NCeHu 294/04
El qué, quién, cuánto, cuándo, dónde y por qué de los
transgénicos
Los transgénicos en el mundo
José Santamarta
Director de World Watch
worlwatch@nodo50.org
http://www.nodo50.org/worldwatch
Qué
Los cultivos
transgénicos están muy concentrados en apenas 6 países, en unos pocos cultivos y
en unas pocas características. Aunque hay muchas plantas transgénicas, sólo unas
pocas se cultivan. La soja transgénica, con 41,4 millones de hectáreas en 2003,
representó el 61% del área transgénica mundial; el maíz, con 15,5 millones de
hectáreas, el 23%. El resto corresponde al algodón, con 7,2 millones de
hectáreas y el 11% del total mundial, y a la colza, con 3,6 millones de
hectáreas y el 5% del total mundial.
En el año 2003 el 55% de los 76
millones de hectáreas de soja cultivadas en el mundo correspondió a la soja
transgénica, el 21% de los 34 millones de hectáreas cultivadas de algodón, el
16% de la colza de los 22 millones de hectáreas cultivadas en el mundo, y el 11%
de los 140 millones de hectáreas de maíz cultivadas en el mundo correspondió al
maíz transgénico. Si se suman los cuatro cultivos citados, el 25% de los 272
millones de hectáreas correspondió a los cultivos transgénicos.
Quién
Monsanto tiene el 80% del mercado de las plantas transgénicas,
seguida por Aventis con el 7%, Syngenta (antes Novartis) con el 5%, BASF con el
5% y DuPont con el 3%. Estas empresas también producen el 60% de los plaguicidas
y el 23% de las semillas comerciales.
Cómo
La práctica
totalidad de los cultivos transgénicos han sido manipulados para reemplazar a
sustancias químicas de amplio uso, sobre todo insecticidas (Bacillus
thuringiensis) y herbicidas (glifosato o glufosinato, fabricados también por las
mismas empresas que venden las semillas). La mayoría de las plantas transgénicas
incorporan un gen de resistencia a los antibióticos (gen marcador). Cerca del
18% por ciento de los cultivos transgénicos mundiales son variedades Bt
(Bacillus thuringiensis), sobre todo de maíz (9,1 millones de hectáreas, 13% del
total mundial en 2003), manipuladas para producir una toxina contra los insectos
(12,2 millones de hectáreas en total), y el 73% son cultivos transgénicos de
soja (41,4 millones de hectáreas, 61%), maíz, colza y algodón diseñados para
resistir a herbicidas como el glifosato o el glufosinato (67,7 millones de
hectáreas). El resto llevan ambas características, Bt y resistencia al
glifosato.
Dónde
Estados Unidos (63%), Argentina (21%),
Canadá (6%), China (4%), Brasil (4%) y Suráfrica (1%) representan el 99% de la
superficie plantada con transgénicos en 2003, aunque en el resto del mundo,
afortunadamente, no pasan de ocupar un lugar marginal. No obstante, ha aumentado
el número de países con cultivos transgénicos, 6 en 1996, 9 en 1998, 13 en 2001,
y 18 en 2003. Los transgénicos se cultivan en 7 países industrializados (Estados
Unidos, Canadá, Australia, España, Alemania, Rumania y Bulgaria) y en 11 países
en desarrollo (Argentina, China, Suráfrica, México, Indonesia, Brasil, India,
Uruguay, Colombia, Honduras y Filipinas).
El ISAAA prevé que en los
próximos cinco años 10 millones de agricultores de 25 países sembrarán 100
millones de hectáreas de cultivos transgénicos, y el valor del mercado mundial
de transgénicos pasará de los actuales 4.500 millones de dólares de este año a
5.000 millones en el año 2005.
Estados Unidos sembró 42,8 millones de
hectáreas con cultivos transgénicos, un 10% más que en 2002, representando el
63% del total mundial (básicamente maíz Bt y soja tolerante a herbicidas).
Argentina plantó 13,9 millones de hectáreas, un 3% más que en 2002 y un 21% del
total mundial (maíz Bt, y casi el 100% de la superficie de soja). Canadá cultivó
4,4 millones de hectáreas, el 6% del total mundial y un 26% más que en 2002
(colza, maíz Bt y soja tolerante a herbicidas).
Brasil, que en 2003
sembró soja transgénica legalmente por primera vez (ya se importaban semillas de
soja transgénica de contrabando, procedentes de Argentina), a pesar de las
promesas electorales del presidente Lula y de la oposición de buena parte del
PT, plantó 3 millones de hectáreas, un 4% del total mundial (en su totalidad
soja resistente al herbicida glifosato, que vende Monsanto, al igual que las
semillas transgénicas).
China plantó 2,8 millones de hectáreas de algodón
transgénico (58% del cultivo nacional de algodón), con un aumento del 33%
respecto a 2002 y el 4% del total mundial. Suráfrica sembró 400.000 hectáreas,
un 33% más que en 2002 y un 1% del total mundial (maíz Bt, algodón y soja). En
Australia disminuyó la superficie cultivada, que fue de sólo 100.000 hectáreas
de algodón transgénico. India plantó algodón Bt por segundo año, llegando a
100.000 hectáreas en 2003. Uruguay plantó 60.000 hectáreas de soja y maíz Bt, y
Rumania sembró 70.000 hectáreas de soja transgénica.
España siguió siendo
el único país de la Unión Europea que sembró una superficie importante con
cultivos transgénicos, 32.000 hectáreas de maíz Bt, con un aumento del 33%
respecto a 2002, aunque deberá dejar de cultivarlo, por la utilización de
antibióticos, que inducen a resistencias, tras la resolución del Parlamento
Europeo. En el resto de Europa, Alemania sembró una pequeña superficie con maíz
Bt, y Bulgaria siguió cultivando unos pocos miles de hectáreas de maíz tolerante
a herbicidas.
Filipinas sembró por primera vez cultivos transgénicos en
2003, unas 20.000 hectáreas de maíz Bt. En Indonesia los agricultores sembraron
una pequeña superficie con algodón Bt en Sulawesi. Colombia aumentó las
plantaciones de maíz Bt hasta unas 5.000 hectáreas, y Honduras plantó 2.000
hectáreas de maíz Bt en 2003 (500 hectáreas en 2002). México cultivó 25.000
hectáreas de maíz Bt y 10.000 hectáreas de soja tolerante al herbicida
glifosato.
Cuándo
La progresión ha sido espectacular,
desde el primer cultivo transgénico de tabaco en 1992 en China, y las primeras
plantaciones comerciales en Estados Unidos en 1994. En 1995 se cultivaron apenas
200.000 hectáreas, en 1996 se pasó a 1,7 millones de hectáreas, en 1997 a 11
millones, en 1998 se cultivaron 27,8 millones, en 1999 se plantaron 39,9
millones, 43 millones en 2000, 52,6 millones en 2001, 58,7 millones en 2002 y en
el año 2003 se alcanzaron los 67,7 millones de hectáreas, con un crecimiento
mundial del 15% (11% en los países industrializados respecto a 2002 y un 28% de
aumento en los países en desarrollo).
Cuánto
En 1983 se
creó la primera planta transgénica, y en 20 años los cultivos transgénicos,
impulsados por unas pocas multinacionales, pasaron de la nada a más de 67,7
millones de hectáreas en el año 2003, sin que aún se conozcan sus consecuencias
sobre la salud y el medio ambiente, y en contradicción con el más elemental
principio de precaución. Según el Servicio Internacional para la Adquisición de
Aplicaciones Agrobiotecnológicas (ISAAA), el área mundial de cultivos
transgénicos se multiplicó por 40 desde 1996.
Por qué
Las
plantas transgénicas son mayoritariamente resistentes a los herbicidas, y se
venden formando parte de un "paquete de tecnología" que incluye la semilla
transgénica y el herbicida al que es resistente. Los dos productos principales
son actualmente el "Roundup Ready" de Monsanto que tolera su herbicida "Roundup"
(glifosato), y el "Liberty Link" de AgrEvo que tolera su herbicida "Liberty"
(glufosinato).
Puede parecer contradictorio y demagógico, pero un
objetivo declarado de tales plantas transgénicas es reducir el uso de
herbicidas. Al diseñar cultivos tolerantes a niveles muy altos de exposición a
un herbicida (que es un producto químico tóxico para la mayoría de las plantas),
las empresas ofrecen a los agricultores la opción de usar potentes aplicaciones
de herbicidas en la estación de crecimiento, en lugar de la práctica normal que
requiere una serie de aplicaciones de varios compuestos diferentes. A pesar de
lo que pregonan las empresas fabricantes, en la práctica aumenta la cantidad de
herbicidas aplicados, al no afectar a las plantas cultivadas, pero su
simplicidad facilita el trabajo de muchos agricultores.
Otro beneficio
potencial pregonado por Monsanto es que pueden permitir "el mínimo laboreo", las
técnicas de cultivo que reducen la necesidad de arar o incluso lo eliminan
completamente. Una de las razones para arar es eliminar las malas hierbas, pero
al dejar la tierra desnuda, el arado agrava la erosión del suelo
fértil.
Las plantas transgénicas resistentes a los herbicidas, al igual
que los cultivos Bt, son una extensión del modelo actual basado en los
plaguicidas. Pueden permitir una reducción del uso de los herbicidas a corto
plazo, pero su adopción generalizada promoverá la dependencia de los herbicidas.
En muchas partes del mundo en desarrollo, donde hoy apenas se usan herbicidas,
el hábito de su uso podría agravar la crisis ambiental: los herbicidas son
tóxicos para muchos organismos del suelo, contaminan las aguas subterráneas y
pueden tener efectos a largo plazo en las personas y en la fauna. Y, por
supuesto, la resistencia aparecerá, pues se favorece la dependencia de unos
pocos herbicidas de amplio espectro (glifosato y glufosinato), por lo que la
resistencia se desarrollará más rápidamente, y la agricultura será más
vulnerable. En EE UU el uso generalizado de Roundup (glifosato) en la soja
Roundup Ready ha promovido varias especies de malas hierbas resistentes a ese
herbicida.
El Bacillus thuringiensis (Bt) transgénico reemplaza a un
insecticida, que antes se rociaba sobre las plantas, por otro dentro de la misma
planta. La resistencia de las plagas al Bt podría aparecer en pocos años,
afectando no sólo a los cultivos transgénicos, dado que el Bt también se usa en
los cultivos convencionales. Los agricultores verán cómo uno de los plaguicidas
más benigno ambientalmente dejará de ser útil. Los cultivos Bt son un retroceso
a los peores días del empleo masivo de plaguicidas químicos, cuando se animaba a
que los agricultores rociaran sus campos con plaguicidas cuya toxicidad no tardó
en aparecer. El Bt está programado para atacar a la plaga durante todo el
periodo de crecimiento de la planta, aumentando la probabilidad de resistencia,
al aumentar al máximo la exposición.
En 1997, un año después de su
primera plantación comercial en Canadá, un agricultor informó, y las pruebas de
ADN confirmaron, que la colza Roundup Ready se había propagado, por
polinización, a una especie silvestre cercana, que crecía en los márgenes del
sembrado, produciendo una mala hierba con resistencia al herbicida. El gen con
resistencia al herbicida había "escapado." Había aparecido una grave
contaminación, la genética, al abrir la caja de Pandora transgénica.
Si
un cultivo transgénico es capaz de reproducirse sexualmente (y generalmente lo
es), la fuga de "transgenes" es inevitable, lo que puede tener graves
consecuencias en las zonas de gran diversidad agrícola. El algodón de Monsanto,
mezcla de Roundup Ready y Bt, está en el mercado desde hace varios años. En el
futuro podría difundir una amplia variedad de potentes genes en la
naturaleza.
Todas las semillas transgénicas están patentadas. Hasta ahora
los agricultores podían comprar las semillas, incluso las patentadas, y podían
usarlas posteriormente en sus propios cultivos e incluso cambiarlas por otras
semillas. Pero con las nuevas leyes de patentes, todas esas actividades son
ilegales; el comprador paga por usar una sola vez el germoplasma.
El
derecho a poseer genes es un fenómeno nuevo en la historia mundial y sus efectos
en la agricultura, y en la vida en general, todavía es muy incierto. Las
multinacionales argumentan que la propiedad intelectual es esencial para que
prospere su industria. Para otros se trata de un nuevo neofeudalismo, que
convierte a los agricultores en los nuevos siervos de las multinacionales, que
les venden semillas y plaguicidas y les compran la producción a muy bajos
precios, sin dejarles ni oficio ni beneficio, con el único consuelo de la
propiedad formal sobre la tierra que cultivan. En la práctica, una especie de
franquicia de Monsanto. Las multinacionales de las semillas transgénicas han
iniciado una nueva era, cuyo fin es controlar la industria más importante y
básica (todos comemos todos los días, y la mayoría tres veces), una industria
que factura más de 2 billones de dólares, la industria alimentaria.
Las
patentes son un ingrediente importante en la expansión de la industria. Las
ventas globales de plantas transgénicas crecieron de 75 millones de dólares en
1995 a 4.500 millones en 2003. Se espera que las ventas alcancen los 5.000
millones en 2005 y 25.000 millones en el año 2010.
Las patentes dan a las
multinacionales un enorme poder sobre los agricultores. Para defender sus
derechos sobre las patentes, las cuatro o cinco multinacionales del sector
exigen a los agricultores que firmen "contratos de semillas", un fenómeno
totalmente nuevo en la agricultura. Los contratos pueden estipular qué marca de
plaguicidas debe usar el agricultor, una especie de mercado cautivo para algunos
herbicidas en estos "paquetes tecnológicos."
La lucha para reforzar las
patentes no se detendrá con este tipo de contratos. La llamada "tecnología de
protección de los genes", popularmente denominada "terminator", puede hacer que
los contratos sobre las semillas sean una realidad biológica, al igual que los
actuales desarrollos tecnológicos. La tecnología terminator o similares
(traitor) impiden que las semillas recolectadas vuelvan a germinar. La
tecnología terminator aumentará la uniformidad de los cultivos al restringir la
práctica de guardar y cruzar semillas de un año para otro por los
agricultores.
Y en cuanto al potencial de la biotecnología para alimentar
a la población mundial, las tendencias actuales no son muy alentadoras. El
problema del hambre, que afecta según la FAO a 842 millones de personas, es un
problema de distribución y de desigualdades, y no de falta de alimentos, que
sobran. Las plantas transgénicas están hechas para dar beneficios a las 4
multinacionales que las fabrican, y no para alimentar a los pobres del mundo.
Pretender adornar con el supuesto altruismo de alimentar a los hambrientos lo
que es una apropiación y un oligopolio sobre la alimentación, es uno de los
mayores escarnios contemporáneos.
La agricultura ecológica, con mezcla de
cultivos, sin empleo de herbicidas y otros plaguicidas ni abonos químicos, con
mezcla de ganado y cultivos de leguminosas, permite obtener mejores resultados a
largo plazo, y es el nuevo paradigma agrícola de la sostenibilidad, muy
diferente al enfoque tecnocrático que hoy domina el pensamiento.
El
rechazo de los consumidores y de los fabricantes y grandes comercializadores de
alimentos en Europa ha reducido el consumo de los alimentos transgénicos. Las
exportaciones estadounidenses de soja y maíz a la Unión Europea han caído
estrepitosamente.
Los consumidores podemos y debemos rechazar los
transgénicos, por razones de salud (alergias, resistencia a los antibióticos),
de la calidad de los alimentos, de los riesgos ambientales (contaminación
genética, pérdida de biodiversidad, resistencias) y de los riesgos económicos y
políticos que se derivarían de poner nuestra alimentación en manos de cinco
grandes multinacionales.
El rápido lanzamiento de los cultivos
transgénicos es muy parecido al del DDT y a las centrales nucleares, hoy en
crisis. La combinación de oposición pública y crisis financiera forzó a la
paralización del desarrollo de estas tecnologías, después de que sus efectos en
el medio ambiente y en la salud humana demostraran ser más complejos, difusos y
duraderos que las promesas que acompañaron a su rápida comercialización. En un
esfuerzo para evitar este mismo ciclo con la introducción de cada nueva
tecnología "revolucionaria", se ha propuesto la adopción del principio de
precaución, al que se oponen las multinacionales citadas.
La transición a
una agricultura y ganadería ecológica es una necesidad imperiosa, y así empiezan
a entenderlo los consumidores y los propios agricultores. En 2002 la agricultura
ecológica certificada se extendió por 23 millones de hectáreas, aunque una
cantidad muy superior no etiquetada se cultivó sin agroquímicos ni
transgénicos.
Los transgénicos tendrán consecuencias mucho más graves y
prolongadas que los plaguicidas tóxicos, y suponen el último eslabón de un
modelo insostenible, que empobrece a los agricultores y perjudica a los
consumidores, beneficiando sólo a unas pocas empresas multinacionales, con un
enorme poder de manipulación e influencia sobre algunos gobiernos, como el de
Estados Unidos, que a su vez presionan a la Unión Europea y a otros países donde
el rechazo a los transgénicos es cada vez mayor.
Referencias www.isaaa.org http://www.grain.org/http://www.biodiversidadla.org/http://www.etcgroup.org/http://www.ecoportal.net/http://www.tierra.org/transgenicos/transgenicos.htmhttp://www.vidasana.org/