económica ortodoxa.
Por otro lado, convencido de que el mercado financiero sólo lo iba a dejar
gobernar si hacía un ajuste fiscal profundo, Lula se ve ahora en la necesidad de
ablandar ese ajuste para invertir en infraestructura y acción social, a riesgo
de empujar a Brasil a un segundo año sin crecimiento y con indicadores sociales
cada vez peores.
La única forma de lograr esa brecha, según el entorno de Lula, es hacerlo en
forma ordenada con el aval del FMI. Por eso no se deberá esperar un tono
exigente en el comunicado conjunto que se emitirá hoy: es muy probable que este
año Brasil tenga que renovar, por segunda vez en el gobierno de Lula, su acuerdo
con el FMI.
Internamente, las cosas no están siendo fáciles para Lula. El año comenzó con
un escándalo de corrupción que descubrió a uno de los principales hombres de la
presidencia negociando ventajas para el juego ilegal, a cambio de apoyo
financiero para las campañas del PT.
Casos sospechosos
En los últimos días, los medios brasileños fueron descubriendo nuevos casos
sospechosos, que involucran a José Dirceu, jefe de gabinete y hombre fuerte de
Lula, y al ministro de Hacienda, Antonio Palocci; es decir, los dos hombres más
fuertes del gobierno de Lula están cercados por episodios nebulosos que le
provocan al gobierno un desgaste político cada vez mayor.
Pero este mayor desgaste tiene un origen económico que se resume en tres
palabras: Brasil no crece. El primer año de Lula dejó un tendal de 600.000
nuevos desempleados y un PBI que retrocedió el 0,2%. Este año comenzó con una
reducción de las previsiones de crecimiento por la política monetaria dura. La
insatisfacción empresarial es cada vez mayor. El industrial Horacio Lafer Piva
sintetizó: "Todo el mundo está perplejo con lo que está ocurriendo. El mercado
interno continúa parado. El gobierno percibió que la cosa era mucho más
complicada de lo que parecía".
Hasta el PT, que no se salía un milímetro de su rol oficialista, emitió días
atrás un comunicado por el cual pide cambios en la política económica. La idea
de que el gobierno podía estar perdiendo apoyo hasta de su propio partido fue
tan impactante, que el PT tuvo que retroceder y decir que no había dicho lo que
había escrito.
La misión social del gobierno por ahora quedó en el camino. El programa
Hambre Cero, que le valió a Lula loas en el exterior, se transformó en apenas
una marca, ya que sus atribuciones fueron distribuidas entre otros organismos. Y
resulta difícil encontrar hoy alguna organización no gubernamental de acción
social dispuesta a elogiar al gobierno.
Emparedado de un lado por una meta de ahorro forzoso del 4,25 % del PBI que
impide la inversión del Estado y del otro, por una economía que se arrastra;
sufriendo un desgaste político y sin ninguna conquista en el terreno social, el
gobierno de Lula no está exactamente perdido, pero parece estar, por lo menos,
frente a una encrucijada.
Luis Esnal
Corresponsal en Brasil