El neoliberalismo
progresista
“El mundo se divide entre indignos e
indignados, y ya sabrá cada quien de qué lado quiere o puede estar” Eduardo
Galeano.
Alfredo César Dachary
Hace muy pocos años, América Latina tenía un
importante número de países con gobiernos considerados para unos progresistas
para otros populistas, pero en no más de dos años se revirtió la situación y hoy
gobierna el neoliberalismo más duro, cuyos efectos, ya los sienten Argentina,
Brasil y Chile, ese silencioso país que pese a su mercadotecnia política no
puede ocultar la gran persecución con el pueblo mapuche, que les recuerda que
los que la hacen no son hijos de ese lugar.
¿Qué ha pasado? En Europa hace pocos años se
luchaba por mantener el estado del bienestar, pero una nueva derecha no muy
alejada del fascismo, crece en los países donde nació esta antigua semilla del
mal, los países nórdicos, Alemania, Austria, Polonia y la propia Holanda.
Hace pocos años se enfrentó Hillary Clinton con
Donald Trump, luego de someter al candidato de las clases medias y pobres del
país por ser “socialista”, algo muy especial en Estados Unidos que aún mantiene
el lenguaje y la base de pensamiento de la época de la guerra
fría.
Para Nanci Frazer, feminista, filósofa política y
activista del progresismo en su país, Estados Unidos, el ascenso por elección de
Donald Trump es una más de una serie de insubordinaciones políticas
espectaculares que, en conjunto, apuntan a un colapso de la hegemonía
neoliberal, entre otras, el voto del Brexit en el Reino Unido,
el rechazo de las reformas de Renzi en Italia, la campaña de Bernie Sanders para
la nominación demócrata en Estados Unidos y el apoyo creciente cosechado por el
Frente Nacional en Francia.
Todos estos acontecimientos en diferentes países
desarrollados son muy diferentes, pero tienen elementos en común, como son el
rechazo a la globalización, al neoliberalismo y a los grupos de poder político
que los ha promovido, ya que la combinación de austeridad, libre comercio, deuda
predatoria y trabajo precario y mal pagado que resulta es la característica del
actual capitalismo financiero.
Es por ello que, para esta académica, emerge así el “neoliberalismo
progresista”, el cual deriva de una alianza que combina nuevos movimientos
sociales con sectores empresariales cuyo discurso aparece así disfrazado de
progresismo, como son los grandes líderes jóvenes de las cinco grandes empresas
de tecnología digital, desde Google a Amazon, Facebook, Apple y Microsoft.
Los nuevos hechos políticos ponen a los líderes tradicionales de los
grandes partidos políticos fuera del control de la situación, cambiando el
centro de gravedad del poder, pero amenazando al sistema ya que son una versión
de éste, quizás la más peligrosa.
Es que el neoliberalismo es un imaginario moral y metafísico según el
cual las relaciones de propiedad capitalistas proporcionan un patrón universal
de interpretación. Por ello es la existencia de un único sistema holístico en
constante interacción, multivariado y multinacional dominado por el
dólar.
De allí la agresividad actual ante la posibilidad
de mantener un sistema monetario internacional capaz de condicionar toda vida en
este planeta, que se expresa como el actual orden natural de las cosas.
Ni países ni regiones y mucho menos democracia,
ya que sólo existen las grandes corporaciones mundiales IBM e IT &T y
AT&T y Dupont, Dow, Union Carbide y Exxon, que son las nuevas naciones en un
mundo de corporaciones colegiadas, supeditadas inexorablemente a las leyes
inmutables del mundo de los negocios. De allí que el mundo es un negocio y lo ha
sido desde que el hombre creó las sociedades organizadas en base al intercambio
y la moneda.
A finales del siglo XX, con el advenimiento de la
era dorada inaugurada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, es una sinopsis
descarada de la ontología del dinero propia del neoliberalismo. Ahora bien, el
neoliberalismo es algo más que la liberalización del comercio, la privatización
de los servicios públicos o la implantación del modelo de la empresa corporativa
en lo poco que queda del sector público (“gobernar como se administra una
empresa”), con un mercado exento del control democrático.
Por ello es que no hay alternativa al sistema
hegemónico, como declaró Margaret Thatcher cuando gobernaba la Gran Bretaña a
sangre y fuego, porque verdaderamente no la hay, el capitalismo todo
lo impregna. Con el neoliberalismo, afirma Wendy Brown en El pueblo sin
atributos (2016), “el mercado se convierte en… la única y verdadera
forma que adopta toda actividad”. Si antes era el foro en el que tenía lugar la
producción y el intercambio de mercancías, una prueba nociva e ineludible de
nuestra servidumbre al reino de las necesidades materiales, el mercado adopta un
carácter platónico bajo la tutela de los ideólogos neoliberales y se convierte
en una ontología, una hermenéutica y la ética que guía a la guardia pretoriana
de filósofos - capitalistas.
La racionalidad gubernamental neoliberal, hoy más
vigente que nunca, entra en conflicto directo con los pilares básicos,
principios, prácticas, instituciones e ideales definitorios de la llamada
democracia liberal.
Lo que ocurre, sostiene Brown, es que en la
medida en que el imaginario político-social propio de la democracia liberal está
siendo desplazado, también se ve
seriamente afectada la posibilidad de alumbrar
proyectos afines a una democracia más radical, puesto que sólo la democracia
liberal podría ser la plataforma a partir de la cual cabría lanzar proyectos
democráticos más ambiciosos.
En cuanto al neoliberalismo, término polémico en
sí mismo, no será concebido
exclusiva ni fundamentalmente como un mero
sistema de ideas ni como un paquete
de medidas económicas, sino más bien como una
“racionalidad normativa” asimismo perfectamente identificable y que extiende su
alcance hasta todos y cada uno de los dominios de la existencia
humana.
Entre
los cambios sorprendentes e inesperados está que Donald Trump ganó en las
presidenciales en Wisconsin, Estado por antonomasia del Midwest,
también es la cuna del progresismo norteamericano, allí donde se creó por
primera vez un seguro social que protegía a los obreros contra el desempleo o
los accidentes laborales, Estado pionero en la protección del medio ambiente; y
Milwaukee, la ciudad más grande del estado, tuvo un Ayuntamiento socialista de
forma casi continua desde 1910 a 1960.
Fue el Estado donde Franklin D. Roosevelt, cuando
diseñó el New Deal, trajo a muchos de sus arquitectos de la Universidad Estatal
en Madison, regida desde su fundación por la filosofía de la “Wisconsin Idea” que pone el
conocimiento académico al servicio de la
ciudadanía.
Por ello llamaba la atención que Wisconsin se
haya volcado a la nueva derecha, empeñada en destruir de una vez por todas el
poder de los sindicatos y toda posibilidad de una hegemonía social.
En el 2011, cuando el republicano Scott Walker
asumió el puesto de gobernador, Wisconsin vivía una de las mayores decaídas del
país de la clase media, mientras que su tasa de pobreza había llegado al nivel
más alto en treinta años y además un 11 % de la población se ha visto disuadida
de ejercer su derecho al voto.
Éste era terreno fértil para el ultra derechista
que se dedicó a “adelgazar” el sector público, recortando más de mil millones de
dólares en la partida de escuelas y universidades, pero su principal objetivo
era el movimiento sindical, generando una reforma que fue inmediatamente
rechazada por la sociedad, pero a pesar de ello la misma fue
aprobada.
Así fue como Wisconsin pasó de laboratorio de la
democracia a ser un laboratorio de su sistemática destrucción a manos de un
movimiento conservador todopoderoso, que respaldaba la población más joven que
requería empleo. Fue una de las manifestaciones más grandes a favor de los
derechos laborales desde que el Presidente Reagan derrotó al movimiento sindical
en la huelga de los controladores aéreos, en los años
80.
El país estaba cambiando, la crisis de los 70
habían dejado huellas, pero la década de los 80 fue de grandes transformaciones
cuando la dupla de Reagan – Bush remonta el sistema aplicando un neoliberalismo
sin negociaciones, algo que será tomado por Clinton pero disfrazado como el
nuevo “Neoliberalismo progresista”, que fue retomado por Obama y planteado por
Hillary Clinton que no llegó.
El neoliberalismo progresista disfrazaba sus
verdaderas acciones con un decorado de derechos humanos de género, ecología,
pero solo de disfraz, como siempre los demócratas plantean cosas bonitas, pero
comienzan las guerras o invasiones.
alfredocesar7@yahoo.com.mx