En Choele Choel y Las Grutas en pleno invierno
El miércoles 18 de julio de 2018 por la noche, junto
con Omar y Marisol, partí desde la terminal de ómnibus de Retiro rumbo a Choele
Choel. Y después de doce horas de viaje, con algunas paradas intermedias,
ingresamos a la Patagonia a partir de la ciudad de Río Colorado del
departamento Pichi Mahuida, en la provincia de Río Negro.
Ruta Nacional
22 a la altura de Río Colorado
Nos quedaban aun casi dos
horas m¡s para llegar a Choele Choel,
cabecera del departamento Avellaneda en pleno Valle Medio del Río Negro.
Tras desayunar en la
confitería La Terminal, caminamos unos quinientos metros por la avenida John
Fitzgerald Kennedy bajo una llovizna persistente, hasta el hotel Rucantu donde
nos hospedamos.
Si bien julio se
caracterizaba por ser un mes de escasas precipitaciones, el mal tiempo se
mantuvo durante todo el día, lo que, sumado a la baja temperatura nos impidió
realizar los paseos previstos.
Avenida John
Fitzgerald Kennedy frente a la terminal de ómnibus de Choele Choel
Para nuestra satisfacción
el viernes 20 amaneció con sol radiante, un cielo azul intenso y ninguna nube,
así que salimos a hacer una larga caminata por las tranquilas calles del
pueblo, que en ese momento no llegaba a quince mil habitantes.
Por una
tranquila calle de Choele Choel
En poco m¡s de diez cuadras
nos encontr¡bamos junto a los terrenos linderos al río, donde las calles, con suelos arcillosos, no
habían podido infiltrar el agua caída durante la jornada anterior.
En los terrenos
linderos al río Negro
La calle
General Villegas después de la lluvia
Suelos
arcillosos que no permitían infiltrar el agua de lluvia
Por la calle
Almirante Brown rumbo a El Mangrullo
En realidad, los mayores
atractivos se limitaban al período estival, por las posibilidades de acceder a
los balnearios del río, sin embargo, para nosotros, proviniendo de una ciudad
tan populosa como Buenos Aires, disfrut¡bamos de algo tan sencillo como pasear
por los boulevares de la avenida General San Martín, con su ¡rboles, sus
bonitas casas y la calma reinante por la casi ausencia de tr¡nsito.
Avenida General
San Martín
Pero al día siguiente,
volvió a encapotarse, y las lluvias se intensificaron, así que decidimos
trasladarnos a la costa.
Ingreso a la
terminal de ómnibus de Choele Choel bajo una intensa lluvia
A ciento noventa y cinco
kilómetros se encontraba la ciudad de San Antonio Oeste, y en dieciocho
kilómetros m¡s, se accedía a Las Grutas.
Pasando por San Antonio Oeste
Esta villa balnearia había
surgido ya en 1925 como lugar de recreación de los sanantonienses, quienes
hacían allí los picnics de la época.
En 1938 se consolidó la
huella y, para ese entonces, ya había un viejo poblador, Don Isidro Álvarez,
que como varios en la zona de los médanos de la costa, tenía un ranchito y un
corral atendiendo una punta de chivas.
En 1939, un grupo de
vecinos de San Antonio Oeste se unió para construir un bungalow, que fuera el
único de la zona durante veinte años.
En 1945 se hizo el
enripiado de la Ruta Provincial número dos, que posteriormente fuera asfaltada,
y se convirtiera m¡s adelante en la avenida principal.
Pero pese a todos esos
avances, la creación oficial del balneario se produjo el 30 de enero de 1960,
propiciada por parte del Presidente del Consejo Municipal de San Antonio Oeste,
Rubén Breciano.
En la década del ‘80 tomó
pujanza como ciudad turística, con un alto índice de construcción; se entregaron
cuarenta y dos lotes d¡ndose origen al barrio Residentes, adem¡s de instalarse
la oficina de informes turísticos, las salas de primeros auxilios y se creó el
cuerpo de bomberos voluntarios. Se pavimentó la avenida Río Negro, y el
aeropuerto Saint Exupery, ubicado a medio camino entre Las Grutas y San Antonio
Oeste. Para ese entonces, ya era considerado el balneario m¡s importante, no
solo de la provincia de Río Negro sino
de toda la Patagonia, comenzando a ser conocido a nivel nacional.
Hotel Mareas del Golfo en Las Grutas
La Ruta Provincial 2 convertida en la avenida principal
Ruta Provincial 2 intersección avenida Río Negro
Una particularidad, era
que, salvo contadas excepciones, la mayoría de las calles llevaban el nombre de
otras localidades de la provincia, como Ingeniero Jacobacci, Viedma, Lamarque, Chimpay,
Allen, Comallo, entre otras.
Avenida Río Negro esquina Ingeniero Jabocacci
Adem¡s de contar con
hotelería para todos los bolsillos, ya que los había desde una a cuatro
estrellas, existía la posibilidad de alquilar departamentos, gran parte de los
cuales se encontraban en el complejo Las Torres, con una ubicación
privilegiada.
Y, también, paralelamente a
otras opciones de diversión, en 1988 había comenzado a funcionar un casino.
En 1991, Las Grutas ya
contaba con setecientas sesenta personas residiendo en forma permanente; en
2001 había dos mil setecientos catorce habitantes; en 2010, cuatro mil
ochocientos siete; y en 2018, año en que estuvimos allí, se calculaban
alrededor de diez mil, increment¡ndose, a la vez, la construcción y pasando a
ser el segundo centro turístico de la provincia de Río Negro, después de San
Carlos de Bariloche.
Las Torres de Las Grutas
Hotel y Casino del Río desde Viedma y Breciano Street
Calle Viedma desde Ingeniero Jacobacci
Muy cerca de la costa se erigía
la escultura “Aliento de Vida”, obra
de Roberto Locatelli, que se había transformado en un ícono del lugar; y muy
cerca de allí, en la plazoleta de Breciano Street, se había colocado la hélice
de una embarcación, motivo marino, si los había.
“Aliento de Vida”, un ícono de
Las Grutas
Hélice de embarcación en una plazoleta de Breciano Street
Uno de los rasgos m¡s
característicos de la localidad eran sus acantilados que podían alcanzar una
altura de entre tres y ocho metros según los sectores, en los cuales se
formaban las grutas, producto de la erosión marina, dando origen a su topónimo.
Estos paredones servían de abrigo, hasta cierto punto, de los fuertes vientos
característicos de la Patagonia, dando origen a un microclima en la zona del
golfo de San Matías.
Debido a lo abrupto del
terreno, para acceder a la playa, había que bajar por unas escaleras conocidas
localmente como “bajadas”, y en gran
parte de ellas se localizaba un parador, con un bar o restor¡n con terrazas hacia
el mar.
Una de las m¡s importantes
era la “Tercera”, ya que era la única
que contaba con una rampa para embarcaciones, elegida para la pr¡ctica de
deportes n¡uticos y donde se encontraban los baños públicos.
Amplia playa durante la bajamar desde la Tercera Bajada
Playa de Las Grutas – Bajada 3
Otra particularidad de
estas playas era la gran amplitud de mareas, que permitía contar con una
superficie de arena de m¡s de un kilómetro de extensión durante la bajamar. Sin
embargo, durante la pleamar, movimiento que se producía en un período de poco
m¡s de seis horas, el mar crecía entre ocho y diez metros respecto de la
profundidad de sus aguas, llegando hasta el acantilado sin dejar espacio al
descubierto. Esto habitualmente generaba, en toda la costa patagónica, graves
consecuencias en quienes no conocían el comportamiento del mar en esas
latitudes, por lo cual existían indicaciones dirigidas a los turistas sobre la
prohibición de acampar debajo del acantilado para que no quedaran atrapados.
SR. TURISTA NO ACAMPE DEBAJO DEL ACANTILADO
Comienzo de la bajamar
Gran amplitud de mareas
La playa durante la bajamar
Extensa playa durante la bajamar
Pero no todas las playas eran de arena en Las Grutas, sino que en gran
parte de ellas, al bajar la marea, quedaban al descubierto grandes extensiones
rocosas denominadas restingas. Algunas formaban superficies planas como una
calle pavimentada, absolutamente resbalosas, mientras otras emergían como
bloques escabrosos dando lugar a concavidades de diferentes tamaños donde
quedaba acumulada parte del agua de mar, encontr¡ndose algas, mejillines, dientes
de perro o picoroco, cangrejos, peces y pulpos.
Gente caminando por las restingas cuando el mar se retiraba
Este balneario se destacaba por poseer las aguas m¡s c¡lidas de la costa
patagónica (24 a 25°C), debido a que en el golfo San Matías se producía un
importante asoleamiento de las aguas, a partir de estar relativamente m¡s
quietas y protegidas, no permitiendo el ingreso al golfo de las corrientes
marinas, cre¡ndose un microclima. Adem¡s, al haber gran amplitud de mareas, con
las elevadas temperaturas, generaban calentamiento en las rocas y arena,
transfiriendo ese calor a las aguas durante la pleamar.
Otros elementos positivos lo generaban las altas temperaturas estivales
y la escasez de precipitaciones pluviales, que rondaban en 190 mm anuales.
Adem¡s, debido a su elevada latitud, durante el verano la luz solar a pleno duraba
alrededor de once horas. Y la transparencia del agua, lo hacían un lugar muy
apreciado para la pr¡ctica de buceo.
Mientras que las temperaturas m¡ximas del verano llegaban casi a 40°C,
siendo las m¡ximas medias de cerca de 26°C, en el invierno, la mínima absoluta
registrada había sido de -7,3°C, siendo la mínima media de 3,2°C. Y las lluvias
de los meses de enero y febrero apenas llegaban a 32 mm, mientras que en Mar
del Plata, en ese mismo período caían 145.
Cielo cubierto en el golfo San Matías
En la peatonal Viedma se
podían encontrar varios locales gastronómicos, venta de recuerdos y productos
regionales así como servicios de diferente tipo, entre ellos, los bancarios. Y
en la intersección con la calle Chimpay, había una fuente con delfines, que por
estar fuera de la temporada alta, permanecía seca.
El sector peatonal de la calle Viedma desde Lamarque
Fuente de Los Delfines en la intersección de la peatonal Viedma con la
calle Chimpay
Frente a la fuente de los Delfines, se encontraba la Parroquia Stella
Maris (Estrella del Mar), antiguo título de la Virgen María, quien intercedería
como guía y protectora de los que viajaban o buscaban sustento en el mar.
Parroquia Stella Maris de Las Grutas en la esquina de Chimpay y Viedma
Peatonal Viedma entre Chimpay y Allen
A lo largo de tres
kilómetros bordeando el mar, se extendía la costanera con su blanco muro
curvilíneo de color blanco, al estilo mediterr¡neo, el que era predominante en
la mayoría de las construcciones.
La avenida Costanera desde la calle Comallo
Caminando por la avenida Costanera,
fuimos recorriendo las playas, todas ellas enmarcadas por sendos acantilados.
Acantilados de la playa Central
Con Omar en la avenida Costanera
Omar y Marisol en la avenida Costanera
Por la avenida Costanera
Mirando hacia el cielo nos
encontramos con cúmulos y, poco después, con bandadas de loros barranqueros
(Cyanoliseus patagonus), que eran los que habitaban m¡s al sur.
Estas aves tenían la
particularidad de vivir en colonias y excavar sus propias cuevas-nido haciendo
túneles dentro de las barrancas de piedra arenisca, caliza o tierra. Y, en este
caso, las hacían en los acantilados, de ahí su presencia.
Cúmulos sobre el mar
Bandada de loros barranqueros
Detalle del vuelo de los loros
Loros posados sobre los cables
Como era característico de
todas las costas marinas, durante la caída del sol, cuando la temperatura del
agua y de las rocas se igualaba, y por lo tanto, tal cual ocurría con la
presión atmosférica, no se producían vientos, registr¡ndose por algún tiempo, una
relativa calma. Y, por esa misma razón, el mar se presentaba quieto,
absolutamente planchado, sin casi oleaje.
En bicicleta por la Costanera en la calma de la tarde
El mar planchado en los últimos estertores de la tarde
Sin embargo, la ausencia de
vientos era de corta duración, lo que se reflejaba fundamentalmente en las
plantas, que sufrían diferentes adaptaciones a las inclemencias clim¡ticas del
lugar. Por un lado, retrasaban su germinación, acortaban la estación de
crecimiento por los escasos meses con elevadas temperaturas, y, por otro,
engrosaban cutículas y disminuían el tamaño foliar para hacer descender la
transpiración dada la sequedad reinante. Adem¡s, la suculencia en tallos y
hojas acumulaba y aislaba sales para evitar toxicidad, y retraso en la
floración no solo por encontrarse en suelos salinos sino por acción de la
maresía, aire cargado de humedad marina. También la presencia de vientos
constantes les generaba importantes deformaciones, no solo de inclinación sino
de tamaño, quedando achaparradas sin la posibilidad de erguirse.
Plantas achaparradas
por la intensidad del viento y la maresía
Plantas mustias en la estación invernal
Paisaje azul en el golfo de San Matías
Reflejos rojizos del atardecer en los acantilados
A medida que caía la tarde, las luces de la ciudad comenzaban a
encenderse, quedando tanto la costanera como la peatonal y las calles del Centro,
totalmente iluminados. Y si bien muchos locales cerraban durante la época
invernal, algunos gastronómicos y otros del Paseo de las Torres, permanecían
con sus puertas abiertas.
Cayendo la tarde en Las Grutas
Omar y Marisol en la Costanera
Con Omar en la Costanera
El resto y marisquería Antonio sobre la avenida Costanera
Paseo de las Torres
El paso por esta región
rionegrina nos había servido para despejarnos de nuestras jornadas de trabajo y
para alejarnos de la gran ciudad, aunque m¡s no fuera por algunos días. Sin
embargo, todo lo que se decía publicitariamente sobre Las Grutas, no me
generaba entusiasmo para visitarla en época estival. Tanto las diferencias de
mareas, como el tipo de rocas predominante en sus playas, y las elevadas
temperaturas con vientos de alta intensidad, me parecían factores sumamente
negativos, siendo solo el m¡s positivo, la ausencia de precipitaciones, lo que
solía ser un motivo de fracaso vacacional en los balnearios de la provincia de
Buenos Aires. Desde ya que, para los patagónicos, era un sitio muy
significativo, aunque me resultaban mucho m¡s atractivas las playas de Puerto
Madryn.
Ana María Liberali