Asunto: | NoticiasdelCeHu 292/04 - Los noventa : "en la vía" | Fecha: | Sabado, 6 de Marzo, 2004 16:23:34 (-0300) | Autor: | Humboldt <humboldt @............ar>
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NCeHu
292/04
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Argentina
Perder el
tren
La eliminación casi total, en el gobierno de
Menem, de la red ferroviaria
argentina, que había sido la red más extensa de
América del Sur, no sirvió acaso más que para la complacencia del
Departamento de Estado, que no ve sino peligros latentes en el
desarrollo de los países rezagados. Tras el tiempo transcurrido, se
reconoce como una medida desafortunada. No sirvió para un país que
no llegó a existir, donde camiones gigantescos surcarían raudos por
carreteras interestaduales, deteniéndose sólo para cargar unos
galones de gasolina. Sí sirvió para desintegrar más a un
país que aceleradamente entró en descomposición social.
Innumerables pueblitos, formados alrededor del movimiento que genera
una estación de tren, pronto comenzaron a languidecer, y en no pocos
casos a expulsar a sus habitantes a lugares con más posibilidades
económicos. En sitios como Tafí Viejo, Laguna Paiva, que el
ferrocarril había elegido para talleres de mantenimiento, y que por
ello concentraban numerosos técnicos y trabajadores, donde reinaban
el bullicio y las oportunidades, hoy todo es desempleo,
empobrecimiento y crimen. Cierto es que subsisten algunas
líneas de corta distancia, donde empresas privadas atienden a una
gigantesca marea humana que viaja del dormitorio al trabajo,
clientes seguros que no tienen medios de transporte
alternativos. Son empresas que no pusieron un peso para
construir esos tendidos, cuya inversión mayor ha sido en sistemas de
cobro de boletos, y que apenas han pintado a los vagones existentes,
sin adquirir ni uno nuevo. Limitada su capacidad expansiva por la
extracción de ganancias de sus titulares, la empresa
particular brinda un servicio más reducido y a
tarifa más alta. El Estado puede reinvertir la totalidad de
la ganancia, o privarse de ella, y brindar un servicio más extenso a
tarifa más baja. Eso se sabe desde las clases de Alberto
Schneidewind en la Facultad de Ingeniería, a fines del siglo XIX.
Pero todo mal brinda la posibilidad de remediarlo. Hoy España,
Francia, Alemania, Italia son modelos que la Argentina puede imitar.
Que permitirían, por ejemplo, unificar las trochas de las líneas
subsistentes, sustituir el “tercer riel” por sistemas de
electrificación más modernos, conectar las líneas con terminales
aéreas, etcétera. No hay desarrollo económico si antes no
hay nación; ni hay nación si no se repara la desintegración
social.
¿Vivos o
tontos?
Si hay una cualidad de la que nos ufanamos, ésa es la viveza.
Viveza es la rapidez en las respuestas, la capacidad creadora de
soluciones eficaces a problemas engorrosos. Y no es una cualidad
característica de alguno de los muchos pueblos que forman el país de
los argentinos. No hay viveza tucumana, riojana, santiagueña o
cuyana. Es un rasgo del argentino, del habitante autóctono, por eso
lo de “viveza criolla”. Admitido esto en general, correspondería
verlo en particular; inquirir, por ejemplo, si la viveza es un rasgo
de todos, de la mayoría o de unos pocos. Por ejemplo, en el refrán:
“El vivo vive del tonto, y el tonto de su trabajo”. Discutir si
“viveza” y “avivada” son sinónimos. Hubo un personaje de historieta,
Avivato, del genial Lino Palacio, cuyo modo de vida era producir
avivadas, más que vivezas. Ver también si la viveza es un rasgo
permanente o un estado de ánimo transitorio. El ciclotímico Domingo
Felipe Cavallo, que tanto lloraba ante la extinta Norma Plá como
enrojecía de furia o ponía cara de poker, y que jamás se caracterizó
por apoyar medidas a favor del trabajo, en su momento de mayor
esplendor se oponía a aumentar salarios con frases como ésta: “La
estabilidad por sí sola incrementa el salario del trabajador”.
Estabilidad es que, si en el momento 1 un chupetín se compra por 1
peso, en los momentos 2, 3, etc., se sigue comprando por 1 peso. Si
uno tiene 100 pesos, puede comprar siempre la misma cantidad de
caramelos. El poder de compra no mejora ni en una microscópica
medida, a menos que se aumente el número de pesos. Si el número de
pesos es siempre igual, y los precios pasan de 1 a 2, luego a 3,
etc., la cantidad de bienque se compra se reduce de 100 a 50 y luego
a 33,3. Más complejo es el caso en que el chupetín se compra primero
por 1 peso, luego por 2; luego por 3, etc.; mientras el salario es
de 100, luego 150, 180, etcétera. El salario en pesos o salario
nominal crece, pero menos que los precios: y en el primer momento
compra 100 unidades, luego 75 y después 60. Si el receptor de
salarios cree que su ingreso creció, comete “ilusión
monetaria”. El término es del mayor economista de EE.UU.,
Irving Fisher. Quien acepta una ilusión es iluso, tonto. Y los
trabajadores han comprado esta fórmula, aceptando la reducción
progresiva y permanente de su salario real. En el fondo, las
altas ganancias empresariales y los pagos de la deuda externa han
salido de las mesas de los trabajadores.
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Manuel Fernández López, en
Página 12, diario de Buenos Aires, Argentina; 29 de
febrero de 2004.
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