Un columnista de la
Folha de Sao Paulo (6.4) califica la decisión del TSJ en estos términos: “Lula,
ex-presidente de la República, está siendo víctima de un proceso de excepción.
Interpretaciones exóticas de los códigos legales se están infiltrando en franjas
de los tribunales y del Ministerio Público Federal para hacer lo que llamo
´Partido de la Policía´, una especie de ente de razón que tutela la democracia
brasileña. Los tanques no deben comportarse como togas. Togas no deben
comportarse como tanques”. Ocurre que Lula goza del derecho constitucional de la
“presunción de inocencia” hasta que no culmine la última apelación – que podría
rechazar las condenas en las instancias previas. De otro lado, el juez Sergio
Moro ordenó la prisión sin haber recibido antes la habilitación para hacerlo de
parte del Tribunal Superior. Un juez de este Tribunal ha declarado que la semana
próxima revocaría la orden de prisión, para que el dictamen final determine el
agotamiento de las distintas etapas del proceso judicial. La condena por la
aceptación de un departamento en la ciudad de Guarujá está muy floja de pruebas,
al punto que ese mismo Sergio Moro declaró que su fallo reposaba, por sobre
todo, en sus “convicciones íntimas”, en contraste con pruebas factuales, dado
los lazos que presume unían a Lula con la empresa OAS, vinculada a Odebrecht,
que le habría regalado el piso en cuestión. Es obvio que la alusión de la Folha
a “los tanques” insinúa que el fallo de TSJ fue arrancado por la presión del
Ejército, cuyo comandante en jefe, lo pidió por Twitter en las últimas horas del
miércoles 4 de abril.
Forma y
contenido
De todos modos, para caracterizar en
forma adecuada la crisis política que se ha iniciado en Brasil desde el pedido
de destitución de Dilma Roussef, es necesario desentrañar su contenido y el
alineamiento que han asumido cada una de las fuerzas en presencia. Los
formalismos ‘institucionales’, incluidos los judiciales, solamente sirven para
distraer la atención del fondo político de la crisis, o simplemente para
encubrirlo. Más que la razón misma de las decisiones que se toman, esos
formalismos y esas decisiones se explican por el servicio que aseguran a
determinados intereses que ni siquiera aparecen en el
escenario.
La enorme corrupción en Brasil viene
desde tiempos inmemoriales. El régimen esclavista que determinó la estructura
histórica del país no ha sido removido, sólo se ha transfigurado. La autonomía
del poder frente a las masas es mucho más profunda que la que existe en
cualquier otro estado de desarrollo similar, incluso en América Latina. La
amplia penetración del capital financiero no ha hecho más que amplificar esta
distancia. La corruptela sin control tiene su raíz en esa matriz histórica. Bajo
el gobierno del PT, la corrupción alcanzó proporciones mayores al pasado. Es el
testimonio descomunal de una estrategia política que pacta con el régimen
político vigente y que funciona mediante la colaboración con los partidos
burgueses, incluida la gestión de gobierno.
Departament of
Justice
La operación ‘Lava Jato’ fue propiciada
por el Departamento de Justicia de Estados Unidos, con el propósito de
desmantelar el monopolio relativo de la compañía semi-estatal Petrobras, así
como la panoplia de empresas semi-estatales que giraban en su órbita. De aquí
nace, en primer lugar, la denuncia del “petrolao”, en referencia a las coimas
que recibían los funcionarios de mayor nivel de Petrobras a cambio de la
concesión de trabajos de obras a las grandes constructoras brasileñas. Con este
carpetazo en la mano, el Congreso brasileño termina votando el cese del
monopolio de Petrobrás y permitiendo el ingreso de las compañías extranjeras,
que antes debían asociarse a la empresa brasileña y trabajar bajo el monopolio
operativo de ella. La operación des-monopolización comenzó desde antes de la
destitución de Dilma Roussef.
El esquema de corrupción del “petrolao”
y el Lava Jato fue encubierto por medio de un relato ‘clásico’ del nacionalismo:
la creación de “campeones nacionales”, o sea la expansión de la burguesía
nacional como medio de competencia con el capital extranjero. Fue lo mismo que
abogó, tardíamente, en Argentina el llamado ‘marxista’ Axel Kicillof, poniendo
letra a lo que se venía haciendo desde Néstor Kirchner con Cristóbal López,
Lázaro Báez, Electroingeniería y más tarde con el ingreso del grupo Eskenazi a
Repsol. En Brasil, al lado de Odebrecht y las restantes constructoras, se
intentó crear una petrolera privada nacional, por medio de un aventurero llamado
Eike Batista, que terminó en la quiebra. El financiamiento de esta ‘gesta
nacional’ corría por cuenta del Banco de Desarrollo (BNDS), el cual sacaba la
plata del sistema de pensiones de Brasil, de manera similar al saqueo de Anses
por parte de los K y ahora del ‘republicano’ Macri-Carrió.
Odebrecht y
Lula
Lula se convirtió en un agente de
comercio de Odebrecht, en especial ante los gobiernos bolivarianos – desde Cuba
y Venezuela hasta Nicaragua, El Salvador, Ecuador y Bolivia. En Argentina obtuvo
numerosas concesiones, entre ellas el soterramiento del Sarmiento, con el ‘amigo
del alma’ de Mauricio Macri, ‘Nicky’ Caputo, y el luego encarcelado De Vido. En
Perú, sin bolivarianismo ostensible, Odebrecht encaró una enorme ruta
Atlántico-Pacífico, para el comercio con China. Un intento similar en Bolivia,
enfrentó una resistencia indigenista. Los accionistas extranjeros de Petrobrás
le iniciaron un juicio a la empresa en Nueva York por el perjuicio que les había
ocasionado en las pérdidas y los dividendos, los precios fabulosos que se
pagaban a las constructoras ‘nac & pop’ y las también fabulosas coimas que
se pagaban. Michel Temer, co-piloto de este proceso, vice-presidente de Roussef
y, antes, colaborador de la presidencia de Lula, se convirtió en síndico de una
quiebra de los negocios que había promovido con el PT, con el apoyo de la nueva
mayoría del Congreso - ¡que es similar a la vieja! El viraje de la burguesía
brasileña, de un desarrollo subsidiado por el Estado y el Banco de Desarrollo al
remate de Petrobrás y el BNDS, fue determinado por la caída enorme que sufrió el
precio internacional del petróleo, que agotó la capacidad de financiamiento
‘nacional y popular’. Como ocurrió con “La Argentina kirchnerista”. La
burguesía, con vacilaciones, operó un cambio de frente no solamente en Brasil,
sino en casi toda América Latina (China, rival comercial de EEUU, también
acompañó ese cambio de frente, en tanto apoya la privatización de las economías
en función de sus propias compañías).
¡Los procesos judiciales por corrupción
no buscan ‘la transparencia’, ni tienen una finalidad ‘ética’ – son la pantalla
que oculta una lucha por el control del mercado y la economía! Los izquierdistas
que reclaman una condena de Lula como aquellos que quieren la absolución,
simplemente no advierten que el proceso político de las dos décadas últimas se
ha quebrado sin remedio y que su superación pasa por una lucha de clases
estratégica contra el conjunto del régimen político y del gran capital, y no por
parches judiciales de uno u otro tipo, que no son más que la cortina siniestra
de una conspiración para que las masas paguen el costo imposible de una salida
de miserias. Lula ha tejido en el último tiempo un acuerdo con partidos
similares al PT, otros de izquierda y otros de derecha, que plantea una política
de crecimiento industrial y fomento de exportaciones, en un vano intento de
reconquistar una confianza del capital, y salvarse de la cárcel. El capital, sin
embargo, de ningún modo puede ni quiere soportar la carga de experiencias
fracasadas. El pronunciamiento golpista del comandante en jefe del Ejército,
general Vilas Boas, en la víspera de la reunión del STF, es una conclusión
política que va ganando adeptos de la clase dominante. Brasil se encamina hacia
una mayor crisis política completamente inevitable.
Una cuestión de
poder
El gobierno encabezado por Lula, desde
su mismo comienzo, adoptó un cariz de corrupción cuando empezó a pagar sobre
sueldos (mensalao) a los bloques legislativos con los que había armado un
acuerdo de gobierno. Inició la reforma jubilatoria que ahora Temer quiere llevar
hasta el final, para financiar al capital con los fondos de pensión. Hizo un
pacto estratégico con el Citibank y el FMI, que consagró como presidente del
Banco Central a un banquero del Boston, que hoy es ministro de Economía de
Temer. ‘Tudo bem’ mientras los precios internacionales del hierro (Vale do Rio
Doce), petróleo (Petrobras) y soja (ruralistas y cerealeras) se disparaban. De
entrada estableció un gobierno ‘frentista’, de colaboración de clases, que tuvo
que lubricar con coimas. El derrumbe actual es de entera responsabilidad de Lula
y del PT.
Las instituciones
políticas brasileñas han perdido cualquier legitimidad; están cuestionadas la
acción de gobierno, la acción legislativa y la acción judicial. A Lula lo deberá
juzgar una corte judicial elegida por los trabajadores – no la que actúa por
indicación del Departamento de Justicia norteamericano, ni la que encubre a una
laya enorme de ladrones. Acá hay un problema político – de poder. En estos
términos debe actuar una izquierda realmente revolucionaria. Ha habido un
planteo golpista y enseguida una división militar. La intervención militar a la
Seguridad ha establecido en Río de Janeiro un régimen de apartheid – sólo falta
que se erija un muro contra los morros favelados.
La consigna ´Fora Temer´ debe unirse al reclamo de la destitución y
enjuiciamiento de los jefes militares golpistas, retirados y en actividad, y la
formación de una milicia obrera para proteger a los trabajadores y a la
democracia.