El origen del 1º de
Mayo
Una revolución política en la clase obrera
Christian
Rath
Prensa Obrera 1407
21/4/2016
La primera Internacional (la Asociación Internacional
de Trabajadores, la AIT), en su congreso de Ginebra (1866) hizo votar, a
instancia de Eugene Dupont, representante de Carlos Marx, la siguiente
resolución: “1º) El Congreso considera la reducción de las horas de trabajo como
el primer paso en vista de la emancipación obrera; 2º) En principio el trabajo
de ocho horas debe considerarse suficiente…”. Por primera vez este principio
quedaba consagrado en un congreso obrero internacionalista.
El III Congreso de la I Internacional (1868) fue más
lejos: consideró la disminución de las horas de trabajo como “condición
preliminar indispensable para todas las mejoras sociales ulteriores y en
especial el desarrollo de la instrucción de la clase obrera”. En las pancartas
de la época: “8 hours labour; 8 hours recreation; 8 hours rest” (“8 horas de
trabajo, 8 horas de recreación, 8 horas de descanso”).
Fue el Congreso fundante de la II Internacional (la
Internacional Socialista), convocado en París en 1889, con preeminencia de
delegados considerados marxistas, el que tomó la decisión política de convocar a
“una gran manifestación internacional” por las ocho horas el 1º de
Mayo.
El restablecimiento del 1º de Mayo como jornada
internacional se insertó en el período de mayor organización sindical y política
de la clase obrera hasta ese momento. La constitución de los sindicatos -en la
década del ’90 se producen en Gran Bretaña los primeros conflictos a escala
nacional- la conquista del voto para la clase obrera -el porcentaje de votos del
Partido Socialista Alemán pasó del 10,1 al 23,3% entre 1887 y 1893-; la
reconstitución de “la Segunda” y hasta el fútbol como identificación de un
deporte con el proletariado, son fenómenos de este período.
Los
años negros
La lucha por la jornada de ocho horas es inescindible
de la gran crisis capitalista de 1873/1890, que originó una larga depresión que
algunos extienden hasta 1895, “una divisoria de aguas entre dos estadios del
capitalismo: aquel inicial y vigoroso, próspero y lleno de optimismo aventurero
y el posterior, avergonzado, indeciso y, dirían algunos, mostrando ya las marcas
de la senilidad y decadencia”¹. La crisis evidenció una gran sobreproducción de
mercancías y capitales en las economías capitalistas, en relación con el mercado
mundial de la época, precedida por el avance gigantesco de las economías
industriales de Estados Unidos y Alemania, en desmedro del monopolio inglés.
Financiera en su inicio, continuó con la quiebra bancaria e industrial. La lucha
por la reducción de la jornada laboral y la preservación del empleo y del
salario adquirieron entonces características más enconadas y la lucha de clases
del periodo se convirtió en la gran moldeadora de la organización de la clase
obrera en el fin de siglo.
En la convocatoria del Partido Obrero Francés
-impulsor de la jornada internacionalista- al 1º de Mayo se lee: “La jornada de
ocho horas significa lugar en el taller para los desocupados, a quienes
multiplica el fatal desarrollo del maquinismo… es la supresión de las
desocupaciones periódicas, que nos condenan cada vez más a la humillación de las
oficinas de beneficencia”.
Despertar político
La llamada Gran Depresión provocó una ruptura en el
proletariado inglés. La capa privilegiada -una creciente aristocracia obrera-
fue golpeada por un ascenso espectacular de los trabajadores no especializados,
peones y obreros de las industrias. “La potente revuelta de este sector de
trabajadores bajo la dirección de los militantes socialistas y la formación de
‘nuevos’ sindicatos después de 1885 señalan el comienzo de una nueva era en la
historia del movimiento obrero”². Quince días antes del estruendoso día
internacional de mayo de 1890 en Londres, Engels escribe a Sorge: “en un país de
movimiento político y obrero tan antiguo hay siempre un enorme montón de basura
tradicionalmente heredada que es preciso limpiar gradualmente. Están los
prejuicios de los sindicatos de obreros calificados -mecánicos, albañiles,
carpinteros y ebanistas, tipógrafos- todos los cuales deben ser destruidos… el
movimiento avanza bajo la superficie, abarca sectores cada vez más amplios, en
su mayoría pertenecientes a la hasta ahora inactiva capa inferior”³. La propia
movilización de mayo es una victoria del nuevo “unionismo”, pues se oponen a
ella las viejas tradeunions y la Federación Socialdemócrata. En todo Gran
Bretaña se produjo un despertar político de la clase obrera: las nuevas fuerzas
constituyeron una poderosa oposición en la central obrera (TUC) y en 1893 se
formó el Partido Obrero Independiente, que Engels saludó como una posible vía
para derrotar a los elementos colaboracionistas.
Negros y blancos
En 1877 una serie de huelgas generales dirigidas por
los ferroviarios conmovieron las principales ciudades de Estados Unidos en
respuesta a una rebaja de salarios. El movimiento buscó rápidamente una cabeza
política, el joven Working Men’s Party (WMP). El levantamiento tuvo
características históricas. En un escenario dominado por las “fraternidades” de
oficio, escindidas unas de otras -maquinistas, guardas, foguistas- la rebelión
alumbró el primer intento de organización colectiva de los trabajadores del
riel. Más importante aún, por primera vez hicieron irrupción los obreros no
calificados (un fenómeno que no puede escindirse de la victoria del Norte contra
el Sur esclavista en la Guerra de Secesión). Los explotados de la gran
industria, totalmente desorganizados, hicieron causa común con los ferroviarios,
los negros junto a los blancos. Los Knights of Labor (Caballeros del Trabajo) se
convirtieron en un movimiento de masas, años más tarde, sobre la base de
plantearse esta misma tarea en una doble perspectiva: la unión de los
trabajadores de todas las calificaciones -el desarrollo de la gran industria
mecanizada reducía al mecánico al nivel de un peón jornalero- y de todas las
razas. Plantearon un atisbo de definición clasista: “Si tocan a uno tocan a
todos”, pero jamás pudieron superar su límite político, al declararse
abiertamente anti anarquistas y antisocialistas.
La crisis capitalista fue forjando un cambio en la
conciencia del movimiento de lucha de la época. En 1881 la flamante Federación
de Sindicatos, luego Federación Americana del Trabajo (AFL), pidió una ley
nacional de ocho horas para los empleados del gobierno, pero en 1884, cuando la
crisis se descargó con fuerza se produjo un cambio de frente. El IV Congreso de
la AFL se pronunció por una acción propia de los sindicatos, llamando a imponer
las ocho horas en los lugares de trabajo a través de la acción directa frente al
fracaso de los reclamos ante el Estado y el logro de la reducción de la jornada
de trabajo en una serie de gremios y ciudades por esta vía. La agudización de la
crisis en 1883/85 fue determinante en esta radicalización. El Congreso de 1884
votó una resolución que llamó a las organizaciones obreras a imponer la jornada
de ocho horas a partir del 1º de mayo de 1886. Los Caballeros del Trabajo fueron
convocados a esta campaña luego de ser protagonistas de la huelga ferroviaria de
1884, que derrotó un nuevo intento de reducción de salarios y antes de las
prolongadas huelgas de 1885 contra cierres y por aumentos de salarios que
incluían a la mano de obra no calificada.
¿Por qué los delegados a la convención obrera de
Chicago adoptaron el 1º de Mayo como punto de partida del régimen de ocho horas
o de la suspensión del trabajo allí donde éstos no se sometieran? En ese tiempo
existía en Nueva York y otros Estados la tradición del “moving-day”, el día en
que formalmente concluían -y debían renovarse- los arrendamientos, alquileres y
contratos.
¡A
partir de hoy, no más de ocho horas!
El día esperado hubo no menos de 5.000 huelgas y
alrededor de 340.000 huelguistas. Miles y miles de obreros conquistaron una
nueva jornada, una conquista que alcanzó a una minoría de la clase obrera pero
marcó el primer movimiento nacional de lucha en función de este reclamo
esencial. En Chicago, el centro de la agitación obrera en esa época, hubo una
provocación: una bomba cayó sobre las fuerzas policiales y mató a ocho de los
efectivos. Seis dirigentes del movimiento de lucha fueron condenados a la horca
y su actitud frente a la muerte es, hasta el día de hoy, un acto que enaltece a
la clase obrera mundial.
Siete años después el flamante gobernador de Illinois
realizó una exhaustiva investigación y probó que el veredicto había sido dictado
“cumpliendo órdenes”. Uno de los jurados del tribunal lo había adelantado: “los
colgaremos lo mismo. Son hombres demasiado sacrificados, demasiado inteligentes
y demasiado peligrosos para nuestros privilegios”4.
En 1887, el presidente Cleveland estableció el Día
del Trabajo en septiembre, para evitar que el 1º de Mayo sirviera como homenaje
a los Mártires de Chicago.
1. Dobb, Maurice: La evolución del capitalismo, Río
de Janeiro, Zahar, 1976.
2. Morton y Tate: Historia del movimiento obrero
inglés, Fundamentos, 1971.
3. Marx-Engels: Obras escogidas, Editorial Ciencias
del Hombre, Buenos Aires, 1973.
4. Guérin,
Daniel. Estados Unidos 1880-1950… Movimiento Obrero…, Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, 1972.