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Asunto:NoticiasdelCeHu 282/21 - VIAJANDO: En Choele Choel y Las Grutas en pleno invierno
Fecha:Domingo, 22 de Agosto, 2021  23:38:35 (-0300)
Autor:Centro de Estudios Alexander von Humboldt <centrohumboldt1995 @.....com>

NCeHu 282/21

 

En Choele Choel y Las Grutas en pleno invierno

 

El miércoles 18 de julio de 2018 por la noche, junto con Omar y Marisol, partí desde la terminal de ómnibus de Retiro rumbo a Choele Choel. Y después de doce horas de viaje, con algunas paradas intermedias, ingresamos a la Patagonia a partir de la ciudad de Río Colorado del departamento Pichi Mahuida, en la provincia de Río Negro.

 

Ruta Nacional 22 a la altura de Río Colorado

 

 

Nos quedaban aun casi dos horas m¡s para llegar a Choele Choel,  cabecera del departamento Avellaneda en pleno Valle Medio del Río Negro.

Tras desayunar en la confitería La Terminal, caminamos unos quinientos metros por la avenida John Fitzgerald Kennedy bajo una llovizna persistente, hasta el hotel Rucantu donde nos hospedamos.

Si bien julio se caracterizaba por ser un mes de escasas precipitaciones, el mal tiempo se mantuvo durante todo el día, lo que, sumado a la baja temperatura nos impidió realizar los paseos previstos.

 

Avenida John Fitzgerald Kennedy frente a la terminal de ómnibus de Choele Choel

 

 

Para nuestra satisfacción el viernes 20 amaneció con sol radiante, un cielo azul intenso y ninguna nube, así que salimos a hacer una larga caminata por las tranquilas calles del pueblo, que en ese momento no llegaba a quince mil habitantes.

 

Por una tranquila calle de Choele Choel

 

 

En poco m¡s de diez cuadras nos encontr¡bamos junto a los terrenos linderos al río,  donde las calles, con suelos arcillosos, no habían podido infiltrar el agua caída durante la jornada anterior.

 

En los terrenos linderos al río Negro

 

 

La calle General Villegas después de la lluvia

 

 

Suelos arcillosos que no permitían infiltrar el agua de lluvia

 

 

Por la calle Almirante Brown rumbo a El Mangrullo

 

 

En realidad, los mayores atractivos se limitaban al período estival, por las posibilidades de acceder a los balnearios del río, sin embargo, para nosotros, proviniendo de una ciudad tan populosa como Buenos Aires, disfrut¡bamos de algo tan sencillo como pasear por los boulevares de la avenida General San Martín, con su ¡rboles, sus bonitas casas y la calma reinante por la casi ausencia de tr¡nsito.

 

Avenida General San Martín

 

 

Pero al día siguiente, volvió a encapotarse, y las lluvias se intensificaron, así que decidimos trasladarnos a la costa.

 

Ingreso a la terminal de ómnibus de Choele Choel bajo una intensa lluvia

 

 

A ciento noventa y cinco kilómetros se encontraba la ciudad de San Antonio Oeste, y en dieciocho kilómetros m¡s, se accedía a Las Grutas.

 

Pasando por San Antonio Oeste

 

 

Esta villa balnearia había surgido ya en 1925 como lugar de recreación de los sanantonienses, quienes hacían allí los picnics de la época.

En 1938 se consolidó la huella y, para ese entonces, ya había un viejo poblador, Don Isidro Álvarez, que como varios en la zona de los médanos de la costa, tenía un ranchito y un corral atendiendo una punta de chivas.

En 1939, un grupo de vecinos de San Antonio Oeste se unió para construir un bungalow, que fuera el único de la zona durante veinte años.

En 1945 se hizo el enripiado de la Ruta Provincial número dos, que posteriormente fuera asfaltada, y se convirtiera m¡s adelante en la avenida principal.

Pero pese a todos esos avances, la creación oficial del balneario se produjo el 30 de enero de 1960, propiciada por parte del Presidente del Consejo Municipal de San Antonio Oeste, Rubén Breciano.

En la década del ‘80 tomó pujanza como ciudad turística, con un alto índice de construcción; se entregaron cuarenta y dos lotes d¡ndose origen al barrio Residentes, adem¡s de instalarse la oficina de informes turísticos, las salas de primeros auxilios y se creó el cuerpo de bomberos voluntarios. Se pavimentó la avenida Río Negro, y el aeropuerto Saint Exupery, ubicado a medio camino entre Las Grutas y San Antonio Oeste. Para ese entonces, ya era considerado el balneario m¡s importante, no solo de la provincia  de Río Negro sino de toda la Patagonia, comenzando a ser conocido a nivel nacional.

 

Hotel Mareas del Golfo en Las Grutas

 

 

La Ruta Provincial 2 convertida en la avenida principal

 

 

Ruta Provincial 2 intersección avenida Río Negro

 

 

Una particularidad, era que, salvo contadas excepciones, la mayoría de las calles llevaban el nombre de otras localidades de la provincia, como Ingeniero Jacobacci, Viedma, Lamarque, Chimpay, Allen, Comallo, entre otras.

 

Avenida Río Negro esquina Ingeniero Jabocacci

 

 

Adem¡s de contar con hotelería para todos los bolsillos, ya que los había desde una a cuatro estrellas, existía la posibilidad de alquilar departamentos, gran parte de los cuales se encontraban en el complejo Las Torres, con una ubicación privilegiada.

Y, también, paralelamente a otras opciones de diversión, en 1988 había comenzado a funcionar un casino.

En 1991, Las Grutas ya contaba con setecientas sesenta personas residiendo en forma permanente; en 2001 había dos mil setecientos catorce habitantes; en 2010, cuatro mil ochocientos siete; y en 2018, año en que estuvimos allí, se calculaban alrededor de diez mil, increment¡ndose, a la vez, la construcción y pasando a ser el segundo centro turístico de la provincia de Río Negro, después de San Carlos de Bariloche.

 

Las Torres de Las Grutas

 

 

Hotel y Casino del Río desde Viedma y Breciano Street

 

 

Calle Viedma desde Ingeniero Jacobacci

 

 

Muy cerca de la costa se erigía la escultura “Aliento de Vida”, obra de Roberto Locatelli, que se había transformado en un ícono del lugar; y muy cerca de allí, en la plazoleta de Breciano Street, se había colocado la hélice de una embarcación, motivo marino, si los había.

 

Aliento de Vida”, un ícono de Las Grutas

 

 

Hélice de embarcación en una plazoleta de Breciano Street

 

 

Uno de los rasgos m¡s característicos de la localidad eran sus acantilados que podían alcanzar una altura de entre tres y ocho metros según los sectores, en los cuales se formaban las grutas, producto de la erosión marina, dando origen a su topónimo. Estos paredones servían de abrigo, hasta cierto punto, de los fuertes vientos característicos de la Patagonia, dando origen a un microclima en la zona del golfo de San Matías.

Debido a lo abrupto del terreno, para acceder a la playa, había que bajar por unas escaleras conocidas localmente como “bajadas”, y en gran parte de ellas se localizaba un parador, con un bar o restor¡n con terrazas hacia el mar.

Una de las m¡s importantes era la “Tercera”, ya que era la única que contaba con una rampa para embarcaciones, elegida para la pr¡ctica de deportes n¡uticos y donde se encontraban los baños públicos.

 

Amplia playa durante la bajamar desde la Tercera Bajada

 

 

Playa de Las Grutas – Bajada 3

 

 

Otra particularidad de estas playas era la gran amplitud de mareas, que permitía contar con una superficie de arena de m¡s de un kilómetro de extensión durante la bajamar. Sin embargo, durante la pleamar, movimiento que se producía en un período de poco m¡s de seis horas, el mar crecía entre ocho y diez metros respecto de la profundidad de sus aguas, llegando hasta el acantilado sin dejar espacio al descubierto. Esto habitualmente generaba, en toda la costa patagónica, graves consecuencias en quienes no conocían el comportamiento del mar en esas latitudes, por lo cual existían indicaciones dirigidas a los turistas sobre la prohibición de acampar debajo del acantilado para que no quedaran atrapados.

 

SR. TURISTA NO ACAMPE DEBAJO DEL ACANTILADO

 

 

Comienzo de la bajamar

 

 

Gran amplitud de mareas

 

 

La playa durante la bajamar

 

 

Extensa playa durante la bajamar

 

 

Pero no todas las playas eran de arena en Las Grutas, sino que en gran parte de ellas, al bajar la marea, quedaban al descubierto grandes extensiones rocosas denominadas restingas. Algunas formaban superficies planas como una calle pavimentada, absolutamente resbalosas, mientras otras emergían como bloques escabrosos dando lugar a concavidades de diferentes tamaños donde quedaba acumulada parte del agua de mar, encontr¡ndose algas, mejillines, dientes de perro o picoroco, cangrejos, peces y pulpos.

 

Gente caminando por las restingas cuando el mar se retiraba

 

 

Este balneario se destacaba por poseer las aguas m¡s c¡lidas de la costa patagónica (24 a 25°C), debido a que en el golfo San Matías se producía un importante asoleamiento de las aguas, a partir de estar relativamente m¡s quietas y protegidas, no permitiendo el ingreso al golfo de las corrientes marinas, cre¡ndose un microclima. Adem¡s, al haber gran amplitud de mareas, con las elevadas temperaturas, generaban calentamiento en las rocas y arena, transfiriendo ese calor a las aguas durante la pleamar.

Otros elementos positivos lo generaban las altas temperaturas estivales y la escasez de precipitaciones pluviales, que rondaban en 190 mm anuales. Adem¡s, debido a su elevada latitud, durante el verano la luz solar a pleno duraba alrededor de once horas. Y la transparencia del agua, lo hacían un lugar muy apreciado para la pr¡ctica de buceo.

Mientras que las temperaturas m¡ximas del verano llegaban casi a 40°C, siendo las m¡ximas medias de cerca de 26°C, en el invierno, la mínima absoluta registrada había sido de -7,3°C, siendo la mínima media de 3,2°C. Y las lluvias de los meses de enero y febrero apenas llegaban a 32 mm, mientras que en Mar del Plata, en ese mismo período caían 145.

 

Cielo cubierto en el golfo San Matías

 

 

En la peatonal Viedma se podían encontrar varios locales gastronómicos, venta de recuerdos y productos regionales así como servicios de diferente tipo, entre ellos, los bancarios. Y en la intersección con la calle Chimpay, había una fuente con delfines, que por estar fuera de la temporada alta, permanecía seca.

 

El sector peatonal de la calle Viedma desde Lamarque

 

 

Fuente de Los Delfines en la intersección de la peatonal Viedma con la calle Chimpay

 

 

Frente a la fuente de los Delfines, se encontraba la Parroquia Stella Maris (Estrella del Mar), antiguo título de la Virgen María, quien intercedería como guía y protectora de los que viajaban o buscaban sustento en el mar.

 

Parroquia Stella Maris de Las Grutas en la esquina de Chimpay y Viedma

 

 

Peatonal Viedma entre Chimpay y Allen

 

 

A lo largo de tres kilómetros bordeando el mar, se extendía la costanera con su blanco muro curvilíneo de color blanco, al estilo mediterr¡neo, el que era predominante en la mayoría de las construcciones.

 

La avenida Costanera desde la calle Comallo

 

 

Caminando por la avenida Costanera, fuimos recorriendo las playas, todas ellas enmarcadas por sendos acantilados.

 

Acantilados de la playa Central

 

 

Con Omar en la avenida Costanera

 

 

Omar y Marisol en la avenida Costanera

 

 

Por la avenida Costanera

 

 

Mirando hacia el cielo nos encontramos con cúmulos y, poco después, con bandadas de loros barranqueros (Cyanoliseus patagonus), que eran los que habitaban m¡s al sur.

Estas aves tenían la particularidad de vivir en colonias y excavar sus propias cuevas-nido haciendo túneles dentro de las barrancas de piedra arenisca, caliza o tierra. Y, en este caso, las hacían en los acantilados, de ahí su presencia.

 

Cúmulos sobre el mar

 

 

Bandada de loros barranqueros

 

 

Detalle del vuelo de los loros

 

 

Loros posados sobre los cables

 

 

Como era característico de todas las costas marinas, durante la caída del sol, cuando la temperatura del agua y de las rocas se igualaba, y por lo tanto, tal cual ocurría con la presión atmosférica, no se producían vientos, registr¡ndose por algún tiempo, una relativa calma. Y, por esa misma razón, el mar se presentaba quieto, absolutamente planchado, sin casi oleaje.

 

En bicicleta por la Costanera en la calma de la tarde

 

 

El mar planchado en los últimos estertores de la tarde

 

 

Sin embargo, la ausencia de vientos era de corta duración, lo que se reflejaba fundamentalmente en las plantas, que sufrían diferentes adaptaciones a las inclemencias clim¡ticas del lugar. Por un lado, retrasaban su germinación, acortaban la estación de crecimiento por los escasos meses con elevadas temperaturas, y, por otro, engrosaban cutículas y disminuían el tamaño foliar para hacer descender la transpiración dada la sequedad reinante. Adem¡s, la suculencia en tallos y hojas acumulaba y aislaba sales para evitar toxicidad, y retraso en la floración no solo por encontrarse en suelos salinos sino por acción de la maresía, aire cargado de humedad marina. También la presencia de vientos constantes les generaba importantes deformaciones, no solo de inclinación sino de tamaño, quedando achaparradas sin la posibilidad de erguirse.

 

Plantas achaparradas por la intensidad del viento y la maresía

 

 

Plantas mustias en la estación invernal

 

 

Paisaje azul en el golfo de San Matías

 

 

Reflejos rojizos del atardecer en los acantilados

 

 

A medida que caía la tarde, las luces de la ciudad comenzaban a encenderse, quedando tanto la costanera como la peatonal y las calles del Centro, totalmente iluminados. Y si bien muchos locales cerraban durante la época invernal, algunos gastronómicos y otros del Paseo de las Torres, permanecían con sus puertas abiertas.

 

Cayendo la tarde en Las Grutas

 

 

Omar y Marisol en la Costanera

 

 

Con Omar en la Costanera

 

 

El resto y marisquería Antonio sobre la avenida Costanera

 

 

Paseo de las Torres

 

 

El paso por esta región rionegrina nos había servido para despejarnos de nuestras jornadas de trabajo y para alejarnos de la gran ciudad, aunque m¡s no fuera por algunos días. Sin embargo, todo lo que se decía publicitariamente sobre Las Grutas, no me generaba entusiasmo para visitarla en época estival. Tanto las diferencias de mareas, como el tipo de rocas predominante en sus playas, y las elevadas temperaturas con vientos de alta intensidad, me parecían factores sumamente negativos, siendo solo el m¡s positivo, la ausencia de precipitaciones, lo que solía ser un motivo de fracaso vacacional en los balnearios de la provincia de Buenos Aires. Desde ya que, para los patagónicos, era un sitio muy significativo, aunque me resultaban mucho m¡s atractivas las playas de Puerto Madryn.

 

Ana María Liberali