Se ha podido leer en los
últimos días artículos descalificatorios de la rebelión popular del 19-20
diciembre, que sostienen, en resumen, que ésta fue hegemonizada por una clase
media principalmente interesada, cuando no en forma exclusiva, por su dinero
atrapado en el "corralito" de los bancos. Para los autores en cuestión,
semejante preocupación "fisiológica" jamás podrá inspirar ideales de
emancipación social. Algunos se han permitido ver en el uso de la cacerola un
mensaje encriptado de características pinochetistas (!), aunque el cacerolazo
de la noche del 19 de diciembre haya sido para enfrentar la declaración del
estado sitio! (sin reparar tampoco, por supuesto, que el uso de ollas y
sartenes ya caracterizó a los porteños que resistieron a las invasiones
inglesas de 1806-7 y que en la actualidad han sido rescatadas para echar a los
pinochetistas alojados en el gobierno de la Alianza *¡en primer lugar
Cavallo!)
Varios burócratas sindicales que
apoyan hoy decididamente a Duhalde, no han olvidado recordar que buena parte
de la clase media insurreccionada votó a la Alianza en octubre del ’99 (¡pero
lo mismo hicieron los peronistas Alicia Castro, Víctor De Gennaro y Hugo
Moyano!) y algunos han ido incluso más lejos resucitando el pasado gorila de
los padres y abuelos de los porteños en rebelión.
Una cuestión de
método
Esta crítica al levantamiento popular
de diciembre adolece de un serio defecto de método. En primer lugar porque
deja de lado dos cosas: una, que el levantamiento no sólo fue porteño sino
nacional; dos, que las jornadas del 19-20 fueron la culminación de un proceso
por demás largo, que arranca con el Santiagueñazo del ’93 y que hacia el final
fue dominado por el levantamiento piquetero de Tartagal y Mosconi. Las
jornadas del 19-20 fueron precedidas en lo inmediato por las huelgas,
ocupaciones de empresa y manifestaciones de masas, en Córdoba y Neuquén (y las
ocupaciones de Telecom y Emfer y la huelga ferroviaria, entre otros) y luego
por los ataques a supermercados en Mendoza y Entre Ríos, que finalmente
llegaron al Gran Buenos Aires entre el 17 y 19 de diciembre. Una semana antes
de los acontecimientos decisivos, se cumplió un paro general que se
caracterizó por la participación de todas las clases sociales, aunque con un
agregado revelador: la "acusada" clase media se esforzó por separarse
políticamente de la burocracia sindical de los Daer y Moyano, con lo cual
jugó, a su manera, un rol objetivamente revolucionario. Esto se ve incluso más
claramente ahora que estos personajes han pasado a integrar el nuevo campo
oficialista, el cual se ha largado a confiscar a las masas y a los pequeños
ahorristas para rescatar a los grandes pulpos económicos afectados por el
derrumbe capitalista. Apenas dos meses antes de los acontecimientos, un ala
vinculada a la clase media, los estudiantes universitarios, desalojaban a la
representación clásica de la pequeña burguesía en la universidad, Franja
Morada, votando por los partidos de izquierda y a los independientes de
orientación izquierdista.
No ha faltado quien identificara
entre los insurrectos a más de un "ejecutivo" cuyo menester cotidiano es
aplicar a rajatablas la flexibilidad laboral. ¿Pero en qué revolución popular
no han estado presentes, en sus comienzos, algunos integrantes de esta franja
de la clase media? Si es por las históricas revoluciones inglesa y francesa,
hay que decir que participaron en ellas y hasta las dirigieron reconocidos
esclavistas y grandes propietarios, cuyos intereses habían entrado en
contradicción con los restos feudales y hasta con las monarquías absolutistas.
Hasta en la revolución rusa de febrero, que se caracterizó por el liderazgo en
la lucha por parte del proletariado, no sólo participó la gran burguesía hasta
unas pocas horas antes aliada del zar, sino que incluso se apoderó del poder
vacante organizando un rápido golpe de Estado.
La pauperización de la pequeña
burguesía
Pero, ¿fueron, acaso, los
"ejecutivos" el elemento predominante, no ya del levantamiento, sino de los
"cacerolazos"? Esto lo responde el Financial Times, el cual ha
escrito, en su edición del último día del año, que "los economistas y los
analistas han identificado hace largo tiempo a las clases medias como los
corderos propiciatorios de cualquier solución viable a la creciente crisis
financiera. Estimaciones recientes sugieren que dos mil de ellos desaparecen
por día en las filas de los pobres. La clase media argentina está obsesionada
con su propio derrumbe. Infinidad de películas y obras de teatro están
dedicadas a la decadencia de las familias de clase media".
Esta es la clase media de los
"cacerolazos", no los ejecutivos de empresa (salvo que hayan sido despedidos)
*una clase que enfrenta, no simplemente el "corralito", sino una gigantesca
confiscación a manos del gran capital, una clase media sin plata y sin
trabajo. Por esto, el diario inglés cita a un funcionario del BCP Securities,
que dice que "la situación argentina está madura para una insurrección popular
similar a las de París de 1792 y 1871, y Teherán en 1979. Argentina ya no
puede seguir sosteniendo a su extendida clase media".
Observe el lector que los
levantamientos de 1792 y 1871 no fueron revoluciones burguesas democráticas,
sino levantamientos dirigidos por el ala extrema de los trabajadores, en un
caso, y por el proletariado, en el otro. Pero si el capital admite, por la
boca de sus representantes, que el capitalismo no puede sostener a la clase
media, la conclusión que emerge es que la clase media está siendo llevada por
la crisis a una posición objetivamente anti-capitalista. En otras palabras, la
clase media tiene, sí, un problema de "corralito", pero no solamente con el
"corralito" financiero que le impuso el gobierno, sino con el "corralito" de
la degradación social que le ha impuesto, y le impondrá cada día más, el
derrumbe capitalista.
La crisis le plantea a la pequeña
burguesía la necesidad de una reorganización del país sobre nuevas bases
sociales, algo que solamente podrá resolver bajo la dirección de la clase
obrera actuando como partido político independiente.
Historia
Los defectos de método de la opinión
descalificatoria de la clase media de la cacerola (¡emitida para colmo, en la
mayor parte de los casos, por escritores pequeño burgueses
centroizquierdistas!), no se agotan en lo dicho. En ellos se manifiesta una
gran distorsión histórica, porque esta clase media tiene una tradición
ideológica formada en gran parte por el socialismo y de sus filas salió la
juventud que, a partir de la desintegración de la dictadura "libertadora" de
1955-57, iniciará el fenomenal ascenso político que culminará en el
"Cordobazo". En 1961, una espectacular votación en la Capital a favor de un
candidato que defendía a la revolución cubana (Alfredo Palacios), llevaría a
las revistas de la época a hablar del "domingo rojo en Buenos Aires". Esta
clase media comienza, a partir de la crisis de 1994-95, a participar
activamente en la oposición al menemismo. Si en el ’99 votó a la Alianza, lo
hizo de la mano de los ex JP y los ex comunistas del Frepaso, no por simpatía
con De la Rúa, y el primer cacerolazo fue convocado precisamente por Chacho
Alvarez, para protestar contra Yabrán. Lo que tenemos ahora es una clase media
que se ha insurreccionado contra su propio gobierno, de modo similar a la
insurrección que protagonizaron los obreros, en gran parte peronistas, en
junio y julio de 1975, contra el suyo, que entonces había pasado a manos de
Isabel Perón.
Para algunos intelectuales, la lucha
contra el "corralito" es demasiado prosaica como motivo de una revolución;
prefieren seguramente como causas la libertad para interpretar las sagradas
escrituras (reforma luterana, revolución inglesa) o la vigencia de la razón
(revolución francesa), fingiendo ignorar que en la mayor parte de los casos
los alegatos ideológicos de las revoluciones pretendían esconder sus
verdaderas causas materiales, es decir sociales. El "corralito", en su
vulgaridad, tiene al menos sus ventajas, pues desnuda la explotación del
capital financiero, en lugar de escamotearla con abstracciones tales como
"justicia social", "soberanía política" o "independencia
económica".
¿Quién dirigió el levantamiento
popular?
El defecto final de método de los
impugnadores de la clase media reside nada menos que en el hecho de que no es
cierto que la clase media de la cacerola haya dirigido el levantamiento
popular que acabó con De la Rúa. El enorme mérito de la clase media capitalina
en esos días, fue otro: fue haber salido en la noche del 19 contra el estado
de sitio, respaldando por lo tanto los asaltos a los supermercados que habían
adquirido masividad desde la noche anterior, en oposición al gobierno de De la
Rúa-Cavallo, y por lo tanto en apoyo a todo el movimiento obrero, piquetero y
popular de los últimos meses. Con esta decisión de enfrentar el estado de
sitio, los porteños precipitaron el levantamiento popular, pero no lo
dirigieron. En la jornada decisiva del 20, a partir del mediodía, el
levantamiento popular fue "bancado", es decir dirigido físicamente, por la
juventud trabajadora, desocupada y estudiantil de la ciudad y también del Gran
Buenos Aires, y por una parte de los partidos de izquierda. A De la
Rúa-Cavallo no lo voltearon los cacerolazos sino la lucha física consecuente
de la juventud por la dominación de la Plaza de Mayo y contra la represión
policial y parapolicial.
Esto nos lleva a la cuestión final:
¿qué clase social dirigió el levantamiento popular? El 19 y 20 de diciembre no
fue una huelga como la de los obreros anarquistas en la semana trágica del
’19; tampoco fue una huelga obrera activa como la del 17 de octubre o una
huelga obrera indefinida con barricadas y luchas obreras contra el ejército,
como la de enero de 1959; no fue finalmente una irrupción gigantesca del
proletariado de la industria, como en el Cordobazo. Sin embargo, por la clase
que estuvo al frente de la lucha en su largo proceso de gestación y
desarrollo; por el papel excepcional del movimiento piquetero en la
preparación de esta lucha; por el papel sin precedentes, en el último cuarto
de siglo, de una parte de los partidos de izquierda en todas las fases de esta
lucha; por el extraordinario papel de la juventud trabajadora en la lucha
final, el jueves 20; por todas estas características que hacen al conjunto del
proceso histórico, el levantamiento popular fue un producto de la clase
obrera. La conclusión que emerge de aquí es harto clara: la rebelión popular
sólo triunfará con un gobierno de trabajadores, ninguna otra clase puede
sustituir al proletariado en promover un desenlace victorioso para el pueblo
de la presente crisis revolucionaria.
El capitalismo, las clases, el
partido
Es el propio proceso capitalista el
que ha llevado a la clase media al campo revolucionario. La extensión
constante de la acción del capital financiero, que se apropia de los ahorros y
recursos de la pequeña burguesía para usarlos como capital en el proceso de la
explotación social de la clase obrera, ha integrado a esta pequeña burguesía
al movimiento de la circulación capitalista como nunca antes en la historia.
Hasta los dentistas y tenderos de Alemania e Italia fueron involucrados con la
deuda externa argentina por sus respectivos bancos y fondos de inversión. La
expropiación relativa o parcial de la pequeña burguesía por el capital, fue
presentada como un tributo que el capital le pagaba a la pequeña burguesía en
una explotación común de la clase obrera. Fue el "milagro" que se adjudicó a
la "convertibilidad". Ahora el sueño se convirtió en pesadilla; la
expropiación relativa (el banquero ganaba más con la plata del ahorrista que
lo que le devolvía por esos ahorros) se ha convertido en absoluta. La crisis
ha devorado el último peso de la renta de la pequeña burguesía, y además la ha
dejado sin trabajo e incorporada a la miseria social. Las privatizaciones (o
sea la confiscación del patrimonio público), la deuda externa y la
"convertibilidad" han sido las grandes palancas económicas e históricas del
levantamiento popular.
La crisis revolucionaria actual
presenta una característica decisiva propia cuando es comparada con todas los
movimientos populares revolucionarios nacionales a los que se hizo mención: ha
involucrado activamente a una enorme masa de la pequeña burguesía, que en los
ejemplos anteriores se encontraba relegada. Esta novedad histórica amplía
enormemente, al menos en principio, el campo histórico de acción de la clase
obrera. La clase obrera no tiene que enfrentar hoy a una pequeña burguesía
neutral, y también por primera vez el gobierno de turno no encuentra apoyo en
ella contra la clase obrera. Pero la conquista para la clase obrera de la masa
de la clase media, requiere que la clase obrera resuelva su propio problema
político: la necesidad de una dirección de clase y socialista. La conquista de
la clase media y la solución de la crisis de dirección van de la mano. La
solución de la crisis de dirección será, por un lado, la consecuencia de la
lucha política que se entablará de ahora en más, de un lado contra el intento
del peronismo de restaurar su antigua influencia, y del otro lado contra las
políticas izquierdistas democratizantes y movimientistas, que se caracterizan
por los siguientes planteos fundamentales: oposición a un gobierno de
trabajadores de carácter revolucionario y oposición al desarrollo de un
partido obrero revolucionario. Por otro lado, la superación de la crisis de
dirección dependerá en gran medida de la ampliación de la intervención de la
clase obrera a nivel mundial, como consecuencia de la propia crisis mundial
capitalista.
Extraído de Prensa Obrera Nro 737, del 11 de
enero de 2002.