La victoria de Bolsonaro abre otra etapa en la
crisis brasileña
Jorge Altamira
Jair Messias Bolsonaro se consagró ayer presidente electo de
Brasil, con una ventaja de once millones de votos sobre el candidato del PT,
Fernando Haddad. La ola derechista de los comicios quedó también en evidencia
con la victoria de Joao Doria, del PSDB, para gobernador del estado de Sao
Paulo, que logró sobrellevar el retroceso que le marcaban las encuestas, con un
apoyo declarado a Bolsonaro. Lo mismo ocurrió en otros estados representativos,
como Río de Janeiro y en Río Grande do Sul – un ‘bastión’ del PT –, o en Minas
Gerais, donde un advenedizo derrotó en el primer turno al gobernador del PT y se
quedó con el estado en la segunda vuelta.
Bolsonaro ha llegado a la presidencia montado en una crisis
económica y política de enorme envergadura, que primero liquidó al gobierno de
Dilma Rousseff y luego al de su vicepresidente, Michel Temer, convertido en
titular de gobierno mediante un golpe de estado. El interinato de Temer acabó
con todos los partidos tradicionales que integraron su gobierno, como
consecuencia de la acentuación de la crisis en marcha. La crisis industrial ha
dejado un ejército de desocupados formales que se aproxima a quince millones de
personas – un tendal que se suma a un desempleo fluctuante, no registrado, de
proporciones enormes. El derrumbe del PT antecede mucho en el tiempo al ascenso
de Bolsonaro, porque quedó de manifiesto en la violenta política de ajuste que
aplicó como gobierno desde 2012 y que se manifestó en multitudinarias
manifestaciones.
Una crisis política a toda velocidad
Es oportuno recordar que los llamados ministros y banqueros
‘neo-liberales’, que ahora están apuntados para integrar el gabinete de
Bolsonaro, hicieron sus primeros oficios bajo los de Lula y Rousseff – Henrique
Meirelles, del Banco Boston, designado en el Banco Central, y Joaquim Levy, otro
banquero, como ministro de Economía en 2015. La desmoralización política que los
gobiernos petistas provocaron en la masa trabajadora se expandió a partir de las
pruebas de corrupción perpetradas por su gestión, en beneficio de grandes
capitales – en especial las poderosas empresas de la construcción. El período de
reacción política que pretende imponer Bolsonaro y la camarilla de militares
pasivos y activos que lo ha promovido, no se funda en una derrota explícita de
la clase obrera en lucha contra las patronales y el capital sino en la
bancarrota política y moral de su dirección. De otro modo no se explica que en
las ciudades del ABC paulista, el centro de la industria automotriz y
metalúrgica de la periferia de Sao Paulo, y cuna simbólica del PT, Bolsonaro se
haya podido acercar al 70% de los votos en el reciente balotaje.
La velocidad del ascenso de Bolsonaro, que todavía a principios de
año orejeaba un 20% de la intención de votos, es un testimonio de la velocidad
de la crisis política. Al inicio de la campaña por la primera vuelta, la inmensa
mayoría del capital financiero apostaba por el Macri paulista, Gerardo Alckmin,
del PSDB (un animador del golpe contra Rousseff y sostenedor del gobierno Temer)
que nunca pudo levantar vuelo a pesar de sus ‘calificados’ apoyos. La
pulverización de la ‘vieja política’ pavimentó el camino de Bolsonaro, no al
revés; Bolsonaro desfiló con todos los corruptos del Congreso brasileño (se
calcula que abarca a un 65% de sus miembros) en el operativo de destitución de
la presidenta de entonces.
Militares y banqueros
Bolsonaro mismo logró explotar el vacío político en su beneficio,
no por su destreza; se vale de un lenguaje propio del bajo fondo. El pilotaje de
la crisis, en especial el golpe contra Dilma y el encarcelamiento de Lula,
estuvo a cargo del alto mando del ejército y de su comandante Eduardo Vilas
Boas. Lo hizo incluso en forma desembozada, a lo Trump, por medio de Twitter.
Fue el alto mando el que operó el pasaje de Alckmin a Bolsonaro, incluso cuando
observó que no arrancaba la candidatura del ‘laborista’ Ciro Gómes, un
‘desarrollista’, que gobernó el estado de Ceará. Varios especialistas han
subrayado que la campaña de Bolsonaro en las redes sociales, supone una
infraestructura altamente sofisticada. Se ha configurado, en consecuencia, la
junción entre el alto mando militar y un demagogo fascista, que viene de ninguna
parte, de naturaleza contradictoria, en especial porque el advenedizo tiene
ahora 55 millones de votos.
Para dejar en evidencia aún más estas contradicciones, Bolsonaro
ha anunciado desde el inicio un gabinete compuesto, por un lado, de banqueros
asociados a la actividad de fondos especulativos, como Paulo Guedes, ex mandamás
del Banco Itaú, el mayor de Brasil, y por el otro, de la burocracia
tecnocrática-militar, que encara la economía desde la seguridad nacional. Figura
fundamental, que ocupará el ministerio de Defensa, Antonio Heleno, ha sido
comandante de las tropas de ocupación de Haití, donde los ejércitos
latinoamericanos se han ejercitado en el combate urbano, mientras sus estados
les tenían prohibida la inteligencia interna. Viejos zorros del capital
brasileño, como Delfim Neto, ministro de Economía de la dictadura, o reputados
economistas, como Nogueira Batista, se han adelantado en asegurar que este
mejunje ministerial no tiene posibilidades de durar. De todos modos, The Wall
Street Journal ha festejado el triunfo de Bolsonaro con la certeza de que
“drenará el pantano” ‘populista’ – la consigna de la campaña de Trump.
Fascismo
El nuevo presidente ha sido reclutado en el bajo fondo fascista,
pero esto no alcanza para que su victoria establezca un régimen político
fascista. Para esto hay que reunir todavía condiciones apropiadas. El
crecimiento electoral le da la oportunidad de formar una bancada fuerte en el
Congreso y de obtener adhesiones de los terratenientes, evangélicos y militares
que han entrado por medio de otros partidos. Desarrollar una fuerza organizada
propia es condición para el fascismo. Ha ganado una base electoral masiva, pero
de ningún modo disponible para ser movilizada contra la clase obrera o para
imponer un ajuste mediante aprietes extra-parlamentarios. La posibilidad de un
ascenso fascista es todavía un asunto del futuro – que se será determinada por
la crisis económica y la lucha de clases entre el capital y el estado, de un
lado, y los trabajadores del otro. Obligado por las condiciones políticas
objetivas a establecer un régimen de arbitraje con características autoritarias.
Bolsonaro debería conquistar una autonomía respecto a sus mandantes, el ejército
y el capital financiero. Se trata de un desenlace incierto, pavimentado de
crisis políticas de diversa naturaleza.
De conjunto, sin embargo, el pasaje del régimen pseudo democrático
que se estableció en 1985 a un régimen bonapartista potencial, compartido por el
Ejecutivo y el alto mando militar, constituye un retroceso histórico – una
expresión de la incapacidad de la burguesía para gobernar con métodos que
disimulan su dominación (democracia) y la obligación al recurso de regímenes de
excepción, que ponen al desnudo la violencia política del Estado.
Como muy bien recuerda nuestro compañero Hernán Gurian desde Río
de Janeiro: “En 1990 Fernando Collor de Melo se convertía en presidente del
Brasil, derrotando a Lula del PT en segunda vuelta. Collor, un político
aventurero y casi desconocido hasta ese momento, repetía incansablemente que el
Brasil no se iba a transformar en un país comunista, que ´nuestra bandera jamás
será roja´ y nunca se iba cambiar el himno nacional por La Internacional. Entre
1991 y1992 el pueblo brasilero salió masivamente a las calles para poner fin a
un gobierno privatizador, hambreador y represor mediante una rebelión popular.
El 29 de diciembre de 1992 el gobierno de Collor CAYÓ”.
Guerra de clases
Brasil atraviesa por una crisis económica descomunal, que la
burguesía quiere abordar por medio de una cirugía mayor. De ahí que plantee
privatizaciones en gran escala, por unos 200 mil millones de dólares, para
rescatar en forma anticipada una deuda externa bruta que supera el billón – y
creciendo. Entran en el paquete numerosas empresas estatales, empezando por
Petrobrás y sus satélites, Electrobras, empresas de los estados federales,
incluso la joya aeronáutica, Embraer.
Para ir por la eliminación del déficit fiscal, el capital
financiero pretende liquidar el régimen público de reparto por otro de
capitalización, de modo de convertir a los fondos privados en fuente financiera
barata. Esta reforma ha llevado, en todos lados, durante la transición, a mayor
déficit y mayor endeudamiento internacional. El aumento de la edad jubilatoria,
otra pieza del ataque, se aplicaría a un población sin protección social: la
reforma laboral impuesta bajo Temer ha impuesto el trabajo intermitente (lo que
supone menores aportes previsionales) y la liquidación del derecho laboral. El
equipo de Bolsonaro propone sustituir los convenios colectivos por la emisión de
una tarjeta verde, donde se anotarían salarios y prestaciones, en una suerte de
contrato individual – de aquí sale el ataque que los bolsonaristas han
emprendido contra el aguinaldo. El movimiento obrero enfrenta el desafío de
prepararse para colisiones gigantescas. Los apologistas del nuevo rumbo
denuncian que Brasil tiene una economía “cerrada” y una industria incapaz de
“competir”, lo cual anuncia una liquidación gigantesca del patrimonio industrial
y tecnológico. La guerra de clases que desataría un plan de esta envergadura,
pondría en la agenda de la burguesía un pasaje al fascismo – y en la del
proletariado, obligado a una lucha histórica, un pasaje a la revolución. La
deforestación y sojización de la Amazonia acentuaría el régimen fascista que
existe ya en el campo, bajo los gobiernos democráticos, incluso petistas.
Trump apenas le deseó “suerte” a Bolsonaro, sin que quede claro si
encogió el apoyo por la proximidad de las elecciones norteamericanas, o si por
el convencimiento de que Brasil no se distanciará de China – por lejos su
principal socio comercial y hasta financiero. El centro del choque entre EEUU y
China, en América Latina, es Brasil, donde la ‘prosperidad’ del capital agrario
depende del mercado de China. Detrás de Bolsonaro opera un lobby yanqui,
dirigido por el senador Marcos Rubio, jefe del anticastrismo y partidario de
atacar a Venezuela. Por de pronto, las fuerzas armadas brasileñas están
negociando la instalación de bases norteamericanas en la frontera norte del
país.
La burguesía yanqui, sin embargo, no está unida en esta aventura.
Macri, por su lado, a través del brasileñista Dante Sica, ministro de Industria,
le ha dado un apoyo contundente al fascismo ultra-fronteras: “Dará estabilidad,
dijo, a Brasil” (Ámbito, 13.10). Paulo Guedes, el candidato a dirigir Economía,
ha adelantado, sin embargo, que congelaría el Mercosur, a favor de una “economía
abierta”. La prensa ha pasado por alto que el petista Fernando Haddad, en este
ambiente privatizador, había anunciado la preferencia por Persio Arida, como
ministro de Economía, un Sturzenegger brasileño. La penetración de la banca
norteamericana ha crecido sustantivamente en Brasil, lo que explica los
candidatos que se mencionan para el gabinete y los planes económicos. Trump
posiblemente no pretenda anular la relación comercial China-Brasil, pero sí
valerse de esa penetración financiera para profundizar su guerra económica con
China por otros medios y otras vías.
Transición política
Brasil se encuentra en una transición política que deberá mutar
sucesiva y explosivamente su régimen político. El fascismo está planteado en
esta transición; “hay que barrer a los rojos”, “a la cárcel o el exilio” – son
las consignas de Bolsonaro. El PT y las burocracias sindicales, sumidas en una
crisis profunda, han anunciado su adaptación política a la nueva situación con
el planteo de la batalla parlamentaria. La izquierda brasileña, el Psol, subida
ayer en el ‘palenque’ del PT, junto a Haddad, dejó claro que no es alternativa a
nada. Es necesaria otra estrategia política; no pueden haber partido obreros o
de trabajadores con direcciones y aparatos pequeño burgueses, que es el núcleo
explicativo de este derrumbe político ante un aventurero sin escrúpulos. No
harán frente a las grandísimas batallas de clase que tendrán lugar en este
período explosivo. En estas condiciones, la convocatoria a una deliberación de
la clase obrera, por medio de asambleas y congresos de delegados electos, ocupa
un lugar estratégico, porque introduce la necesidad de un planteo de conjunto y
de un plan de lucha debidamente preparado, en consonancia con el desafío que ha
quedado planteado.
América Latina ha quedado conmovida por el desarrollo de la crisis
brasileña, que no es una crisis local sino de conjunto. Lo muestra el derrumbe
de Centroamérica y la migración en masa por diversos territorios. Las luchas
contra la reforma previsional llevó a una prolongada huelga general en Costa
Rica y a un levantamiento popular en Nicaragua, en tanto que ha abierto una
lucha enorme en Argentina. La crisis brasileña, como parte de la crisis mundial
y de la crisis de gobernabilidad en América Latina, está presente, en forma
harto deformada, pero presente sin duda, en la batalla política que se libra en
las elecciones norteamericanas del próximo 8 de noviembre. La crisis brasileña
interpela a la crisis capitalista mundial, por un lado, y al conjunto de la
vanguardia obrera en el mundo entero, por el otro, atravesada por una gran
crisis de dirección.