En vuelo rumbo a
Houston
Era el miércoles 4 de abril de 2018
a las ocho de la noche, cuando en un vuelo de American Airlines partí desde el
aeropuerto internacional de Ezeiza rumbo a Houston. Y debido a que esta
aerolínea atravesaba espacios aéreos con elevadas temperaturas y bajas presiones
atmosféricas como el Chaco, Formosa, el oriente boliviano, Amazonia, Colombia y
el Caribe, la turbulencia se presentó de manera constante. A esto se le sumó,
algo característico en esta compañía, la mala atención y la pésima comida, cuya
variedad nunca alcanzaba para todos. Pedí pasta, que ya no había y me dieron
arroz; y el postre…, insípido. Pensé que se iba a compensar con un buen
desayuno, pero ¡no…! El café con un sachetcito de cremita fue acompañado con una
diminuta cajita de jugo y una medialuna seca y quemada con mermelada y manteca.
Para colmo de males el asiento no se reclinaba y como el avión estaba completo,
no me pudieron cambiar de lugar; ergo, dormí muy poco y con el cuello
torcido.
Ya siendo jueves 5, después de once
horas de vuelo, aterrizamos en el aeropuerto de Fort Worth de Dallas, donde
continuó la turbulencia.

Turbulencia al sobrevolar
Dallas

Aproximándonos al aeropuerto
internacional de Fort Worth

Sobrevolando el lago Worth, uno de los varios que rodeaban a la
localidad de Fort Worth

Repentinamente la ciudad se cubrió de
nubes

El mapa del
avión

Sobre el
aeropuerto
El aeropuerto era un caos y estaba
mal señalizado. Todo estaba automatizado, lo que contrariamente a agilizar los
trámites, los demoraba porque la mayor parte de los pasajeros no entendíamos los
códigos de las máquinas, que, además, no funcionaban del todo bien, y al
solicitar ayuda, nos trataban muy mal. Fue por eso, que a pesar de que me dieran
una tarjeta de prioridad por pertenecer al grupo One World, embarqué cuando ya
todos lo habían hecho rumbo a
Houston.
Se cerraron las puertas, el avión se
desplazó hasta la cabecera de pista y allí permaneció un buen rato hasta que, de
pronto, ante nuestra sorpresa, vimos que regresó a la puerta de embarque.
Esperamos más de una hora y media, pero… ¡nadie se quejó! Lo increíble fue que
el vuelo duró sólo cuarenta minutos. Cuando le pregunté a la azafata la razón de
la demora me contestó que se trataba de un problema de tráfico aeroportuario, y
que era algo habitual.

Despegando del aeropuerto internacional
de Fort Worth

Las nubes no me permitían visualizar el
paisaje

Espejos de agua en el trayecto entre
Dallas y Houston

Nuevamente colchón de
nubes

Llegando a
Houston

Aterrizando…

¡En la
pista!

En el aeropuerto de
Houston
Tenía una reserva en el hotel Days
Inn & Suites, por lo que tomé un taxi. El chofer no sabía dónde quedaba, y
dimos unas cuantas vueltas, que terminaron costándome treinta dólares, con el
cambio a veinte, equivalía a unos seiscientos pesos argentinos, semejante a lo
que había pagado entre Congreso y
Ezeiza.
No podía ocupar la habitación hasta
las catorce, entonces, dejé el equipaje, y por indicación de la conserje, caminé
unos doscientos metros por la avenida-ruta hasta tomar el colectivo 86 que me
llevó hasta Greens, la parada del hotel Hilton. Y desde allí, el 85 hasta
Downtown. En ambos el boleto era de 1,25, pero como la máquina no daba vuelto el
chofer me los dejaron a 1 dólar. Los dos recorridos fueron muy largos, el
segundo, de una hora y media. Desde ya que casi todos los pasajeros eran negros
o latinos, y también el conductor. De hecho, los anuncios de solicitud de
personal estaban únicamente en
español.

En el bus
86

La solicitud de personal estaba solamente
en español
Pasamos tanto por barrios
residenciales de alto nivel como por sectores populares donde las casas eran
prefabricadas y estaban construidas sobre plataformas sostenidas por pilares de
madera. Pero, al llegar a la “city” todo era altura de lujo, gran cantidad de
edificios destinados a las oficinas de las grandes petroleras transnacionales.
Sinceramente, tanto el Centro como los suburbios me parecieron bastante
desagradables, en principio, arquitectónicamente
hablando.

Casas populares en los suburbios de
Houston

Sobre el bus
85

Goodrich Petroleum Corporation en 801
Lousiana Street en Houston Downtown

El Bank of American Center en 700
Louisiana Street
Si bien era día de semana al
mediodía, las calles estaban vacías; parecía que a la gente se la había tragado
la tierra. Ese paisaje semejaba un verdadero desierto de cemento.
Caminando por Rusk Street doblé por
Milam St. y almorcé en Eats Mesquite Grill, buen precio y comida aceptable, con
las lógicas fritangas
norteamericanas.

Eats Mesquite Grill en Milam
Street
Mi intención era conocer algo más
del lugar, por lo que deambulé un rato buscando una oficina de turismo. Al
preguntar en la calle, muchos blancos siguieron de largo y ni me contestaron. Y
los negros y latinos me fueron mandando de un lado al otro sin conseguir
nada...
Continué caminando por Rusk y al llegar a Travis St. encontré el
paradigmático Niels Esperson
Building, de ciento veinticinco metros de altura, en estilo renacentista
italiano, construido por el arquitecto John Eberson en 1927. Quien lo encargara,
Niels Esperson era un magnate inmobiliario y petrolero, que años después hiciera
levantar otro edificio con estilo Art-Deco llevando el nombre de su esposa
Mellie. Desde 2007, el complejo había pasado a manos de la
Seligman
Western Enterprises Ltd., dedicada a negocios inmobiliarios.

Niels Esperson Building
en Travis Street y Rusk
Street

Detalle
de las columnas corintias del Niels Esperson Building
Continué camino hasta Main Street, la única calle que
me resultó agradable. Por allí pasaba el METROrail, una especie de moderno
tranvía, y en algunas cuadras había canteros con flores. Se localizaban varios
comercios y circulaban más seres humanos.

Tranvía en Main
Street

El METRO Rail, un moderno
tranvía
Aproveché
la existencia del Main Street Market para comprar algunos artículos que
necesitaba, y proseguí por la misma vía. Pasé por la Holy Cross Chapel, el Catholic
Resource Center, el Corner Bakery Café en la esquina de Mc Kinney Street y la
First United Methodist Church. Al llegar a Clay Street doblé hasta Fannin Street
donde, retomándola hacia Dallas Street me topé con una especie de galería
denominada Green Street. En la esquina había un resto de frutos del mar y carnes
denominado McCormick & Schmick’s.

Main Street Market esquina Walker
Street
y en el centro a la derecha la Holy Cross
Chapel y el Catholic Resource
Center

Corner Bakery Café en la esquina de Mc
Kinney Street

Estación del Metro Rail Southbound Red
Line en la intersección de Main Street con Dallas
Street

La Northline pasando por la
First United
Methodist Church en Main Street
casi esquina Clay Street

Caminando por Clay Street bordeando el
Green Street Garage

McCormick & Schmick’s – Seafoods
& Steaks y shopping Green
Street
Fui
y vine, y al llegar a Smith Street entre Polk y Clay St., pude sentarme un rato
a descansar en los bancos que se encontraban alrededor de la fuente de Bob y
Vivian Smith. Estaba rodeada de torres vidriadas y tenía tres niveles formando
pequeñas cascaditas, rindiendo homenaje a la pareja que formara una fundación
sin fines de lucro para fomentar la filantropía, el voluntarismo y la concesión
de subvenciones. Robert Everett Smith (Bob) fue un petrolero extremadamente rico
que terminó siendo dueño de gran parte de los bienes raíces de Houston. Habiendo
fallecido en 1973, su esposa Vivian creó su propia fundación, la Vivian L.
Smith, que, entre otras cosas, se dedicaba a la investigación
neurológica.

Fuente de Bob y Vivian
Smith

Grandes edificios vidriados en Smith
Street

Edificio de Chevron Global Upstream &
Gas
Había salido de Buenos Aires la
noche anterior, el vuelo no había sido muy confortable, no había podido ingresar
al hotel, me había trasladado en dos colectivos hasta el Centro de la ciudad, y
había caminado por todas partes… Ya cansada, siendo las tres de la tarde, decidí
tomar un taxi hasta el hotel en Av. FM 1960 e Imperial Vally Dr., que me costó
¡cuarenta y seis dólares! Novecientos veinte pesos argentinos, en ese momento.
Pero la situación lo ameritaba.

Desde el taxi camino al
hotel
Por suerte, la habitación estaba en
planta baja, porque creo que no hubiese podido subir un solo escalón. Y había,
como en muchos hoteles del estilo, una cafetera y una enorme cama en la que me
quedé profundamente dormida hasta la hora de cenar. Al lado del hotel estaba la
Waffle House, donde la comida era tan apetitosa como pesada, pero no tenía
opción.

Cafetera en la habitación del hotel,
genial para mi gusto

Una enorme cama para un merecido
descanso

Menú tan pesado como
apetitoso
Miré un rato de televisión, y antes
de dormirme, me quedé pensando en todo lo que había experimentado durante el
día. Y, entre otras cosas, recordé haber visto tanto caminando por los suburbios
como en los ómnibus, varias personas con graves problemas mentales y, en algunos
casos, con algunos miembros mutilados. Todos hombres, los más eran negros y de
diferentes edades, lógica consecuencia de las muchas guerras que este “¿Gran
País del Norte?”, declaraba permanentemente en todo el
mundo.
Ana María
Liberali