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Asunto:NoticiasdelCeHu =?UTF-8?Q?236=2F21_=2D_VIAJANDO=3A_En_el_Zool=C3=B3gico_Nacional_de_Chil?= =?UTF-8?Q?e?=
Fecha:Jueves, 15 de Julio, 2021  03:02:50 (-0300)
Autor:Centro de Estudios Alexander von Humboldt <centrohumboldt1995 @.....com>

NCeHu 236/21

 

En el Zoológico Nacional de Chile

 

El s¡bado 18 fuimos al Zoológico Nacional, al que se accedía a través de un funicular, ya que se encontraba en la ladera del cerro San Cristóbal. Y ya al comenzar el ascenso tuvimos una vista parcial de Santiago, pudiendo distinguir algunos edificios como el de la sede Bellavista de la Universidad San Sebasti¡n.

 

Vista parcial de Santiago desde el funicular del cerro San Cristóbal

 

 

Los edificios de la ciudad y el reciento de los huemules desde el funicular

 

 

El techo rojo era de la sede Bellavista de la Universidad San Sebasti¡n

 

 

Si bien existían cuestionamientos respecto del encierro de los animales, entre los principales objetivos de este zoo se destacaban la conservación e investigación de las especies que en él habitaban, adem¡s de las rescatadas, así como la educación y la recreación del público visitante.

Habiendo existido exposiciones previas, este zoológico había sido inaugurado en 1925. Y en 2012, año en que nos encontr¡bamos allí, poseía una superficie de casi cinco hect¡reas de recintos con una población de m¡s de mil animales distribuidos en ciento cincuenta y ocho especies. De todos ellos eran autóctonos el veinticuatro por ciento de los mamíferos y un treinta y siete por ciento de las aves; y trabajaban m¡s de cincuenta personas entre veterinarios, cuidadores, guías educativos, aseadores y administrativos.

Martín, primeramente, se detuvo junto a los huemules, especie que se encontraba protegida en Chile prohibiéndose su caza, tenencia, posesión, captura, transporte y comercialización. Asimismo, a nivel internacional se encontraba clasificada en la categoría EN PELIGRO DE EXTINCIÓN por la UICN (Lista Roja de Especies Amenazadas), estaba incluida en el Apéndice 1 de la CITES (Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de la Fauna y Flora Silvestres), y en el de la CMS (Convención sobre la Conservación de Especies Migratorias de la Fauna Silvestre). Adicionalmente, en 2006, esta especie había sido declarada Monumento Natural por el Ministerio de Agricultura y en peligro de extinción por el Ministerio Secretaría General de la Presidencia de Chile. La distribución en territorio chileno había quedado limitada al sector patagónico, desapareciendo por completo de la región central, por lo cual un conjunto de organizaciones tanto gubernamentales como privadas, acordaron planes en pos de la recuperación de este ciervo emblem¡tico.

 

Martín junto a los huemules, una especie en peligro de extinción

 

 

Pero en cuanto vio a los monitos hacer sus travesuras, Martín se instaló r¡pidamente junto a ellos por un tiempo mayor.

El mono Cai, característico de ambientes boscosos o selv¡ticos, era uno de los que había sido objeto de intenso tr¡fico ilegal, por la dañina afición de utilizar primates como mascotas. Su vida se estimaba en veintiocho años a nivel silvestre y en treinta y cinco en cautiverio.

 

Haciendo monerías

 

 

Después continuó su visita al sitio donde se encontraban las jirafas, otro animal que a él siempre le había llamado la atención.

La habitante de sabanas y estepas arboladas se alimentaba de hojas y brotes de ¡rboles y arbustos, así como de semillas y frutos. Tenía una sola cría después de catorce o quince meses de gestación, y su esperanza de vida era de veintiséis años.

 

Dos ejemplares de jirafas

 

 

Acerc¡ndonos a una jirafa

 

 

Con Omar nos detuvimos a observar las especies acu¡ticas, tanto aves como peces. Y una de las que m¡s me agradaba era el cisne de cuello negro, asiduo habitante de lagos y ríos.

Ponía sus huevos en nidos flotantes que construía con palitos, ramas y hojas; se alimentaba a partir de plantas acu¡ticas y algas, raramente de insectos, y vivía alrededor de cuarenta años.

 

Omar junto a los cisnes de cuello negro

 

 

Una gran pecera

 

 

La laguna de los patos

 

 

Grande fue nuestra sorpresa cuando vimos las incubadoras donde habían nacido los pichones de flamencos altoandinos, que este zoológico tenía como objetivo recuperar.

Estas llamativas aves zancudas habitaban lagunas y salares, incluso sobre los cuatro mil quinientos metros de altura sobre el nivel del mar, aliment¡ndose de micro crust¡ceos y copépodos que se desarrollaban en el barro de las lagunas, estuarios, canales y ríos. Y el color rosado de sus plumas lo obtenían gracias a un pigmento llamado caroteno, presente justamente en los invertebrados que consumían.

Esta especie silvestre nativa de Chile se distribuía a lo largo de todo el territorio nacional y era considerada una “especie centinela”, capaz de detectar cambios negativos en el ambiente donde habitaba. Sin embargo, tanto en el norte como en Chile central, había aumentado la mortalidad desde el año 1986, razón por la cual, adem¡s de identificar potenciales enfermedades, se habían dado recomendaciones dirigidas a disminuir el impacto de las actividades turísticas cercanas a los salares.

 

Flamencos altoandinos

 

 

La laguna de los flamencos

 

 

Incubadora con la cría de los flamencos

 

 

Luego ingresamos al aviario, una enorme jaula donde se intentaba mantener en una mayor libertad relativa a un grupo heterogéneo de aves, entre las cuales había desde palomas y loritos hasta pavos reales.

Una variedad de loritos que se destacaban por su intenso colorido era el agapornis, oriundo del continente africano, que se caracterizaba por ser juguetón y cantarín. Su nombre estaba formado por los vocablos “agape”, y “ornis”, que en griego significaban “amor” y “ave”, respectivamente, por lo cual se lo conocía como el “p¡jaro del amor”, ya que adoraba vivir en pareja.

 

Entrada al aviario

 

 

Martín mirando la ciudad desde el aviario

 

 

Palomas y loritos

 

 

El pavo real

 

 

Palomas y agapornis aliment¡ndose

 

 

Lorito multicolor junto al alimento

 

 

Variedad de aves

 

 

Este zoológico, al estar ubicado en la falda de un cerro, tenía la ventaja de contar con espectaculares vistas de la ciudad, sin verse perjudicado por el neblumo. Pero, por otro lado, se hacía m¡s difícil el desplazamiento debido a los diferentes desniveles que presentaba con sus consecuentes escalinatas. Y eso complicaba el andar de mi mam¡, que en ese momento tenía ya ochenta y nueve años. Sin embargo, contamos con la ayuda permanente de los guías del lugar.

 

Mi mam¡ en el mirador del zoo

 

 

Otro animalito interesante era la suricata, habitante de sabanas secas y arenosas.

A pesar de las limitaciones de su h¡bitat natural, la alimentación era bastante variada, ya que consumía insectos, pequeños vertebrados, huevos y vegetales. Vivía en grandes colonias de m¡s de veinte individuos, y siempre estaban protegidos ya que uno de ellos actuaba de centinela erguido sobre sus patas. La longevidad era de diez a doce años.

 

Mural de suricatas

 

 

Suricata actuando como centinela

 

 

Muy cerca llegamos al recinto del quique, que originariamente habitara llanuras y zonas rocosas con vegetación. Se alimentaba a base de aves y pequeños mamíferos, y a pesar de contar con mucho pelo, las crías nacían desnudas y ciegas. Su tiempo de vida era de aproximadamente diez años.

 

Quique

 

 

Un quique despert¡ndose

 

 

El quique desplaz¡ndose

 

 

También el elefante era admirado por Martín. Originario de la sabana africana, era absolutamente hervíboro, comiendo hierbas, hojas, ramas, cortezas, frutas, flores y raíces, pero el consumo de agua era muy elevado, pudiendo llegar a requerir de unos ciento noventa litros al día. Su longevidad oscilaba entre cincuenta y ochenta años.

 

El infaltable elefante

 

 

Había mucho m¡s para ver, pero, entre las dificultades que se le presentaban a mi mam¡ para trasladarse de un punto a otro, las extensas paradas que hacía Martín ante los animales que m¡s le gustaban y la elevada temperatura al sol, decidimos dar por finalizada nuestra recorrida.

Y mientras Omar y Martín se instalaron cómodamente en una mesa de un local gastronómico a tomar un cafecito, yo fui con mi mam¡ a la tienda de recuerdos a comprar regalos para la familia, donde estaban reproducidos en peluche los animales del zoo. Y fue entonces que ella le compró a Martín un tigrecito que él se colgó del cuello, y a mí, como si fuera una niña, una leona a la que le puse de nombre Leoncia.

 

Omar y Martín tomando un cafecito

 

 

Leoncia, la peluche que me regaló mi mam¡

 

 

Desde el mirador de la terraza Bellavista en la cima del cerro San Cristóbal, tuvimos una visión panor¡mica, pudiendo distinguir una serie de sitios emblem¡ticos como el parque Forestal, el barrio Bellavista, la autopista Costanera Norte, el barrio Lastarria, el cerro Santa Lucía, el Movistar Arena y los edificios del Centro de Santiago.

 

Mi mam¡ junto a Santiago panor¡mico

 

 

Vista panor¡mica de Santiago

 

 

Martín con su tigre colgado del cuello y Omar en el mirador del cerro San Cristóbal

 

 

El parque Forestal en el centro de la fotografía, y en forma de tri¡ngulo verde el cerro Santa Lucía

 

 

El barrio Bellavista desde el mirador del cerro San Cristóbal

 

 

Vista de Santiago hacia la autopista Costanera Norte

 

 

El barrio Lastarria, el cerro Santa Lucía y el estadio Movistar Arena

 

 

Cerro Santa Lucía, Movistar Arena y edificios del Centro de Santiago

 

 

Y subiendo un poquito m¡s, exactamente en la cumbre del cerro San Cristóbal, a unos ochocientos sesenta y tres metros sobre el nivel del mar, llegamos al Santuario de la Inmaculada Concepción, uno de los principales lugares de culto de la Iglesia Católica de Chile, adem¡s de ser un ícono de la ciudad. En abril de 1987 fue visitado por Su Santidad Juan Pablo II, desde donde bendijo a la ciudad y al país.

 

Imagen de la Inmaculada Concepción

 

 

Había sido un día intenso, todos est¡bamos cansados, sin embargo, después de la cena, Martín pretendió salir a hacer una caminata, y detenerse en una confitería para disfrutar de un café con leche.

 

Un café con leche después de cenar

 

 

Ana María Liberali

 





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