NCeHu 212/20
Anocheciendo en Santorini
Ya avanzada la tarde salí a caminar con Nilda por Fira, la capital de Santorini. Nuestra idea era llegar a la costa, pero las calles que conducían hacia el mar, desde el hotel Tataki, se encontraban cerradas por propiedades privadas que impedían el paso.
Por otra parte, nos habían recomendado ver el atardecer desde la localidad de Oia, en el extremo noroeste de la isla, que estaba a diez kilómetros de nuestra posición. Entonces, fuimos hasta una parada de taxis y pedimos un presupuesto para ir hasta ese lugar, tomar fotografías y regresar a Fira.
Evidentemente la puesta del sol era muy bonita desde allí, donde podíamos ver el mar, ya que el pueblo, tenía sus casas blancas construidas entre acantilados escarpados.

Puesta de sol en Oia, en el extremo noroeste de la isla Santorini

Costanera de Oia
Era increíble la cantidad de iglesias y capillas que encontrábamos a cada paso. Y el taxista nos explicó que la profusión de centros de culto se había debido a que históricamente, la mayor parte de los hombres habían sido pescadores; y por esa razón, cada familia solía construir una capilla para orar por el regreso seguro del ser querido embarcado. Por otra parte, también se habían levantado ermitas como acción de gracias cuando regresaban después de haberse encomendado a algún santo habiendo logrado sobrevivir a tormentas, tempestades u otras situaciones peligrosas sufridas.
Una de las iglesias más emblemáticas de Oia era Agios Georgios, con su característica cúpula redondeada de color azul, y su arco de ingreso al complejo religioso.

Iglesia Agios Georgios en Oia

Vista de la costa de Oia desde una pequeña capilla
Poco a poco fue oscureciendo, mientras, además de los rojizos tonos en el firmamento, podíamos disfrutar del silencio, y de un perfume en el aire muy especial.
Más tarde pasamos por Finikia, otro pueblo cercano a Oia, y regresamos a Fira, cuando ya era noche cerrada.
Como habíamos quedado muy conformes con el paseo, programamos una nueva recorrida para el día siguiente por la mañana para conocer la isla con la luz del día.

Regresando a Fira, ya de noche
La temperatura había comenzado a descender, y, estando fuera de temporada, ya no había casi gente en las calles; pero no podíamos dejar pasar esa noche sin darnos el gusto de probar algún plato típico. Así que nos ubicamos en un restorán coqueto, donde ordenamos unos enormes champignones al vino con salsa agridulce acompañados por papas gratinadas con queso de Creta. Nilda prefirió vino tinto, y yo, blanco semi-dulce de bodega Santo, producidos en la isla. La atención fue exquisita, y si bien no pensábamos servirnos postre, nos trajeron natillas como gentileza de la casa. Y para cerrar la cena, Nilda pidió un café manchado, y yo, un café griego.
Ana María Liberali