Un tedioso viaje de New Orleans a Buenos
Aires
Ya era domingo 15 de abril y debía emprender el
viaje de regreso a casa. Y estando en New Orleans, debía llegar a Houston para
tomar el avión que, vía Dallas, me llevaría a Buenos Aires. Como el tramo aéreo
New Orleans - Houston era demasiado costoso, decidí trasladarme en ómnibus por
esos quinientos sesenta kilómetros de carretera que separaban a una ciudad de
otra. Así que tomé un taxi desde el Blake Hotel hasta la terminal de la empresa
de autobuses Greyhound, almorcé en la cadena de sándwiches Subway y compré
algunos característicos collares en el único local del
lugar.

Un típico tranvía orleanniano en camino a la
terminal de autobuses Greyhound
El ómnibus debía partir a las 12,45 para llegar a
Houston a las 21,45, razón por la cual en la ventanilla me indicaron que me
pusiera en la fila de la Line A para abordar a las 12,25. Así hice, pero
habiendo esperado mucho tiempo sin noticia alguna, una pasajera fue a averiguar
y le dijeron que venía atrasado.
Como pasó más de una hora, y estábamos cansados de
estar parados, todos dejamos los equipajes en el orden en que nos encontrábamos,
ya que los asientos no eran numerados, y fuimos a sentarnos. Aproveché ese
tiempo de espera para ir al baño y cuando volví, encontré un gran charco junto a
mi bolso que estaba totalmente mojado. ¡Gran misterio! El vaso de plástico que
había comprado en la AAG (Asociación de Geógrafos Americanos) estaba abierto y
se había volcado toda la Sprite. ¡No encontré la
tapa!
Cuando subimos al autobús, la conductora, mujer
negra y prepotente, comenzó a dar indicaciones de no fumar, no escuchar música
alta, no…, no… El problema no consistía en lo que decía sino en la forma en que
lo hacía, tratando a todos los pasajeros de mala manera. Pero antes de salir, un
hombre de la empresa subió y le dio indicaciones a ella, partiendo finalmente a
las 14, 45, ¡con dos horas de atraso!
Retomamos el Centro de la ciudad pasando por Canal
Street, la avenida más importante de la ciudad, donde se encontraban los hoteles
más prestigiosos, como el Crowne Plaza y otros de la misma categoría como el
Marriott y el Sheraton. E insólitamente giramos por la avenida St. Charles
pasando por el Blake Hotel y por la plaza Lafayette accediendo, después de
varias vueltas sin sentido, a la carretera número
10.

Crowne Plaza Hotel en Canal
Street

Lafayette Square desde la Charles
Avenue

Después de varias vueltas, finalmente llegamos a
la autopista
Debido a la demora en la partida, arribamos a la
ciudad de Baton Rouge justo al ingreso de automóviles que regresaban del fin de
semana, lo que motivó un nuevo retraso por el intenso
tráfico.
Al cruzar el río Mississippi, pude echar un
vistazo al puerto de Greater Baton Rouge, el décimo más grande de los Estados
Unidos en términos de tonelaje enviado, y capaz de manejar los buques
Panamax.

Cruzando el río Mississippi a la altura de Baton
Rouge

Puente sobre el río
Mississippi

Instalaciones del Puerto de Greater en Baton
Rouge
Se fue haciendo de noche, y cuando estábamos en
cercanías de la ciudad de Beaumont, el ómnibus se paró detrás de una larga fila
de vehículos. Lo que ocurría era que había habido un accidente, y eso nos detuvo
durante dos horas hasta que se abrió nuevamente el paso. Debido a mi curiosidad,
en ese ínterin me pasé al asiento de adelante, y pude ver a la conductora
totalmente dormida sobre el volante. De allí en más, advertí que las
indicaciones que le habían dado a la mujer en el momento de la partida, tenían
que ver con que era la primera vez que hacía ese recorrido; y en cada cruce,
paraba y se fijaba en un mapa por dónde debía
ir.

Sobre la carretera 10, en espera por un accidente
en las proximidades de Beaumont

La conductora durmiendo sobre el
volante
Al llegar a Houston los pasajeros, a quienes había
tratado mal, tuvieron que indicarle cómo llegar a la terminal, hecho que ocurrió
a las dos y media de la mañana. Evidentemente se trataba de una persona
absolutamente explotada, mucho más si se tiene en cuenta que los autobuses de
los Estados Unidos, llevan solamente un conductor. De todos modos, a esta
persona le caería muy bien el lema: NO TIRES ESPINAS EN EL CAMINO, TAL VEZ TE
TOQUE REGRESAR DESCALZO.
Tomé el único taxi que había y le pedí al chofer
en inglés que me llevara al hotel Days Inn & Suites, donde me había alojado
en la primera etapa del viaje. Pero en cuanto arrancó puso música caribeña, por
lo que descubrí que era latinoamericano, así que nos pusimos a hablar en español
sobre el destino de nuestros países.
Al llegar, el sereno, que era negro, me trató
bastante mal, ya que lo había despertado de su tranquilo sueño. Pero cuando vio
mi pasaporte, gritó: “¡ARGENTINA! ¡MESSI!” Y comenzó a hablarme sobre el próximo
mundial. Me dijo: “¡Tengan cuidado con los nigerianos! ¡Yo soy etíope!, sé lo
que le digo. ¡Y voy por Argentina!” Quiso seguir dándome charla, pero yo lo
único que quería era dormir.
Ya lunes 16, me pasó a buscar Carlos, el mismo
remisero salvadoreño que me había llevado al aeropuerto el 7 de abril cuando iba
rumbo a Canadá. Conversamos acerca de las impresiones de mi viaje. Todo bien,
pero era insólitamente xenófobo.
En el aeropuerto “George Bush” de Houston había
enormes muñecos vestidos de astronautas, algo simpático dentro de esta
desagradable ciudad. Y en esta oportunidad, salimos en horario rumbo a Dallas,
donde debía hacer la conexión con destino a Buenos Aires. El vuelo fue muy
agradable y pude visualizar los lagos que rodeaban a la localidad de Forth Worth
donde se encontraba el aeropuerto.

Astronauta en el Aeropuerto Intercontinental
“George Bush”, de la ciudad de Houston

Sobrevolando el lago Lewisville en las cercanías
del Aeropuerto Internacional de Forth Worth

Increíbles tonalidades en el lago
Lewisville

El lago Lewisville se encontraba al norte del
aeropuerto

La sombra del avión cruzando la autopista Lyndon
B. Johnson

La sombra del avión sobre áreas verdes próximas al
Aeropuerto Internacional de Forth Worth

La sombra del avión sobre el techo de un
establecimiento

La sombra del avión a punto de cruzar otra
autopista

La sombra del avión en terrenos del
aeropuerto

La sombra del avión sobre la
pista

¡Aterrizados!
Por error, en una máquina del aeropuerto había
pagado en dólares lo equivalente a 7000$ para ubicarme en el sector ejecutivo.
Lo que me vino muy bien debido al estado de mi rodilla izquierda, que cada día
me generaba más dificultades al caminar. Tuve la suerte, además, de que nadie se
sentó a mi lado, así que pude estirarme a mi gusto y disminuir los efectos de un
viaje largo.
Ya de noche, pude dormirme prontamente después de
cenar; y a pesar de tratarse de un menú superior al de la clase turista, dejó
bastante que desear.
De repente, por algunos fuertes sacudones me
desperté. Estábamos sobrevolando la región amazónica, y si bien mermaron en
parte, los movimientos perduraron hasta la provincia de
Formosa.
Y después del extendido viaje en ómnibus y estando
mal dormida, al amanecer del martes 17, llegué a
Ezeiza.

Llegando al Aeropuerto Internacional “Ministro
Pistarini” de Ezeiza

Hermosos tonos del amanecer durante el
aterrizaje

Las nubes reflejándose sobre el ala del
avión
Mal recibimiento. Mucho calor y terrible humedad.
Me costó cargar con la valija en Ezeiza, y para colmo de males, había llegado
previamente un avión procedente de Miami, por lo que la fila de la aduana era
larguísima.
Tomé un taxi y al llegar a casa no tuve más
remedio que llamar a Emergencias. Distención de ligamentos fue el diagnóstico.
Reposo absoluto, medicamentos, hielo y hacerme ver por un traumatólogo.
A pesar de la mala impresión que me había causado
la ciudad de Houston y lo tedioso del viaje de regreso, había conocido el Centro
Espacial Johnson de la NASA, la ciudad de Toronto, las cataratas del Niágara, y
había expuesto en inglés en la Reunión Anual de la Asociación de Geógrafos
Americanos en New Orleans. ¡¿Quién me quitaba lo
bailado?!
Ana María Liberali