CENTRO
HUMBOLDT
2008
El
Centro Humboldt, la globalización y la geografía

Prof.
Omar H. Gejo
A mediados de la década pasada se conformó el Centro
Humboldt. Este hecho fue producto, como es lógico, de una compleja trama de
circunstancias, entre las que cabe hacer notar el peso decisivo del vuelco
de expectativas generado por el comienzo del fin de la euforia finisecular hasta
allí imperante, consistente ésta, básicamente, en la apología del capitalismo
globalizado [1].
Precisamente, la organización humboldtiana en la Argentina
surge como un intento de confrontar conceptualmente con los supuestos de la
presumida nueva etapa, signada, definida, determinada por la globalización[2]. Todos sus primeros pasos se encaminaron
a dar la batalla a esta omnipresente interpretación que entendíamos que
constituía un embuste y era, además, decididamente, un manifiesto
antigeográfico. Así, la revista Meridiano, en su primer número, en agosto de
1995, blandía una esclarecedora respuesta de la conservadora The Economist, que
colocaba en su lugar a los afiebrados seguidores del nuevo culto, y que estaba
sustentada en una abierta y clara reivindicación de la Geografía [3]. Con este antecedente dimos a conocer el
rumbo que elegíamos: defensa a ultranza de la geografía como punto de apoyo para
derrotar la vulgaridad reinante, la de los globalizadores, tanto en su versión
ortodoxa economicista como en el enfoque heterodoxo sociologizante, a menudo
presentado este último como progresista. Para este último, sobre todo, acopiamos
algunos materiales, siempre de fuentes inobjetables, es decir reconocidamente
sistémicas, que reprodujimos a través también de Meridiano[4]. No hubo tregua pues para unos, pero
tampoco tuvieron resuello los otros, los posaban de opositores, los que se
presentaban como una falsa alternativa.
En resumen, sería imposible escindir la creación y
construcción del Centro Humboldt al margen de aquel contexto, del que éramos
plenamente partícipes conscientes.
-
Enfrentando a la "Globalización"
Una de las primeras tareas que el Cehu llevó a cabo, por
lo tanto, fue la de establecer un cuadro de situación que diera cuenta de
aquella realidad que enfrentábamos. El análisis de la globalización, por ende,
nos distrajo cierto tiempo. Este seudoconcepto, de fulminante desarrollo, lo
abarcaba casi todo. Superficialmente implicaba una geografización, pero en lo
profundo, en lo esencial consistía en una tajante negación de las bases mismas
de la geografía. Y como el manifiesto antigeográfico que era, por lo tanto, no
podía ser más que una burda tergiversación conceptual de la realidad, un fallido
abordaje de la problemática del presente.
La globalización era presentada como una divisoria de
aguas. En términos históricos representaba una nueva época; en términos
geográficos implicaba la dramática reducción, cuando no la desaparición, de las
distancias. Producto de la revolución científico-tecnológica el pasado era
pasado definitivo, intrascendente y la fricción del espacio también estaba
llamada al ocaso irreversible. El mundo se transformaba así en un mundo virtual.
Pero detrás de estas ensoñaciones se movía el carácter fundamental de esta
imposición, la supuesta disolución de los mecanismos históricos de
diferenciación material que, aparentemente, habían dejado de actuar
milagrosamente por obra y gracia de la fenomenal mutación tecnológica de las
últimas décadas.
Por supuesto que un factor aun más gravitante que el salto
tecnológico para esta formidable ofensiva ideológica era el derrumbe del orden
de posguerra, hecho que trastrocó definitivamente casi medio siglo de un
determinado equilibrio que involucraba a naciones, regiones y clases. Este
orden, surgido tras la segunda guerra mundial, estuvo signado por las
diferenciaciones y desigualdades. En cuanto a la política internacional se
conformó en base a un mundo bipolar, bajo la tangible división este-oeste, que
se sobrellevó hasta la caída del muro berlinés a fines de los años ochenta. A
nivel estatal, este período fue el gestor definitivo de la estatalidad nacional,
ya que en su transcurso se triplicaron los estados nacionales existentes, fruto
del desenvolvimiento de los procesos de descolonización que involucraron a las
ex geografías coloniales de las potencias europeas, por entonces asumiendo su
declinación por el advenimiento de la hegemonía estadounidense. Desde el
punto de vista económico, la dicotomía desarrollo-subdesarrollo fue el telón de
fondo de esa media centuria, señalando, claramente, las pronunciadas diferencias
socioeconómicas entre el capitalismo avanzado y el mundo capitalista rezagado,
aquel conformado por las zonas de las ex colonias
europeas.
La globalización, en este sentido, vino a zanjar este
mundo de diferencias, y si no hizo desaparecer las desigualdades por lo menos
las desproblematizaba. En primer lugar, la desaparición del bloque del este,
comunista, dejó abierto el horizonte a un único sistema, el capitalista,
quedando planteado entonces el desafío de la absorción por parte del "mercado"
de la inmensa geografía euroasiática del socialismo. En segundo lugar, la
consolidación del fenómeno transnacional erosionó los marcos nacionales,
relativamente impenetrables en la etapa previa, señalando las cuestiones de la
integración productiva, de la reducción efectiva de las soberanías nacionales y
de la pérdida de vigencia de los instrumentos clásicos de planificación
político-económica. En tercer lugar, finalmente, y no tan sólo por la sumatoria
de las dos característica previamente descriptas, la desaparición de las
categorizaciones problemáticas, ya que el mercado mundial volvía a ser
identificado plenamente como una oportunidad y no como un obstáculo [5]. Una consecuencia directa de esto fue la
irrupción del concepto de mercados emergentes, que reflejaba plenamente la
renovada ilusión en el desarrollo espontáneo [6].
La globalización se presentaba, entonces, como una ruptura
taxativa respecto del pasado y, además, como un fenómeno inevitable. Estas dos
características aunadas la muestran claramente como "ideología", entendiendo por
esto un intento de reinterpretar el mundo desde el poder, tendiente a quebrar
estratégicamente a la resistencia de los explotados, a incrementar la opresión
material baja la daga del terrorismo intelectual [7]. Este escenario reforzaba el
instrumentalismo, es decir, el tecnocratismo, y este papel degradante le cupo,
en gran medida, a los economistas, portadores de una especie de ciencia
suprema.
-
La Cuestión Periférica
Desde el Cehu, a partir de este análisis, se decidió un
curso de acción concreto, enderezado a reintroducir cordura frente al frenesí
globalizador, tan insustancial y deletéreo como rabiosamente lesivo del abecé de
la geografía. Había que dotar de materialidad al dominio irrestricto de la
abstracción, pues ese era el legado fundamental de la pretenciosa cosmovisión de
fin de milenio.
Así nació "La cuestión periférica o Periferias en
cuestión", un programa de actividades decidido con el fin de restablecer la
discusión geográfica, articulando al paso los desperdigados esfuerzos de los
geógrafos de carne y hueso.
Como primer tarea se produjo una revisión de la
globalización. Esta fue redefinida mediante una conceptualización previamente
utilizada, la "transnacionalización madura"[8], cuyas implicancias más evidentes eran la
aceleración de los cambios, la imposición inevitable de la escala mundial como
marco comprensivo de los fenómenos y la necesaria impronta espacial de estas
mutaciones. Por último, como corolario de lo antedicho, y directamente
concernido por el título del programa de actividades, sostuvimos que estábamos
en presencia de una etapa donde las periferias se hallaban sometidas a una
presión como, tal vez, jamás antes se había visto. En otras palabras, asistíamos
a una profundización de la internacionalización, que reforzaba la unidad de los
procesos - claro que no la unificación, fútil idea transmitida por la cantinela
globalizante- así como también agudizaba la diferenciación, las
desigualdades.
La transnacionalización madura, pues, refrendando el
carácter sistémico de los procesos de diferenciación territorial, convalida
tanto la categoría periferia como la categoría región, y sobre todo esta última,
ya que siendo una especificidad concreta, superior, puede dar cuenta de ciertas
connotaciones territoriales (heterogeneidad situacional) que la periferia
(heterogeneidad posicional) no alcanza a vislumbrar, a discernir.