Economista y politólogo, Theotonio Dos
Santos es, junto a Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, uno de los
creadores de la teoría de la dependencia, que a mediados de los ‘60 rompió
con la visión hegemónica en las ciencias sociales para plantear el
subdesarrollo latinoamericano en función del sistema capitalista mundial.
A casi treinta años de aquellos planteos, el economista brasilero continúa
defendiendo la búsqueda de un camino económico autónomo para
Latinoamérica, lo cual lo lleva a cuestionar la política económica de
Lula, de quien fue asesor, y de su amigo Cardoso. De paso por Buenos
Aires, donde presentó La teoría de la dependencia, balance y perspectivas
(Plaza & Janés), el libro en el que actualiza la vieja teoría, Dos
Santos accedió a un largo diálogo con Página/12.
–¿Qué opina de la gestión económica de Lula? –Me
parece equivocada. El gobierno asumió en un contexto de consenso, como
parte de un bloque histórico en favor del crecimiento económico, de
retomar el desarrollo y de una cierta redistribución del ingreso. Y con el
apoyo de la burguesía, todo en favor de un apoyo suficiente para oponerse
a las políticas liberales que generaron el agotamiento de un amplio sector
productivo. –¿Y por qué entonces esa línea de
continuidad con las políticas económicas de Cardoso? –Es que el
grupo financiero tiene un apoyo grande en los medios de comunicación, y un
manejo internacional fuerte, a través del Fondo y de otros mecanismos de
presión internacional, que fueron activados para crear la impresión de que
un gobierno de Lula traería una crisis externa grave. Fernando Henrique,
frente a la crisis que existía, que exigía una renegociación de los pagos
de la deuda de este año y de parte del año pasado, porque no había
recursos para pagar, hizo una gestión con el FMI de 30.000 millones de
dólares que alivió la situación durante este año. Y, aprovechando cierta
desesperación del grupo que rodeaba a Lula, consiguió que ellos apoyaran
esa gestión. Comprometió a Lula con la política del FMI. –Pero Lula podría aprovechar el alto nivel de apoyo que
conserva para plantear una política distinta. –Podría, pero la
verdad es que se dejó conmover por las presiones del mercado financiero,
por las presiones de ciertos intereses financieros que, todo hay que
decirlo, entraron también en la campaña de Lula. Optó por gestionar la
economía fundamentalmente no con los economistas históricos del PT, ni con
los economistas de los partidos de izquierda, sino con muchos economistas
que estuvieron ligados a Fernando Henrique, que asumieron esa orientación
de la política económica. Puso de ministro de Economía a un médico que no
entiende nada de economía. Y ese grupo quedó articulado desde EE.UU.,
desde Chicago. Y Lula se dejó llevar. –¿Brasil
debería rediscutir la deuda? –Sí. –El
argumento es que, entre otras cosas, esto expondría a la economía a una
corrida contra el real como la que ocurrió durante la
campaña. –Yo no creo que sea posible una corrida de este tipo.
Lo que pasó a fines del año pasado y principios de éste con la devaluación
del real es que Brasil aumentó mucho las exportaciones, disminuyó las
importaciones, generó superávit comercial bastante razonable. Si este
superávit se quedara en Brasil en lugar de pagar los compromisos, como se
hace ahora, tendríamos al final de este año unos 20.000 millones de
dólares, contra 5 o 7000 que teníamos de reservas cuando se fue Fernando
Henrique: era una situación dramática. Pero ahora sería diferente,
tendríamos 20.000 millones de reservas. Y con eso podríamos negociar en
ciertas condiciones. –¿Usted plantea directamente
suspender los pagos? –Se hace mucha cosa con el default, pero
es un comportamiento normal en la economía. Cuando tienes una
imposibilidad de pagar no pagas. –Supuestamente
tiene una serie de consecuencias: se cortan las inversiones, se acaba el
crédito, se frena cualquier posibilidad de crecimiento. –Pero se
trata de inversiones puramente financieras. Es un sistema muy negativo. El
problema sería si nosotros no tuviéramos superávit comercial. –Sería una situación más parecida a la de
Argentina. –La Argentina tiene hoy un crecimiento de la
producción mayor que Brasil. Argentina tiene un poder de negociación mayor
que Brasil, que lo único que está haciendo es recetando lo que manda el
Fondo. Nuestro ministro de Economía dijo que él no aceptaba imposiciones
del Fondo, que el Fondo no exigía más de 3,6 por ciento de superávit
primario y que él lo llevó a 4. Si eso es la independencia, es el tipo de
independencia que le gusta al Fondo. Si uno le dice a Lula que está
aplicando una política similar a la de (Carlos) Menem o Cardoso se pone
nervioso o se enoja, pero es la verdad. No lo quiere reconocer. –Otro de los argumentos de Lula es que se trata un período
de transición. –Es cierto, se habla de bajar la tasa y retomar
una política de crecimiento. Pero lo que tenemos hasta ahora son acuerdos
firmados con el FMI por dos o tres años, que marcan este tipo de
políticas. Se habla de bajar la tasa de interés. –También se dice que, si se baja la tasa de golpe, hay
riesgo inflacionario. –Es una locura pensar eso. No entienden
nada de inflación. Son tonterías. –Entonces, ¿el
default no tiene ninguna importancia? –Lo que tiene importancia
es la gran crisis que atraviesa Brasil, como la que atraviesa Argentina.
Es la crisis, el estancamiento, la falta de reservas lo que lleva al
default. No es que la crisis viene por el default, sino al revés. –Usted plantea el camino de rediscutir la deuda. Sin
embargo, hay un país latinoamericano –Chile– que no renegoció la deuda,
ajustó la economía, aplicó un esquema neoliberal y hasta negoció una
integración con Estados Unidos. Y tuvo un crecimiento
sostenido. –En primer lugar, hay que decir que Chile tuvo un
apoyo internacional especial. El régimen de Pinochet hizo el ajuste en
1973 con mucha ayuda internacional, con préstamos en condiciones muy
favorables. Pero para mí la gran ventaja fue haber hecho la reforma
agraria con la Unidad Popular, lo cual permitió una distribución más
favorable del ingreso. Y la otra fue la nacionalización del cobre, que le
permitió a la economía chilena disponer de los recursos de las
exportaciones y usar esos recursos para una política de crecimiento. Lo
que tiene de positivo el período de Pinochet es exactamente lo contrario a
lo que se dice: haberse apoyado en una estructura económica reformada,
producto de la UP. Pero la economía chilena no tuvo una gran recuperación
económica en los ‘70, salvo una pequeña mejoría en la segunda mitad.
Después entró en una crisis brutal. –Pero después
se recuperó y generó un crecimiento parejo y sostenido. –Es
cierto, comenzó a recuperarse en 1986, cuando se estaba produciendo la
transición. Desde entonces tuvo una mejoría significativa, pero hay que
tener en cuenta que esa mejoría está muy ligada a la exportación del cobre
y a su precio en el mercado internacional. Es una economía muy dependiente
del cobre. Eso que se dice que Chile es un gran exportador... es verdad
que la reforma agraria generó un empresariado moderno y que Chile tiene
una capacidad de ajuste al comercio mundial y a la exportación muy
razonable. Es una parte de la economía, pero no tan significativa. En la
década del ‘90 se generó una sobreproducción de cobre que está
reflejándose en la baja del precio y en una situación crítica de Chile. El
superávit se terminó y la presión inflacionaria aumentó. La tasa de
crecimiento bajó. El gobierno chileno no tiene realmente este carácter tan
positivo que se planteaba. Está en crisis, en una situación muy difícil.
Está perdiendo control de la economía, con posibilidad de perder las
elecciones. Es una posición difícil la de Chile. –¿No es entonces el modelo que plantean los
neoliberales? –Brasil fue un modelo, México también, Corea,
Argentina. Hasta Bolivia fue un modelo en una época. La invención de
modelos es permanente, pero tienen que ir cambiándolos porque entran en
crisis. –¿Cómo explicaría en pocas palabras la
teoría de la dependencia? –Fue un movimiento intelectual que
apuntó a entender que el origen de los problemas latinoamericanos no
reside en un atraso económico sino en la manera en que nos insertábamos en
la expansión del capitalismo mundial. Fue una manera subordinada, con una
posición desventajosa en la división internacional del trabajo,
especializándonos en productos con poca creación de valor y teniendo como
principal instrumento para ajustarse a esa situación la sobreexplotación
del trabajo, que es el centro de nuestra propuesta de inserción en la
economía mundial. Son formas que mantienen a nuestra población en un nivel
bajo de desarrollo, acentúan la debilidad de nuestro mercado interno y,
por lo tanto, de nuestra capacidad de crecimiento, y aumenta la exclusión
social y la concentración. Profundiza más la dependencia a través del
endeudamiento y otros mecanismos, en lugar de permitirnos salir. –¿Qué actualidad tiene hoy? –Mucha, por tres
aspectos. El primero es pensar los problemas latinoamericanos en el cuadro
de la expansión del capitalismo y del desarrollo del sistema económico
mundial. Hay condiciones como para profundizar el análisis de nuestra
realidad en el contexto del sistema mundial, hegemonizado por el capital
financiero, de tal forma que con eso ganamos mucho en la capacidad de
entender lo que pasa en cada una de las regiones, que tiene un rol
determinado en la división internacional del trabajo, en el sistema de
intercambio y el movimiento de capitales. El segundo aspecto es que la
teoría de la dependencia es una conquista del pensamiento social
latinoamericano. Es una gran avance para el conocimiento en general, pero
tuvo como punto de partida las especificidades de Latinoamérica. Esto es
fundamental, sobre todo frente a la hegemonía del pensamiento neoliberal,
que impuso la idea de que existe una sola economía, que es igual en todas
partes. El tercer elemento es que representó una integración de las
ciencias sociales. Permitió unir lo político con lo económico y con lo
social. –Uno de los supuestos de la teoría era que
no se podían sostener democracias consistentes en una situación de
dependencia económica. Sin embargo, a partir de fines de los ‘80 y
principios de los ‘90 la mayoría de los países latinoamericanos dejaron
atrás los regímenes militares y las nuevas democracias hoy parecen
consolidadas. –Este ha sido el gran debate contra Fernando
Henrique. El piensa que el único camino para la democracia es abandonar un
intento de transformación económica más radical. Nosotros creemos que no y
que hay dos elementos claros: de un lado hay un evidente rechazo a las
políticas neoliberales y del otro hay una debilidad muy grande de las
elites políticas en dar consecuencia a los planteos populares. Se usa ese
artificio de decir que la economía es una sola, que no hay alternativas.
Pero lo más grave es que eso aparece como un golpe de Estado electoral. Se
cambia de posición una vez en el gobierno. Y eso está minando la confianza
de la gente en la posibilidades de lograr transformaciones positivas en
democracia. –Pero las democracias se
mantienen. –Sí, porque la gente no ha desistido. Después de
haber pasado por dictaduras militares existe la conciencia de que las
dictaduras profundizan aún más estos procesos. Esto no impide que las
democracias se debiliten, asuman formas delegativas, de crisis entre las
elites y el pueblo. A la larga es peligroso. –Simplificando, la teoría de la dependencia señala la
imposibilidad de que los países del Tercer Mundo se desarrollen si no
rompen la subordinación económica. Sin embargo, hay casos de grandes
saltos de desarrollo bajo el sistema capitalista en los últimos 20 o 30
años. Por ejemplo, España e Irlanda, aunque por su ubicación geográfica
tuvieron ventajas evidentes. Pero hay también otros casos: el
establishment académico neoliberal suele mencionar a los tigres del
Sudeste de Asia. –Es cierto que los tigres alcanzaron un
desarrollo importante, básicamente Corea. Pero hay que considerar el rol
que tuvieron durante la Guerra Fría. Estaban frente a Corea del Norte y
China, que eran modelos de revolución agraria, de transformaciones
profundas. Estados Unidos no pudo contener y hasta favoreció la reforma
agraria en estos países, lo cual los favoreció mucho. También favoreció la
entrada de sus productos en Estados Unidos, tuvo una actitud de apertura
hacia ellos, que no tuvo ni tiene con otros países. Todo esto les permitió
expandirse, generar un superávit comercial, y los exceptuó de entrar por
ejemplo en el endeudamiento. Mientras nosotros teníamos que generar
grandes excedentes para pagar la deuda, ellos usaban sus excedentes para
inversiones y crecimiento. Escaparon del cuadro de la dependencia que
afectó a Latinoamérica. –¿Cuál es el modelo a
seguir? –No es una cuestión de modelos. Lo que hay ver es que
este camino de capitalismo ajustado al sistema mundial es el peor posible,
entonces tenemos que buscar un camino que nos conduzca a una fuerte
rediscusión de la deuda, a un desarrollo económico orientado al mercado
interno, que nos sitúe en una perspectiva no subordinada ni
dependiente.
Fuente: Diario Página 12, del 19 de julio de
2003. Buenos Aires.
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