Japón: la transición y sus
costos
“He aprendido a no tratar de convencer a nadie.
El trabajo de convencer es una falta de respeto. Es una forma de colonizar al
otro” José Saramago.
Alfredo César Dachary
Cuando llegamos a un pueblo originario en
cualquier lugar de Latinoamérica, vemos generalmente la pobreza de manera más
descarnada y sus costos, los niños sobrevivientes y sus rostros, las mujeres
talladas en la madera de la vida por el viento de la injustica y muchas cosas
más.
Este proceso lleva más de cinco siglos y se
conoce como la colonización, que hoy sobrevive en muchas partes de América de
esa manera y, en el resto de otra, ya que la recolonización es por una nueva
cultura, la basada en el consumo y promovida por el individualismo y la falta de
solidaridad social.
Siempre hablamos de los países “pobres” porque,
salvo excepciones no lo son, porque la riqueza sale de ellos para enriquecer a
otros, los que algunos llaman eufemísticamente países emergentes, donde la
pobreza es ocultada por la neblina de la pérdida de las culturas, lenguas y
tradiciones.
Esta tragedia también se da en otros escenarios,
países ricos que en realidad son muy pobres de eso que se llama solidaridad,
sentimientos colectivos y que también han sido víctimas de un colonialismo
moderno que destrozó su cultura milenaria remplazándola por un mundo falso de
luces de neón, realidad virtual y falsos dioses como la tecnología encarnada en
la robótica y sus derivados, que terminan en la noche solitaria en un karaoke,
con otros desconocidos que también intentan matar esa enfermedad que se llama
soledad.
En 1945, Estados Unidos tiró sobre la población
civil dos bombas atómicas, en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, matando a
miles de personas y condenando a otro grupo igual a una muerte más lenta. La
justificación fue que los japoneses no se rendían y el costo humano de la guerra
era muy elevado.
Las dos bombas atómicas no solo destrozaron las
dos ciudades, sino también el orgullo japonés construido en siglos, pero ya
arrodillados en el siglo XX cuando la marina de Estados Unidos los obligó a
abrir sus puertos al comercio exterior, otra afrenta que siguió hasta 1945, en
que se realizó la ofensa mayor, humanizar al emperador, que era considerado una
figura excepcional y obligarlo a reconocer su derrota poniéndolo a la par de
cualquier otro ciudadano.
La ocupación militar de Japón llega hasta hoy,
primero por miedo al rearme y hoy por miedo a los vecinos y que los japoneses
busquen alianzas en la región, todo ello los condena a una ocupación militar,
económica y cultural total, quedando en lo exterior la gran fachada con la cual
ha navegado el famoso “milagro japonés”.
Es difícil para nosotros que vivimos alienados
con una información distorsionada entender como un país rico, aunque lleva casi
tres décadas de crisis desde 1991, pueda tener dos caras tan diferencias, que al
final es una sola, por un lado el trabajo eficiente y disciplinado y, por el
otro, una sociedad con signos evidentes de crisis desde el alto índice de
suicidios a la necesidad de importar empleados para cuidar a los adultos
mayores, en una sociedad, con un crecimiento negativo, en referencia a la tasa
de mortalidad – nacimientos, que los condena a una pirámide invertida, sin
juventud para el futuro, una familia diferente.
La progresiva evolución de la sociedad japonesa
ha traído consigo la superación no sólo del sistema de la familia tradicional
sino también, más recientemente, de la arquetípica familia nuclear propia de las
décadas que siguieron a la posguerra. De ahí que diversos investigadores hayan
prestado atención, aunque de una forma un tanto exploratoria y poco sistemática,
al modo en que el cine japonés contemporáneo ha representado a la
familia.
Se establecen varias condiciones necesarias para
que el modelo familiar de la sociedad japonesa, condicionado por factores
económicos y culturales, evolucione y consiga aumentar el alarmante bajo nivel
de fertilidad de la población, que lleva a una familia de solitarios, una
superación de los modelos
tradicionales para que los jóvenes puedan elegir
libremente sobre qué bases desean
formar sus familias.
Para ello, resulta necesario una normalización y
aceptación de situaciones familiares que no tenían cabida en el modelo anterior,
en un estudio sobre las estructuras familiares japonesas y la posibilidad de que
éstas cambien progresivamente. Se señala que resultan de especial relevancia las
relaciones sociales, puesto que los japoneses parecen más proclives a aceptar
situaciones familiares no tradicionales, cohabitación sin matrimonio,
nacimientos fuera del matrimonio, matrimonios inter-culturales, cuando se dan
entre su círculo de amistades.
En el 2016, la BBC realizó una encuesta que explica el problema de la
baja natalidad y la débil opción por casarse y menos tener hijos. Lo primero que
salió fue que en el país había demasiados jóvenes vírgenes y el gobierno está
preocupado, y la perspectiva es que el problema va a seguir creciendo ya que a
los jóvenes no sólo no parece interesarles formar familia, ni siquiera les llama
la atención el sexo.
En la encuesta, el 42% de los hombres y el 44,2% de las
mujeres que aún no se han casado dijeron ser vírgenes,
proporción que ha aumentado con respecto al año 2010, cuando el 36,2% de
los hombres y el 38,7% de las mujeres declararon no haber tenido su primera
relación sexual. En la cambiante sociedad japonesa, los jóvenes están priorizando su independencia y tratan de
alejarse de los "problemas" que puede traer una relación
amorosa.
Entre aquellos que aún no han contraído
matrimonio, el 70% de los hombres y el 60% de las mujeres no tienen pareja, y
dentro de este grupo, el 30% de los 2,706 hombres y el 26% de las 2,570 mujeres
no desean comenzar una relación íntima en el momento de la
encuesta.
El estudio cubrió un total de 8,754 personas
solteras y 6,598 parejas casadas de todo el país. Japoneses heterosexuales entre
18 y 34 años conformaron la muestra analizada en junio de 2015 por el Instituto
Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, esta encuesta se
aplica cada cinco años desde 1987.
La inestabilidad económica parece estar afectando
la manera en que las generaciones más jóvenes manejan su vida sexual y elaboran
sus ideas sobre el matrimonio.
A pesar de que las relaciones románticas no son
prioridad para muchos jóvenes japoneses, las necesidades emocionales no siempre
desaparecen, y para aliviarlas, el mercado japonés ofrece una amplia gama de
opciones como es el contratar a una
persona del sexo opuesto para pasear y conversar por un rato, que se ha
convertido en una práctica relativamente común.
Esto se debe a que Japón se ha convertido en el
país de la soledad y donde la cultura del honor y del trabajo se han impuesto en
una sociedad donde ya no es fundamental tener amigos y familia, sino
aparentarlo. Las agencias de alquiler de familias han surgido para guardar las
apariencias, cumplir con las tradiciones o suplir las necesidades afectivas de
su creciente número de clientes.
Unos ejércitos de actores profesionales
personifican variados papeles como los padres de un novio huérfano o los
compañeros de trabajo de un desempleado durante una fiesta familiar. La empresa
que asegura ser la creadora del concepto familia en alquiler se llama
Hagemashi-tai, que significa “deseo animarte” y fue fundada en 2006 cuando
constató los estragos causados en las familias por la desaparición de un ser
querido.
Pero la precursora del negocio fue la empresaria
Satsuki Ōiwa, quien en 1989 alquilaba hijos y nietos para ancianos solitarios
porque sus familiares no tenían tiempo de visitarlos. El Romance Familiar creado
por Yūichi Ishii hace 9 años con la promesa de ofrecer “Más placer del que el
placer real puede dar”.
Las autoridades han alertado sobre el aumento del
número de japoneses que permanecen aislados con ‘hikikomori’, por ello es que
las agencias de servicios especializados han proliferado en la medida en que se
ha popularizado la idea de alquilar un familiar, mientras ir a una consulta
psiquiátrica continúa siendo un tabú.
El programa de “alquiler de hermanas” ofrecido
por el grupo de apoyo Un Nuevo Comienzo, ofrece los servicios de voluntarias que
visitan a personas que sufren de “hikikomori”, una condición en la que las
personas se aíslan completamente del contacto social y permanecen encerradas en
sus habitaciones durante meses.
Las autoridades sanitarias japonesas han
advertido que al menos medio millón de japoneses de todas las edades padecen
este trastorno. Las hermanas sustitutas visitan a las personas con hikikomori
para conversar y animarlas a salir de casa, proceso que puede tardar entre uno y
dos años.
Megumi Furukama comprendió, en 2013, que los
japoneses daban más valor a los vínculos con otras personas que al dinero, y
pensando en el valor de las conexiones humanas, fundó “Apoyo”, que ofrece
cuidados domésticos como la supervisión de adultos mayores, cocinar, limpiar y
pasear mascotas.
El tema no es un problema menor, es el resultado
de muchos factores que se generan en la postguerra y que viene a estallar
décadas después dejando a la sociedad en una difícil situación, la cual se
aumenta en la medida en que la población mayor sigue creciendo y faltan niños
para el reemplazo.
La antigua cultura japonesa de muchos siglos
atrás, las tradiciones y la historia parece que no pudieron soportar este brusco
cambio hacia una occidentalización operada por los ganadores sobre un pueblo
derrotado.
Llamará la atención que esta nota no sea
de las tradicionales que intentan mostrar una imagen diferente, pero es la punta
del iceberg; el nivel de suicidios muy elevado de adultos e inclusos niños
cierra este círculo trágico de una derrota para la cual no estaban
preparados a asimilar.
alfredocesar7@yahoo.com.mx