NCeHu 286/04
La esencia del neoliberalismo
Pierre Bourdieu
¿El mundo económico es verdaderamente
como lo quiere el discurso dominante, un orden puro y perfecto, desplegando
implacablemente la lógica de sus consecuencias previsibles, y presto a reprimir
todas las infracciones por las sanciones que inflige, sea de manera automática,
o –más excepcionalmente- por intermedio de sus brazos armados, el FMI o el OCDE
(Organización de Cooperación del Desarrollo Económico), y políticas que ellos
imponen: baja del costo de la mano de obra, reducción de los gastos públicos y
flexibilización del trabajo? ¿Y si no fuera, en realidad, sino la puesta en
práctica de una utopía, el neoliberalismo, convertido así en programa político,
pero una utopía que, con la ayuda de la teoría económica de la cual se reclama,
llegue a pensarse como la descripción científica de lo real?
Esta teoría
tutelar es una pura ficción matemática, fundada, desde el origen, en una
formidable abstracción: aquella que, en nombre de una concepción tanto estrecha
como estricta de la racionalidad identificada a la racionalidad individual,
consiste en poner entre paréntesis las condiciones económicas y sociales de las
disposiciones racionales y de las estructuras económicas y sociales que son la
condición de su ejercicio. Basta pensar, para dar la medida de la omisión, en el
único sistema de enseñanza, que jamás es tomado en cuenta en tanto que tal en un
tiempo en que juega un rol determinante en la producción de los bienes y de los
servicios, como en la producción de los productores. De esta suerte de falta
original, inscrita en el mito walrasiano de la "teoría pura", derivan
todas las faltas y todos los faltamientos de la disciplina económica, y la
obstinación fatal con la cual se aferra a la oposición arbitraria que ésta hace
existir, por su sola existencia, entre la lógica propiamente económica, fundada
en la competencia y portadora de eficacia, y la lógica social, sometida a la
regla de la equidad. Dicho esto, esta "teoría" originalmente
desocializada y deshistorizada tiene, hoy más que nunca, los medios de hacerse
verdadera, empíricamente verificable.
En efecto, el discurso neoliberal
no es un discurso como los otros. A la manera del discurso psiquiátrico en el
asilo, según Erving Goffman, es un discurso duro, que no es tan duro ni tan
difícil de combatir sino porque tiene para sí todas las fuerzas de un mundo de
relaciones de fuerza que contribuye a hacerlo como es, sobre todo orientando las
elecciones económicas de quienes dominan las relaciones económicas y agregando
así su propia fuerza, propiamente simbólica, a esas relaciones de fuerzas. En
nombre de este programa científico de conocimiento, convertido en programa
político de acción, se cumple un inmenso trabajo político (negado porque es, en
apariencia, puramente negativo) que busca crear las condiciones de realización y
de funcionamiento de la "teoría"; un programa de destrucción metódica de
los colectivos. El movimiento, hecho posible por la política de
desreglamentación financiera, hacia la utopía neoliberal de un mercado puro y
perfecto, se cumple a través de la acción transformadora y, es necesario
decirlo, destructora de todas las medidas políticas (de las cuales la más
reciente es el AMI, Acuerdo Multilateral sobre la Inversión, destinado a
proteger, contra los estados nacionales, las empresas extranjeras y sus
inversiones), tendente a poner en cuestión todas las estructuras colectivas
capaces de obstaculizar la lógica del mercado puro: nación, cuyo margen de
maniobra no deja de decrecer; grupos de trabajo, con, por ejemplo, la
individualización de los salarios y de las carreras, en función de las
competencias individuales y la atomización de los trabajadores que resulta de
ello; colectivos de defensa de los derechos de los trabajadores, sindicatos,
asociaciones, cooperativas; familia misma que, a través de la constitución de
mercados por clases de edad, pierde una parte de su control sobre el consumo. El
programa neoliberal, que saca su fuerza social de la fuerza político- económica
de aquellos cuyos intereses expresa (accionistas, operadores financieros,
industriales, hombres políticos conservadores o social-demócratas convertidos en
dimisiones tranquilizantes del dejar hacer, altos funcionarios de las finanzas,
tanto más encarnizados en imponer una política preconizando su propio
debilitamiento que, a diferencia de los cuadros de las empresas, no corren
riesgo alguno de pagar eventualmente las consecuencias), tiende globalmente a
favorecer el corte entre la economía y las realidades sociales, y a construir
así, en la realidad, un sistema económico conforme a la descripción teórica, es
decir, una suerte de máquina lógica que se presenta como una cadena de presiones
que animan a los agentes económicos.
La mundialización de los mercados
financieros, unida al progreso de las técnicas de información asegura una
movilidad sin precedentes del capital y da a los inversionistas, preocupados de
la rentabilidad a corto plazo de sus inversiones, la posibilidad de comparar de
manera permanente la rentabilidad de las más grandes empresas y de sancionar en
consecuencia los fracasos relativos. Las empresas mismas, colocadas bajo dicha
amenaza permanente, deben ajustarse de manera cada vez más rápida a las
exigencias de los mercados; eso bajo pena, como se dice, de "perder la
confianza de los mercados" y, a la vez, el sostén de los accionistas que,
preocupados de obtener una rentabilidad a corto plazo, son cada vez más capaces
de imponer su voluntad a los managers, de fijarles normas, a través de las
direcciones financieras, y de orientar sus políticas en materia de
contrataciones, de empleo y de salario.
Así se instauran el reino
absoluto de la flexibilidad, con los reclutamientos bajo contratos de duración
determinada o los provisionales y los "planes sociales" a repetición y,
en el seno mismo de la empresa, la competencia entre filiales autónomas, entre
equipos obligados a la polivalencia y, por último, entre individuos, a través de
la individualización de la relación salarial: fijación de objetivos
individuales; entrevistas individuales de evaluación; evaluación permanente;
alzas individualizadas de los salarios o concesiones de primas en función de la
competencia y del mérito individuales; carreras individualizadas; estrategias de
"responsabilización" tendentes a asegurar la autoexplotación de algunos
cuadros que, simples asalariados bajo fuerte dependencia jerárquica, son al
mismo tiempo considerados responsables de sus ventas, de sus productos, de su
sucursal, de su tienda, etc., a la manera de "independientes"; exigencia
del "autocontrol" que extiende la "implicación" de los
asalariados, según las técnicas del "manejo participativo", mucho más
allá de los empleos de cuadros. Tantas técnicas de sometimiento racional que, al
imponer la sobreinversión en el trabajo, y no solamente en los puestos de
responsabilidad, y el trabajo de urgencia, contribuyen a debilitar o a abolir
las referencias y las solidaridades colectivas. La institución práctica de un
mundo darwiniano de la lucha de todos contra todos, en todos los niveles de la
jerarquía, que encuentra los recursos de la adhesión a la tarea y a la empresa
en la inseguridad, el sufrimiento y el stress, sin duda no podría tener un éxito
tan completo si no encontrara la complicidad de las disposiciones precarizadas
que produce la inseguridad y la existencia, a todos los niveles de la jerarquía,
e incluso a los niveles más elevados, sobre todo entre los cuadros, de un
ejército de reserva de mano de obra docilizada por la precarización y por
la amenaza permanente del desempleo. El fundamento último de todo este orden
económico colocado bajo el signo de la libertad es, en efecto, la violencia
estructural del desempleo, de la precariedad y de la amenaza de despido que
implica: la condición del funcionamiento "armonioso" del modelo
microeconómico individualista es un fenómeno de masa, la existencia del ejército
de reserva de los desempleados.
Esta violencia estructural pesa también
sobre lo que se llama el contrato de trabajo (sabiamente racionalizado y
desrealizado por la "teoría de los contratos"). El discurso de empresa
nunca ha hablado tanto de confianza, de cooperación, de lealtad y de cultura de
empresa que en una época donde se obtiene la adhesión de cada instante haciendo
desaparecer todas las garantías temporales (las tres cuartas partes de los
contratos tienen duración determinada, la parte de los empleos precarios no deja
de crecer, el despido individual tiende a no estar sometido a restricción
alguna). Se ve así cómo la utopía neoliberal tiende a encarnarse en la realidad
de una suerte de máquina infernal, cuya necesidad se impone a los mismos
dominantes. Como el marxismo en otros tiempos, con el cual, bajo esta relación,
tiene muchos puntos comunes, esta utopía suscita una formidable creencia la
free trade faith (la fe en el libre comercio), no solamente en aquellos
que viven materialmente de esto como los financistas, los patrones de las
grandes empresas, etc., sino también en aquellos que sacan de esto sus
justificaciones para existir, como los altos funcionarios y los políticos, que
sacralizan el poder de los mercados en nombre de la eficacia económica, que
exigen el levantamiento de las barreras administrativas o políticas capaces de
molestar a quienes detentan los capitales en la investigación puramente
individual de la maximización del beneficio individual, instituido en modelo de
racionalidad, que quieren bancos centrales independientes, que recomiendan la
subordinación de los estados nacionales a las exigencias de la libertad
económica para los maestros de la economía, con la supresión de todas las
reglamentaciones sobre todos los mercados, comenzando por el mercado del
trabajo, la prohibición de los déficits y de la inflación, la privatización
generalizada de los servicios públicos, la reducción de los gastos públicos y
sociales.
Sin compartir necesariamente los intereses económicos y
sociales de los verdaderos creyentes, los economistas tienen suficientes
intereses específicos en el campo de la ciencia económica para aportar una
contribución decisiva, cualesquiera que sean sus opiniones a propósito de los
efectos económicos y sociales de la utopía que ellos visten de razón matemática,
a la producción y a la reproducción de la creencia en la utopía neoliberal.
Separados por toda su existencia y, sobre todo, por toda su formación
intelectual, con más frecuencia puramente abstracta, libresca y teoricista, del
mundo económico y social tal como es, son particularmente proclives a confundir
las cosas de la lógica con la lógica de las cosas.
Confiados en modelos
que prácticamente jamás han tenido la ocasión de poner a prueba de la
verificación experimental, llevados a mirar desde arriba las adquisiciones de
las otras ciencias históricas, en las cuales no reconocen la pureza y la
transparencia cristalina de sus juegos matemáticos, y de las cuales son con
mayor frecuencia incapaces de comprender la verdadera necesidad y la profunda
complejidad, participan y colaboran en un formidable cambio económico y social
que, aún si algunas de sus consecuencias les producen horror (pueden cotizar al
Partido Socialista y dar consejos sensatos a sus representantes en las
instancias de poder), no puede desagradarles puesto que, con el peligro de
algunos fracasos, imputables sobre todo a lo que ellos llaman a veces
"burbujas especulativas", tiende a dar realidad a la utopía
ultraconsecuente (como algunas formas de locura) a la cual consagran su vida. Y
sin embargo el mundo está allá, con los efectos inmediatamente visibles de la
puesta en obra de la gran utopía neoliberal: no solamente la miseria de una
fracción cada vez más grande de las sociedades más avanzadas económicamente, el
crecimiento extraordinario de las diferencias entre las ganancias, la
desaparición progresiva de los universos autónomos de producción cultural, cine,
edición, etc., por la imposición intrusiva de los valores comerciales, pero
también y sobre todo la destrucción de todas las instancias colectivas capaces
de contrarrestar los efectos de la máquina infernal, en el primer rango de los
cuales está el Estado, depositario de todos los valores universales asociados a
la idea del público, y la imposición, en todas partes, de las alta esferas de la
economía y del Estado, o en el seno de las empresas, de esta suerte de
darwinismo moral que, con el culto del winner, formado en las matemáticas
superiores y al salto al elástico, instaura como normas de todas las prácticas
la lucha de todos contra todos y el cinismo.
¿Se puede esperar que la
masa extraordinaria de sufrimiento que produce dicho régimen político-económico
esté algún día en el origen de un movimiento capaz de detener el curso al
abismo? En efecto, se está aquí ante una extraordinaria paradoja, mientras que
los obstáculos hallados en la vía de la realización del orden nuevo -el del
individuo solo, pero libre- son hoy día tenidos por imputables a rigideces y
arcaísmos, y que toda intervención directa y consciente, por lo menos puesto que
viene del Estado, por los sesgos que sean, está desacreditada por adelantado, y
en consecuencia llamada a borrarse en beneficio de un mecanismo puro y anónimo,
el mercado (del cual se olvida que es también el lugar, el ejercicio de
intereses), es en realidad la permanencia o la sobrevivencia de las
instituciones y de los agentes del orden antiguo en vías de desmantelamiento, y
todo el trabajo de todas las categorías de trabajadores sociales, y también
todas las solidaridades sociales, familiares u otras, que hacen que el orden
social no se hunda en el caos a pesar del volumen creciente de la población
precarizada.
El pasaje al "liberalismo" se cumple de manera
insensible, por lo tanto imperceptible, como el abatimiento de los continentes,
tapando así a las miradas sus efectos, los más terribles a largo plazo. Efectos
que se encuentran también disimulados, paradójicamente, por las resistencias que
suscita, desde ahora, de parte de aquellos que defienden el orden antiguo
tomando de los recursos que temía, en las solidaridades antiguas, en las
reservas de capital social que protegen toda una parte del orden social presente
de la caída en la anomia. (Capital que, si no es renovado, reproducido, está
llamado al debilitamiento, pero cuyo agotamiento no es para mañana).
Pero
si estas mismas fuerzas de "conservación", que es muy fácil tratar como
fuerzas conservadoras, son también, bajo otra relación, fuerzas de resistencia a
la instauración del orden nuevo, que pueden devenir en fuerzas subversivas, y si
se puede pues conservar alguna esperanza razonable, es que existe todavía, en
las instituciones estatales y también en las disposiciones de los agentes (sobre
todo los más ligados a estas instituciones, como la pequeña nobleza de Estado),
tales fuerzas que, bajo la apariencia de defender simplemente, como se les
reprochará rápidamente, un orden desaparecido y los "privilegios"
correspondientes, deben de hecho, para resistir la prueba, trabajar en inventar
y en construir un orden social que no tenga por única ley la búsqueda del
interés egoísta y la pasión individual del beneficio, y que le dará lugar a los
colectivos orientados hacia la persecución racional de fines colectivamente
elaborados y aprobados. Entre estos colectivos, asociaciones, sindicatos,
partidos, cómo no darle un lugar especial al Estado, Estado nacional o, mejor
todavía, supranacional, es decir europeo (etapa hacia un Estado mundial), capaz
de controlar e imponer eficazmente los beneficios realizados en los mercados
financieros y, sobre todo, de contrarrestar la acción destructora que estos
últimos ejercen sobre el mercado del trabajo, organizando, con la ayuda de los
sindicatos, la elaboración y la defensa del interés público que, se quiera o no,
no saldrá jamás, aun al precio de alguna falla en escritura matemática, de la
visión del contador (en otros tiempos, se habría dicho del "bodeguero")
que la nueva creencia presenta como la forma suprema de la realización
humana.
Traducción: Mabel Sarco
Reproducido por www.rebelion.org , 1 de marzo de 2004.
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