NCeHu 819/03
La nueva realidad
argentina en España |
Por Abel Posse Para LA
NACION |
MADRID Mientras España,
pese a las recientes crisis políticas, culmina los mejores años de prosperidad y
de proyección internacional, en la Argentina, Brasil y América Latina en general
se inicia un nuevo ciclo, que pondrá a prueba a la diplomacia española en su
poder de adaptación y respuesta.
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La
Argentina convalece de una década de vaciamiento en la que, en nombre de un
seudoliberalismo de apertura unilateral y de mercantilismo arrasador, en vez de
haber desembocado en la bonanza del Primer Mundo, el país más integrado del
continente alcanzó las cifras del tercermundismo más agudo.
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De
treinta y siete millones de habitantes, la tercera parte de la población, en
todas las clases sociales, experimenta un retroceso hacia la pobreza o el
hambre. Por primera vez en su feliz historia, hay en la Argentina más pobres que
bienestantes. Se demolió la clase media, que es el centro del equilibrio
democrático y cultural.
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La
ceguera de muchos economicistas debe ceder ante esta evidencia. Para un médico,
todas las teorías deben callar ante la evidencia del paciente muerto. Lo que
sirvió y dio salud a algún otro no funcionó para éste. Sean el Consenso de
Washington, la globalización (neoimperial) o el economicismo asimétrico, de
Norte a Sur, lo cierto es que, pese a las bendiciones del Fondo Monetario
Internacional durante aquella década, el fracaso está a la vista de todos,
aunque el dolor lo sienta sólo la Argentina en sus llagas.
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Cerca de Brasil
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Esta realidad nos acerca a
Brasil, que, por otras causas, padece también una exclusión endémica del tercio
de su población.
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Ambas naciones tenemos que
reaccionar desde la convicción de que con vastos sectores de excluidos podrán
hacerse negocios -como se hicieron- pero no puede construirse estabilidad,
prosperidad, verdadero desarrollo sustentable. Los dos países están unidos en la
convicción de que debe ser prioritario el saneamiento social, por razones
morales y por razones económicas (el excluido será integrado como ciudadano,
como productor y como consumidor).
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Las
respuestas políticas novedosas no pasan por la ideología. No son socialistas en
el sentido europeo, porque no están inficionadas por un criterio de lucha de
clases o de cosmovisión anticapitalista. Son movilizaciones justicialistas,
peronistas, de raíz más socialcristiana que socialdemócrata. En España no se
comprendió al peronismo. Y pienso que hoy no se comprende que después de la
tremenda crisis resurja con el 63 por ciento del electorado nacional y el 75 por
ciento de apoyo popular al presidente Néstor Kirchner, después del desastre
causado por un peronista (circunstancialmente "herético"), el presidente Menem.
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España debería comprender
con menos prevenciones el laberinto borgeano de la política argentina. Lo que se
dio en los años 90 fue lo anormal.
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Sabemos que numerosas
empresas españolas ganaron mucho en esa década, al punto de que se puede decir
que España se inauguró como importante y exitoso país inversionista por la
puerta de la Argentina (Repsol-YPF es la prueba acabada de ese éxito español).
Pero, pese a la eficiencia en los servicios, la banca y tantas empresas
beneficiosas, los españoles deben comprender que en esos años y con una conducta
económica de entrega y de corrupción, se selló la agonía del empresariado
argentino y la tercermundización antes señalada, hecho ineludible para juzgar el
bien o el mal de una etapa histórica.
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Hoy
nos reencontramos con estas dos verdades: la de los inversionistas españoles y
la del presidente Kirchner en su visita a España.
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Sólo un país sano social y
democráticamente puede ser fuente de prosperidad y buenos negocios. La
Argentina, desde hace ocho meses, da muestras de inesperado poder de
recuperación. Es un gran pueblo que, sufrida la mayor desilusión, se repone y
crece. (Las cifras descolocan a los economicistas, que todavía no comprenden el
proceso.)
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España requiere seguridad
jurídica y justa negociación de sus intereses. Estamos en la misma barca, pero
embocamos otro río. De parte argentina, no se esperan nostalgias sin retorno.
Quisiéramos que España nos acompañara en esta batalla esencial, de fondo.
Quisiéramos un compromiso entrañable para enfrentar esa insoportable asimetría
de una libertad de mercados que va de Norte a Sur, mientras que del Sur al Norte
son trabas, subsidios, barreras y exclusiones. En suma: queremos a la grande y
querida España de socia en la importante empresa iberoamericana.
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Ante los alarmantes
proyectos de leyes migratorias del gobierno español, la Argentina espera que
esos miles de sus ciudadanos que llegaron en los últimos tres años, movidos por
una angustia económica similar a la de los millones de españoles que en
diferentes crisis fueron recibidos por la Argentina, reciban un trato
preferencial y sean objeto de consideración y respeto. Que sean tratados como
hermanos consanguíneos y no dentro de "las generales de la ley". Nos une en este
aspecto una larga tradición y creemos que España podría crear un sistema
diferente y un acuerdo migratorio bilateral.
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La
Argentina, Brasil y nuestra América del Sur no se resignan a una idea
trasnochada y militarista de unipolaridad, que no sería más que la antesala de
otra ruinosa hegemonía. Exigimos el principio de no intervención y el respeto de
todos los pueblos de América Latina.
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Creemos que España debe
estar inequívocamente en esa Iberoamérica, en esa voluntad de afirmar y
consolidar un sistema jurídico y moral internacional, respetado por todos,
encarnado en las Naciones Unidas, única forma de ayudar a los débiles, a los
emergentes y a los más fuertes, que pueden sentirse tentados de arruinar su
historia de humanismo en el desvío de la violencia y el militarismo.
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España nos apoyó en
solitario, en el más largo y duro año de nuestra historia, el 2002. Tanto la
Corona como el Gobierno fueron nuestros incansables abogados ante los foros
económicos.
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En
estas perspectivas, la visita del presidente Kirchner, después de la de Lula da
Silva, puede ser un recomienzo, una sintonía de sensibilidades todavía no del
todo acordadas diplomáticamente y, antes que nada, la reanudación de una larga
amistad basada en la consanguinidad y esa cultura moral, cristiana, que nos
apuebla, como diría el enorme Ortega.
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El autor es
escritor y embajador de la República Argentina ante el Reino de España.
.Fuente:
Diario La Nación, del 17 de julio de 2003. Buenos
Aires. |