A Mendoza de vacaciones
Era el mes de enero de 2005 cuando partí junto con mis hijos Martín
y Joaquín, y mis nietas Ludmila y Laurita rumbo a la ciudad de San Rafael,
provincia de Mendoza, con el fin de pasar unos días de
vacaciones.
Después de doce horas de viaje llegamos a la localidad de General
Alvear donde se bajaron muchos pasajeros, y si bien todavía no había amanecido,
Ludmila se despertó y decidió peinar a Martín preparándolo para el arribo a San
Rafael que sucediera dos horas después.

Ludmila peinando a Martín en General
Alvear
Al llegar a destino prontamente nos dirigimos al hotel que contaba
con una hermosa piscina, pero si bien el día estaba soleado, la temperatura no
era suficientemente elevada como para sumergirnos. Así que nos acomodamos y
salimos a pasear por la ciudad, teniendo que hacer un gran paréntesis en una de
las tantas plazas para que las chicas y los no tan chicos disfrutaran de los
juegos.

En el borde de la piscina del hotel de San
Rafael

Joaquín con Laurita y Ludmila en el
subi-baja

Joaquín y Martín en las
hamacas

Martín y Ludmila tomando un merecido refresco
al regresar del paseo
Una de las tantas atracciones de la provincia de Mendoza, y de San
Rafael en particular, eran las bodegas. Por lo que nos dispusimos a conocer una
de las más famosas, la bodega Bianchi, que se especializaba en la elaboración
del espumante o champagne extra brut utilizando un método francés,
champenoise.
Allí tuvimos una visita guiada donde se nos explicó que los vinos
se separaban para que unos pasaran directamente a la bodega central para su
fraccionamiento y etiquetado, mientras que otros tomarían contacto con las
barricas de roble francés para madurar dentro de la cava subterránea donde
habría temperatura pareja, humedad constante y luz tenue. Las barricas de madera
se usaban sólo de dos a tres años, para luego ser descartadas. Los enólogos
continuaban controlando, analizando azúcares, acidez y cromáticos hasta el final
del proceso, que conllevaba diferentes etapas y agregados para mejorar la
calidad de los vinos.
Recorriendo los viñedos observamos que cada una de las hileras
estaba precedida por un rosal. Y fuera de ser un elemento ornamental, nos
explicaron que era equivalente al canario de la mina, es decir, que si había
alguna plaga que pudiera afectar a las vides, ésta atacaría primeramente a los
rosales, y de esa manera, tendrían la posibilidad de salvar la
producción.
Para finalizar, pasamos a la sala de degustación donde nos
ofrecieron diferentes variedades, y a los menores, jugo de uva sin
alcohol.

Visita a la bodega
Bianchi

Viñedos de
Bianchi

Joaquín durante la
degustación
El día siguiente amaneció con lluvia por lo que decidimos viajar a
la ciudad de Mendoza y continuar visitando bodegas como forma de aprovechar al
máximo los días de nuestras vacaciones. Y fue así como aparecimos en la bodega
“La Rural”, que fuera fundada por don Felipe Rutini en
1885.
Don Felipe fabricaba y comercializaba vinos caseros en su ciudad
natal, Ascoli Piceno, en la región de Marcas, Italia, de donde también era
oriundo mi abuelo materno Carlos Sensini. Y luego de emigrar a la Argentina
construyó una bodega bajo el lema “Labor et Perseverantia”. Luego de su muerte
en 1919 sus descendientes ampliaron el área de viñedos tanto en la propia
provincia de Mendoza como en San Juan, La Rioja, Río Negro y Salta, dedicándose
a variedades tintas como el Cabernet Sauvignon y el Malbec. En el momento en que
nos encontrábamos allí, exportaban a más de treinta países, incluida
Francia.
Otra obra de sus descendientes ha sido la creación del Museo del
Vino San Felipe donde se reunieron los elementos más importantes de la
vitivinicultura mendocina, contando con cuatro mil quinientas piezas madres, y
llegando a ser uno de los más importantes de
América.

Viñedos en el camino entre San Rafael y Mendoza
Capital

Ludmila durante la visita a la bodega “La
Rural”

Museo del Vino San Felipe en la bodega “La
Rural”

Joaquín degustando los vinos de la bodega “La
Rural”
Desde la bodega nos dirigimos al Área Fundacional de la ciudad,
lugar donde se encontraban las ruinas de la iglesia de San Francisco, que fuera
la catedral de Mendoza hasta 1861, en que un terremoto la desmoronara, así como
el Cabildo y otras edificaciones. Es por esa razón que Mendoza era la única
ciudad capital provincial que no contaba con una Catedral. Dicho movimiento
telúrico causó la muerte de más de cuatro mil personas entre una población
estimada de once mil quinientos vecinos.

Ruinas de la catedral mendocina destruida
durante el terremoto de 1861
Pero el atractivo mayor de Mendoza era, sin duda, el parque General
San Martín, el principal y más antiguo de la ciudad, realizado a posteriori del
terremoto de 1861 con el fin de sanearla de las grandes epidemias de difteria,
cólera y sarampión. Y como otros espacios verdes del país, fue diseñado por el
arquitecto y paisajista francés Carlos Thays.
En el parque se podían realizar un sinnúmero de actividades
recreativas, deportivas, educativas, culturales y turísticas, encontrándose
dentro de su perímetro el Rosedal, varios clubes, destacándose el de Regatas en
la costa del lago, el Zoológico, la Universidad Nacional de Cuyo, el CONICET, y
el estadio Malvinas Argentinas (sede del Mundial
78).

Lago del parque General San
Martín
Desde el lago tomamos rumbo hacia el oeste y comenzamos el ascenso
al cerro de la Gloria, perteneciente a la Precordillera de Mendoza, pasando por
el Anfiteatro y deteniéndonos en varios miradores, hasta llegar a su cima donde
se encontraba el Monumento Nacional al Ejército de los Andes. Esta obra databa
de 1914 en conmemoración del centenario del Cruce de los Andes por el Ejército
de los Andes al mando del General José de San Martín para liberar Chile y Perú y
asegurar la independencia de la Provincias Unidas del Río de la
Plata.

Anfiteatro del Cerro de la
Gloria

Uno de los miradores del cerro de la
Gloria

Con
Martín, Joaquín y Ludmila junto al Monumento Nacional al Ejército de los
Andes
Regresamos a San Rafael y al día siguiente salimos en excursión
rumbo al Cañón del Atuel, pasando previamente por el mirador San Francisco de
Asís.
Tras cruzar el río Diamante, dirigiéndonos hacia el oeste, la
vegetación comenzó a cambiar haciéndose cada vez más xerófila debido a que la
zona pasaba a ser desértica.
En la zona de la cuesta de los Terneros pudimos observar las
diferentes tonalidades de las rocas, que se presentaban amarillentas por la
presencia de óxido de azufre, verdes las compuestas por óxido de cobre, mientras
que las rojizas contenían óxido de hierro.
Subimos hasta los 1100 m.s.n.m. y nos detuvimos en el mirador de
San Francisco de Asís desde donde obtuvimos una vista panorámica de la depresión
de los Huarpes.

Cruzando el río
Diamante

Cuesta de los
Terneros

Mayor aridez a medida que avanzábamos hacia el
oeste

Los colores de las rocas mostraban los
minerales predominantes

Ludmila en el mirador San Francisco de Asís

Con Martín, Laurita y Ludmila en el mirador San
Francisco de Asís

Martín y Joaquín con Laurita y Ludmila en el
mirador San Francisco de Asís
desde donde se divisaba la Gran Depresión de
los Huarpes
Continuamos viaje y nos detuvimos frente a formaciones pétreas
llamadas Garganta del Diablo en el Cañón del Atuel. Las grandes paredes del
cañón comenzaron a adquirir mayor relevancia a medida que avanzábamos, donde la
erosión hídrica y la eólica fueron produciendo distintas formas. La mayor parte
de las rocas tenían origen volcánico correspondientes a la era Paleozoica, y en
muchos casos, habían sido posteriormente metamorfizadas. Y, además, cuando
bajamos y nos internamos entre los elevados paredones, pudimos observar
sedimentos marinos, ya que el océano Pacífico bañaba esa zona antes de la
formación de la cordillera de los Andes.

Joaquín al acercarnos al Cañón del
Atuel

Cañón del Atuel, una enorme grieta en las
mesetas

Joaquín y Martín trepando por los paredones de
cuarenta metros de altura
en la Garganta del Diablo del Cañón del
Atuel

Rocas al descubierto por extremada
aridez
A poco de andar llegamos al embalse de Valle Grande, donde se
encontraba un hermoso espejo de agua que era utilizado tanto para deportes
náuticos como para pesca deportiva. Y como tenía su cota de agua baja,
alcanzamos a
ver el famoso “submarino” formado por las rocas de su lecho.

Vista del espejo de agua del Embalse Valle
Grande

Un inmenso lago artificial

Formación "El Submarino":
isla dentro del lago
formado por el Embalse Valle Grande
Otro día fuimos a conocer el complejo hidroeléctrico Los Nihuiles,
que constaba de cuatro embalses que regulaban el caudal del río Atuel, y por
alimentarse del deshielo de la cordillera de los Andes, se caracterizaba por su
caudal irregular a lo largo del año. Además, se aprovechaba para generar energía
eléctrica, que no sólo se distribuía en la provincia de Mendoza, sino que se
interconectaba a la red nacional.
Y
a pesar de lo que muchos creyeran, la zona continuaba destacándose por su
extrema aridez, predominando la vegetación xerófila.

Precipitaciones menores a 200 mm en toda la
región

Plantas
xerófilas

Paisaje muy árido cercano al complejo
hidroeléctrico Los Nihuiles

Complejo hidroeléctrico Los
Nihuiles

Dique en el complejo hidroeléctrico Los
Nihuiles

Joaquín
junto a uno de los diques de Los Nihuiles

Importante
centro de recreación

Club de Pescadores San Rafael en el embalse de
El Nihuil

Martín y Joaquín junto a Laurita y Ludmila en
el mirador del dique Los Nihuiles

Cuando soplaba viento las aguas del dique
semejaban un mar
Y
después de un paseo que demandó de gran parte de la jornada, regresamos al
Centro de San Rafael para tomar algo fresco en las mesas de la calle de uno de
sus bares, regresar al hotel, darnos un buen baño y disponernos a tener una
exquisita cena.

Martín en el Centro de San
Rafael

Un buen baño al llegar al
hotel

Ya cambiadas, Laurita y Ludmila, jugando con
papá antes de cenar
No podíamos estar tan cerca y no visitar Las Leñas, por más que no
fuera temporada de esquí. Así que, tras un día de descanso para hacer uso de la
piscina del hotel, partimos hacia el corazón de la majestuosa
Cordillera.
Ya bien en el oeste, cruzamos la ruta 40 y tomamos la 222. Dejamos
el vehículo, y cruzamos el río Salado caminando a través del puente colgante de
Elcha, para proseguir por una senda hasta llegar a la laguna de la Niña
Encantada.

Dejamos la camioneta cerca de la
ruta…

Y cruzamos el río Salado caminando por el
puente colgante de Elcha
La laguna de la Niña Encantada, de aguas cristalinas de tono
esmeralda provenientes de ríos subterráneos, se encontraba en el escorial
volcánico de El Infiernillo. Y su nombre se debía a una leyenda que contaba que
en esas tierras habitaba una hermosísima princesa india llamada Elcha
perteneciente a una tribu que estaba enfrentada a otra. Con el fin de evitar
mayores enfrentamientos, la bruja convenció al padre de que la entregara en
matrimonio a un miembro de la tribu contraria, pero Elcha había crecido con un
compañero con el cual mantenía un sólido amor, por lo cual, ella y su amado
huyeron a caballo. Poco después fueron descubiertos siendo buscados por ambas
familias al mando de la bruja. En un momento, los jóvenes sintieron que habían
extraviado el camino deteniéndose frente a un abrupto corte de la superficie que
terminaba en la laguna. Se avecinaba una tormenta y sus perseguidores estaban
muy cerca, por lo que decidieron arrojarse al agua. La primera en llegar fue la
bruja que en el mismo instante en que se asomó a la laguna fue petrificada por
un rayo. Mientras que, cuando los demás se acercaron temerosos, vieron reflejada
en la superficie, cual espejo, la imagen de Elcha. Desde entonces, tanto la
princesa como la bruja petrificada se pueden distinguir, y es por eso que los
lugareños bautizaron así a la laguna.

Laguna de la Niña
Encantada
Continuando por el valle de Los Molles nos desplazamos siguiendo el
curso del afluente más importante del Atuel, que era el río Salado, cuyas
nacientes provenían de la confluencia del arroyo Las Leñas y El Desecho. A lo
largo de su tránsito el Salado cortaba un tramo montañoso formando un profundo
cañón casi inaccesible.

Joaquín en la Quebrada del río
Salado

Joaquín junto al valle de Los
Molles
El Pozo de las Ánimas consistía en dos depresiones divididas entre
sí por una frágil separación. Al golpear el viento en las cercanías provocaba un
silbido que daba origen a la tradición regional que aseguraba que allí iban a
rezar y llorar las almas que andaban en pena por las
montañas.
Uno de los pozos era una cavidad enorme con su proceso de erosión
detenido en cuyas paredes se habían ido fijando distintos vegetales. Su fondo
estaba cubierto de agua y podían observarse los constantes cambios de nivel del
líquido, a juzgar por las marcas existentes. El otro pozo se trataba de una
formación geológica llamada dolina, originada por los procesos que sufrieran los
depósitos subterráneos de yeso. Éstos, por efecto de las filtraciones y napas
freáticas formaron enormes cavernas debajo de la superficie. Además, con el
tiempo los terrenos se fueron hundiendo lentamente, originando un constante
crecimiento de los característicos conos.

Pozo de las
Ánimas

Joaquín junto al paredón del Pozo de las
Ánimas
Desde allí continuamos viaje hacia el valle de Las Leñas, en pleno
corazón de la cordillera de los Andes, a 2240
m.s.n.m.
La zona se caracterizaba, fundamentalmente, por su importancia para
la práctica de deportes de invierno. Sin embargo, el verano también se
presentaba atractivo, ya que, debido a su aridez, la amplitud térmica era
elevada, llegando a 23°C en las primeras horas de la
tarde.
Ya en 1890, el naturalista italiano Pellegrino Strobel había
quedado encantado al recorrer el valle situado al pie del monte Torrecillas, y
eligió a un arbusto que en lengua mapudungun se denominaba “colimani”,
significando “leña amarilla”, para denominar la zona “Valle de las Leñas
Amarillas”.
Durante muchos años se proyectó crear un centro de esquí en el
lugar, pero su construcción comenzó a hacerse realidad recién en el año 1983,
creciendo exponencialmente desde entonces, convirtiéndose en un lugar turístico
de nivel internacional.

Llegando a Las
Leñas

Joaquín, Martín y Ludmila en Las
Leñas

El árido valle de Las
Leñas

Joaquín en el valle de Las
Leñas

Ludmila y Laurita junto a la escasa nieve que
se mantenía en Las Leñas
Después de un largo y hermoso día regresamos al hotel contentos
pero muy cansados, y nos sentamos a la mesa a disfrutar de unos deliciosos
ñoquis. Y cuando nos disponíamos a retirarnos a nuestras habitaciones, Ludmila
se encaprichó con que quería continuar de paseo, y se tapó los oídos ante
nuestra decisión de ir a dormir.

Ludmila comiendo unos deliciosos
ñoquis

Ludmila no quería escuchar que tenía que ir a
dormir
El Atuel, como todo río mendocino alimentado en base a deshielo,
permanecía en estiaje entre abril y septiembre, aumentando repentinamente su
caudal durante la primavera y el verano. Espectacular lugar para la práctica de
rafting, siendo variados los niveles de dificultad.
Primeramente, se animó Joaquín, y como lo disfrutó tanto, me
convenció a mí. Así que, disfrazada de Tortuga Ninja, me dispuse a subir al
gomón, compartido con otras once personas más el guía
experimentado.
Antes de partir escuchamos atentamente las normas de seguridad, y
rápidamente comenzamos a avanzar por los rápidos mediante el constante
movimiento de los remos.
A mí me ubicaron en el medio hacia atrás, por lo que no tenía
necesidad de realizar ningún esfuerzo, y disfruté plenamente de la navegación,
sintiendo una extraña y agradable sensación en el estómago, además del peculiar
sonido de las aguas y su maravilloso color
turquesa.
Todo estaba bien, demasiado bien, por lo que el guía sintió que
faltaba emoción, y decidió empujar a dos pasajeros, quienes nadaron un corto
trecho hasta que los regresamos al gomón. Lejos de tomarlo mal, lo vivieron como
algo muy divertido, lo que no hubiera sido mi caso, debido al temor que siempre
le tuve al agua.

Disfrazada de Tortuga Ninja

Haciendo rafting en las verdes aguas del río
Atuel

Ubicada en el centro hacia atrás, no tuve
necesidad de remar
Hermosos lugares, hermosas experiencias, hermosa compañía. Ergo,
hermosas vacaciones.
Ana María Liberali