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A cien años de su
asesinato, compartimos su vigorosa denuncia a la traición de la revolución
alemana.
“El orden reina en Berlín”: el último escrito de Rosa
Luxemburgo
El 14 de enero,
en la víspera de su asesinato y el de Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo escribe
uno de los más vigorosos textos en la historia del socialismo. El orden reina en
Berlín denuncia la virulenta represión del gobierno socialdemócrata contra el
reciente levantamiento encabezado por el grupo espartaquista, del cual eran
dirigentes tanto Luxemburgo como Liebknecht.
Ante todo, el
señalamiento de Rosa sobre el valor de las derrotas en la lucha histórica por el
socialismo y su afirmación de que “un ‘orden’ que periódicamente ha de ser
mantenido con esas carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin”
permanecen como un patrimonio invaluable en la pelea de la clase obrera por su
emancipación.
El orden reina en Berlín*
"El orden
reina en Varsovia", anunció el ministro Sebastiani a la Cámara de París en 1831
cuando, después de haber lanzado su terrible asalto sobre el barrio de Praga, la
soldadesca de Paskievitch había entrado en la capital polaca para dar comienzo a
su trabajo de verdugos contra los insurgentes.
"¡El orden
reina en Berlín!", proclama triunfante la prensa burguesa, proclaman Ebert y
Noske, proclaman los oficiales de las "tropas victoriosas2 a las que la chusma
pequeñoburguesa de Berlín acoge en las calles agitando sus pañuelos y lanzando
sus ¡hurras! La gloria y el honor de las armas alemanas se han salvado ante la
historia mundial. Los lamentables vencidos de Flandes y de las Ardenas han
restablecido su renombre con una brillante victoria sobre...los 300
"espartaquistas" del Vorwärts. Las gestas del primer y glorioso
avance de las tropas alemanas sobre Bélgica, las gestas del general von Emmich,
el vencedor de Lieja, palidecen ante las hazañas de Reinhardt y Cía., en las
calles de Berlín. Parlamentarios que habían acudido a
negociar la rendición del Vorwärts asesinados, destrozados a
golpes de culata por la soldadesca gubernamental hasta el punto de que sus
cadáveres eran completamente irreconocibles, prisioneros colgados de la pared y
asesinados de tal forma que tenían el cráneo roto y la masa cerebral esparcida:
¿quién piensa ya a la vista de estas gloriosas hazañas en las vergonzosas
derrotas ante franceses, ingleses y americanos? "Espartaco" se llama el enemigo
y Berlín el lugar donde nuestros oficiales entienden que han de vencer. Noske,
el "obrero", se llama el general que sabe organizar victorias allí donde
Ludendorff ha fracasado.
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de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht
¿Cómo no
pensar aquí en la borrachera de victoria de la jauría que impuso el "orden" en
París, en la bacanal de la burguesía sobre los cadáveres de los luchadores de la
Comuna? ¡Esa misma burguesía que acaba de capitular vergonzosamente ante los
prusianos y de abandonar la capital del país al enemigo exterior para poner pies
en polvorosa como el último de los cobardes! Pero frente a los proletarios de
París, hambrientos y mal armados, contra sus mujeres e hijos indefensos, ¡cómo
volvía a florecer el coraje viril de los hijitos de la burguesía, de la
"juventud dorada", de los oficiales! ¡Cómo se desató la bravura de esos hijos de
Marte humillados poco antes ante el enemigo exterior ahora que se trataba de ser
bestialmente crueles con indefensos, con prisioneros, con
caídos!
"¡El orden
reina en Varsovia!", "¡El orden reina en París!", "¡El orden reina en Berlín!",
esto es lo que proclaman los guardianes del "orden" cada medio siglo de un
centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos "vencedores" no se
percatan de que un "orden" que periódicamente ha de ser mantenido con esas
carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin. ¿Qué ha sido esta
última "Semana de Espartaco" en Berlín, qué ha traído consigo, qué enseñanzas
nos aporta? Aun en medio de la lucha, en medio del clamor de victoria de la
contrarrevolución han de hacer los proletarios revolucionarios el balance de lo
acontecido, han de medir los acontecimientos y sus resultados según la gran
medida de la historia. La revolución no tiene tiempo que perder, la revolución
sigue avanzando hacia sus grandes metas aún por encima de las tumbas abiertas,
por encima de las "victorias" y de las "derrotas". La primera tarea de los
combatientes por el socialismo internacional es seguir con lucidez sus líneas de
fuerza, sus caminos.
¿Podía
esperarse una victoria definitiva del proletariado revolucionario en el presente
enfrentamiento, podía esperarse la caída de los Ebert-Scheidemann y la
instauración de la dictadura socialista? Desde luego que no si se toman en
consideración la totalidad de los elementos que deciden sobre la cuestión. La
herida abierta de la causa revolucionaria en el momento actual, la inmadurez
política de la masa de los soldados, que todavía se dejan manipular por sus
oficiales con fines antipopulares y contrarrevolucionarios, es ya una prueba de
que en el presente choque no era posible esperar una
victoria duradera de la revolución. Por otra parte, esta
inmadurez del elemento militar no es sino un síntoma de la inmadurez general de
la revolución alemana.
El campo, que
es de donde procede un gran porcentaje de la masa de soldados, sigue sin estar
apenas tocado por la revolución. Berlín sigue estando hasta ahora prácticamente
asilado del resto del país. Es cierto que en provincias los centros
revolucionarios -Renania, la costa norte, Braunschweig, Sajonia, Württemberg-
están con cuerpo y alma al lado de los proletarios de Berlín. Pero lo que sobre
todo falta es coordinación en la marcha hacia adelante, la acción común directa
que le daría una eficacia incomparablemente superior a la ofensiva y a la
rapidez de movilización de la clase obrera berlinesa. Por otra parte, las luchas
económicas, la verdadera fuerza volcánica que impulsa hacia adelante la lucha de
clases revolucionaria, están todavía -lo que no deja de tener profundas
relaciones con las insuficiencias políticas de la revolución apuntadas- en su
estadio inicial.
De todo esto
se desprende que en este momento era imposible pensar en una victoria duradera y
definitiva. ¿Ha sido por ello un "error" la lucha de la última semana? Sí, si se
hubiera tratado meramente de una "ofensiva " intencionada, de lo que se llama un
"putsch". Sin embargo, ¿cuál fue el punto de partida de la última semana de
lucha? Al igual que en todos los casos anteriores, al igual que el 6 de
diciembre y el 24 de diciembre: ¡una brutal provocación del gobierno! Igual que
el baño de sangre a que fueron sometidos manifestantes indefensos de la
Chausseestrasse e igual que la carnicería de los marineros, en esta ocasión el
asalto a la jefatura de policía de Berlín fue la causa de todos los
acontecimientos posteriores. La revolución no opera como le viene en gana, no
marcha en campo abierto, según un plan inteligentemente concebido por los
"estrategas". Sus enemigos también tienen la iniciativa, sí,
y la emplean por regla general más que la misma revolución.
Ante el hecho
de la descarada provocación por parte de los Ebert-Scheidemann, la clase obrera
revolucionaria se vió obligada a recurrir a las armas. Para
la revolución era una cuestión de honor dar inmediatamente la
más enérgica respuesta al ataque, so pena de que la contrarrevolución se
creciese con su nuevo paso adelante y de que las filas revolucionarias del
proletariado y el crédito moral de la revolución alemana en la Internacional
sufriesen grandes pérdidas.
Por lo demás,
la inmediata resistencia que opusieron las masas berlinesas fue tan espontánea y
llena de una energía tan evidente que la victoria moral estuvo desde el primer
momento de parte de la "calle".
Pero hay una
ley vital interna de la revolución que dice que nunca hay que pararse, sumirse
en la inacción, en la pasividad después de haber dado un primer paso adelante.
La mejor defensa es el ataque. Esta regla elemental de toda lucha rige sobre
todos los pasos de la revolución. Era evidente -y haberlo comprendido así
testimonia el sano instinto, la fuerza interior siempre dispuesta del
proletariado berlinés- que no podía darse por satisfecho con reponer a Eichhorn
en su puesto. Espontáneamente se lanzó a la ocupación de otros centros de poder
de la contrarrevolución: la prensa burguesa, las agencias oficiosas de prensa,
el Vorwärts. Todas estas medidas surgieron entre las masas a
partir del convencimiento de que la contrarrevolución, por su parte, no se iba a
conformar con la derrota sufrida, sino que iba a buscar una prueba de fuerza
general.
Aquí también
nos encontramos ante una de las grandes leyes históricas de la revolución frente
a la que se estrellan todas las habilidades y sabidurías de los pequeños
"revolucionarios" al estilo de los del USP, que en cada lucha sólo se afanan en
buscar una cosa, pretextos para la retirada. Una vez que el problema fundamental
de una revolución ha sido planteado con total claridad -y ese problema es
en esta revolución el derrocamiento del gobierno
Ebert-Scheidemann, en tanto que primer obstáculo para la victoria del
socialismo- entonces ese problema no deja de aparecer una y otra vez en toda su
actualidad y con la fatalidad de una ley natural; todo episodio aislado de la
lucha hace aparecer el problema con todas sus dimensiones por poco preparada que
esté la revolución para darle solución, por poco madura que sea todavía la
situación. "¡Abajo Ebert-Scheidemann!", es la consigna que aparece
inevitablemente a cada crisis revolucionaria en tanto que única fórmula que
agota todos los conflictos parciales y que, por su lógica interna, se quiera o
no, empuja todo episodio de lucha a su mas extremas
consecuencias.
De esta
contradicción entre el carácter extremo de las tareas a realizar y la inmadurez
de las condiciones previas para su solución en la fase inicial del desarrollo
revolucionario resulta que cada lucha se salda formalmente con
una derrota. ¡Pero la revolución es la única forma de "guerra"
-también es ésta una ley muy peculiar de ella- en la que la victoria final sólo
puede ser preparada a través de una serie de "derrotas"!
¿Qué nos
enseña toda la historia de las revoluciones modernas y del socialismo? La
primera llamarada de la lucha de clases en Europa, el levantamiento de los
tejedores de seda de Lyon en 1831, acabó con una severa derrota. El movimiento
cartista en Inglaterra también acabó con una derrota. La insurrección del
proletariado de París, en los días de junio de 1848, finalizó con una derrota
asoladora. La Comuna de París se cerró con una terrible derrota. Todo el camino
que conduce al socialismo -si se consideran las luchas revolucionarias- está
sembrado de grandes derrotas.
Y, sin
embargo, ¡ese mismo camino conduce, paso a paso, ineluctablemente, a la victoria
final! ¡Dónde estaríamos nosotros hoy sin esas "derrotas", de
las que hemos sacado conocimiento, fuerza, idealismo! Hoy, que hemos llegado
extraordinariamente cerca de la batalla final de la lucha de clases del
proletariado, nos apoyamos directamente en esas derrotas y no podemos renunciar
ni a una sola de ellas, todas forman parte de nuestra fuerza y nuestra claridad
en cuanto a las metas a alcanzar.
Las luchas
revolucionarias son justo lo opuesto a las luchas parlamentarias. En Alemania
hemos tenido, a lo largo de cuatro decenios, sonoras "victorias" parlamentarias,
íbamos precisamente de victoria en victoria. Y el resultado de todo ello fue,
cuando llegó el día de la gran prueba histórica, cuando llegó el 4 de agosto de
1914, una aniquiladora derrota política y moral, un naufragio inaudito, una
bancarrota sin precedentes. Las revoluciones, por el contrario, no nos han
aportado hasta ahora sino graves derrotas, pero esas derrotas inevitables han
ido acumulando una tras otra la necesaria garantía de que alcanzaremos la
victoria final en el futuro.
¡Pero
con una condición! Es necesario indagar en qué condiciones se
han producido en cada caso las derrotas. La derrota, ¿ha sobrevenido porque la
energía combativa de las masas se ha estrellado contra las barreras de unas
condiciones históricas inmaduras o se ha debido a la tibieza, a la indecisión, a
la debilidad interna que ha acabado paralizando la acción
revolucionaria?
Ejemplos
clásicos de ambas posibilidades son, respectivamente, la revolución de febrero
en Francia y la revolución de marzo alemana. La heroica acción del proletariado
de París en 1848 ha sido fuente viva de energía de clase para todo el
proletariado internacional. por el contrario las miserias de la revolución de
marzo en Alemania han entorpecido la marcha de todo el moderno desarrollo alemán
igual que una bola de hierro atada a los pies. Han ejercido su influencia a lo
largo de toda la particular historia de la Socialdemocracia oficial alemana
llegando incluso a repercutir en los más recientes acontecimientos de la
revolución alemana, incluso en la dramática crisis que acabamos de
vivir.
¿Qué podemos
decir de la derrota sufrida en esta llamada Semana de Espartaco a la luz de las
cuestiones históricas aludidas más arriba? ¿Ha sido una derrota causada por el
ímpetu de la energía revolucionaria chocando contra la inmadurez de la situación
o se ha debido a las debilidades e indecisiones de nuestra
acción?
¡Las dos
cosas a la vez! El carácter doble de esta crisis, la contradicción
entre la intervención ofensiva, llena de fuerza, decidida, de las masas
berlinesas y la indecisión, las vacilaciones, la timidez de la dirección ha sido
uno de los datos peculiares del más reciente episodio.
La dirección
ha fracasado. Pero la dirección puede y debe ser creada de nuevo por las masas y
a partir de las masas. Las masas son lo decisivo, ellas son la roca sobre la que
se basa la victoria final de la revolución. Las masas han estado a la altura,
ellas han hecho de esta "derrota" una pieza más de esa serie de derrotas
históricas que constituyen el orgullo y la fuerza del socialismo internacional.
Y por eso, del tronco de esta "derrota" florecerá la victoria
futura.
"¡El orden
reina en Berlín!", ¡esbirros estúpidos! Vuestro orden está edificado sobre
arena. La revolución, mañana ya "se elevará de nuevo con estruendo hacia lo
alto" y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de
trompetas:
¡Fui, soy y seré!
*Extraído de la versión digital publicada en
marxists.org
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