La Conferencia Latinoamericana,
reunida en Buenos Aires, caracterizó a la reunión del G20 y resolvió un curso de
movilización con alcance continental.
A veinte años de su
creación, el G20 asiste al dislocamiento de la llamada “globalización”, según la
cual la restauración capitalista en la ex URSS y China debía dar lugar a una
armonización de la economía y la política mundiales bajo la égida del capital
internacional.
La cumbre de jefes de Estado, en cambio, tendrá lugar en el
marco de una creciente guerra comercial, de una acentuación del militarismo y de
las guerras imperialistas. Caído el telón de la “globalización” y del “fin de la
historia”, emerge con toda su fuerza el rasgo dominante de la etapa histórica de
la decadencia del capital, como etapa de “guerras y revoluciones”.
Guerra comercial,
militarismo, ataque a los explotados
El telón de fondo de estas
fracturas es la crisis mundial capitalista. En definitiva, la guerra comercial
-y, en última instancia, política y militar- es una disputa respecto de qué
bloques tendrán que hacerse cargo de la depuración de los capitales sobrantes,
algo que sólo puede procesarse al costo de guerras y convulsiones sociales
inmensas.
Los jefes que tendrán su cita en
Buenos Aires, son, al mismo tiempo, los ejecutores de brutales bombardeos en
Irak, Siria o Libia, destruyendo sus escasas defensas nacionales para avanzar en
una mayor colonización política y financiera. La cumbre tendrá lugar en medio de
una agudización de los aprestos militares de los diferentes bloques en pugna. Lo
demuestran, por caso, las recientes maniobras de envergadura inédita del
ejército ruso con apoyo chino; los preparativos de la Otan para “conflictos a
gran escala” y los anuncios de Macron -con apoyo de Merkel- para la creación de
un ejército europeo al margen de la propia Otan. La cumbre del G20 en Argentina
será también el escenario de otra nefasta unidad continental -la que propugna la
militarización de la mano del Departamento de Estado, en nombre del supuesto
combate al narcotráfico y al terrorismo. Anticipando esta orientación, el
gobierno de Macri y Bullrich han montado un gigantesco operativo de intimidación
y represión con la participación de fuerzas y servicios de inteligencia
extranjeros, que ya ha provocado detenciones y persecuciones políticas. La
Conferencia repudió el reforzamiento represivo montado a partir de la reunión
del G20.
La cumbre volverá a refractar la
disputa por la cuestión del medio ambiente. Trump ha sacado a Estados Unidos del
acuerdo de París, en beneficio de las “viejas” industrias de su país, que
aspiran a reducir costos a expensas de la contaminación general. A caballo de
este planteo, se pretende el jubileo ambiental en los países atrasados, en
beneficio, en este caso, de mineras, petroleras y agroquímicas. Esta misma
agenda ha empalmado con el fascista Bolsonaro, en cuyos planes aparece la
desforestación del Amazonas.
Más allá de sus divergencias,
los jefes imperialistas -y también los Macri o Temer- coinciden en la pretensión
de descargar la crisis capitalista sobre la clase obrera y los explotados. En la
agenda del G20 se encuentra la ‘universalización’ de las reformas previsionales
-así como las reformas laborales antiobreras.
“Contracumbre”
La Conferencia caracterizó a la
“contracumbre” de Cristina Kirchner, Dilma Rousseff, Rafael Correa y otros como
expresión del fracaso político de los llamados “nacionales” o
centroizquierdistas del continente. Es la cumbre de quienes abrieron el camino a
la reacción política, y luego fueron incapaces de luchar contra los ajustes de
los Macri o Temer -cuando no cómplices de su aplicación. Desde el poder, los
“nacionales y populares” fueron peones de la diplomacia imperialista de Obama;
en ese carácter, avalaron el golpismo continental (Zelaya, Lugo) y aportaron los
efectivos para el intervencionismo militar a Haití a cuenta del
imperialismo.
El nacionalismo continental
suele asociar la actual fractura del orden mundial a sus invocaciones
proteccionistas (“vivir con lo nuestro”). No se hacen cargo, primero, del
carácter reaccionario y derechista de los antiglobalizadores, como Trump y sus
émulos europeos. Y luego, del carácter necesariamente expansionista y belicista
del proteccionismo imperialista. Por caso, la guerra comercial de Estados Unidos
con China es sólo un peldaño en el afán de hegemonizar y completar, bajo la
égida norteamericana, la restauración del capital en el gigante asiático.
En esta ocasión, sin embargo, el
organizador de la reunión con CFK y Rousseff señaló que “es al propio G20 al que
debería denominarse contracumbre” (La Nación, 18/11), en alusión a la fractura
económica y política que dominará la reunión de los jefes de Estado. Con ello,
anticipa que la reunión de los ex mandatarios del nacionalismo le opondrá a los
Trump la ‘armonización internacional de intereses’. Esto no debería sorprender,
si se tiene en cuenta que tanto Cristina como Dilma, cuando presidentas,
participaron del G20 y votaron las conclusiones reaccionarias de sus cumbres. A
la fractura económica mundial y a la guerra, nuestra Conferencia Internacional
no le opuso el retorno inviable al pasado -la “globalización” capitalista-, sino
una transformación social a escala continental y mundial dirigida por la clase
obrera. O sea, el gobierno de trabajadores, la unidad socialista de América
Latina y el socialismo internacional.
La Conferencia Latinoamericana
apoyó la convocatoria a movilizarse el próximo 30 contra el G20 y llamó a
organizar para esa fecha manifestaciones y actos en todos los países del
continente.