El final de una era: libertad, soberanía y
democracia
“La Revolución Francesa nos enseñó los
derechos del hombre” Thomas Sankara.
Alfredo César Dachary
La primera revolución de la historia moderna es
sin lugar a dudas la Revolución Francesa, pero hay quienes desconociendo lo que
es una revolución, afirman que la revolución de las 13 colonias que ocurrió
durante 1763 -1789, por razones de fechas, es la primera revolución en el mundo
occidental.
Esta visión cronológica no es compartida con la
mayoría de los historiadores, ya que en el futuro Estados Unidos hubo un
alzamiento contra los colonizadores- conquistadores ingleses por parte de los
colonos, descendientes de ingleses, de la cual no participan ni esclavos, ni
pueblos originarios; ellos siguen sujetos a un régimen de aparpheid, pese a que
hoy las grandes multimedias pretenden cambiar la realidad histórica.
A diferencia de ese alzamiento de los “blancos”,
en Francia se alzó el pueblo incluidos los más miserables en contra del poder
monárquico absolutista y absolutamente deshumanizado, porque vivían en una
realidad totalmente disociada de la realidad.
Por ello es que la Revolución Francesa goza de un
prestigio casi mítico, ya que las ideas, los valores y el modelo que engendró y
difundió a través del mundo entero ejercen todavía su fascinación sobre las
sociedades contemporáneas.
La primera Declaración de Derechos del Hombre y
del Ciudadano de la Asamblea Constituyente francesa realizada el 26 de agosto de
1789 fue la que sirvió de base e inspiración a todas las declaraciones tanto del
siglo XIX como del XX.
Ésta se basó en la teoría de la voluntad general
de Rousseau y en la división de poderes de Montesquieu, así como en los derechos
naturales que defendían los enciclopedistas, logrando un texto atemporal y
único, con un carácter universal, con brevedad, claridad y sencillez del
lenguaje. Esta revolución luego fue derrotada, pero los principios no murieron y
los gobiernos se fueron adecuando a la nueva situación, algo que fue muy lento
hasta el fin de la segunda gran guerra en que se crea la Organización de
Naciones Unidas y se proclama la Declaración Universal de Derechos Humanos en
1948.
En el siglo XXI, a más de doscientos años de esta declaración inicial
realizada en París, la historia se repite, pero de manera
invertida.
Emmanuel Macron, presidente de Francia, acaba de
plantear hace pocos días al cuerpo diplomático francés cuales son los principios
que deben regir el país y, por ende, los que guiarán su política exterior en el
marco de la Unión Europea (UE) y otras relaciones con los demás países aliados o
no.
La declaración es un acto de refundación del país
y su sistema político, ya que cambia los ejes que venía siguiendo esta nación
desde el XX y para comenzar, ya no existe la soberanía popular,
ni en Francia, ni en Europa, así que no hay
democracias nacionales ni democracia supranacional y no existe el
interés colectivo, el interés de la República, sino un catálogo de
elementos e ideas que constituyen bienes comunes.
Por ello, la instrucción a los embajadores y
demás representantes de organismos internacionales es que ya no defenderán
los valores de su país, sino que buscarán oportunidades de actuar
en nombre del “Mundo Europeo” (UE) entendido como el Leviatán.
El presidente en un acto de pragmatismo extremo
no pasó en revista las relaciones internacionales actuales
ni planteó cómo concibe el papel que Francia debe desempeñar en el
mundo, sino como piensa él utilizar esa nueva herramienta o postura. Ésta
opera a partir de que el país sea capaz de adaptarse a los cambios que se han
producido en el mundo desde 1989: caída del muro de Berlín, disolución
de la Unión Soviética y triunfo de la globalización estadounidense, algo en duda
hoy, puesto en la mesa por el propio presidente Trump.
De
allí que para poder redefinir a Francia no se podría nunca volver al antiguo
concepto de soberanía nacional sino partir utilizando los medios
disponibles, ya que en este momento la soberanía de Francia
es Europa.
De allí que la Unión Europea es una construcción
monstruosa pero que carece de legitimidad popular, pero la adquiere cuando
protege a sus ciudadanos de cualquiera de los países
miembros.
Así la nueva diplomacia no son protocolos ni
falsos formalismos, que imponen los que tienen el poder sobre los subordinados,
es un ejemplo de esta nueva forma de relaciones internacionales. En su viaje a
Polonia, Macron se dio la licencia, fuera de todo protocolo, pero en público, de
criticar al gobierno de Polonia por ser aliados de la ultraderecha de Francia,
la gente de Marie Le Pen, algo fuera de los cánones actuales y más bien actuando
como un sub-imperialismo dentro de la Unión Europea, hoy controlada por Alemania
y Francia.
Esta nueva forma de actuar con el exterior se
repitió en la política interior de Francia y, una vez más, en acuerdo con el
socio principal que es Alemania, afectando temas muy sensibles de la sociedad
como son la protección de los trabajadores, la reforma al derecho de asilo y
operar en cooperación con la UE, el tema
migratorio.
De allí pasó a temas más complejos, como fue la
definición de la política comercial y el control de las inversiones
estratégicas, para pasar a los temas de defensa dentro del marco de la OTAN,
inicialmente menospreciada por Trump y hoy revalorada para enfrentar la nueva
guerra fría con Rusia.
Macron, ya definido como el socio privilegiado de
Alemania, encabeza el proceso de alianzas al interior de la UE y así logra que
Francia y Alemania organizaran sistemas de cooperación reforzada sobre
diferentes temas para acelerar el avance de la UE, seleccionando a sus socios,
ya que la adopción de decisiones se tomaría por unanimidad, pero entre los
Estados preseleccionados, que ya estarán de acuerdo
entre sí.
Esta unidad le ha permitido imponer sus criterios frente a la Gran
Bretaña en la negociación de la salida de la UE. A un año de la votación del
Brexit han comenzado en Bruselas las negociaciones formales sobre este complejo
tema, ya que los dos equipos de negociación mantenían hasta ese
encuentro posturas enfrentadas en el fondo y en la forma. Los británicos se
inclinaban por las cuestiones comerciales y la UE por las cuestiones sociales
derivadas de los ingleses radicados en la UE y los europeos radicados en Gran
Bretaña. Al final se están imponiéndose las posturas europeas frente a las
británicas.
La UE ha llegado en la mejor posición bajo la
premisa de que la “unidad será la fuerza a lo largo de unas negociaciones
difíciles”, tras superar desafíos existenciales en los comicios holandeses y
franceses, donde un triunfo de la extrema derecha eurofóbica la habría golpeado
mortalmente.
En Gran Bretaña, el fracaso electoral de los
conservadores el 8 de junio del 2017 deja con una sensación de precariedad de la
primera ministra, Theresa May, obligándola a buscar el apoyo unionista
norirlandés del Democratic Unionist Party, para su gobierno.
La nueva democracia lleva una transformación en la división
territorial del país, ya que la democracia electiva y representativa se aplicará sólo a nivel local en los grupos de comunas y
regiones administrativas, ya que las comunas y los departamentos están
llamados a desaparecer, puesto que ya no hay soberanía
nacional.
En el tema del respeto de la persona humana,
la tolerancia en materia de religión y la libertad habrá que entenderlas
en el sentido del Convenio Europeo para la Protección de los Derechos
Humanos y de las Libertades Fundamentales, y no en el sentido de
la Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789, a pesar de que esta última
se menciona como referencia en el preámbulo de la actual Constitución de la
República, ha pasado a ser testimonio histórico. Lo mismo ocurre con el
Progreso, esa idea paradigmática, no científica, que emerge en el siglo XIX,
servirá para mover a la sociedad más que como meta.
Macron plantea que el mundo que le toca vivir y gobernar es un “mundo
multipolar e inestable”, por ello su posición será la hacer de contrapeso para
mantener los vínculos con las grandes potencias cuyos intereses estratégicos
divergen, o sea, entre Estados Unidos por un lado y Rusia y China por el otro.
A esto lo define muy claramente al sostener que
“…para eso tenemos (…) que
inscribirnos en la tradición de las alianzas existentes y, de manera
oportunista, construir alianzas circunstanciales que nos permitan ser más
eficaces”. El papel de los diplomáticos ya no será defender a
largo plazo los valores de Francia sino rastrear a corto plazo
las oportunidades que el país pueda
explotar.
Así, la función de la diplomacia francesa
será al mismo tiempo garantizar la seguridad de los franceses participando
en «la estabilidad del mundo» y ganar en influencia defendiendo
«los bienes comunes universales».
El análisis que hace de su base de desempeño para
ejercer el liderazgo de Francia es muy claro, dependiente de la UE, aliado de
Alemania y con la UE de Estados Unidos. Los sueños imperiales modernos que
inauguró Napoleón a fines del siglo XVIII y que luego se transformaron en
colonias y guerras en África, ya son historia, hoy el pragmatismo neoliberal
coloca a Francia en un lugar secundario frente a Estados Unidos y el poder de la
UE, que controla en parte.
alfredocesar7@yahoo.com.mx