WASHINGTON
Se las llama "remesas migratorias".
Son los envíos que efectúan a sus países de origen los inmigrantes de América
latina que llegaron en los últimos años a Estados Unidos y a Europa. En 2003,
esos envíos sumaron 40.000 millones de dólares y se transformaron en la
principal corriente de capitales hacia la región. Superaron en un cincuenta por
ciento las inversiones extranjeras y duplicaron la ayuda externa, incluyendo las
donaciones y los préstamos de organismos internacionales. Significan más del dos
por ciento del producto bruto de la región. Son un gran aporte a la economía
hecho por modestísimos trabajadores, que se desempeñan en tareas que nadie
quiere realizar en los países a los que emigraron, entre ellas la limpieza, la
construcción, la cocina y la agricultura.
Según un informe del Diálogo Interamericano, las remesas representaron, en
2002, el 30% del producto bruto en Nicaragua, el 25% en Haití, el 15% en El
Salvador, el 12% en Honduras, el 17% en Guyana y el 12% en Jamaica. Su monto
crece continuamente. Entre 1996 y 2003 se cuadruplicó.
Tales giros cambian la situación de las economías, al proveerlas de divisas
fundamentales. Significan más de la tercera parte de las exportaciones de países
como República Dominicana, El Salvador y Nicaragua. Son la segunda fuente de
divisas de México. Asimismo, tienen un impacto multiplicador de grandes
proporciones en la economía, porque se transforman en consumo. Amplían el
mercado interno y cumplen un papel fuertemente reactivador.
El Fondo Multilateral de Inversiones del BID estima que en 2002 ese impacto
fue de cien mil millones de dólares. Como señala Donald Terry, su gerente, "las
cifras son asombrosas bajo cualquier perspectiva". Por otra parte, constituyen,
de hecho, una gigantesca red de protección social.
Las remesas van a sectores muy pobres de la población y elevan
sustancialmente sus ingresos, salvándolos de la pobreza extrema. El Diálogo
Interamericano indica que doblan los ingresos del 20% más pobre de la población
en Honduras, Nicaragua y El Salvador. En México, el 40% de las remesas va a
municipios muy pobres, de menos de 30.000 habitantes, que sin ellas no podrían
sobrevivir.
Tienen una característica especial, muy preciada para una América latina que
se ha visto afectada por la volatilidad de los flujos de capital, guiados con
frecuencia por cálculos especulativos: son estables. A pesar de que la tasa de
desempleo entre los latinos en Estados Unidos en los dos últimos años creció un
dos por ciento, las remesas no dejan de ir en aumento.
Este fenómeno, con efectos económicos y sociales virtuosos de todo orden, no
tiene explicación alguna en los textos de economía convencionales. Según el
razonamiento que impregna a estos textos, los actores de la economía actúan,
básicamente, como homus economicus . Procuran maximizar sus ganancias y
no cabe esperar sorpresas al respecto. Sugieren incentivar por todas las vías
esta motivación de lucro para empujar la economía. Esta visión reduccionista del
comportamiento humano -que ha demostrado tener riesgos considerables en América
latina, aun en la Argentina, y que excluye el peso de los valores éticos en la
economía- es terminantemente refutada, una vez más, por el caso de las remesas
migratorias. Sin un acuerdo previo, actuando en forma individual, la gran
mayoría de los modestos inmigrantes latinoamericanos ha adoptado una conducta
que contradice la idea del homus economicus . En los más variados
contextos, envían una parte de sus reducidas remuneraciones a los familiares que
dejaron detrás.
Por ejemplo, en España, principal destino migratorio después de Estados
Unidos, envía remesas el 97,1% de los ecuatorianos, el 90,8% de los colombianos
y el 98,4% de los dominicanos. Los giros suponen un sacrificio muy importante
para los inmigrantes latinoamericanos. Sus ingresos son bien limitados. En 2000,
el 40% de los latinoamericanos ganaba en Estados Unidos menos de 20.000 dólares
anuales, y el 70%, menos de 35.000 dólares anuales. Debían afrontar con ello
subsistencia, vivienda, educación, salud y gastos adicionales. Un 35% de los
latinoamericanos carece de seguro de salud y sólo cuatro de cada diez tienen una
cuenta bancaria. Por otra parte, las empresas de transferencias les cobran
altísimas comisiones y con frecuencia pierden también en el tipo de cambio. Sin
embargo, nada de ello los detuvo. Cerca de ocho veces al año envían sus remesas.
En casos como el de los dos millones de salvadoreños residentes en Estados
Unidos, ellas representan más del 10% de sus ingresos. A los envíos en efectivo
se suman los artefactos domésticos y presentes de todo orden para el hogar, que
llevan para Navidad. Para financiar todo ello deben reducir los gastos, ya muy
acotados, de su propio grupo familiar y, en muchísimos casos, tomar varios
trabajos en jornadas que superan a menudo las doce horas diarias.
¿Qué los impulsa a hacerlo? Los valores éticos y, entre ellos, uno decisivo:
el sentido de la familia. La migración significa un desgarramiento profundo.
Estos inmigrantes lo sufren, pero mantienen con toda perseverancia los valores
familiares básicos. Los lazos familiares son la explicación última de este
comportamiento solidario, silencioso, sencillo y de gran efectividad, que se ha
convertido en la principal y más segura fuente de ingresos de muchos países de
la región. La lealtad a sus padres, hermanos, hijos, abuelos, el deseo de
asistirlos actúa como una motivación que los lleva a estos esfuerzos y conductas
que no figuran en los textos. La familia aparece allí en la forma en que el papa
Juan Pablo II la ha descripto recientemente: con "su estupenda misión para dar a
la humanidad un futuro rico de esperanza".
Se impone apoyar este esfuerzo de tanto merito, e impacto, facilitando las
remesas, y bajando sus elevados costos y comisiones. El Fondo Multilateral de
Inversiones del BID realiza una campaña con muchas instituciones para lograr ese
objetivo, ampliando y abaratando los canales de envío. Al mismo tiempo, urge en
países como la Argentina, donde ha tenido tanto peso un economicismo estrecho,
recoger la lección de ética aplicada que surge de estos humildes
latinoamericanos y volver a rescatar la visión de que la asunción de las
responsabilidades éticas por parte de gobiernos, empresas y sociedad civil puede
ser una fuerza decisiva para la configuración de una economía pujante y
humanizada.
El autor dirige la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Etica y
Desarrollo (BID-Noruega).
Fuente: diario La Nación, de Buenos Aires,
Argentina; 12 de febrero de 2004.