NCeHu 189/04
EN EL 50 ANIVERSARIO DEL ATAQUE AL CONGRESO LOA A
LOS HEROES Y MARTIRES DE LA NACION
PUERTORRIQUEÑA
Mucho se ha escrito sobre el
heroico ataque de un comando nacionalista realizado al Congreso de Estados
Unidos en 1954. No utilizaré este espacio para recordar la madeja de detalles
que entrelazaron los sucesos de ese glorioso acontecimiento. Mi espacio
solamente tiene dos objetivos: recordar los nombres de sus protagonistas como
una muestra de gratitud en este sincero homenaje y reflexionar sobre la acción
revolucionaria de aquellos titanes.
Juan Manuel Delgado
Puerto Rico es un pueblo colonial. En el proceso
histórico de la antropología correspondiente a la puertorriqueñidad, como nación
diferenciada, estamos por cumplir dos siglos. Son dos centurias muy dolorosas de
historia colonial. Los pueblos coloniales van construyendo la historia mediante
los códigos, categorías y límites que le impone el colonizador. Y en ese proceso
ideológico algunos colonos cooperan con el discurso que impone el que pretende
dominar. El coloniaje es tan desvastador que aún entre los que fungen como
portavoces de la liberación se escuchan voces idénticas a las de sus amos. Son
las voces de los esclavos ladinos disfrazados de libertadores. Son los cachacos,
como diría el jíbaro, muy adheridos a las mamas del presupuesto colonial y su
vida de burguesitos privilegiados. El colonialismo es así. Y como la historia es
un arma política, verdad tantas veces dicha en Puerto Rico antes que la dijera
Manuel Moreno Fraginals, nuestra historiografía es colonialista. Como historia
oficial la imponen en escuelas y centros universitarios y a través de todos los
aparatos ideológicos del Estado como muy bien los describió Louis
Althusser.
Pero la historia colonial, como toda contradicción,
siempre tiene las expresiones en acciones y narraciones que le son contestarias.
Y con ese cuadro, siempre de entrada, nos corresponde en este día intentar
combatir esa historia oficial que siempre ha condenado, desvalorizado o
subestimado nuestras gestas libertarias. Y en ese contexto es que surge la
necesidad de reflexionar sobre la acción de nuestros guerreros. Es como intentar
ir más allá de los hechos para acercarnos a su significado histórico.
Los disparos que sonaron en el Congreso de Estados
Unidos en 1954 no merecen un aplauso irreflexivo. Ese sonido sonoro que alegra
nuestros oídos como un eco libertario a través del tiempo amerita que se tome
muy en serio. La acción de los héroes y mártires habla por sí misma porque tiene
voz propia. Pero la historia subterránea que se esconde en su contenido y
simbolismo histórico tiene una elocuencia que amerita valorizarla y
revalorizarla públicamente para entender la naturaleza y dimensiones de la
gesta.
¿Por qué ocurrió el ataque al Congreso de Estados
Unidos? El hecho tiene dimensiones objetivas y subjetivas. Una acción de esa
naturaleza amerita un amor profundo a una causa, un compromiso moral que revase
los límites de la vida y la muerte, un desprendimiento individual de todo
egoismo y apego a las cosas menos trascendentales, un convencimiento cabal sobre
la necesidad de realizar la acción en el momento preciso, una conciencia plena y
profunda sobre los alcances y las consecuencias del acto, un inmenso amor al
prójimo individual y colectivo, en definitiva, ese conjunto de elementos que en
la tradición nacionalista se ha definido como amar la patria con valor y
sacrificio. Desde afuera, aún los enemigos reconocen que actos de esa naturaleza
requieren una buena dosis de esos factores para poder realizarlos.
Más allá de esos elementos esenciales se encuentra el
punto de partida. La realidad insoslayable de un Puerto Rico colonial que
constituye una vergüenza para la humanidad sobre todo después de dicha humanidad
haber parido, a sangre y fuego, la Declaración de los Derechos del Hombre y las
expresiones políticas de la Revolución Francesa y Norteamericana, entre tantos
eventos que prohíben el colonialismo. La vergüenza mayor la carga como un lastre
esa cada vez más desprestigiada institución llamada Naciones Unidas. Y en este
momento tan crucial hay que recordarle al Gobierno de Estados Unidos y a la ONU
que los tiros que resonaron en el Congreso constituyen una protesta en contra
del estado colonial de Puerto Rico. Y también recordarle que todavía en el siglo
XXI Puerto Rico es una colonia sin soberanía de clase alguna, una colonia
intervenida y ocupada militarmente las veinticuatro horas del día.
Aquellos disparos que resonaron en el Congreso fueron
muy exitosos. La acción y grito de libertad lograron llamar la atención a nivel
mundial sobre el problema colonial de Puerto Rico. La proclama de libertad
ocurrió en un momento de gran trascendencia. Hacía unos meses que en votación
controlada y amañada los imperialistas de siempre habían logrado el
reconocimiento de la ONU para su embeleco colonial. En aquellos días los
burócratas del imperio celebraron el haber instaurado bajo fraude y engaño una
constitución colonial para el baluarte militar de la OTAN en Puerto Rico. Los
disparos en el Congreso resonaron en todo el planeta provocando que en todas las
latitudes se recordara que la situación colonial continuaba en Puerto Rico y que
lo ocurrido en el 1952 fue una tomadura y falta de respeto a todo un pueblo.
También les recordó a la humanidad que el operativo imperialista llevado a cabo
en la ONU en 1953 fue un intento por lavarle la cara a la política internacional
de los Estados Unidos.
¿Por qué el ataque al Congreso? Cuando analizamos el
proceso libertador de nuestro país encontramos un hermoso tapiz tejido con hilos
de simbolismos que empiezan a tejerse desde el levantamiento de San Germán en
1809 y que comienzan a dar brillo con la República Boricua de 1822. Es un tapiz
entrelazado por clinejas de signos que forman una representación de rasgos y
figuras abstractas de tal magnitud que al final de los tiempos han formado un
emblema para representar nuestra historia. La lectura de esos signos nos lleva a
pensar que la historia es un eterno presente. Sin lugar a dudas, los disparos en
el Congreso se integran al conjunto de nuestro emblema simbólico.
Desde los tiempos del David hebreo los pueblos
invadidos y sojuzgados escogen el momento ideal y propicio para el ataque. Esto
es parte de la ciencia militar. Al invasor hay que sorprenderlo con un golpe
contundente, que le haga daño y, sobre todo, sorprenderlo con un golpe que no
espere. Este comportamiento, ilustrado en forma épica en la Biblia, fue diseñado
para derrotar o provocarle daño a todos los Goliat que abusan del poder. La
táctica fue diseñada para que el débil pueda asestarle un rudo golpe y hasta
pueda derrotar al fuerte. El débil es fuerte cuando toma conciencia de que su
supuesta debilidad es relativa y que a pesar de las condiciones materiales puede
revertir las desventajas que son inherentes a esas condiciones. Y el fuerte se
vuelve débil cuando queda aturdido y derrotado moralmente por el golpe que no
esperaba. Los disparos que sonaron en el Congreso son el símbolo de la honda y
piedra de David.
La historia épica de la Biblia también nos revela que
el que tiene menos poder, por lo menos en apariencia, no solamente tiene que
escoger el momento oportuno; también es importante saber escoger el lugar. En
ese contexto nuestros revolucionarios seleccionaron el lugar indicado. La
experiencia del ataque a la Casa Blair, realizado por los inmortales Oscar
Collazo y Griselio Torresola, había provocado una vigilancia extrema en todas
las moradas del Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas que en Estados Unidos
llaman Presidente. Los servicios de inteligencia de ese país fueron sorprendidos
pues no esperaban que un ataque de esa naturaleza y magnitud ocurriría en esos
tiempos, ni mucho menos en el Congreso. Militarmente también fue un gran acierto
y una derrota humillante para el Servicio Secreto de la Nueva Roma.
El ataque al Congreso fue de carácter simbólico por
partida doble. Nos hizo recordar que el fraudulento Tratado de París se atrevió
a redactar sobre el papel que el poder de Estados Unidos sobre Puerto Rico lo
tendría el Congreso. Esa arrogancia imperialista fue la tinta que se aceptó como
si fuese el pergamino de un dogma que no puede ser cuestionado. Los disparos que
resonaron en el Congreso nos recordaron que eso no es verdad. Nos recordaron que
el Congreso del país interventor no tiene la autoridad ni fuerza moral para
decidir la esclavitud o grados de esclavitud de la nación intervenida. Que lo
único que le corresponde es redactar una sola oración donde renuncie a esos
poderes usurpados.
La vinculación del Congreso con el Tratado de París
tiene su historia. Pedro Albizu Campos, nuestro primer historiador nacional, el
Maestro de la Descolonización, nos dijo una y otra vez que ese Tratado era nulo.
El tratado en cuestión no fue un acuerdo voluntario entre dos partes soberanas..
El tratado fue el resultado de la amenaza, el chantaje, y la imposición militar
de Estados Unidos a España en un forcejeo diplomático donde fueron rechazadas
todas las peticiones españolas incluyendo el reconocimiento de la independencia
de Puerto Rico. Y, como muy bien enfatizaba Albizu, el traspaso de autoridades
imperiales no contó con la presencia ni autorización de los perjudicados. El
'tratado' era un acto vil pues surgía en los momentos que el país invadido
acababa de recibir una Carta Autonómica muy superior como estado de derecho a lo
que los supuestos libertadores impondrían después. El tratado firmado por las
potencias coloniales era el epílogo de una guerra de conquista. Era, para todos
los efectos prácticos, la última proclama militar de las fuerzas armadas de
Estados Unidos. El supuesto tratado era el último decreto imperial que intentaba
legalizar la toma por asalto de una nación como botín de guerra. Y puesto que en
ese acto de barbarie le otorgaron poderes al Congreso los disparos que resonaron
en ese mismo recinto nos recordaban la nulidad del supuesto tratado y la nulidad
de las acciones de unos congresistas que legislan e imponen leyes sobre Puerto
Rico sin nuestro consentimiento.
El carácter simbólico de esa partida doble tiene otro
extremo. Los disparos que resonaron en el Congreso de Estados Unidos también nos
recordaban que ese organismo imperial se hizo cómplice de los deseos,
intenciones, objetivos y política económica que tenía el Pentágono y el complejo
industrial comercial sobre Puerto Rico. Con la ayuda de los ladinos criollos el
Congreso impuso una constitución colonial para el llamado Commonwealth de Puerto
Rico. A estas alturas nos duele en el alma oír a los cachacos ladinos aplaudir
ese estatuto y escuchar sus propuestas para 'mejorar' la condición colonial como
si la esclavitud humana estuviese sujeta a mejoras periódicas. Pero más nos
duele escuchar a patriotas hablando de que esa ignominia del 1950-52, fabricada
con tretas y malabarismos seudo jurídicos, es un estado autónomo. Precisamente,
el ataque al Congreso se realizó para denunciar la situación colonial de Puerto
Rico y para desenmascarar ante el mundo aquella falsa que Washington con la
ayuda de su proconsul nativo acababa de realizar. Más aún, los disparos que
resonaron en el Congreso de los Estados Unidos le recordaban a los miembros de
la ONU que aquí no había ningún estado asociado a nada, ni mucho menos libre o
autónomo.
Como podemos observar la acción ante el Congreso
tenía una justificación muy en armonía con la causa defendida. En otra
dimensión, la de carácter simbólico, también estaba enraizada en la historia,
sobre todo en la experiencia que toma como punto de partida la invasión del '98.
En ese proceso de invasión, ocupación, imposición y de dominio absoluto el
Congreso había sido uno de los principales instrumentos de opresión colonial. El
Congreso aprobó la resolución conjunta que autorizaba la guerra el 20 de abril
de 1898. Ya consumados los hechos militares el Congreso ha sido el instrumento
principal que teje el ordenamiento jurídico para la condición colonial de Puerto
Rico. Desde el Acta Foraker hasta el presente la ley y orden del Imperio se
redacta y se establece en dicho Congreso. De modo que los disparos que resonaron
en aquel recinto imperial tenían una profunda y comprensible explicación causal
en su dimensión de protesta anticolonial.
Los políticos y aliados del Imperio siempre han
condenado los hechos militares de nuestros patriotas. Eso uno lo entiende. Nadie
puede esperar que los cachacos expresen simpatías por las acciones como las del
Ataque al Congreso. Ni lo han hecho ni lo van a hacer porque ni siquiera tienen
el interés de analizar las razones por las cuales el Imperio recibe ataques
violentos. Por lo menos no lo hacen públicamente. El hacerlo abriría un espacio
para debatir las causas de la violencia. Como no quieren entrar en esos debates
les resulta más fácil condenar los hechos y calificar de terroristas a los que
realizan las acciones. Esa práctica se mantiene hasta el presente. Al extremo
que la avestruzada impuesta en los medios de comunicación imperial ha provocado
que el ciudadano común y gran parte de los sectores intelectuales se
autocensuren a la hora de tocar este tema.
Nuestros compañeros nacionalistas fueron victimas de
esa política imperial. El gobierno colonial de turno calificó de asesinos a los
patriotas que se jugaban la vida por la libertad del país. El principal
administrador del Commonwealth federal se encargó de recoger firmas para
repudiar el ataque al Congreso. Sus acólitos utilizaron las escuelas con esos
fines y solicitaron de los estudiantes el endoso a un texto que posteriormente
integraban como primera página precediendo a las firmas. El administrador
colonial también había utilizado las escuelas como centros de reclutamiento
militar para utilizar a los campesinos como carne de cañón en Corea. Ese tipo de
violencia no era condenada, al contrario, era aplaudida en aras de la libertad
estadounidense. Lo cierto es que por más novelas que escriban jamás podrán
convencer a los puertorriqueños que Albizu, allá en el cielo, conversa
amigablemente con el que fue su principal verdugo. Ni por más operativos
intelectuales que se intenten podrá la historiografía colonial conciliar esos
polos opuestos. ¿Intentaría un historiador cristiano vender la imagen de Herodes
Antipas compartiendo la misma ideología de Jesús de Nazareth?
A mitad del camino nos encontramos siempre con el
tema de la violencia. Todo el mundo quiere hablar de la paz y de la necesidad de
la paz. Es natural que así sea. Es menos embarazoso hablar de la paz que de la
guerra. Pero la paz y la guerra no pueden separarse. ¿Qué fuerza moral tiene el
Comandante en Jefe de las fuerzas armadas de Estados Unidos para hablar de paz?
¿Qué fuerza moral tiene él y sus representantes para condenar los actos
violentos sean de naturaleza terrorista o no? Este tema tan neurálgico fue
tratado por Pedro Albizu Campos en infinidad de ocasiones. Y el tema, como
relámpago nocturno que nos deja un destello, fue replanteado durante y después
del ataque al Congreso. Sin lugar a duda la acción revolucionaria del '54 va a
la raíz del problema de la violencia.
La violencia tiene unos parámetros bien definidos. La
violencia siempre es una acción contra el natural modo de proceder. Y como toda
acción, la violencia tiene unos resultados a corto o a largo plazo. En ambos
casos existe la posibilidad de que pueda surgir la violencia contestataria. Este
tipo de violencia no es la que origina y mantiene el estado de la violencia. La
violencia contestataria es el resultado y la expresión de esa violencia
original. Si examinamos cada página de nuestra historia veremos y comprenderemos
que la violencia revolucionaria expresada por el independentismo puertorriqueño
ha sido una respuesta a la violencia del invasor que siempre actúa contra el
orden natural de las cosas. El verbo apasionado pero incólume de Eugenio María
de Hostos nos recordó: 'No hay una página en la historia de Borinquen en que la
libertad no proteste contra nuestra vida de colonos'. Como protesta a corto
plazo la acción del 54 fue una respuesta ante el fraude y el engaño consumado en
1952. Y en el contexto de la experiencia nacionalista, ya visto como un marco de
referencia totalizador, la acción era la expresión a largo plazo contra toda la
violencia desatada por el Imperialismo desde aquel primer bombazo disparado
contra la ciudad de San Juan en 1898. ¿Cómo pueden reclamar y exigir paz los que
fomentan, crean y mantienen un estado de guerra y de violencia en forma
permanente?
Después de la invasión, ya consumada la acción
militar, el invasor tenía la facultad y la opción de abrir la puerta de la paz
para dejar demostrado que aquella acción era una invasión 'libertadora'. Pero
tal raciocinio no podía quedar consumado porque ya saldadas las cuentas con
España los invasores continuaron con la política de guerra. Los bárbaros
inmediatamente instauraron una Dictadura Militar, mal llamada Gobierno Militar
por nuestra historiografía colonial, y desde esa dictadura crearon el nuevo
estado de guerra. ¿Y cuáles fueron las medidas que pusieron en práctica las
fuerzas militares de ocupación? Entre las medidas impusieron las siguientes:
anular la posibilidad de un gobierno civil para los puertorriqueños, confiscar
todas sus embarcaciones para impedir el comercio con el exterior, iniciar el
proceso de destrucción de las creencias religiosas de los puertorriqueños,
imponer un sistema jurídico colonial, eliminar la moneda del país, cerrar
mercados y abrir y controlar otros, clausurar periódicos y encarcelar
periodistas, criminalizar las partidas sediciosas, incautarse de las armas en
poder de los puertorriqueños, construir una escuela de instrucción colonial,
americanizar la población a través de la escuela pública, crear una policía
colonial al servicio de la marina de guerra, perseguir y reprimir al movimiento
obrero, instaurar un laboratorio de experimentación permanente con los
conejillos de Borinquen, entre las cientos de medidas encaminadas a facilitar la
explotación de su gigantesco trapiche azucarero. Cada una de sus acciones
violentas inmediatamente creaban las condiciones para alimentar la violencia
como respuesta. Condenar la violencia en una colonia invadida, ocupada
militarmente, e intervenida en todas sus actividades es una expresión
extremadamente cínica. Condenar la violencia por condenar es un ejercicio fútil,
una acción que no nos conduce a identificar las causas de la
violencia.
La violencia contestataria de nuestro movimiento
libertador está consignada en nuestra historia. Pero no podemos permitir que
ningún dedo acusatorio la señale y la condene como parte de esos ejercicios que
suelen hacerse para agradar los oídos de los que tienen y ostentan el poder. Es
un error decir que la independencia de Puerto Rico no se logró por causas de la
violencia nacionalista. La violencia del movimiento independentista ha sido una
respuesta a la violencia del Imperio. Debemos recordar que previo a las acciones
armadas de los nacionalistas ya nuestra historia registraba un extenso
inventario de asesinatos políticos y de masacres en nuestras calles, todas ellas
realizadas por los militares de Estados Unidos o por la Policía Insular creada,
organizada, armada, entrenada y supervisada por la Marina de Guerra bajo la
dirección del Teniente Techter, oficial, que dicho sea de paso, inició la
práctica de carpeteo a independentistas y a todas las personas consideradas por
los invasores como subversivas. El legado de mártires está formado por una lista
de cientos de asesinatos surgidos en el período de la invasión y su posterior
dictadura; en los muchos episodios de enfrentamientos en las elecciones de los
Cien Días; en el período de las turbas; en las masacres obreras en Vieques,
Ponce, Villalba y otros pueblos del país; en la represión contra los
nacionalistas; en las masacres de Río Piedras y Ponce; en la represión contra
obreros y nacionalistas en la década de 1940; en el entrampamiento y masacre de
Utuado en 1950; en el entrampamiento y fusilamiento federal en Monte Maravilla;
en las muertes misteriosas de nacionalistas durante tres décadas; y en tantos
hechos y acontecimientos de violencia contra independentistas y gente del pueblo
incluyendo los mártires de la lucha antimarina en Vieques como la de Angel
Rodríguez Cristóbal, y la tortura y muerte de nuestro Mártir Mayor, Pedro Albizu
Campos, entre otros.
El significado histórico del Ataque al Congreso está
íntimamente relacionado con los efectos que tuvo la acción al interior del
independentismo. Los que comenzamos a luchar por la independencia de Puerto Rico
en los años sesenta y setenta tenemos conciencia del impacto que tuvo la acción
libertadora en todos nosotros. No había acto público del independentismo en que
no fuesen recordados nuestros héroes del 50 y el 54. En aquellas extensas y
emotivas marchas sus fotos y representaciones artísticas eran como cemíes de un
areyto que nos servía de motivación para la lucha antiimperialista. Sus años en
la prisión se convirtieron en una tribuna permanente de oratoria por la libertad
y en una trinchera de seres libres que luchaban y marchaban con nosotros. Su
ejemplo todavía nos motiva a continuar defendiendo la bandera de un Puerto Rico
Libre. Sus acciones también nos llenan de orgullo, sobre todo al tener plena
conciencia de que las acciones realizadas por aquel comando heroico formaron
parte de esos cientos de episodios de carácter épico que desmienten la tesis de
que los escritores están obligados a crear las epopeyas porque carecemos de
ellas en el plano de la historia. Bienvenidas sean todas las hermosas fantasías
de nuestros géneros literarios, pero que no se diga que nuestro país carece de
héroes, heroínas y actos heroicos.
El impacto de la militancia y trabajo de nuestros
compañeros también se dejó sentir en las luchas antiimperialistas de muchos
países. Recordemos que Albizu y el Partido Nacionalista realizaron su lucha en
los momentos en que el imperialismo norteamericano no tenía rival. Y a pesar de
ser un enfrentamiento entre fuerzas desiguales el movimiento mantuvo en la raya
al Imperialismo durante las décadas del 30 y el 40. A nivel internacional la
lucha recibió la atención que ameritaba. Y recordemos que esa lucha continuó
cuando la Guerra Fría estaba en todo su apogeo. En estos instantes de reflexión
y homenaje debemos recordar que durante las décadas del 50 al 70 en todos los
encuentros internacionales se reconocía la lucha de nuestros combatientes con
gran respeto y admiración pero también con trabajos de apoyo y solidaridad
constantes. Cientos de resoluciones fueron aprobadas por partidos, movimientos,
gobiernos, conferencias, foros, congresos y cumbres en todos los continentes a
favor de la independencia de Puerto Rico y a favor de la libertad de los presos
políticos y prisioneros de guerra. Todo ese impacto a nivel internacional se
materializaba porque aquí había una lucha que retumbaba en todos los confines
del planeta. La lucha de nuestros patriotas sirvió de ejemplo y de inspiración a
las luchas anticoloniales que se libraron en lugares tan distantes como Asia y
Africa. Cuando muchos países africanos estaban organizando y reorganizando sus
luchas por reformas dentro del marco jurídico de la metrópolis en Puerto Rico se
daba una lucha frontal por obtener la independencia. Recordemos que antes que el
movimiento Mau-Mau dirigiera en 1952 las primeras rebeliones contra los ingleses
en Kenia ya hacía dos décadas que el Ejército Libertador se había organizado
para el rescate de nuestra soberanía. Sin lugar a dudas la lucha del Partido
Nacionalista fue vanguardia de muchos de los movimientos anticoloniales del
llamado Tercer Mundo.
En esta conmemoración llena de júbilo y de alegría
solo nos resta decir: Loa a los héroes y mártires de la nación puertorriqueña!
Loa a Irving Flores, Andrés Figueroa Cordero, Lolita Lebrón y Rafael Cancel
Miranda! Loa a todos los héroes y mártires en este nuevo Areyto donde
conmemoramos el 50 Aniversario del Ataque al corazón del Imperio.
Fuente: www.argenpress.com , 15/2/04 |