NCeHu 58/18
El Primero de Mayo ¿fiesta o
grito?
Pablo Pozzi
Tengo suficiente edad
para recordar a Perón en la Plaza el Primero de Mayo de 1974 (donde se reveló
como anti revolucionario al despotricar contra los Montoneros) y para no olvidar
las fotos del desfile soviético en la Plaza Roja de Moscú celebrando el «Día de
la Solidaridad Internacional» (obvio que no iban a decir del Internacionalismo
Proletario). Ni hablar de los pícnics de los gremios de la CGT, o los festivales
del PCA (con Mercedes Sosa cuando aún era comunista), y ni hablar de actos
troskos y peronistas por todos lados. Para todos era una fiesta, y celebrarla
les daba la impresión de «estar con los trabajadores». En realidad, estaban
haciéndole un tributo a la clase obrera, por cuanto consideraban que no había
olvidado la heroica lucha internacional por la jornada de ocho horas y la muerte
de Albert Parsons y sus compañeros asesinados por el Estado norteamericano. Y al
tratar de tornarla en una fiesta, estaban tratando de domesticar a los
trabajadores.
Hoy en día los rusos (que no son más soviéticos) celebran el
Día de la Primavera; los peronistas utilizan el día para hacer largos discursos
justificando sus políticas neoliberales; los yanquis, que nunca conmemoraron las
luchas obreras, ni saben que existió; y la izquierda (con algunas excepciones)
se reúne en lugares cerrados para escuchar al caudillo de turno mandarse él
también un discurso.
Pero también recuerdo
otros Primero de Mayo. Mi viejo, que era un socialista viejo estilo, se reía de
los soviéticos («cuando la Revolución se institucionaliza deja de ser
revolución», decía), y despotricaba contra los peronistas que querían apropiarse
de fechas que «ganamos con nuestra sangre». Mi tío, peronista, lo miraba con
cara socarrona e insistía que «la clase obrera es peronista» y, por ende, el
Primero de Mayo es «nuestro y no de los zurdos». Y mi tío abuelo, anarquista él,
se iba al baño, tiraba de la cadena y decía «esto es lo que pienso de ustedes»,
en su acento bien hispánico. En síntesis, estaban en desacuerdo vehemente
excepto que el Primero de Mayo era una fecha de todos, y que no era una fiesta.
O sea, no celebraban, sino que conmemoraban. Era un día de lucha. O como decía
mi viejo amigote, y obrero, Pete era «un rugido de clase». Era «un rugido»
porque ese era el día donde los trabajadores volvían a la calle, con su furia,
con sus demandas, y hacían temblar a los burgueses. Obvio, todos se habían
forjado en esas movilizaciones del Primero de Mayo donde marchar era enfrentarse
con la policía montada (y mi amigote el Negro recordaba cómo les tiraban bolitas
a los cascos de los caballos para que patinaran y se dieran un porrazo). Si
alguno olvidaba que fuera un día de lucha, La Montada se esforzaba para que se
acordaran.
Pero no solo era una
lucha por los derechos de los trabajadores, también era una lucha por la memoria
y por la historia. Todos, pero todos, burgueses y burócratas, patrones y
sindicalistas traidores, siempre trataron de diluir su contenido, de minimizar
sus contenidos clasistas. A mí no me llama la atención la disputa en torno al
Primero de Mayo porque es la mejor expresión de la lucha de clases (¿nunca
pensaron cómo los que tienen clarísimo que sí hay lucha de clases son los
burgueses?). Pero es más que eso, siempre fue el ejemplo de la autonomía de la
clase obrera. Por eso Perón y Brezhnev trataban de domarla, de convertirla en
una fiestita; mientras los yanquis, los rusos y los macristas hoy tratan de que
la olvidemos. Durante años los yanquis tuvieron una estatua en la Plaza
Haymarket a la policía que reprimió a los Mártires de Chicago (no sea que el
régimen vaya a recordar a los trabajadores que construyeron ese país), mientras
los anarcos yanquis (y yo que no sabía que había anarcos en los Yunited Estates)
le enchufaban una bomba cada dos o tres años. Obvio que la municipalidad la
reconstruía y el FBI los perseguía. Y también obvio que esa era la lucha de
clases: los anarcos reivindicaban a los Mártires de Chicago; el gobierno
norteamericano insistía en que no eran mártires sino criminales (obvio luchaban
en contra de la explotación y esas cosas son ilegales en ese buen país tan
democrático). Lo increíble es que los yanquis son los únicos que no conmemoran
el Primero de Mayo; su día del Trabajo es el primer lunes de septiembre, o sea
ni fecha tiene, y es el día del pícnic de la empresa.
Cuando cayó la URSS en
muchos lugares se impuso el macartismo, y el Primero de Mayo como fiesta de
lucha obrera cayó en desuso. ¿Para qué celebrarla si como dijo Francis Fukuyama
habíamos llegado al «fin de la historia»? Hasta hace más o menos una década,
cuando la historia entró por la ventana (aunque en verdad nunca se fue). Hoy en
día las plazas de Rusia (incluyendo la histórica Plaza Roja desde 2014) se
llenan de banderas rojas, pero no gracias Putin; en muchos lugares de Europa se
vuelve a marchar, como en España donde se movilizan por buenos salarios y
empleos de calidad; y en América Latina, por ejemplo en Ecuador y en México, se
conmemora a los que dieron la vida por un mundo mejor. Pero más aún, gracias a
la caída de la URSS el Primero de Mayo ha ido dejando de ser una fiesta oficial,
para convertirse una vez más en una jornada de lucha. Es la jornada donde la
clase obrera emerge de la oscuridad para mostrarse como la vanguardia del
conjunto de la sociedad, como la principal oposición del neoliberalismo, como la
gran fuerza anticapitalista. Y de esa jornada irán surgiendo, una vez más, las
propuestas revolucionarias.
Albert Parsons y sus
camaradas jamás imaginaron que de una propuesta que parecía reformista, la
jornada de ocho horas, iba a emerger un gran movimiento revolucionario que
estremeció el mundo entero. Más allá de los fracasos y de las burocracias lo que
se conmemora el Primero de Mayo es el protagonismo de la clase obrera como
agente central del cambio histórico. Y cada Día Internacional de los
Trabajadores recordamos que solo con lucha haremos un mundo mejor; y que son los
trabajadores los han ganado cada conquista muy a pesar de los burgueses. Y miro
el final de Tierra y Libertad de Ken Loach, o las escenas del
documental de Sergei Loznitsa, Victory Day (dónde muchísimos
alemanes se reúnen en Berlín cada 9 de mayo a recordar la liberación que les
trajo el Ejército Soviético en 1945), y me emociono. Es más, estamos orgullosos
de ser parte de la tradición revolucionaria. Por eso, este Primero de Mayo, una
vez más, saldremos a la calle con mis hijos, puño en alto, cantando «La
Internacional», para recordarles a todos los explotadores del mundo que «¡No nos
han vencido!».