NCeHu 332/04
Sobre el origen, el uso y el contenido del
término sostenible
José Manuel Naredo www.ub.edu
Introducción
Tras la
aparición de Informe sobre Nuestro futuro común (1987-1988) coordinado por Gro
Harlem Brundtland en el marco de las Naciones Unidas, se fué poniendo de moda el
objetivo del "desarrollo sostenible" entendiendo por tal aquel que permite
"satisfacer nuestras necesidades actuales sin comprometer la capacidad de las
generaciones futuras para satisfacer las suyas". A la vez que se extendía la
preocupación por la "sostenibilidad" se subrayaba implícitamente, con ello, la
insostenibilidad del modelo económico hacia el que nos ha conducido la
civilización industrial. Sin embargo, tal preocupación no se ha traducido en la
reconsideración y reconversión operativa de este modelo hacia el nuevo
propósito. Ello no es ajeno al hecho de que el éxito de la nueva terminología se
debió en buena medida al halo de ambigüedad que la acompaña: se trata de
enunciar un deseo tan general como el antes indicado sin precisar mucho su
contenido ni el modo de llevarlo a la práctica. En lo que sigue recordaremos
cual fué el caldo de cultivo que propició su éxito, cuando otras propuestas
similares formuladas con anterioridad no habían conseguido prosperar. Propuestas
que van desde la pretensión de los economistas franceses del siglo XVIII, hoy
llamados fisiócratas, de aumentar las "riquezas renacientes" sin menoscabo de
los "bienes fondo", ... hasta las preocupaciones por la "conservación" en la
pasada década de los sesenta o por el "ecodesarrollo" de principios de los
setenta, a las que haremos referencia más adelante. Anticipemos, pues, que no es
tanto su novedad, como su controlada dosis de ambigüedad, lo que explica la
buena acogida que tuvo el propósito del "desarrollo sostenible", en un momento
en el que la propia fuerza de los hechos exigía más que nunca ligar la reflexión
económica al medio físico en el que ha de tomar cuerpo. Sin embargo, la falta de
resultados inherente a la ambigüedad que exige el uso meramente retórico del
término, se está prolongando demasiado, hasta el punto de minar el éxito
político que acompañó a su aplicación inicial. La insatisfacción creciente entre
técnicos y gestores que ha originado esta situación, está multiplicando
últimamente las críticas a la mencionada ambigüedad conceptual y solicitando
cada vez con más fuerza la búsqueda de precisiones que hagan operativo su
uso.
El presente documento tratará de responder a las mencionadas
demandas de operatividad. Para ello se impone una clarificación conceptual
previa que pasa por identificar las diferentes y contradictorias lecturas que
admite el consenso político generalizado de hacer sostenible el desarrollo.
Porque mientras la meta sea ambigua no habrá acción práctica eficaz, por mucho
que el pragmatismo reinante trate de buscar atajos afinando el instrumental
antes de haber precisado las metas. Sólo precisando las metas se podrán elegir
instrumentos de medida apropiados para ver si nos alejamos o no de ellas y para
evaluar las políticas y los medios utilizados para alcanzarlas. Para poner en
práctica este esquema, se analizará primero el origen del término "desarrollo
sostenible" y la utilización que se ha venido haciendo del mismo, para añadir
después precisiones al propósito de la "sostenibilidad" desde los distintos
sistemas de razonamiento que se contempla. Este esclarecimiento conceptual
permitirá avanzar más sólidamente tanto en la búsqueda de aplicaciones
operativas del mismo en el terreno que nos ocupa, como en el enjuiciamiento y la
presentación del catálogo de buenas prácticas para una ciudad sostenible, que se
abordan a lo largo de este documento.
Sobre el origen y el uso del
término "sostenible"
La aceptación generalizada del propósito de
hacer más "sostenible" el desarrollo económico es, sin duda, ambivalente. Por
una parte evidencia una mayor preocupación por la salud de los ecosistemas que
mantienen la vida en la Tierra, desplazando esta preocupación hacia el campo de
la gestión económica. Por otra, la grave indefinición con la que se maneja este
término empuja a hacer que las buenas intenciones que lo informan se queden en
meros gestos en el vacío, sin que a penas contribuyan a reconvertir la sociedad
industrial sobre bases más sostenibles. Reflexionemos sobre el origen de este
término, para hacerlo luego sobre su contenido.
El extendido uso del
epíteto "sostenible" en la literatura económico-ambiental se inscribe en la
inflación que acusan las ciencias sociales de términos de moda cuya ambigüedad
induce a utilizarlos más como conjuros que como conceptos útiles para comprender
y solucionar los problemas del mundo real. Como ya había advertido tempranamente
Malthus en sus "Definiciones en Economía Política" (1827), el éxito en el empleo
de nuevos términos viene especialmente marcado, en las ciencias sociales, por su
conexión con el propio statu quo mental, institucional, y terminológico ya
establecidos en la sociedad en la que han de tomar cuerpo. El éxito del término
"sostenible" no es ajeno a esta regla, sobre todo teniendo en cuenta que nació
acompañando a aquel otro de "desarrollo" para hablar así de "desarrollo
sostenible". Recordemos las circunstancias concretas que propiciaron el éxito de
este término y que enterraron aquel otro de "ecodesarrollo" que se empezaba a
usar en los inicios de los setenta.
Cuando a principios de la década de
los setenta el Primer Informe del Club de Roma sobre los límites del
crecimiento, junto con otras publicaciones y acontecimientos, pusieron en tela
de juicio la viabilidad del crecimiento como objetivo económico planetario,
Ignacy Sachs (consultor de Naciones Unidas para temas de medioambiente y
desarrollo) propuso la palabra "ecodesarrollo"como término de compromiso que
buscaba conciliar el aumento de la producción, que tan perentoriamente
reclamaban los paises del Tercer Mundo, con el respeto a los ecosistemas
necesario para mantener las condiciones de habitabilidad de la tierra. Este
término empezó a utilizarse en los círculos internacionales relacionados con el
"medioambiente" y el "desarrollo", dando lugar a un episodio que vaticinó su
suerte. Se trata de la declaración en su día llamada de Cocoyoc, por haberse
elaborado en un seminario promovido por las Naciones Unidas al más alto nivel,
con la participación de Sachs, que tuvo lugar en l974 en el lujoso hotel de ese
nombre, cerca de Cuernavaca, en Méjico. El propio presidente de Mejico,
Echeverría, suscribió y presentó a la prensa las resoluciones de Cocoyoc, que
hacían suyo el término "ecodesarrollo". Unos días más tarde, según recuerda
Sachs en una reciente entrevista [Sachs, I. , 1994 ], Henry
Kissinger manifestó, como jefe de la diplomacia norteamericana, su desaprobación
del texto en un telegrama enviado al presidente del Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente: había que retocar el vocabulario y, más
concretamente, el término "ecodesarrollo" que quedó así vetado en estos foros.
Lo sustituyó más tarde aquel otro del "desarrollo sostenible", que los
economistas más convencionales podían aceptar sin recelo, al confundirse con el
"desarrollo autosostenido" (self sustained growth) introducido tiempo atrás por
Rostow y barajado profusamente por los economistas que se ocupaban del
desarrollo. Sostenido (sustained) o sostenible (sustainable), se trataba de
seguir promoviendo el desarrollo tal y como lo venía entendiendo la comunidad de
los economistas. Poco importa que algún autor como Daly matizara que para él
"desarrollo sostenible" es "desarrollo sin crecimiento", contradiciendo la
acepción común de desarrollo que figura en los diccionarios estrechamente
vinculada al crecimiento.
Predominó así la función retórica del término
"desarrollo sostenible" subrayada por algunos autores [ Dixon, J.A. y
Fallon, L.A. , 1991 ], que explica su aceptación generalizada: "la
sostenibilidad parece ser aceptada como un término mediador diseñado para tender
un puente sobre el golfo que separa a los `desarrollistas' de los
`ambientalistas'. La engañosa simplicidad del término y su significado
aparentemente manifiesto ayudaron a extender una cortina de humo sobre su
inherente ambigüedad" [O'Riordan, T. , 1988 ]. En fin que parece
que lo que más contribuyó a sostener la nueva idea de la `sostenibilidad' fueron
las viejas ideas del `crecimiento' y el `desarrollo' económico, que tras la
avalancha crítica de los setenta necesitaban ser apuntaladas.
De esta
manera, veinte años después de que el Informe del Club de Roma preparado por
Meadows sobre los límites del crecimiento (1971) pusiera en entredicho las
nociones de crecimiento y desarrollo utilizadas en economía, estamos asistiendo
ahora a un renovado afán de hacerlas "sostenibles" asumiendo acríticamente esas
nociones que se habían afianzado abandonando las preocupaciones que
originariamente las vinculaban al medio físico en el que se encuadraban. La
forma en la que se ha redactado y presentado en 1992 un nuevo Informe Meadows,
titulado "Más allá de los límites" [Meadows, D.H. y D.L. , 1991 ]
constituye un buen exponente de la fuerza con la que soplan los vientos del
conformismo conceptual en el discurso económico. El deterioro planetario y las
perpectivas de enderezarlo son bastante peores que las de hace veinte años, pero
los autores, para evitar que se les tilde de catastrofistas, se sienten
obligados a estas alturas a escudarse en la confusa distinción entre crecimiento
y desarrollo económico, para advertir que, "pese a existir límites al
crecimiento, no tiene por qué haberlos al desarrollo" [Meadows, D.H. y
D.L. , 1991 ] y a incluir el prólogo de un economista tan consagrado
como es Tinbergen, y galardonado además con el premio Nobel, en el que se indica
que el libro es útil porque "clarifica las condiciones bajo las cuales el
crecimiento sostenido, un medio ambiente limpio e ingresos equitativos pueden
ser organizados".
Sin embargo, a la vez que se extendió la utilización
banalmente retórica del término "desarrollo sostenible", se consiguió también
hacer que la idea misma de `sostenibilidad' cobrara vida propia y que la
reflexión sobre la viabilidad a largo plazo de los sistemas agrarios,
industriales... o urbanos tuviera cabida en las reuniones y proyectos de
administraciones y universidades, dando lugar a textos como el que estamos
elaborando que pretenden avanzar en la clarificación y aplicación de esta
idea.
Reflexiones sobre el uso acrítico y banal del término
"desarrollo sostenible"
Con todo, frente a la tendencia todavía
imperante entre políticos y economistas a asumir acríticamente la meta del
crecimiento (o desarrollo) económico, se acusa también la aparición reciente de
algunos textos marcadamente críticos y clarificadores del propósito de moda del
desarrollo sostenible. Entre éstos destacan el "Diccionario del desarrollo",
dirigido por Wolfgang Sachs y el libro de Richard B. Norgaard titulado "El
desarrollo traicionado". En la introducción al primero de ellos Sachs señala que
" la idea del desarrollo permanece todavía en pie, como una especie de ruina, en
el paisaje intelectual... Ya es hora de desmantelar su estructura mental. Los
autores de este libro tratan conscientemente de trascender la difunta idea del
desarrollo con el ánimo de clarificar nuestras mentes con nuevos análisis"
[Sachs, W. , 1992 ] . Por su parte Norgaard subraya la
inconsistencia de unir las nociones de sostenibilidad y desarrollo, concluyendo
que "es imposible definir el desarrollo sostenible de manera operativa con el
nivel de detalle y de control que presupone la lógica de la modernidad"
[Norgaard, R.B. , 1994 ]. Y, en el reciente Congreso Internacional
sobre "Technology, Sustainable Development and Imbalance", que tuvo lugar en
Tarrasa (14-16 de diciembre de 1995) se levantaron voces críticas señalando que
el objetivo de la sostenibilidad se revelaba incompatible con el desarrollo de
un sistema económico cuya globalización origina a la vez la homogeneización
cultural y la destrucción ambiental [Norgaard, R.B. , 1996 ] .
Llegándose incluso a calificar a la "cultura del silencio" sobre estos temas que
propició la retórica del "desarrollo sostenible", de verdadera "corrupción de
nuestro pensamiento, nuestras mentes y nuestro lenguaje" [M'Mwereria,
G.K. , 1996 ]. Es en el fondo esta "corrupción mental" la que ha
impedido la clarificación conceptual y la revisión crítica del statu quo que
reclamarían los avances significativos en favor de la sostenibilidad global.
Para ello habría que bajar del pedestal que hoy ocupa la propia idea del
crecimiento económico como algo globalmente deseable e irrenunciable y advertir
que la sostenibilidad no será fruto de la eficiencia y del desarrollo económico,
sino que implica sobre todo decisiones sobre la equidad actual e
intergeneracional.
Cuando el término "desarrollo sostenible" está
sirviendo para mantener en los países industrializados la fé en el crecimiento y
haciendo las veces de burladero para escapar a la problemática ecológica y a las
connotaciones éticas que tal crecimiento conlleva, no está de más subrayar el
retroceso operado al respecto citando a John Stuart Mill, en sus Principios de
Economía Política (1848) que fueron durante largo tiempo el manual más
acreditado en la enseñanza de los economistas. Cuando se aceptaba que la
civilización industrial estaba abocada a toparse con un horizonte de "estado
estacionario", este autor decía hace más de un siglo: "no puedo mirar al estado
estacionario del capital y la riqueza con el disgusto que por el mismo
manifiestan los economistas de la vieja escuela. Me inclino a creer que, en
conjunto, sería un adelanto muy considerable sobre nuestra situación actual.
Confirmo que no me gusta el ideal de vida que defienden aquellos que creen que
el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar y que
aplastar, dar codazos y pisar los talones al que va delante, característicos del
tipo de sociedad actual, e incluso que constituyen el género de vida más
deseable para la especie humana... No veo que haya motivo para congratularse de
que personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser, hayan doblado
sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún placer, excepto como
representativos de riqueza,... sólo en los países atrasados del mundo es todavía
el aumento de producción un asunto importante; en los más adelantados lo que se
necesita desde el punto de vista económico es una mejor distribución... Sin duda
es más deseable que las energías de la humanidad se empleen en esta lucha por la
riqueza que en luchas guerreras,... hasta que inteligencias más elevadas
consigan educar a las demás para mejores cosas. Mientras las inteligencias sean
groseras necesitan estímulos groseros. Entre tanto debe excusársenos a los que
no aceptamos esta etapa muy primitiva del perfeccionamiento humano como el tipo
definitivo del mismo, por ser excépticos con respecto a la clase de progreso
económico que excita las congratulaciones de los políticos ordinarios: el
aumento puro y simple de la producción y de la acumulación". Sin embargo, los
afanes que concita el simple aumento generalizado de éstos permanecen bien
vivos, mientras que el problema de exceso de residuos predomina hoy sobre el
ocasionado por la falta de recursos que, hace un siglo, se veía como el
principal freno que impondría al sistema un horizonte de "estado estacionario".
La situación actual se revela más problemática porque, en que en vez de toparse
la expansión del sistema con el límite objetivo que impone la falta de recursos,
esta expansión está provocando un deterioro ecológico cada vez más acentuado,
con lo que la moderación y reconversión del sistema no sólo habría que
aceptarla, como hacía J.S.Mill viendo su parte positiva, sino incluso promoverla
para evitar que prosiga el mencionado deterioro. Es decir, hace falta que la
sociedad reaccione a las señales de deterioro en las condiciones de
habitabilidad de la Tierra, corrigiendo el funcionamiento del sistema económico
que lo origina.
Sobre el contenido del término "sostenible"
Poca voluntad, se aprecia, de hacer planes de reconversión de la
sociedad actual hacia bases más sostenibles o físicamente viables, por mucho que
las referencias a la sostenibilidad aparezcan en multitud de publicaciones y
declaraciones. Si hubiera verdadero afán de aplicar ese propósito habría que
empezar por romper ese "cajón de sastre" de la producción de valor, para
enjuiciar el comportamiento físico de las actividades que contribuyen a ella.
Esto es lo que con poca fortuna pretendieron los autores hoy llamado fisiócratas
cuando, hace más de dos siglos, proponían aumentar la producción de riquezas
"renacientes" (hoy diríamos renovables) sin detrimento de los "bienes fondo" o
de los stocks de riquezas preexistentes, siendo descalificados en este empeño
por los economistas posteriores, que erigieron el mencionado "cajón de sastre"
del valor como centro de la ciencia económica, separándolo del contexto físico y
social en el que se desenvolvía. Vemos, pues, que no se trata tanto de
"descubrir la pólvora" de la sostenibilidad como de desandar críticamente el
camino andado, volviendo a conectar lo físico con lo monetario y la economía con
las ciencias de la naturaleza.
La mayor parte de la indefinición vigente
procede del empeño de conciliar el crecimiento (o desarrollo) económico con la
idea de sostenibilidad, cuando cada uno de estos dos conceptos se refieren a
niveles de abstracción y sistemas de razonamientos diferentes: las nociones de
crecimiento (y de desarrollo) económico encuentran su definición en los
agregados monetarios homogéneos de "producción" y sus derivados que segrega la
idea usual de sistema económico, mientras que la preocupación por la
sostenibilidad recae sobre procesos físicos singulares y heterogéneos. En
efecto, la idea de crecimiento (o desarrollo) económico con la que hoy trabajan
los economistas, se encuentra desvinculada del mundo físico y no tiene ya otro
significado concreto y susceptible de medirse que el referido al aumento de los
agregados de Renta o Producto Nacional. Es decir, de agregados monetarios que,
por definición, hacen abstracción de la naturaleza física heterogénea de los
procesos que los generan, careciendo por lo tanto de información y de criterios
para enjuiciar la sostenibilidad de estos últimos: para ello habría, como se ha
indicado, que romper la homogeneidad de ese "cajón de sastre" de la producción
de valores pecuniarios para analizar la realidad física subyacente.
En
primer lugar hay que advertir que la ambigüedad conceptual de fondo no puede
resolverse mediante simples retoques terminológicos o definiciones descriptivas
o enumerativas más completas de lo que ha de entenderse por sostenibilidad (al
igual que ocurre con las nociones de producción o de desarrollo, que encuentran
implícitamente su definición en la propia idea de sistema económico): a la hora
de la verdad, el contenido de este concepto no es fruto de definiciones
explícitas, sino del sistema de razonamiento que apliquemos para acercarnos a
él. Evidentemente si, como está ocurriendo, no aplicamos ningún sistema en el
que el término sostenibilidad concrete su significado, éste se seguirá
manteniendo en los niveles de brumosa generalidad en los que hoy se mueve. Sin
que las brumas se disipen por mucho que intentemos matizarlo con definiciones
explícitas y discutamos si interesa más traducir el término inglés originario
sustainability por sostenibilidad, durabilidad o sustentabilidad.
Por lo
tanto, clarificar la situación exige, en primer lugar, identificar cual es la
interpretación del objetivo de la sostenibilidad que se puede hacer desde la
noción usual de sistema económico, cuáles son las recomendaciones para atenderlo
que se extraen dentro de este sistema de razonamiento y cuáles son las
limitaciones de este planteamiento. Afortunadamente estas cuestiones han sido ya
respondidas por un economista tan altamente cualificado para ello como es Robert
M. Solow. Este autor, que había sido galardonado con el premio Nobel en 1987
precisamente en razón de sus trabajos sobre el crecimiento económico, se tomó la
molestia de definir la sostenibilidad "desde la perspectiva de un economista"
[ Solow, R. , 1991 ] y en hacer las oportunas recomendaciones al
respecto [Solow, R. , 1992 ]. Tras advertir que si queremos que la
sostenibilidad signifique algo más que un vago compromiso emocional, Solow
señala que debemos precisar lo que se quiere conservar, concretando en algo el
genérico enunciado del Informe de la Comisión Brundtland arriba mencionado. Para
Solow lo que debe ser conservado es el valor del stock de capital (incluyendo el
capital natural) con el que cuenta la sociedad, que es lo que, según este autor,
otorgaría a las generaciones futuras la posibilidad de seguir produciendo
bienestar económico en igual situación que la actual. Para Solow el problema
estriba, por una parte, en lograr una valoración que se estime adecuadamente
completa y acertada del stock de capital y del deterioro ocasionado en el mismo,
por otra, en asegurar que el valor de la inversión que engrosa anualmente ese
stock cubra, al menos, la valoración anual de su deterioro. "El compromiso de la
sostenibilidad se concreta así en el compromiso de mantener un determinado
montante de inversión productiva", pues, según este autor, "el pecado capital no
es la extracción minera, sino el consumo de las rentas obtenidas de la minería"
[ Solow, R. , 1992 ]. El tratamiento del tema de la sostenibilidad
en términos de inversión, explica que se haya extendido entre los economistas la
idea de que el problema ambiental encontrará solución más fácil cuando la
producción y la renta se sitúen por encima de ciertos niveles que permitan
aumentar sensiblemente las inversiones en mejoras ambientales. Como explica
también la recomendación a los países pobres de anteponer el crecimiento
económico a las precupaciones ambientales, para lograr cuanto antes los niveles
de renta que, se supone, les permitirán resolver mejor su problemática
ambiental.
Como no podía ser de otra manera, vemos que la lectura del
objetivo de la sostenibilidad que se puede hacer desde la idea usual de sistema
económico, es una lectura que se circunscribe lógicamente al campo de lo
monetario. Pero, como el propio Solow precisa, ello no quiere decir que el
problema así planteado pueda encontrar solución en el universo aislado de los
valores pecuniarios o de cambio, a base de que los economistas especializados
descubran nuevas técnicas de valoración de los recursos naturales y ambientales
y practiquen los oportunos retoques en las estimaciones del stock de capital y
de los agregados, obteniendo así el "verdadero" Producto Neto que puede ser
consumido sin que se empobrezcan las generaciones futuras. Solow reconoce que
los precios ordinarios de transacción no aportan una respuesta adecuada y
advierte que "francamente, en gran medida, mi razonamiento depende de la
obtención de unos precios-sombra aproximadamente correctos" para lo cual,
concluye, "estamos abocados a depender de indicadores físicos para poder juzgar
la actuación de la economía con respecto al uso de los recursos ambientales.
Así, el marco conceptual propuesto debería ayudar también a clarificar el
pensamiento en el propio campo del medio ambiente" [Solow, R. , 1992
]. Con independencia de la fe que se tenga en las posibilidades que brinda
el camino sugerido por Solow de corregir los agregados económicos habituales,
subrayemos, como él mismo hace, que su propuesta no está reñida con, sino que
necesita apoyarse en, el buen conocimiento de la interacción de los procesos
económicos con el medio ambiente en el que se desenvuelven, restableciendo la
conexión entre el universo aislado del valor en el que venían razonando los
economistas y el medio físico circundante o, con palabras diferentes, abriendo
el "cajón de sastre" de la producción de valor para analizar los procesos
físicos subyacentes.
Con todo hay que advertir que el tratamiento de las
cuestiones ambientales (y, por ende, de la propia idea de sostenibilidad) ha
escindido hoy las filas de los economistas. En efecto, por un parte, se han
magnificado las posibilidades del enfoque mencionado sin subrayar su dependencia
de la información física sobre los recursos y los procesos. Por otra, toda una
serie de autores más o menos vinculados a la corriente agrupada en torno a la
revista y la asociación "Ecological Economics", advierten que el tratamiento de
las cuestiones ambientales, y de la propia idea de sostenibilidad, requieren no
sólo retocar, sino ampliar y reformular la idea usual de sistema económico. La
principal limitación que estos autores advierten en la interpretación que se
hace de la sostenibilidad desde la noción usual de sistema económico, proviene
de que los objetos que componen esa versión ampliada del stock de capital no son
ni homogéneos ni necesariamente sustituibles. Es más, se postula que los
elementos y sistemas que componen el "capital natural" se caracterizan más bien
por ser complementarios que sustitutivos con respecto al capital producido por
el hombre [Daly, H. , 1990 ]. Esta limitación se entrecruza con
aquella otra que impone la irreversibilidad propia de los principales procesos
de deterioro (destrucción de ecosistemas, suelo fértil, extinción de especies,
agotamiento de depósitos minerales, cambios climáticos, etc.). Ehrlich apunta
que el flujo circular en el que la inversión corrige el deterioro ocasionado por
el propio sistema que la produce, es inviable en el mundo físico: "es el simple
diagrama de una máquina de movimiento perpetuo, que no puede existir más que en
la mente de los economistas" [Ehrlich, P.R. , 1989 ]. Por eso sólo
cabe representar el funcionamiento de organismos, poblaciones o ecosistemas en
términos de sistemas abiertos, es decir, que necesitan degradar energía y
materiales para mantenerse en vida. La clave de la sostenibilidad de la biosfera
está en que tal degradación se articula sobre la energía que diariamente recibe
del Sol y que en cualquier caso se iba a degradar (y no en que la biosfera sea
capaz de reparar tal degradación).
La imposibilidad física de un sistema
que arregle internamente el deterioro ocasionado por su propio funcionamiento,
invalida también la posibilidad de extender a escala planetaria la idea de que
la calidad del medio ambiente esté llamada a mejorar a partir de ciertos niveles
de producción y de renta que permitan invertir más en mejoras ambientales. Estas
mejoras pueden lograrse ciertamente a escala local o regional, pero el ejemplo
que globalmente ofrece el mundo industrial no resulta hasta ahora muy
recomendable, ya que se ha venido saldando con una creciente importación de
materias primas y energía de otros territorios y con la exportación hacia éstos
de residuos y procesos contaminantes. Lo cual viene a ejemplificar la
posibilidad común en el mundo físico de mantener e incluso mejorar la calidad
interna de un sistema a base de utilizar recursos de fuera y de enviar residuos
fuera. La otra posibilidad supondría rediseñar el sistema para conseguir que
utilice más eficientemente los recursos y, en consecuencia, genere menos
pérdidas ya sea en forma de residuos o de pérdida de calidad interna. El
problema estriba en que una diferencia cualitativa tan capital como la indicada
no tiene un reflejo claro en el universo homogeneo del valor, como tampoco lo
tiene en general la casuística de los procesos físicos que se oculta bajo el
velo monetario de la producción agregada de valor.
Viendo las
limitaciones que ofrece la aproximación al tema de la sostenibilidad que se
practica desde el aparato conceptual de la economía estándar, la mencionada
corriente de autores trata de analizar directamente las condiciones de
sostenibilidad de los procesos y sistemas del mundo físico sobre los que se
apoya la vida de los hombres. Se llega así, según Norton [Norton, B.G.
, 1992 ], a dos tipos de nociones de sostenibilidad diferentes que reponden
a dos paradigmas diferentes: una sostenibilidad débil (formulada desde la
racionalidad propia de la economía estándar) y otra fuerte (formulada desde la
racionalidad de esa economía de la física que es la temodinámica y de esa
economía de la naturaleza que es la ecología). En lo que sigue nos ocuparemos de
esta sostenibilidad fuerte, que se preocupa directamente por la salud de los
ecosistemas en los que se inserta la vida y la economía de los hombres, pero sin
ignorar la incidencia que sobre los procesos del mundo físico tiene el
razonamiento monetario. Pues es la sostenibilidad en el sentido fuerte indicado,
la que puede responder a la sostenibilidad de las ciudades y de los
asentamientos humanos, en general, sobre la que se centra este
documento.
El segundo paso para superar el estadio de indefinición actual
se centra así en la sostenibilidad de procesos y sistemas físicos, separadamente
de las precupaciones económicas ordinarias sobre el crecimiento de los agregados
monetarios. Reflexionemos, pues, sobre la noción de sostenibilidad fuerte para
disipar sus propias ambigüedades, dejando ya de lado el tema del "desarrollo".
Para ello, lo primero que tenemos que hacer es identificar los sistemas cuya
viabilidad o sostenibilidad pretendemos enjuiciar, así como precisar el ámbito
espacial (con la consiguiente disponibilidad de recursos y de sumideros de
residuos) atribuido a los sistemas y el horizonte temporal para el que se cifra
su viabilidad. Si nos referimos a los sistemas físicos sobre los que se organiza
la vida de los hombres (sistemas agrarios, industriales,...o urbanos) podemos
afirmar que la sostenibilidad de tales sistemas dependerá de la posibilidad que
tienen de abastecerse de recursos y de deshacerse de residuos, así como de su
capacidad para controlar las pérdidas de calidad (tanto interna como
"ambiental") que afectan a su funcionamiento. Aspectos éstos que, como es obvio,
dependen de la configuración y el comportamiento de los sistemas sociales que
los organizan y mantienen. Por lo tanto la clarificación del objetivo de la
sostenibilidad es condición necesaria pero no suficiente para su efectiva puesta
en práctica. La conservación de determinados elementos o sistemas integrantes
del patrimonio natural, no sólo necesita ser asumida por la población, sino que
requiere de instituciones que velen por la conservación y transmisión de ese
patrimonio a las generaciones futuras, tema éste sobre el que insiste Norgaard
en los textos citados.
Es justamente la indicación del ámbito
espacio-temporal de referencia la que da mayor o menor amplitud a la noción de
sostenibilidad (fuerte) de un proyecto o sistema: cualquier experimento de
laboratorio o cualquier proyecto de ciudad puede ser sostenible a plazos muy
dilatados si se ponen a su servicio todos los recursos de la Tierra, sin embargo
muy pocos lo serían si su aplicación se extendiera a escala planetaria.
Hablaremos, pues, de sostenibilidad global, cuando razonamos sobre la extensión
a escala planetaria de los sistemas considerados, tomando la Tierra como escala
de referencia y de sostenibilidad local cuando nos referimos a sistemas o
procesos más parciales o limitados en el espacio y en el tiempo. Asi mismo,
hablaremos de sostenibilidad parcial cuando se refiere sólo a algún aspecto,
subsistema o elemento determinado (por ejemplo, al manejo de agua, de algún tipo
de energía o material, del territorio) y no al conjunto del sistema o proceso
estudiado con todas sus implicaciones. Evidentemente, a muy largo plazo, tanto
la sostenibilidad local como la parcial, están llamadas a converger con la
global. Sin embargo, la diferencia entre sostenibilidad local (o parcial) y la
global cobra importancia cuando, como es habitual, no se razona a largo
plazo.
El enfoque analítico-parcelario aplicado a la solución de
problemas y a la búsqueda de rentabilidades a corto plazo, predominante en la
civilización industrial, ha sido una fuente inagotable de "externalidades" no
deseadas y de sistemas cuya generalización territorial resultaba insostenible en
el tiempo, siendo paradigmático el caso de los sistemas urbanos. Ya que las
mejoras obtenidas en las condiciones de salubridad y habitabilidad de las
ciudades que posibilitaron su enorme crecimiento, se consiguieron generalmente a
costa de acentuar la explotación y el deterioro de otros territorios. El
problema estriba en que este crecimiento no solo se revela globalmente
insostenible, sino que pone también en peligro los logros en salubridad y
habitabilidad, por lo que los tres aspectos deben de tratarse conjuntamente. El
Libro verde del medio ambiente urbano (1990) de la Unión Europea (UE) superó los
planteamientos parcelarios habituales, al preocuparse no sólo de las condiciones
de vida en las ciudades, sino también de su incidencia sobre el resto del
territorio. Este planteamiento coincide con la sostenibilidad global antes
indicada y se mantiene en documentos posteriores: en particular el Informe final
del Grupo de Expertos sobre Medio Ambiente Urbano de la UE, titulado Ciudades
Europeas Sostenibles (1995) señala que "el desafío de la sostenibilidad urbana
apunta a resolver tanto los problemas experimentados en el seno de las ciudades,
como los problemas causados por las ciudades". Sin embargo, cinco años depués de
haber enunciado la meta de la sostenibilidad global, todavía no se han
establecido ni el aparato conceptual ni los instrumentos de medida necesarios
para aplicarlo con pleno conocimiento de causa y establecer su seguimiento: el
nuevo documento mencionado se lanza a discutir las políticas favorables a la
sostenibilidad sin apenas añadir precisión sobre el contenido de ésta, ni sobre
la compleja problemática que entraña la amplitud del enfoque adoptado, dadas las
múltiples interconexiones que observan los sistemas intervenidos o diseñados por
el hombre sobre el telón de fondo de la biosfera (en relación, claro está, con
la hidrosfera, la litosfera y la atmósfera). Si queremos enjuiciar la
sostenibilidad de las ciudades en el sentido global antes mencionado, hemos de
precuparnos no sólo de las actividades que en ellas tienen lugar, sino también
de aquellas otras de las que dependen aunque se operen e incidan en territorios
alejados. Desde esta perspectiva enjuiciar la sostenibilidad de las ciudades nos
conduce por fuerza a enjuiciar la sostenibilidad (o más bien la
insostenibilidad) del núcleo principal del comportamiento de la civilización
industrial. Es decir, incluyendo la propia agricultura y las actividades
extractivas e industriales que abastecen a las ciudades y a los procesos que en
ellas tienen lugar. Ya que el principal problema reside en que la sostenibilidad
local de las ciudades se ha venido apoyando en una creciente insostenibilidad
global de los procesos de apropiación y vertido de los que dependen.
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