Ocho meses después de las elecciones presidenciales de mayo de 2018, que
designaron a Nicolás Maduro como el ganador con más de 6 millones de votos
(67,8% y 46% de participación), los intentos de deslegitimar a su gobierno
aumentaron este mes de enero. Aunque democráticamente elegido, el Presidente de
la República Bolivariana de Venezuela está siendo desafiado por una parte de la
oposición…. ¡que se negó a participar en las elecciones!
Enero, el mes de todas las resoluciones
Por mal que les pese a algunos, el 10 de enero, el Presidente de Venezuela,
Nicolás Maduro, asumió oficialmente su cargo. Inmediatamente, la OEA
(Organización de Estados Americanos) lo declaró “ilegítimo” en una declaración
que fue incansablemente difundida por los medios de comunicación. No es banal
observar que la OEA, con sede en Washington, esté presidida por un Luis Almagro
repudiado por su propio partido en Uruguay, así como por todas las fuerzas
progresistas del continente. Cabe destacar que el nuevo gobierno de Andrés
Manuel López Obrador rechazó la injerencia y envió a un representante mexicano a
la investidura, al tiempo que explicó que el respeto a la soberanía es un
principio sagrado regido por la Constitución mexicana.
Al día siguiente, antes de hacer lo mismo con el gobierno nicaragüense
(elegido con el 72% de los votos y el 68% de los votos), la OEA se reunió para
declarar que el voto de más de 6 millones de venezolanos en las elecciones de
2018 no tendía el menor valor, contradiciendo a observadores tan improbables
como el ex presidente Jimmy Carter, cuya fundación participó en los muchos
procesos electorales de Venezuela y calificó a su sistema de “el mejor del
mundo”.
El 15 de enero, el Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan
Guaidó, inauguró su primera sesión destacándose como la figura principal de la
oposición y proponiendo, en el primer punto de la sesión, declarar que el
presidente Nicolás Maduro fuese considerado como un “usurpador”. ¿El segundo
punto? Alentar a los militares a un golpe de Estado. Muy ordinario todo
ello.
Después del fallido levantamiento de un grupo de soldados el lunes 21 de
enero, que coincidió con el reciente llamado a deslegitimar al gobierno
venezolano por parte del presidente de la oposición en la Asamblea Nacional y
las amenazas recurrentes de Estados Unidos, el miércoles 23 de enero se llevaron
a cabo sendas marchas de la oposición y de chavistas en Caracas. En los días
anteriores, hubo episodios de violencia dirigidos, como los desperfectos al
Centro Cultural Robert Serra, nombrado en homenaje al asesinato de un joven
diputado chavista. En las redes sociales, los usuarios compartieron una foto de
un busto de Chávez colgado de un alambre, otro símbolo del discurso de odio que
tampoco perdona a los periodistas. Efectivamente, Madeleine Garcia, una
reportera de TeleSUR que se ha dado a conocer por su numerosa cobertura de las
crisis políticas sobre el terreno, es designada como objetivo por su supuesta
complicidad con la “dictadura”. El día anterior a la marcha, se registraron 4
muertos en enfrentamientos y saqueos.
¿Y ahora qué? No se excluye que la oposición trate de aprovechar un nuevo
ciclo de confrontación y violencia para intentar un nuevo golpe de Estado con el
apoyo de medios de comunicación internacionales a través de noticias falsas,
como fue el caso en abril de 2002. En ese caso, es probable que Estados Unidos
esté dispuesto a “ayudar al pueblo de Venezuela a restaurar la democracia”.
La tradición golpista de la oposición
Desde la muerte de Hugo Chávez el 5 de marzo de 2013, la oposición ha
utilizado todos los métodos posibles para evitar la continuidad del chavismo. Ya
durante las primeras elecciones de Nicolás Maduro contra Enrique Capriles, había
pedido a sus votantes que salieran a la calle después de que se hicieran
públicos los resultados que proclamaban la ventaja de Maduro sobre él. El
resultado fueron 7 muertes. Esta reacción no sería aceptada en la mayoría de los
países, y la oposición que actuara de esta manera sería culpable de una falta de
ética en el proceso electoral y una actitud contraria a la separación de
poderes. Pero sea lo que sea que haga, independientemente de la gravedad y las
consecuencias, la oposición a Venezuela parece confiar en los favores de la
opinión pública internacional.
Pocos meses después, a finales de 2013, Leopoldo López, líder de un partido
clasificado en la extrema derecha del espectro político, lanzó abiertamente un
llamamiento a la insurrección, “La Salida”. Siguiendo un patrón similar al de
las revoluciones de color en Europa del Este, López inauguró un ciclo de
manifestaciones presentadas como pacíficas, con una avalancha mediática de
“falsas noticias” que escondieron su verdadero carácter violento. El resultado:
43 muertos y más de 800 heridos. Pocos meses después del fracaso de este intento
de golpe de Estado, el presidente Barack Obama intervendrá a principios de 2015
para activar un decreto que considera a Venezuela como una “amenaza
extraordinaria para la seguridad nacional de Estados Unidos”. Esta afirmación
forma parte de la tradicional injerencia estadounidense en lo que sus élites han
considerado desde 1823 como su “patio trasero”, como fue claramente establecido
por la doctrina Monroe.
En las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, la oposición
venezolana obtuvo la mayoría de votos en la Asamblea Nacional por primera vez
desde la elección de Hugo Chávez. Aunque la oposición anunció el riesgo de
fraude electoral en las semanas anteriores a la votación, no impugnó el
resultado de las elecciones cuando la designó como ganadora. Sin embargo, tras
algunas denuncias de irregularidades, la Corte Suprema de Justicia invalidó la
elección de tres diputados de la oposición que se habrían beneficiado de un
sistema basado en la compra de votos. A pesar de que, según la Constitución, la
Asamblea Nacional está sujeta a las decisiones judiciales de la Corte Suprema,
su entonces presidente, Julio Borges, abrió la sesión con la juramentación de
los diputados en cuestión. No contento con tomar posesión, la oposición declaró
que no aplicaría las decisiones tomadas por el poder ejecutivo, considerando que
el gobierno de Maduro era ilegítimo y que sus días estaban contados. Sin
embargo, una vez más, el papel que la Constitución otorga a la Asamblea Nacional
es asegurar el funcionamiento normal de las políticas públicas mediante la
aprobación de las orientaciones generales del poder ejecutivo. Desde entonces,
el gobierno ha acusado a la oposición de haberse establecido en una situación de
“desacato”.
Sin tener un segundo de respiro, 2016 fue el año en el que la situación
económica del país se deterioró de manera decisiva, principalmente debido a un
modelo económico basado en la dependencia del precio internacional del petróleo
para la exportación. Los intentos de estabilización en el seno de la OPEP
tardarán en dar algunos resultados. Paralelamente, se observaron mecanismos de
“guerra económica”, como el que se libró contra el Chile de Allende o la
Nicaragua sandinista, pero fueron minimizados o incluso considerados como un
argumento falaz por los críticos del chavismo.
Sin embargo, mientras tanto las sanciones financieras aumentaban en número, y
la llegada de Donald Trump como presidente de Estados Unidos a finales de 2016
no iba a ser una excepción a la regla. La administración Trump volverá al hábito
de sus predecesores en la política regional, en particular contando con el papel
cada vez más activo de la Organización de Estados Americanos (OEA), pero también
tratando de involucrar a los nuevos gobiernos de derecha de la región para que
trabajen juntos en un ataque colectivo contra Venezuela, como lo demuestran las
tres giras de Mike Pence por América Latina y la más reciente de Mike
Pompeo.
En la primavera de 2017, la oposición volvió a las andadas repitiendo el plan
de 2014, contando esta vez con el descontento popular que se esperaba que
suscitara el deterioro económico. El número de víctimas fue aún mayor que en la
última crisis, con 131 muertos esta vez.
Pero esa estrategia demostró ser otro fracaso. Por un lado, gracias a la
iniciativa gubernamental de los CLAPs (Comités Locales de Abastecimiento
Popular) para enfrentar las dificultades de la población. Por otra parte, las
medidas sociales continuaron, como lo demuestra la entrega de dos millones y
medio de nuevas viviendas, como parte de la “Gran Misión Vivienda” iniciada en
2011. Sobre todo, Maduro tuvo la audacia de detener este nuevo ciclo de
violencia solicitando la participación ciudadana a través de la convocatoria de
un referéndum a favor de una Asamblea Constituyente. Logró movilizar a la
población en favor de la paz y del retorno a la normalidad democrática.
Dividida, la oposición tuvo que replegarse en sí misma y fue sorprendida por
aquel golpe maestro. A pesar de las rivalidades internas y de la indecisión
sobre la necesidad de representar sus intereses, la oposición volvió a
refugiarse en una posición de negación ante el anuncio de las nuevas elecciones
presidenciales de 2018. Observando que aún existía el apoyo popular al chavismo,
Trump afirmó entonces que Estados Unidos tenía una “opción militar” para
Venezuela. El año pasado, funcionarios estadounidenses admitieron que “el
gobierno de Trump mantuvo reuniones secretas con militares rebeldes venezolanos
para discutir sus planes de derrocar al presidente Nicolás Maduro”.
La Estrategia del Caos para el Caribe
Después de la huida al extranjero de algunas figuras de la oposición, como
Julio Borges y Antonio Ledezma, Venezuela se enfrenta constantemente a una
campaña mediática destinada a establecer en la opinión pública internacional la
idea de que este país es una dictadura.
El nuevo Presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, Juan Guaidó, por lo
tanto, no improvisa cuando, el 15 de enero, inaugura la primera agenda de la
Asamblea Nacional, con el objetivo de un “acuerdo sobre la declaración de
usurpación de la Presidencia de la República y la aplicación de la Constitución
para restituirla” en el primer punto, y un “decreto para otorgar amnistía y
garantías constitucionales a los militares y civiles que contribuyan a defender
la Constitución” en el segundo punto.
El martes 23, en un mensaje de flagrante injerencia, el vicepresidente de
Estados Unidos, Mike Pence, alentó a parte del pueblo venezolano a salir a las
calles para “restaurar la democracia y la libertad”. En otras palabras, destruir
a Venezuela, como a otros países del Sur. Después de tantas intervenciones, ¿la
democracia perfecta que Estados Unidos quiere ver emerger sería similar a la de
Ucrania, Honduras, Libia o Afganistán? En este momento, no es ningún secreto que
el multilateralismo de la ONU no es del gusto de los Estados Unidos. La ilusión
que algunas personas tenían en la gestión del presidente Obama se ha hecho
añicos. Su promesa de cerrar Guantánamo fue una cortina de humo.
En muchos países europeos, Venezuela sirvió como espantapájaros para asustar
a los votantes, haciendo creer a quienes estuvieran tentados por un candidato
progresista que la experiencia bolivariana no había beneficiado a su pueblo de
ninguna manera. Al actuar de esta manera caricaturesca, la derecha internacional
y sus medios de comunicación han ocultado deliberadamente los hechos
indiscutibles sobre la reducción de las desigualdades sociales que han
caracterizado la política del gobierno venezolano, como el derecho a la vivienda
o a la educación. Centrándose en la realidad de los problemas económicos y sus
aspectos sensacionalistas, en lugar de tratar de explicar las complejas razones
de esta situación, los medios de comunicación han creado la imagen de una
Venezuela sumida en el caos con fines políticos.
La oposición política de Venezuela, ahora representada por Juan Guaidó, no
sólo acoge con los brazos abiertos cualquier apoyo externo, es decir, lo que
empieza a ser ya una tradición de injerencia, sino que ¡ depende de ella para
sobrevivir! El hecho de que la UE, el Gobierno francés y otros adopten una
postura tan clara contra el Derecho internacional y la soberanía, de la que
dependen la paz y el pleno respeto de los derechos humanos, es algo que debería
preocuparnos enormemente.
Cuando algunos medios de comunicación asumen por su cuenta la
autoproclamación de un opositor de Venezuela que niega la separación de poderes
y la Constitución, y justifica su petición de apoyo externo, eso no se llama
información, sino propaganda de guerra.
La humanidad está pasando por tiempos difíciles. El derecho a una información
justa y objetiva es asunto de todos. Después de tantas guerras y golpes de
estado hechos posibles por nuestros gobiernos y cuyo balance nunca se ha hecho,
la expresión de la solidaridad entre los indignados, rebeldes, chalecos
rojos/amarillos, los luchadores y resistentes de nuestros países y los de los
pueblos amenazados de América Latina es la menor de las posibilidades que nos
quedan.
Fuente: http://www.investigaction.net/es/trump-tiene-un-objetivo-acabar-con-el-chavismo/