Hace unos días señalé en un artículo que el "caso" de
la deuda argentina enfrentaba una coyuntura externa particular, más allá de las
complejidades propias de una enorme y dispersa deuda heredada del derrumbe de la
convertibilidad.
En efecto, Estados Unidos, tal como prometieron sus
políticos en la última campaña electoral, ha fijado una nueva política (que en
lo personal he defendido desde mediados de los años 90), destinada a combatir el
"riesgo moral" propio de ciertas actitudes de la década pasada.
Actitudes que consistían en concurrir con fondos
públicos al salvamento de inversores privados. Lamentablemente, no todos los
miembros del mundo desarrollado, y del G-7 en particular, parecen compartir este
criterio o, al menos, no lo han comprendido plenamente. Esta doble visión entre
quienes plantean un "nuevo paradigma" (no la Argentina, sino Estados Unidos) y
quienes siguen aferrados al "viejo paradigma" de los 90 crea tensiones y
confusión en todos los organismos financieros multilaterales.
Así, por ejemplo, en el "caso" argentino piden una
negociación "amistosa" con los acreedores como en los tiempos en que había
fondos frescos para hacer esas reestructuraciones.
El dilema
El problema es que ahora no sólo no existen estos
fondos frescos, que son requisito indispensable para despertar el interés de los
privados, sino que los organismos multilaterales de crédito han decidido ser los
primeros en cobrar.
Esta es la circunstancia en la que se encuentra la
negociación argentina hoy, habiendo pagado más de 6000 millones de dólares netos
y bajado la exposición ante los organismos por vez primera en más de una década,
y debiendo enfrentar 152 bonos diferentes en default heredado, emitidos en
varias monedas, en varias jurisdicciones legales diferentes y con una fuerte
colocación o reventa hecha a inversores minoristas.
Aquí aparece el dilema entre sustentabilidad de la
reestructuración o aceptabilidad. El punto de intersección entre ambos conceptos
es en teoría el punto óptimo. En la práctica hoy esa intersección no parece
existir.
En los 90 importaba la aceptabilidad de los mercados
y se ponía plata para lograrla. En esta década el principal accionista, Estados
Unidos, piensa diferente y no está dispuesto a poner masivamente fondos frescos
para comprar aceptabilidad. Tampoco el gobierno argentino lo quiere porque las
experiencias de las renovaciones y reestructuraciones permanentes de los 90,
"blindajes" y "megacanjes", sólo sirvieron para aumentar la deuda hasta niveles
estratosféricos .
Hay que buscar en consecuencia un nuevo punto de
intersección. En este caso, entre sustentabilidad y creación y recuperación de
valor. No puede haber una sucesión infinita de reestructuraciones.
Esta vez -ante la gravedad de los errores cometidos
en los 90- hay que partir de un nuevo nivel de deuda que sea sustentable,
sustentable en el tiempo. En otras palabras, que sea compatible con la real
capacidad de pago de la sociedad.
A su vez, si la capacidad de pago "básica" de la
sociedad es definida en términos tales que permita el crecimiento sostenido y
estable, países con la estructura social, económica y de recursos naturales y
humanos como el nuestro, pueden superar las hipótesis básicas.
Nuevo paradigma
En otras palabras, pueden crear valor "adicional" que
permita recuperar parte del valor que pudiera haberse perdido en el momento
inicial de la reestructuración. Esta es la apuesta sobre la que Argentina
trabaja.
El criterio de ganar aceptabilidad a costa de contar
masivamente con dinero fresco aportado por los países desarrollados no está
disponible. Si bien el "nuevo paradigma" aún no emergió totalmente, está claro
que el "viejo paradigma" ya no opera internacionalmente como en los 90.
El criterio de ganar aceptabilidad a costa de perder
sustentabilidad es simplemente un parche. No nos conviene a nosotros como país
ni le conviene al sistema financiero internacional.
Los temas serios, como es éste, no se resuelven con
acusaciones, ni con presiones, ni con histeria.
Se resuelven -en bien de todos- con la cabeza fresca
para entender tanto los cambios que está habiendo en el contexto internacional
como las realidades políticas, sociales y económicas de quien se encuentra en
situación de reestructuración. En este caso puntual, nosotros.
El autor es ministro de Economía de la
Nación. Con presiones no se resolverá el problema