JOSÉ ANTONIO ROMERO
TELLAECHE | ECONOMISTA
“El TLC es
una de las causas del estancamiento de México”
El
investigador de El Colegio de México defiende la planificación económica sin
sustituir al mercado
Ignacio Fariza
El País
México, 23/4/18
Su último libro —Corea
y México, dos estrategias de crecimiento con resultados dispares, El
Colegio de México 2018—, coescrito con el
también economista Julen Berasaluce, compara el diferencial de crecimiento de
México y el de Corea del Sur en
las tres últimas décadas: mientras que el primero —en origen, más rico— ha
registrado un crecimiento del ingreso por habitante solo ligeramente superior al
0,7% en el periodo, el país asiático ha logrado dar un salto exponencial de
desarrollo, hasta el punto de haber logrado acceder al selecto club de las 30
naciones con mayor renta per cápita del mundo.
- Pregunta. ¿Por
qué México crece por debajo de su
potencial?
Respuesta. Porque
optó por una estrategia fallida. Hubo dos errores: considerar que el libre
comercio iba a generar de por sí el crecimiento y [pensar] que, a través de la
inversión extranjera se iba a transferir tecnología a México y eso iba a hacer
más productivos a los mexicanos, cosa que no sucedió. La crisis de la deuda
[de los años 80] supuso un cataclismo en un momento en el que el mundo entraba
en la etapa del neoliberalismo, y México fue uno de los primeros países que se
sometió al tratamiento del Fondo Monetario Internacional
(FMI). Al mismo tiempo, en EE UU [el
presidente Ronald] Reagan, en
algo parecido a lo que sucede hoy con [Donald] Trump, veía
un déficit estructural con México y pidió que se desmantelaran todos los
programas industriales mexicanos. Ese fue el principio de la apertura
comercial. Uno de los grandes mitos es que, si uno tiene libre comercio,
democracia y Estado de derecho solito se va al crecimiento. La historia nos ha
demostrado que no.
P. Pero
las exportaciones de México no han dejado de crecer desde aquella apertura al
libre comercio y la posterior firma del TLC.
R. Sí,
exporta mucho. Pero no son empresas mexicanas: son empresas estadounidenses. El
TLC fue precisamente para atraer esas inversiones permitiendo [a las compañías]
traer todos los insumos de EE UU que quisieran y ensamblar en
México. China y Corea, en cambio, no
basaron su crecimiento en la inversión extranjera, sino en la nacional. Y cuando
empezaron a admitir inversión extranjera, la obligaron a asociarse con
inversionistas nacionales. De esa forma fueron aprendieron cómo se hacen las
cosas.
P. ¿Podría México haber
optado por la vía china o coreana?
R. No
estaba en el ADN de los economistas que se fueron a estudiar a EE UU. Tenían una
visión de la economía
neoclásica, que ve al individuo en sí mismo
y no al individuo como parte de una sociedad en la que lo que importa es el
bienestar de la sociedad en su conjunto y el crecimiento de la nación. Ellos
veían solo por la apertura de los mercados y por que los productos fueran
baratos. No pensaban en el largo plazo, sino únicamente en que el libre comercio
es lo mejor, dando por hecho que el TLC es bueno para México.
P. ¿Y
Ud. cree que es positivo?
R. No.
Es una de las causas del estancamiento, porque a la inversión extranjera no se
le pidieron ni requisitos de exportación, ni de contenido nacional, ni de
asociarse con mexicanos. Ninguno. Y se les dio el mismo tratamiento que a un
inversionista mexicano. [Ahora] subsidiamos, por ejemplo, investigación que
luego es patentada en otras partes del mundo. Es de locos. La industria nacional
prácticamente ha desaparecido: toda está en manos extranjeras. La única razón de
ser es exportar al mercado estadounidense.
P. Lo ve
como algo necesariamente negativo.
R. Las
empresas exportadoras no son mexicanas y no se identifican con México. Si cae el
tratado, lo que harán será cruzar la frontera. Hay que recordar, además, que la
diáspora mexicana a EE UU coincide con el TLC: las proporciones fueron bíblicas.
Se fue prácticamente el 1% de la población cada año, cinco millones en un
periodo de tiempo muy corto.
P. ¿No hay forma de
renegociar el TLC en positivo para México?
R. No.
EE UU tendría que aceptar restricciones a la inversión extranjera directa en
México, tanto la suya como la europea o japonesa. Que para poder entrar a México
tengan que comprometerse a enseñar a los mexicanos. Que haya transferencia
tecnológica. No sabemos hacer nada: somos, supuestamente, una potencia y no
sabemos ni fabricar los vagones del metro. Eso refleja que no hay ninguna
transferencia de tecnología.
P. No
teme la ruptura, entonces.
R. Estamos
en un momento de quiebre: este modelo está en sus últimos estertores, no solo en
México, sino también en EE UU y en Europa. Cuando son ganadores, todos los
países defienden el libre comercio: sucedió en Inglaterra en su momento y en EE
UU después. Pero ahora se ven acorralados por China y empiezan a replegarse con
proteccionismo selectivo, reindustrialización, etc. En eso debería pensar
también México.
P. Va
a contracorriente, también, con esta defensa cerrada del modelo de Estado
desarrollador.
R. Es
la mejor estrategia para alcanzar a los líderes en poco tiempo. Son muchos
casos: Corea, Alemania, Japón, China…
P. Pero
lo hicieron en otra época, en un mundo mucho menos globalizado. Hoy la
competencia entre empresas y entre países es feroz.
R. La
crítica habitual es que eso se pudo hacer antes, pero ya no. No es cierto: está
el caso de Vietnam, un país de 100 millones de habitantes, más atrasado que
México y que está siguiendo esa estrategia. Más de lo mismo ya no da: en 1950,
México ocupaba el puesto 37 [mundial] en ingreso per cápita; en 1982, a pesar de
lo que crecimos, ya estábamos en el lugar 41 porque otros países crecieron más
rápido; en 2015 ya estábamos en el 78. El verdadero desarrollo llegó hasta 1970,
luego vinieron [los presidentes Luis] Echeverría y [José] López Portillo y aunque la economía siguió creciendo, ya fue
artificialmente. Después, el liberalismo no funcionó. El panorama para toda
América Latina es muy desolador si seguimos con el mismo patrón.
P. Muchos economistas
tacharían esas ideas de antiguas y nacionalistas.
R. Los
economistas neoclásicos parten de que hay pleno empleo y de que hay que ocupar
los recursos escasos en las mejores actividades. En México no se dan esos
supuestos. La crítica es que tenemos una oferta ilimitada de mano de obra que no
está empleada o está en el subempleo. Hay un 60% de informalidad, así que no
estamos hablando de lo mismo. Y, ¿cómo ocupamos esa mano de obra? Hasta ahora la
respuesta ha consistido en planes de solidaridad: darles paliativos hasta que se
mueran. Quienes reciben buenos ingresos están felices, pero para la mayoría hay
escasez de ingresos y el ingreso medio por habitante está rezagado. Ya no se
cree en la retórica que hemos escuchado en 30 años, de que especializándonos en
lo que tenemos ventajas comparativas es lo mejor y de que cualquier intervención
del Estado en la economía es perjudicial.
P. ¿A
qué achaca ese rechazo a la presencia del Estado?
R. El
desprestigio del Estado es completamente ideológico. No se concibe ni siquiera
el concepto de política industrial. Es la ideología dominante y ha hecho mucho
daño. Creo que hay que planificar la economía sin sustituir al mercado: lo que
importan son las economías de escala. Y, cuando se tiene éxito, ya puedes entrar
al libre mercado porque ya eres desarrollado.
P. ¿Está México a tiempo de
optar por ese modelo?
R. Siempre
se está a tiempo. China pudo haberlo aplicado 100 años antes, pero cuando lo
hizo tuvo éxito. Igual Alemania. Perdimos 30 años, pero en algún momento hay que
iniciar.