Breve introducción del editor
La tarde el 25 de marzo de 1977 Rodolfo Walsh fue
acribillado a balazos en una esquina de Buenos Aires por miembros del Grupo de
Tareas 3.3.2 de la Armada, patota que tenía su base operacional en la
ESMA.
Hacía tiempo que le seguían los pasos. Su casa en una isla
del Tigre, como comienza relatando en la carta, había sido allanada medio año
atrás, en la misma época que había caído su querida hija Victoria durante un
ataque del Ejército genocida.
Sabía que los tiempos eran muy difíciles. Pero sabía mucho
más que estaba obligado a dar testimonio, a publicar toda la información que
había acumulado en ese año de dictadura sangrienta. Y no temió. Y ensobró copias
de la Carta Abierta que repartieron con su compañera Lilia Ferreyra entre
periodistas, medios y agencias de noticias. Es historia conocida que, pese a
estar comprobada la recepción de la Carta, ninguno de esos medios publicó
siquiera fragmentos del texto, ni ese día ni durante años.
Con la certeza de ser perseguido, aquella tarde llevaba,
junto a un portafolios con copias de la carta y el boleto de compra venta de su
casa de San Vicente, una pistola calibre 22. Muchos dirían luego que ese arma no
había cumplido otra función que lo que para muchos de sus compañeros cumplió la
pastilla de cianuro.
Los verdugos de Walsh quisieron por todos los medios que
esa carta no circulara. Tarde piaron.
Carta abierta de un escritor a la Junta
Militar
1
La censura de prensa, la persecución a intelectuales, el
allanamiento de mi casa en el Tigre, el asesinato de amigos queridos y la
pérdida de una hija que murió combatiéndolos, son algunos de los hechos que me
obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado
libremente como escritor y periodista durante casi treinta años.
El primer aniversario de esta Junta Militar ha motivado un
balance de la acción de gobierno en documentos y discursos oficiales, donde lo
que ustedes llaman aciertos son errores, los que reconocen como errores son
crímenes y lo que omiten son calamidades.
El 24 de marzo de 1976 derrocaron ustedes a un gobierno
del que formaban parte, a cuyo desprestigio contribuyeron como ejecutores de su
política represiva, y cuyo término estaba señalado por elecciones convocadas
para nueve meses más tarde. En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue
el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso
democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y
agravaron.
Ilegítimo en su origen, el gobierno que ustedes ejercen
pudo legitimarse en los hechos recuperando el programa en que coincidieron en
las elecciones de 1973 el ochenta por ciento de los argentinos y que sigue en
pie como expresión objetiva de la voluntad del pueblo, único significado posible
de ese “ser nacional” que ustedes invocan tan a menudo.
Invirtiendo ese camino han restaurado ustedes la corriente
de ideas e intereses de minorías derrotadas que traban el desarrollo de las
fuerzas productivas, explotan al pueblo y disgregan la Nación. Una política
semejante sólo puede imponerse transitoriamente prohibiendo los partidos,
interviniendo los sindicatos, amordazando la prensa e implantando el terror más
profundo que ha conocido la sociedad argentina.
2
Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil
muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror.
Colmadas las cárceles ordinarias, crearon ustedes en las principales
guarniciones del país virtuales campos de concentración donde no entra ningún
juez, abogado, periodista, observador internacional.
El secreto militar de los procedimientos, invocado como
necesidad de la investigación, convierte a la mayoría de las detenciones en
secuestros que permiten la tortura sin límite y el fusilamiento sin juicio. Más
de siete mil recursos de hábeas corpus han sido contestados negativamente este
último año. En otros miles de casos de desaparición el recurso ni siquiera se ha
presentado porque se conoce de antemano su inutilidad o porque no se encuentra
abogado que ose presentarlo después que los cincuenta o sesenta que lo hacían
fueron a su turno secuestrados.
De este modo han despojado ustedes a la tortura de su
límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de
presentarlo al juez en diez días según manda una ley que fue respetada aún en
las cumbres represivas de anteriores dictaduras. La falta de límite en el tiempo
ha sido complementada con la falta de límite en los métodos, retrocediendo a
épocas en que se operó directamente sobre las articulaciones y las vísceras de
las víctimas, ahora con auxiliares quirúrgicos y farmacológicos de que no
dispusieron los antiguos verdugos.
El potro, el torno, el despellejamiento en vida, la sierra
de los inquisidores medievales reaparecen en los testimonios junto con la picana
y el “submarino”, el soplete de las actualizaciones contemporáneas. Mediante
sucesivas concesiones al supuesto de que el fin de exterminar a la guerrilla
justifica todos los medios que usan, han llegado ustedes a la tortura absoluta,
intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información
se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso
de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que
perdió el verdugo, que ustedes mismos han perdido.
3
La negativa de esa Junta a publicar los nombres de los
prisioneros es asimismo la cobertura de una sistemática ejecución de rehenes en
lugares descampados y horas de la madrugada con el pretexto de fraguados
combates e imaginarias tentativas de fuga.
Extremistas que panfletean el campo, pintan acequias o se
amontonan de a diez en vehículos que se incendian son los estereotipos de un
libreto que no está hecho para ser creído sino para burlar la reacción
internacional ante ejecuciones en regla mientras en lo interno se subraya el
carácter de represalias desatadas en los mismos lugares y en fecha inmediata a
las acciones guerrilleras.
Setenta fusilados tras la bomba en Seguridad Federal, 55
en respuesta a la voladura del Departamento de Policía de La Plata, 30 por el
atentado en el Ministerio de Defensa, 40 en la Masacre del Año Nuevo que siguió
a la muerte del coronel Castellanos, 19 tras la explosión que destruyó la
comisaría de Ciudadela forman parte de 1.200 ejecuciones en 300 supuestos
combates donde el oponente no tuvo heridos y las fuerzas a su mando no tuvieron
muertos.
Depositarios de una culpa colectiva abolida en las normas
civilizadas de justicia, incapaces de influir en la política que dicta los
hechos por los cuales son represaliados, muchos de esos rehenes son delegados
sindicales, intelectuales, familiares de guerrilleros, opositores no armados,
simples sospechosos a los que se mata para equilibrar la balanza de las bajas
según la doctrina extranjera de “cuenta-cadáveres” que usaron los SS en los
países ocupados y los invasores en Vietnam.
El remate de guerrilleros heridos o capturados en combates
reales es asimismo una evidencia que surge de los comunicados militares que en
un año atribuyeron a la guerrilla 600 muertos y sólo 10 o 15 heridos, proporción
desconocida en los más encarnizados conflictos. Esta impresión es confirmada por
un muestreo periodístico de circulación clandestina que revela que entre el 18
de diciembre de 1976 y el 3 de febrero de 1977, en 40 acciones reales, las
fuerzas legales tuvieron 23 muertos y 40 heridos, y la guerrilla 63
muertos.
Más de cien procesados han sido igualmente abatidos en
tentativas de fuga cuyo relato oficial tampoco está destinado a que alguien lo
crea sino a prevenir a la guerrilla y Ios partidos de que aún los presos
reconocidos son la reserva estratégica de las represalias de que disponen los
Comandantes de Cuerpo según la marcha de los combates, la conveniencia didáctica
o el humor del momento. Así ha ganado sus laureles el general Benjamín Menéndez,
jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, antes del 24 de marzo con el asesinato de
Marcos Osatinsky, detenido en Córdoba, después con la muerte de Hugo Vaca
Narvaja y otros cincuenta prisioneros en variadas aplicaciones de la ley de fuga
ejecutadas sin piedad y narradas sin pudor.
El asesinato de Dardo Cabo, detenido en abril de 1975,
fusilado el 6 de enero de 1977 con otros siete prisioneros en jurisdicción del
Primer Cuerpo de Ejército que manda el general Suárez Masson, revela que estos
episodios no son desbordes de algunos centuriones alucinados sino la política
misma que ustedes planifican en sus estados mayores, discuten en sus reuniones
de gabinete, imponen como comandantes en jefe de las 3 Armas y aprueban como
miembros de la Junta de Gobierno.
4
Entre mil quinientas y tres mil personas han sido
masacradas en secreto después que ustedes prohibieron informar sobre hallazgos
de cadáveres que en algunos casos han trascendido, sin embargo, por afectar a
otros países, por su magnitud genocida o por el espanto provocado entre sus
propias fuerzas.
Veinticinco cuerpos mutilados afloraron entre marzo y
octubre de 1976 en las costas uruguayas, pequeña parte quizás del cargamento de
torturados hasta la muerte en la Escuela de Mecánica de la Armada, fondeados en
el Río de la Plata por buques de esa fuerza, incluyendo el chico de 15 años,
Floreal Avellaneda, atado de pies y manos, “con lastimaduras en la región anal y
fracturas visibles” según su autopsia.
Un verdadero cementerio lacustre descubrió en agosto de
1976 un vecino que buceaba en el Lago San Roque de Córdoba, acudió a la
comisaría donde no le recibieron la denuncia y escribió a los diarios que no la
publicaron. Treinta y cuatro cadáveres en Buenos Aires entre el 3 y el 9 de
abril de 1976, ocho en San Telmo el 4 de julio, diez en el Río Luján el 9 de
octubre, sirven de marco a las masacres del 20 de agosto que apilaron 30 muertos
a 15 kilómetros de Campo de Mayo y 17 en Lomas de Zamora.
En esos enunciados se agota la ficción de bandas de
derecha, presuntas herederas de las 3 A de López Rega, capaces de atravesar la
mayor guarnición del país en camiones militares, de alfombrar de muertos el Río
de la Plata o de arrojar prisioneros al mar desde los transportes de la Primera
Brigada Aérea 7, sin que se enteren el general Videla, el almirante Massera o el
brigadier Agosti.
Las 3 A son hoy las 3 Armas, y la Junta que ustedes
presiden no es el fiel de la balanza entre “violencias de distintos signos” ni
el árbitro justo entre “dos terrorismos”, sino la fuente misma del terror que ha
perdido el rumbo y sólo puede balbucear el discurso de la muerte.
La misma continuidad histórica liga el asesinato del
general Carlos Prats, durante el anterior gobierno, con el secuestro y muerte
del general Juan José Torres, Zelmar Michelini, Héctor Gutiérrez Ruíz y decenas
de asilados en quienes se ha querido asesinar la posibilidad de procesos
democráticos en Chile, Boliva y Uruguay.
La segura participación en esos crímenes del Departamento
de Asuntos Extranjeros de la Policía Federal, conducido por oficiales becados de
la CIA a través de la AID, como los comisarios Juan Gattei y Antonio Gettor,
sometidos ellos mismos a la autoridad de Mr. Gardener Hathaway, Station
Chief de la CIA en Argentina, es semillero de futuras revelaciones como las que
hoy sacuden a la comunidad internacional que no han de agotarse siquiera cuando
se esclarezcan el papel de esa agencia y de altos jefes del Ejército,
encabezados por el general Menéndez, en la creación de la Logia Libertadores de
América, que reemplazó a las 3 A hasta que su papel global fue asumido por esa
Junta en nombre de las 3 Armas.
Este cuadro de exterminio no excluye siquiera el arreglo
personal de cuentas como el asesinato del capitán Horacio Gándara, quien desde
hace una década investigaba los negociados de altos jefes de la Marina, o del
periodista de “Prensa Libre” Horacio Novillo apuñalado y calcinado, después que
ese diario denunció las conexiones del ministro Martínez de Hoz con monopolios
internacionales.
A la luz de estos episodios cobra su significado final la
definición de la guerra pronunciada por uno de sus jefes: “La lucha que libramos
no reconoce límites morales ni naturales, se realiza más allá del bien y del
mal”
5
Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo
civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo
argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes
incurren. En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la
explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de
seres humanos con la miseria planificada.
En un año han reducido ustedes el salario real de los
trabajadores al 40 %, disminuido su participación en el ingreso nacional al
30 %, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero
para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no
persisten ni en los últimos reductos coloniales
Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben
en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva,
prohibiendo asambleas y comisiones internas, alargando horarios, elevando la
desocupación al récord del 9 % prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos
despidos, han retrotraído las relaciones de producción a los comienzos de la era
industrial, y cuando los trabajadores han querido protestar los han calificado
de subversivos, secuestrando cuerpos enteros de delegados que en algunos casos
aparecieron muertos, y en otros no aparecieron.
Los resultados de esa política han sido fulminantes. En
este primer año de gobierno el consumo de alimentos ha disminuido el 40 %,
el de ropa más del 50 %, el de medicinas ha desaparecido prácticamente en
las capas populares. Ya hay zonas del Gran Buenos Aires donde la mortalidad
infantil supera el 30 %, cifra que nos iguala con Rhodesia, Dahomey o las
Guayanas; enfermedades como la diarrea estival, las parasitosis y hasta la rabia
en que las cifras trepan hacia marcas mundiales o las superan.
Como si esas fueran metas deseadas y buscadas, han
reducido ustedes el presupuesto de la salud pública a menos de un tercio de los
gastos militares, suprimiendo hasta los hospitales gratuitos mientras centenares
de médicos, profesionales y técnicos se suman al éxodo provocado por el terror,
los bajos sueldos o la “racionalización”. Basta andar unas horas por el Gran
Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió
en una villa miseria de diez millones de habitantes.
Ciudades a media luz, barrios enteros sin agua porque las
industrias monopólicas saquean las napas subterráneas, millares de cuadras
convertidas en un solo bache porque ustedes sólo pavimentan los barrios
militares y adornan la Plaza de Mayo, el río más grande del mundo contaminado en
todas sus playas porque los socios del ministro Martínez de Hoz arrojan en él
sus residuos industriales, y la única medida de gobierno que ustedes han tomado
es prohibir a la gente que se bañe.
Tampoco en las metas abstractas de la economía, a las que
suelen llamar “el país”, han sido ustedes más afortunados. Un descenso del
producto bruto que orilla el 3 %, una deuda exterior que alcanza a 600
dólares por habitante, una inflación anual del 400 %, un aumento del
circulante que en sólo una semana de diciembre llegó al 9 %, una baja del
13 % en la inversión externa constituyen también marcas mundiales, raro
fruto de la fría deliberación y la cruda inepcia.
Mientras todas las funciones creadoras y protectoras del
Estado se atrofian hasta disolverse en la pura anemia, una sola crece y se
vuelve autónoma. Mil ochocientos millones de dólares que equivalen a la mitad de
las exportaciones argentinas presupuestados para Seguridad y Defensa en 1977,
cuatro mil nuevas plazas de agentes en la Policía Federal, doce mil en la
provincia de Buenos Aires con sueldos que duplican el de un obrero industrial y
triplican el de un director de escuela, mientras en secreto se elevan los
propios sueldos militares a partir de febrero en un 120 %, prueban que no
hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y de la muerte, único
campo de la actividad argentina donde el producto crece y donde la cotización
por guerrillero abatido sube más rápido que el dólar.
6
Dictada por el Fondo Monetario Internacional según una
receta que se aplica indistintamente al Zaire o a Chile, a Uruguay o a
Indonesia, la política económica de esa Junta sólo reconoce como beneficiarios a
la vieja oligarquía ganadera, la nueva oligarquía especuladora y un grupo
selecto de monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las
automotrices, la U.S.Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el
ministro Martínez de Hoz y todos los miembros de su gabinete.
Un aumento del 722 % en los precios de la producción
animal en 1976 define la magnitud de la restauración oligárquica emprendida por
Martínez de Hoz en consonancia con el credo de la Sociedad Rural expuesto por su
presidente Celedonio Pereda: “Llena de asombro que ciertos grupos pequeños pero
activos sigan insistiendo en que los alimentos deben ser baratos”.
El espectáculo de una Bolsa de Comercio donde en una
semana ha sido posible para algunos ganar sin trabajar el cien y el doscientos
por ciento, donde hay empresas que de la noche a la mañana duplicaron su capital
sin producir más que antes, la rueda loca de la especulación en dólares, letras,
valores ajustables, la usura simple que ya calcula el interés por hora, son
hechos bien curiosos bajo un gobierno que venía a acabar con el “festín de los
corruptos”.
Desnacionalizando bancos se ponen el ahorro y el crédito
nacional en manos de la banca extranjera, indemnizando a la ITT y a la Siemens
se premia a empresas que estafaron al Estado, devolviendo las bocas de expendio
se aumentan las ganancias de la Shell y la Esso, rebajando los aranceles
aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur y desocupación en la
Argentina.
Frente al conjunto de esos hechos cabe preguntarse quiénes
son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al
servicio de intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser
nacional.
Si una propaganda abrumadora, reflejo deforme de hechos
malvados no pretendiera que esa Junta procura la paz, que el general Videla
defiende los derechos humanos o que el almirante Massera ama la vida, aún cabría
pedir a los señores Comandantes en Jefe de las 3 Armas que meditaran sobre el
abismo al que conducen al país tras la ilusión de ganar una guerra que, aún si
mataran al último guerrillero, no haría más que empezar bajo nuevas formas,
porque las causas que hace más de veinte años mueven la resistencia del pueblo
argentino no estarán dcsaparecidas sino agravadas por el recuerdo del estrago
causado y la revelación de las atrocidades cometidas.
Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de
su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin
esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al
compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos
difíciles.
Rodolfo Walsh. - C.I. 2845022
Buenos Aires, 24 de marzo de 1977