En el centenario de su
asesinato
El legado revolucionario de Rosa
Luxemburgo
Cintia
Frencia
El 15 de enero
de 1919, a los 47 años de edad, fue detenida en Berlín Rosa Luxemburg.
Arrastrada a golpes y empujones hacia el vehículo que la trasladaría a la
prisión, recibió el ataque de uno de los oficiales de asalto, el mismo que antes
había hecho lo propio con Karl Liebknecht. Minutos después fue fusilada a
quemarropa, por el teniente Vogel, y su cuerpo fue arrojado al canal. Los
soldados actuaban por cuenta y orden de los gobernantes socialdemócratas, para
quienes el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht venía a sepultar
definitivamente a los instigadores del levantamiento revolucionario, que había
sido derrotado días antes.
El odio y
desprecio de los personeros de la burguesía para con Rosa, concentraba el odio a
toda una vida dedicada a la revolución. Hasta último momento no paró de desafiar
a la burguesía.
“ ‘¡El orden
reina en Varsovia!’, ‘¡El orden reina en París!’, ‘¡El orden reina en Berlín!’,
esto es lo que proclaman los guardianes del ‘orden’ cada medio siglo de un
centro a otro de la lucha histórico-mundial. Y esos eufóricos ‘vencedores’ no se
percatan de que un ‘orden que periódicamente ha de ser mantenido con esas
carnicerías sangrientas marcha ineluctablemente hacia su fin.” (Luxemburgo,
1919). Con estas palabras, Rosa en su artículo “El orden reina en Berlín”,
llamaba a los revolucionarios a realizar un balance ante el triunfo de la
contrarrevolución alemana consumado el 11 de enero de 1919, porque “la
revolución no tiene tiempo que perder”. Ella le atribuía la derrota de la
revolución alemana en gran medida al aislamiento que sufría Berlín respecto de
las provincias, y a las dificultades para establecer una avanzada organizada en
la acción directa: “la inmadurez del elemento militante no es sino otro síntoma
de la inmadurez general de la revolución alemana” (Luxemburg, 1919). Sin
embargo, el centro de la crítica refiere a las vacilaciones de una dirección que
no fue capaz de orientar una irrupción espontánea de las masas, a la vez que
llama a los trabajadores a reconstruir una dirección
revolucionaria.
Aún en sus
peores momentos Rosa no abandonó su norte estratégico. Días después del triunfo
de la contrarrevolución alemana, analizaba con precisión las condiciones de la
derrota, a la vez que recordaba: “¡Pero la revolución es la única forma de
‘guerra’ -también es ésta una ley muy peculiar de ella- en la que la victoria
final sólo puede ser preparada a través de una serie de ‘derrotas’!” (Luxemburg,
1919). Su entereza y convicción fue puesta a prueba más de una vez; en su pasaje
por la cárcel durante la Primera Guerra Mundial mostró una integridad y
compromiso excepcional. A pesar de la dureza de la represión que sufrió, nunca
cesó su lucha contra la explotación.
Una vida dedicada a la revolución
Constructora
del partido revolucionario, primero dentro de las filas de los Partido
Socialdemócrata alemán y polaco y luego liderando la Liga Espartaquista y el
Partido Comunista alemán, Rosa desarrolló enormes aportes teóricos, políticos y
organizativos a la lucha revolucionaria. Su planteo sobre el ‘espontaneísmo’ no
debe leerse como un rechazo a la estructuración consciente de una vanguardia
revolucionaria, sino más bien como una resistencia a la burocratización del
aparato de los sindicatos y del partido. Cuando las masas intervienen en el
proceso social en un determinado momento histórico son las portadoras de un
desarrollo transformador, en el que la tarea del partido revolucionario consiste
en preparar la vanguardia para su intervención. Esto fue así comprendido por
Rosa, al señalar que ‘el proletariado alemán tiene una crisis de
dirección’.
Durante su
pasaje por el SPD alemán sostuvo fuerte polémicas con el revisionismo de
Bernstein que quedaron plasmadas en su obra “Reforma o revolución”. Durante la
revolución rusa de 1905, jugó un papel de liderazgo en Polonia, por lo que fue
encarcelada en Varsovia. De esta experiencia extrajo la conclusión de la
centralidad de la huelga de masas -es decir, de la huelga general por tiempo
indeterminado- en la revolución obrera. Su planteo en torno a la ‘huelga de
masas’, plasmado en obra como “Huelga de masas, partido y sindicatos”, suscitó
fuertes enfrentamientos con la burocracia sindical. Ya en 1907, en la resolución
sobre el militarismo adoptada por el congreso de la Segunda Internacional en
Stuttgart, escrita por Rosa y Lenin, al mismo tiempo que instaba a la clase
obrera y a sus representantes parlamentarios a “hacer toda clase de esfuerzos
para evitar la guerra por todos los medios que parezcan efectivos”, concluía con
las siguientes palabras: “En caso de que a pesar de todo estalle la guerra, es
su obligación intervenir a fin de ponerle término en seguida, y con toda su
fuerza aprovechar la crisis económica y política creada por la guerra para
agitar los estratos más profundos del pueblo y precipitar la caída de la
dominación capitalista” (Joll 1976). Rechazó tenazmente las desviaciones
parlamentaristas de la dirección socialdemócrata, posiciones que se
cristalizaron con la postración del SPD alemán ante la guerra, lo que motivó su
ruptura con el SPD y la llevó a conformar una liga internacional que se
convertiría en el partido espartaquista años después.
La mujer proletaria
Bajo este
título, Rosa publicó uno de sus textos dedicados a la lucha por la liberación de
las mujeres trabajadoras en 1914 donde explica el carácter de clase de la lucha
por el sufragio femenino. En una polémica con las líderes del movimiento
sufragista, Rosa señala que “la mujer proletaria necesita derechos políticos,
porque ejerce la misma función económica en la
sociedad, trabaja como un esclavo de la misma manera para el
capital (...) Ella tiene los mismos intereses y necesita las
mismas armas en su defensa. Sus demandas políticas están profundamente
arraigadas en el abismo social que separa a la clase de los explotados de la
clase de los explotadores, no en el contraste entre hombre y mujer, sino en el
contraste entre capital y trabajo” (Luxembur 1914). De esta manera llama a los
partidos socialistas a esforzarse en la organización política y sindical de las
trabajadoras, en la conquista de sus derechos políticos y civiles, no como un
fin en sí, sino como un medio para lanzarlas a la lucha
revolucionaria.
Si bien no fue
su principal frente de militancia, Rosa le otorgó una importancia central a la
organización del proletariado femenino. Compañera y amiga de Clara Zetkin,
participó de la estructuración de una organización de mujeres socialistas que
adquirió característica de masas en Alemania, llegando a organizar a 120.000
mujeres en 1914.
Su lucha
contra las adaptaciones reformistas hizo incluso su aparición en este terreno.
En una polémica con los socialistas belgas, quienes defendían el voto
censitario, Rosa escribió un ataque punzante titulado "Una cuestión táctica," en
el que los criticó por haber renunciado a una cuestión de principio y a la
utilización de métodos revolucionarios en aras de un acuerdo con las fuerzas
políticas de la burguesía, y conectó este oportunismo con la controversia
revisionista, en la que Bernstein abogó por dichas alianzas.
Su
preocupación por la organización socialista de las mujeres trabajadoras quedaba
plasmada en el siguiente señalamiento: "todo individuo que piense con claridad
debe esperar, tarde o temprano, nada menos que una poderosa fase de expansión
del movimiento obrero como resultado de la inclusión de las mujeres proletarias
en la vida política. Este punto de vista no sólo abre un enorme nuevo campo para
el trabajo de agitación de la Socialdemocracia. En su vida política y social,
además, un fuerte viento fresco soplará como resultado de la emancipación
política de las mujeres, que va a limpiar el aire sofocante de la filistea vida
familiar actual, que impregna tan inequívocamente incluso a nuestro partido, a
los trabajadores y a los líderes por igual" (Luxemburg 1902).
Fueron sus
posiciones revolucionarias, también en este terreno, las que permitieron que
Rosa, junto a Clara Zetkin y las líderes socialistas rusas, entre ellas
Kollontai, impulsaran en 1915 la tercera Conferencia Internacional Socialista de
Mujeres, que sesionó a pesar de la estricta negativa de la mayoría de los
partidos socialdemócratas enrolados en la Segunda Internacional quienes se
habían alineado tras sus respectivas burguesías nacionales; en el caso del SPD
alemán, votando créditos de guerra en el parlamento burgués. Esta conferencia
retomó las líneas programáticas fijadas por Rosa y Lenin en la resolución sobre
el ‘militarismo’, votando una resolución de rechazo a la guerra y un llamado a
retomar la unidad internacional del proletariado bajo las consignas: ¡Abajo la
guerra! ¡Adelante hacia el socialismo!
Su legado
Tras una vida
dedicada a la revolución, Rosa no logró preparar a tiempo la ruptura con el
Partido Socialdemócrata Alemán, lo que le costó su la vida. El naciente partido
Espartaquista no era aún un partido arraigado en las masas, capaz de dirigir el
levantamiento revolucionario de 1919. Su brutal asesinato fue un acto
desesperado de cobardía y preservación de un régimen en descomposición, que
adoptó la forma de una contrarrevolución democrática -la llamada república de
Weimar- para luego dar paso al fascismo.
Su asesinato,
sin embargo, no nos privó de su enorme legado político y teórico. En su
constante preocupación por elaborar herramientas para la intervención
revolucionaria dejó importantes textos como “Reforma o revolución”, con su
énfasis en la teoría del colapso.
A 100 años de
su asesinato, las aspiraciones y tareas en la lucha revolucionaria y la
emancipación de las mujeres, que impulsaron la vida de Rosa, se encuentran
intactas. Para quienes luchamos a diario por el socialismo, su trayectoria y sus
aportes siempre serán una fuente de inspiración, de análisis y
aprendizajes.
Referencias
Luxemburg,
Rosa (1914), El orden reina Berlín.
Luxemburg,
Rosa (1902), Cuestión de táctica.
Joll, James.
(1976), La Segunda Internacional, 1889-1914.