La crisis del proyecto
globalizador
y la "nueva economía" de
Bush
La
OMC y un imperio sin consenso
WALDEN BELLO*
El fin de los festejos en
torno a los posibles acuerdos de la Organización Mundial de Comercio, es
el punto de partida para que el autor examine los rasgos de la "nueva
economía" del gobierno estadunidense y el choque entre globalizadores y
proteccionistas en las entrañas mismas del imperio
RESULTADO DE OCHO AÑOS DE
NEGOCIACIONES, la Organización Mundial del Comercio (OMC) fue lanzada
en 1995 como la gema de la gobernabilidad económica en la era de la
globalización. Los casi 20 acuerdos comerciales que cimentaban a la OMC
fueron presentados como un grupo de reglas multilaterales que eliminarían
el poder y la coerción de las relaciones comerciales, sometiendo tanto a
poderosos como a débiles a un mismo conjunto de reglas respaldadas por un
efectivo aparato regulador. La OMC fue un hito, declaró George Soros, por
ser el único organismo supranacional al cual se sometería la más grande
fuerza económica mundial: Estados Unidos1. Dentro de la
OMC, se dijo, el poderoso Estados Unidos y la débil Ruanda, tendrían
exactamente el mismo número de votos: uno.
El clamor fue de triunfo
durante la Primera Conferencia Ministerial de la OMC, celebrada en
Singapur en noviembre de 1996, donde la OMC, el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y el Banco Mundial, emitieron su famosa declaración
diciendo que la tarea del futuro era hacer que las políticas de comercio
internacional, finanzas y desarrollo fueran “coherentes” para poder así
sentar las bases de la prosperidad mundial.
La crisis del proyecto
globalizador A principios del 2003, los aires de triunfo habían
desaparecido. Conforme se acerca la Quinta Conferencia Ministerial de la
OMC, la organización está en una encrucijada. Un nuevo acuerdo en
agricultura no parece cercano ya que Estados Unidos y la Unión Europea
(UE) defienden con determinación sus subsidios de miles de millones de
dólares. Bruselas está a punto de sancionar a Washington por ofrecer
incentivos fiscales a los exportadores que infringen los acuerdos de la
OMC, mientras que Washington ha amenazado con abrir un caso en la OMC
contra la UE por su moratoria contra de los alimentos genéticamente
manipulados. Los países en desarrollo afirman unánimemente que la mayor
cosecha de su pertenencia a la OMC son costos, no beneficios. Se niegan
rotundamente a una mayor apertura de sus mercados, excepto bajo coerción e
intimidación. En vez de anunciar una nueva ronda de liberalización
comercial global, parece que la Conferencia Ministerial en Cancún
anunciará una parálisis.
El contexto para entender esta
parálisis en la OMC es la crisis del proyecto global –cuyo principal logro
fue la creación de la OMC– y el nacimiento del unilateralismo como el
principal componente de la política exterior estadunidense.
El stalingrado del
FMI Ha habido tres momentos en la creciente crisis del
proyecto globalizador.
El primero fue la crisis
financiera asiática de 1997. Este evento, que domó a las orgullosas fieras
de Asia, reveló que uno de los principios clave de la globalización –la
liberalización de la cuenta de capital para promover flujos de capital más
libres, especialmente de capital financiero y especulativo, podía ser
profundamente desestabilizante... Se demostró cuan profundamente
desestabilizador podía ser liberar el mercado del capital cuando, en tan
sólo pocas semanas, un millón de personas en Tailandia y 21 millones en
Indonesia rebasaron la línea de pobreza.2
La crisis asiática fue la
stalingrado del FMI, el principal agente global de los flujos de
capital libres. Su récord, en la ambiciosa empresa de someter casi 100
economías emergentes y en desarrollo a “ajustes estructurales”, volvió a
aparecer, y los hechos que ya habían sido señalados por agencias de
Naciones Unidas desde finales de los ochenta, asumían ahora el estatus de
realidad. Los programas de ajustes estructurales diseñados para acelerar
la desregulación, liberación de comercio y la privatización, habían
institucionalizado la parálisis, empeorado la pobreza e incrementado la
desigualdad en casi todos lados.
La explosión de
Seattle El segundo momento de la crisis del proyecto
globalista fue el colapso de la Tercera Conferencia Ministerial de la OMC
en Seattle, Washington, en diciembre de 1999. Seattle fue la intersección
fatal de tres vertientes de descontento y conflicto que se habían estado
formando por algún tiempo:
• Los países en
desarrollo resintieron la desigualdad de los Acuerdos de la Ronda Uruguay
que se habían sentido obligados a firmar en 1995.
• Emergió una masiva
oposición popular a la OMC de los diversos sectores de la sociedad civil
global, incluyendo a agricultores, pescadores, sindicatos de trabajadores
y ambientalistas. Por conformar una amenaza para el bienestar de cada uno
de estos sectores en sus acuerdos, la OMC logró unir a la sociedad civil
mundial en su contra.
• Hubo conflictos
comerciales sin resolver entre la UE y Estados Unidos, especialmente en
agricultura, que simplemente habían sido pasados por alto en los Acuerdos
de la Ronda Uruguay.
Estos tres elementos volátiles
se combinaron para crear una explosión en Seattle, con la rebelión de los
países en desarrollo contra el dictado del Norte en el Centro de
Convenciones de Seattle, 50 mil personas que se agruparon en las calles, y
la imposibilidad de la UE y EU para actuar en conjunto y salvar la
Conferencia Ministerial, debido a sus diferencia irresueltas. En un
momento de lucidez, justo después de la debacle de Seattle, el secretario
de Estado británico, Stephen Byers, capturó la esencia de la crisis: “La
OMC no puede continuar bajo su forma actual. Requiere de cambios
fundamentales y radicales para que pueda satisfacer todas las necesidades
y expectativas de sus 134 miembros.”3
El colapso
bursátil El tercer momento en la crisis fue el colapso del
mercado bursátil al final del boom Clinton. Éste no fue sólo la
explosión de la burbuja, si no también la burda reafirmación de la clásica
crisis capitalista de sobreproducción. Antes del colapso, las ganancias
corporativas en los Estados Unidos no habían crecido desde 1997. Esto se
relacionaba con el excedente en el sector industrial, cuyo ejemplo más
deslumbrante podemos ver en el sector de las telecomunicaciones, donde
sólo era utilizado el 2.5 % de su capacidad a nivel global. El
estancamiento de la economía real llevó a la transferencia del capital al
sector financiero, resultando en el vertiginoso ascenso en las acciones de
valores. Pero debido a que las ganancias en el sector financiero no se
pueden alejar demasiado de las ganancias en la economía real, una caída de
los valores de la bolsa era inevitable, y esto ocurrió en marzo del 2001,
llevando a una parálisis prolongada y al principio de la deflación.
La nueva economía de George
W. Bush La crisis de la globalización, el neoliberalismo, y
la sobreproducción proveen el contexto para entender las políticas
económicas de la administración Bush, notablemente su empuje unilateral.
El proyecto corporativo global expresó el interés común de las elites
económicas globales en expandir la economía mundial y su interdependencia
fundamental. De cualquier forma, la globalización no eliminó la
competencia entre las elites nacionales. De hecho, las elites gobernantes
de Estados Unidos y Europa tenían facciones que eran más nacionalistas en
carácter, así como más dependientes para su supervivencia y prosperidad
del Estado, como el complejo industrial militar en Estados Unidos. Así es,
desde los ochenta ha habido una fuerte lucha entre las fracciones más
globalizadoras de las elites gobernantes enfatizando el interés común de
la clase global capitalista en una creciente economía mundial, y los más
nacionalistas, facciones hegemónicas que querían asegurar la supremacía de
los intereses corporativos de EU.
Como ha señalado Robert
Brenner, las políticas de Clinton y su secretario del Tesoro Robert Rubin,
pusieron especial interés en la expansión de la economía mundial como la
base de la prosperidad de la clase capitalista global. Por ejemplo, a
mediados de los noventa impulsaron una fuerte política del dólar, que
buscaba estimular la recuperación de las economías japonesa y alemana,
para que pudieran servir como mercados para los productos y servicios
estadounidenses. Por otro lado, la administración Reagan, más
nacionalista, tuvo una política monetaria más débil para recuperar la
competitividad de la economía de su país, a costa de las economías
japonesa y alemana.4 Con la administración de George W.
Bush, hemos vuelto a las políticas económicas, incluyendo una débil
política del dólar, que tienen como objetivo revivir la economía
norteamericana a costa de los otros centros económicos, e impulsar
primordialmente los intereses de las elites corporativas de Estados Unidos
en vez de aquellos de la clase capitalista global bajo las condiciones de
un declive global.
Varios puntos de esta postura
merecen desarrollarse:
• La política económica
de Bush se preocupa mucho por un proceso de globalización que no esté
controlado por un Estado que asegure que el proceso no altere el poder
económico de Estados Unidos. Permitiendo que sólo el mercado conduzca la
globalización, podría resultar en algunas empresas clave de Estados Unidos
resulten víctimas de la globalización y por consiguiente comprometan los
intereses económicos de EU. Ya que, a pesar de la retórica del mercado
libre, tenemos un grupo que es altamente proteccionista cuando se trata de
comercio, inversión y el manejo de los contratos gubernamentales. Parece
que la máxima de los “bushitas” es proteccionismo para Estados Unidos y
libre comercio para el resto de nosotros.
• La aproximación de
Bush incluye un alto grado de escepticismo hacia la forma multilateral de
gobierno económica mundial, ya que a pesar de que la forma multilateral
puede promover los intereses de la clase capitalista mundial, pudiera
bien, en varias instancias, contradecir intereses particulares de las
corporaciones estadounidenses. La creciente ambivalencia del círculo de
Bush hacia la OMC surge del hecho de que Estados Unidos ha perdido varias
decisiones que podrían herir capital estadounidense pero servir a los
intereses del capitalismo global como un todo.
Para la gente Bush, el poder
estratégico es la mayor modalidad del poder.
• El poder económico es
un medio para lograr el poder estratégico. Esto está relacionado con el
hecho de que bajo el mandato de Bush, la facción dominante de la elite
gobernante es la industria militar que ganó la guerra fría. El
conflicto entre globalizadores y unilateralistas o nacionalistas alrededor
de este eje, se muestra en la actitud hacia China. El acercamiento
globalista pone énfasis en la relación con China, viendo primordialmente
su importancia como un área de inversión y un mercado para el capital
estadounidense. Los nacionalistas, por otro lado, ven a China
principalmente como un enemigo estratégico, y prefieren contener que
impulsar su desarrollo.
• Ni qué decir, el
paradigma Bush no tiene espacio para el manejo ambiental, viendo éste como
un problema por el que otros tienen que preocuparse, no Estados Unidos.
Hay, de hecho, un fuerte grupo corporativo en el gobierno que cree que
problemas ambientales como aquellos que rodean a los Organismos
Genéticamente Modificados, son una conspiración europea para privar a
Estados Unidos del uso de su alta tecnología de punta en la competencia
global.
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Si las anteriores son las
premisas de la acción, entonces los siguientes elementos prominentes de la
reciente política económica norteamericana, tienen sentido:
• Lograr el control sobre el
petróleo en Medio Oriente. Si bien no abarcó todos los objetivos
bélicos de la administración en la invasión de Irak, estaba ciertamente
muy arriba en la lista. Con la competencia con Europa convirtiéndose en el
aspecto principal de la relación trasatlántica, esto claramente apuntaba
en parte a Europa. Pero quizá la meta estratégica era apropiarse de los
recursos de la región para controlar el acceso a ellos de una China
carente de energía.5
• Proteccionismo agresivo en
asuntos de comercio e inversión. Estados Unidos ha apilado un acto
proteccionista tras otro, siendo uno de los más sonados el haber detenido
cualquier movimiento en las negociaciones dentro de la OMC, por desafiar
el apoyo brindado por la Declaración Doha a los asuntos de salud pública
por encima de los derechos de propiedad intelectual, limitando la apertura
de los derechos de patente a tan sólo tres enfermedades en respuesta a los
intereses de su industria farmacéutica. Mientras parecen perfectamente
dispuestos a ver como se deshilan las negociaciones de la OMC, Washington
ha puesto su mayor interés en firmar convenios comerciales bilaterales o
multilaterales con otros países (como el TLC), antes de que la Unión
Europea consiga tratados similares. De hecho, el término “libre comercio”
es erróneo ya que éstos son en realidad tratados preferenciales de
comercio.
• Incorporación de
consideraciones estratégicas a tratados comerciales. En un discurso
reciente, el representante comercial de Estados Unidos, Robert Zoellick,
dijo explícitamente que “los países que buscan acuerdos de libre comercio
con Estados Unidos deben pasar una inspección en más que criterios de
economía y comercio para ser elegibles. Como mínimo, dichos países deben
cooperar con los Estados Unidos en sus objetivos de política exterior y
seguridad nacional, como parte de los 13 criterios con los que se guiarán
para seleccionar a los potenciales socios de tratados de libre
comercio”.
• Manipulación del valor del
dólar para depositar los costos de la crisis económica en rivales de las
economías centrales y devolver competitividad a la economía
norteamericana. Una lenta depreciación del dólar frente al euro, puede
ser interpretada como un ajuste basado en los mercados, pero el 25% de
caída en su valor no puede ser visto, ni en lo más mínimo, como una
política de descuido. Mientras la administración Bus ha negado que esta
sea una política de mendiga-a tu-vecino, la prensa de negocios
estadounidense la ha visto como lo que es: un esfuerzo por revivir la
economía norteamericana a expensas de la Unión Europea y otras grandes
economías.
• Manipulación agresiva de
agencias multilaterales para que impulsen los intereses del capital
estadounidense. Mientras puede que esto no sea muy fácil de lograr
dentro de la OMC por su apego al peso de la Unión Europea, puede hacerse
con mayor facilidad en el Banco Mundial y el FMI, donde el dominio
estadounidense está más institucionalizado. Por ejemplo, a pesar del apoyo
a la propuesta por parte de muchos gobiernos europeos, la oficina del
Tesoro norteamericana recientemente deshizo la propuesta de la
administración del FMI par un Mecanismo Soberano de Reestructuración de la
Deuda (MSRD), que permitiría a los países en desarrollo reestructurar su
deuda al mismo tiempo que les ofrecía una medida de protección de los
acreedores. De por sí un mecanismo muy débil, el MSRD fue vetado por el
Departamento del Tesoro norteamericano.6
• Hacer que las otras
economías centrales así como los países en desarrollo carguen el peso de
ajustarse a la crisis ambiental. Mientras que algunos de los
colaboradores de Bush no creen que exista una crisis ambiental, otros
saben que el promedio actual de las emisiones globales invernadero es
insostenible. De cualquier manera, quieren que otros carguen con el peso
de los ajustes ambientales, ya que eso significaría tanto la exención de
las industrias estadounidenses ambientalmente ineficientes del costo de
dichos ajustes, como paralizar a otras economías con costos mayores que
los que tendrían si Estados Unidos participara en un proceso de ajuste
equitativo, dándole así a su país una fuerte delantera en la competencia
global. Cruda economía “realpolitik" (de política expansionista),
no ceguera fundamentalista, compone la raíz de la decisión de Washington
de no firmar el Protocolo de Kyoto.
La economía y la política
del desgaste Cualquier discusión sobre los posibles resultados de
las políticas económicas de la administración Bush, debe tomar en cuenta
tanto el estado de la economía estadounidense y global, como el panorama
estratégico mayor. Un punto clave para el manejo imperial exitoso es la
expansión de la economía nacional y global –algo bloqueado por el extenso
periodo de deflación y parálisis que se avecina, que tiene más
posibilidades de encender las rivalidades inter-capitalistas.
Es más, los recursos incluyen
no sólo recursos políticos y económicos, si no políticos e ideológicos
también. Ya que sin legitimidad –sin lo que Gramsci llamó “el consenso” de
los dominados que hace a un régimen justo– el manejo imperial no puede ser
estable.
Enfrentado al problema similar
de asegurar la estabilidad a largo plazo de su dominio, el Imperio Romano
llegó a la solución de lo que fue hasta entonces el más impactante caso de
lealtad de masas jamás logrado, y que prolongó el imperio por 700 años. La
solución de los romanos no era justa ni de carácter principalmente
militar. Los romanos se dieron cuenta que un componente esencial para el
éxito del dominio imperial era el consenso entre los dominados de lo
“correcto” del orden romano. Como nota el sociólogo Michael Mann en su
clásico Fuentes del Poder Social, “el punto decisivo” no es tanto
militar como político. “Los romanos”, escribe, “ poco a poco se toparon
con al invención de la nacionalidad territorial
extensiva.”7 La extensión de la nacionalidad romana a
los grupos de poder y la gente no esclava a lo largo del imperio, fue una
ruptura política que produjo lo que “probablemente haya sido el mayor
compromiso colectivo hasta entonces logrado”. La ciudadanía política,
combinada con la visión del Estado como proveedor de paz y prosperidad
para todos, creó ese intangible pero esencial elemento moral llamado
legitimidad.
No es necesario decir que la
extensión de la ciudadanía no juega un papel en el orden imperial
estadounidense. De hecho, la ciudadanía estadounidense es celosamente
reservada para una minúscula minoría de la población mundial, y la entrada
en el territorio está fuertemente controlada. La población subordinada no
es integrada, si no mantenida bajo vigilancia por la fuerza, o la amenaza
del uso de la fuerza, o un sistema de reglas e instituciones regionales o
globales –la Organización Mundial de Comercio, el sistema Breton Woods, la
OTAN– que son cada vez más obviamente manipulados para servir a los
intereses del centro imperial.
Mientras que la extensión de la
nacionalidad universal no ha sido nunca un arma en el arsenal
estadounidense, durante su batalla con el comunismo en el periodo
posterior a la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos inventó una fórmula
política para legitimar su alcance global. Los dos elementos de dicha
fórmula fueron un sistema de gobierno global multilateral, y la democracia
liberal.
En los cálculos inmediatos al
fin de la guerra fría, hubo, de hecho, difundidas expectativas de
una versión contemporánea de la Paz romana. Hubo esperanza entre los
círculos liberales de que Estados Unidos usaría su estatus de única
super-potencia para crear un orden multilateral que institucionalizaría su
hegemonía y asegurara una paz global agustiniana. Aquel era el camino de
la globalización económica y gobierno multilateral. Aquel era el camino
eliminado por el gobierno de Bush y su política unilateral.
Como observa Frances Fitzgerald
en Fuego en el Lago, la promesa de una democracia liberal
extensiva, fue un muy poderoso ideal que acompañó a las armas
estadounidenses durante la guerra fría.8 Pero
hoy, las democracias liberales como las de Washington o Westminister,
están en aprietos entre el mundo en desarrollo, donde han sido reducidas a
proveer fachadas para gobiernos oligárquicos, como en Filipinas, en el
Pakistán pre-Musharraf, y a lo largo de América Latina. De hecho, la
democracia liberal en Estados Unidos, es cada ve menos democrática y menos
liberal. Ciertamente, pocos en el mundo en desarrollo ven como modelo a un
sistema alimentado y corrompido por el dinero de las corporaciones.
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Recuperar la visión moral,
necesaria para crear consenso a la hegemonía de EU, será excesivamente
difícil. De hecho, el acuerdo en Washington estos días, es que el
proveedor más efectivo de consenso es la amenaza del uso de la fuerza. Es
más, a pesar de su discurso sobre instaurar la democracia en los países
árabes, la meta principal de los escritores neoliberales influyentes como
Robert Kagan y Charles Krauthammer es transparente: la manipulación de los
mecanismos democráticos liberales para crear competencia plural que
destruya la unidad árabe. Llevar la democracia al mundo árabe no es ni
siquiera un segundo pensamiento que se suelta como eslogan mientras se
muerden la lengua.
La gente de Bush no está
interesada en crear una nueva Paz Romana. Lo que quieren es una Paz
Americana en la cual al mayoría de las poblaciones subordinadas como las
árabes, se mantengan a raya por un sano respeto al poderío letal
estadounidense, mientras la lealtad de otros grupos como el gobierno
filipino se compra con la promesa de dinero. Sin una visión moral
suficiente para atar a la mayoría global al centro imperial, esta
modalidad de manejo imperial sólo puede inspirar una cosa:
resistencia.
El gran problema de la
unilateralidad es el desgaste, o un desencuentro entre los intereses
estadounidenses y los recursos necesarios para satisfacer dichos
intereses. El desgaste es relativo, es decir, es en gran medida una
función de la resistencia. Un poder desgastado puede, de hecho, estar en
una peor condición a pesar del aumento en su poder militar, si la
resistencia a su poder aumenta en un grado aún mayor. Entre los
indicadores principales del desgaste están los siguientes:
• La continua
inhabilidad de Washington para crear un nuevo orden político en Irak que
sirva como una base segura para un orden colonial;
• su fracaso para
consolidar un régimen pro-americano en Afganistán, fuera de Kabul;
• la inhabilidad de su
aliado estratégico, Israel, para contener, a pesar del apoyo incondicional
de Washington, el levantamiento del pueblo palestino;
• el encendido
sentimiento árabe y musulmán en Medio Oriente, y el su y sureste
asiáticos, que han aportado grandes ganancias ideológicas a los
fundamentalistas islámicos –que fue lo que Osama Bin Laden deseaba en un
primer lugar;
• el colapso de la
Alianza Atlántica de la guerra fría, y el surgimiento de una nueva
alianza opositora con Francia y Alemania a la cabeza;
• el avance de un
movimiento global de la, cada vez más poderosa, sociedad civil en contra
de la unilateralidad estadounidense, militarización, y hegemonía
económica, cuya expresión reciente más significativa fue el movimiento
global en oposición a la guerra;
• la llegada al poder de
movimientos anti-neoliberales, anti-estadounidenses en el propio patio
trasero de Washington –Brasil, Venezuela y Ecuador– mientras la
administración Bush se preocupa de Medio Oriente;
• un impacto negativo
cada vez mayor del militarismo sobre la economía estadounidense, mientras
que el gasto militar se vuelve dependiente del gasto financiado mediante
déficit y el gasto financiado mediante déficit depende a su vez del
financiamiento por fuentes externas, creando más tensiones y problemas en
una economía que está ya al límite del colapso.
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En conclusión, el proyecto
globalizador está en crisis. Que pueda resurgir por medio de un gobierno
demócrata o republicano, no debe ser descartado, sobre todo cuando hay
voces globalizadoras influyentes en la comunidad de negocios en Estados
Unidos que han expresado oposición al impulso unilateralista de la
administración Bush.9 Sin embargo, desde nuestro punto
de vista, esto no es muy probable, ya que el unilateralismo reinará
todavía por un tiempo más.
Hemos, en breve, entrado a una
turbulencia histórica marcada por una prolongada crisis económica, el
aumento de la resistencia global, la reaparición del balance de poder
entre estados centrales, y el resurgimiento de agudas contradicciones
inter-imperialistas. Debemos tener un sano respeto por el poder de Estados
Unidos, pero no debemos sobreestimarlo. Existen los signos de que Estados
Unidos está seriamente desgastado y lo que parecen ser manifestaciones de
fuerza, pudieran ser en realidad señales de debilidad estratégica.
(Traducción: Yari
Donatella).
Extractos del
texto leído en la Conferencia sobre Tendencias en la Globalización,
Universidad de California, en Santa Bárbara, celebrada del 1 al 3 de mayo
pasados.
Una versión
de este texto aparecerá en el número de otoño de New Labor
Forum.
NOTAS
1. George Soros, On
Globalization (Nueva York: Public Affairs, 2002) p. 35.
2. Jacques-chai, Chomthongdi,
"El legado asiático del FMI" en Prague 2000: why We Need to Decommission
the IMF and the World Bank (Bangkok: Focus on the global south, 2000), pp.
18, 22. 3.
Citado en "Deadline Set for WTO Reforms," Guardian News Service, 10 de
enero 2000. 4.
Ver Robert Brenner, The Boom and the Bubble (Nueva York: Verso, 2002), pp.
128-133. 5.
"Zoellick Says FTA Candidates Must Support US Foreign Policy," Inside US
Trade, 16 de mayo 2003. Este artículo resume un discurso pronunciado por
Zoellick el 8 de mayo del 2003. 6. Sobre los agudos conflictos entre el
Departamento del Tesoro estadounidense y los oficiales del FMI, ver Incola
Bullard, "The puppet master shows his hand," Focus on Trade, abril 2002
(http://focusweb.prg/popups/articleswindow.php?id=41).
7. Michael Mann, The Sources
of Social Power, Vol.1 (Cambridge: Cambridge University Press, 1998), pp.
254. 8. Frances
Fitzgerald, Fire in the lake, (Nueva York: Random House, 1973), p.
116. 9. Ver
George Soros, " America´s role in the world," discurso en la Paul H. Nitze
School for International Studies, Washington, DC, 7 de marzo
2003.
*
WALDEN BELLOes profesor en la Universidad de
Filipinas y director ejecutivo de Focus on the Global South con sede en
Bangkok. Es activista el movimiento global anti-corporaciones, y autor de
13 libros, entre los cuales están Deglobalization (Londres: Zed, 2002), y
Future in the Balance (Oakland: Food First, 2001).
Fuente: Diario La Jornada, del 10 de agosto
de 2003. Ciudad de México. |