NCeHu 235/04
Haití como evidencia
Augusto Zamora R.
Ha figurado por décadas como el país
más pobre y atrasado del continente americano. Superpoblada, deforestada y
sometida a dictaduras y cuartelazos, es la quintaesencia de república bananera.
Menos evidentes son las causas de tal situación. Invadido por EEUU en 1915 para
proteger los intereses del City Bank y la National Railroad, en 1918 le cambió
la constitución, que prohibía la venta de tierras a extranjeros, para que
empresas norteamericanas tomaran las mejores. En 1917, se alzó contra la
intervención Charlemagne Peralte, asesinado en 1919. La ocupación acabó en 1934,
dejando en su lugar una constabulary, ejército indígena entrenado y
armado por EEUU para usarlo como guardián de sus intereses. En ese ejército se
apoyó la familia Duvalier, que oprimió y expolió Haití durante décadas con el
beneplácito de EEUU.
En 1990, vio una luz el desolado país cuando un cura
católico, al frente del movimiento Lavalás, avalancha en creole, ganó las
primeras elecciones libres en cien años. El padre Jean Bertrand Aristide asumió
el poder entre grandes expectativas, pero poco duró el sueño.
Meses
después fue derrocado por el ejército con la venia de EEUU y el país fue otra
vez sumido en miseria y desesperanza. De poco sirvieron las sanciones y condenas
internacionales. Aristide fue invitado a permanecer en EEUU donde, entre
agasajos y francachelas, se operó la transformación. Dejó el sacerdocio, se
aficionó a la buena vida y se hizo amigo íntimo de sus anfitriones. En 1994, con
un mandato del Consejo de Seguridad, el gobierno Clinton intervino en Haití y
restableció en el poder a Aristide. Éste gobernó lo justo para organizar
elecciones y traspasar el poder a un candidato único, en unas elecciones en las
que apenas participó el 20% de votantes.
Aristide volvió al gobierno
merced al resto de imagen que conservaba de lo que había sido. Los haitianos
tardaron poco en descubrir que no era el Dr. Jeckill sino Mr. Hyde. De su
compromiso social y solidario quedaba lo mismo que de su sacerdocio. Gobernó
desde la corrupción y el nepotismo, sumándose a la larga lista de gobernantes
que estafan a sus pueblos y quieren conservar con balas lo ganado con engaños.
La revuelta social que vive Haití se ha convertido en un río revuelto donde
medran golpistas desterrados y paramilitares, acentuando la disolución política
y social del país.
Aunque mucha culpa tiene, no es Aristide el
responsable último. El Haití de hoy es resultado de noventa años de
intervenciones extranjeras que han desarticulado el país, saqueado sus riquezas
y corrompido a políticos e instituciones. El país antillano ofrece el rostro
descarnado del imperialismo y los efectos perversos de la injerencia extranjera,
que nunca llega para favorecer un país sino para expoliarlo y no quiere su
bienestar sino su sumisión. Las instituciones que crea -ejército, gobierno,
parlamento- no quedan para defender el país, sino para servir a los intereses
del interventor. La intervención produce traumas y fracturas profundas que el
intervenido sufre por décadas. Son tantos los ejemplos que sería gratuito
recordarlo de no vislumbrarse una nueva intervención, que no será más útil que
la de 1994. Permite ilustrar además, para quien aún albergue dudas, el destino
que espera a un país como Iraq, cuya situación es similar a la de Haití en 1915.
Para que luego digan que la humanidad progresa o que el imperialismo cambia.
Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones
Internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid. a_zamora_r@terra.es
Fuente: www.rebelión.org , 25 de febrero
de 2004.
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