Valdivia, lluvia, sismos, humor, corrupción,
chimentos, universidad y amigos
Era el 8 de abril de 2013 cuando tomé un taxi
hasta la terminal de Manuel Tienda León, y desde allí el micro hasta el
Aeropuerto Internacional “Ministro Pistarini” de Ezeiza. Y como el avión salió
atrasado, aproveché para desayunar un café con leche con tres medialunas,
manteca y dulce que pagué 47$.
El sobrevuelo por el norte de la provincia de
Buenos Aires, sur de Córdoba, y centro de San Luis y Mendoza no contó con mi
conciencia ya que me dormí profundamente, despertándome casi al llegar a
Santiago de Chile.

Vetas de malaquita en la cordillera de los Andes
en las proximidades del Aeropuerto Internacional “Arturo Merino
Benítez”
de la ciudad de Santiago de
Chile
Y después de hacer los trámites de migraciones
y aduana, comí un sándwich de palta con jamón y una gaseosa (¡100$ argentinos!).
El café expreso costaba 28$ argentinos, pero me abstuve. Todo
carísimo.
Al dirigirme a la puerta de embarque del sector
nacional, sin dar explicaciones sobre las causas, anunciaron que el vuelo
saldría con una hora y media de atraso. Y como continuaba con sueño debido a que
había permanecido toda la noche despierta para tomar el primer vuelo muy
temprano, dormí enroscada en dos sillas.
Subí al avión de Sky. Entre que era muy moderno
y que el tiempo estaba espectacular, no se movió en absoluto. En sólo cuarenta y
cinco minutos hizo escala en Concepción para luego en otros treinta y cinco
llegar a Valdivia, en la región de los Ríos.
Había un sol increíble, nunca había visto así
el paisaje valdiviano. La zona se caracterizaba por sus abundantes
precipitaciones, alrededor de dos mil quinientos milímetros al año,
prevaleciendo entre abril y octubre, por lo que ese día, evidentemente, se
trataba de una excepción.
Allí me estaba esperando Adriano, quien
con su camioneta me llevó hasta el hotel Di Torlaschi. El hotel Di Torlaschi era
en gran parte de madera, algo muy típico tanto del sur de Chile como de la
Patagonia Argentina. Y eso, además de la ventaja de poder construirse en meses
en que no fraguaban los materiales, conservaba mejor la temperatura y era más
seguro en caso de movimientos sísmicos. La cama llena de almohadas me tentó a
meterme bajo el cubrecama de plumas y volver a dormirme profundamente hasta que
pasara a buscarme Camila para ir a cenar y charlar hasta ponernos al día sobre
chimentos de todo tipo.
Valdivia había sido conocida mundialmente a
partir del 22 de mayo de 1960, en que, a las tres de la tarde, fuera sacudida
por el terremoto más intenso del que se tenga registro moderno, con un pico
máximo de al menos diez grados en la escala de Richter, ya que se rompieron los
medidores existentes en el momento, según decían los viejos pobladores. Dicho
movimiento telúrico, acompañado por tsunamis desarrollados en todo el Pacífico
llegando a las islas Hawaii y Japón, destruyó gran parte de la ciudad,
especialmente a los edificios construidos en concreto y a fortalezas de origen
español, se hundieron terrenos pantanosos, y quedó inutilizado un sector del río
para la navegación hacia el océano.
Y a pesar de esa tragedia que se cobró gran
número de víctimas y gente que quedó sin techo, además de haberse venido abajo
gran cantidad de dependencias, los chilenos mantenían su humor al respecto, la
mejor forma de sobrellevar la vida en un lugar de tanto riesgo permanente. Y era
así como en la carta del resto-bar aparecía un cóctel denominado “terremoto” que
era servido en un vaso grande junto a otro pequeño, y ese era la
“réplica”.
Al regresar al hotel me puse a mirar televisión
donde en un programa cómico, gran parte de los chistes hacían referencia a la
escala de Richter o directamente a los
terremotos.
A la mañana siguiente Adriano me llevó a
recorrer diferentes barrios de la ciudad, pero el tiempo había vuelto a su
normalidad, llovía torrencialmente, aunque de a
ratitos.

Característica lluvia en la ciudad de
Valdivia

Barrio residencial de Valdivia

Bonitos jardines en Isla Teja

Hotel Dreams Pedro de Valdivia, de cuatro estrellas y
media

Transitando por una calle céntrica de
Valdivia
Almorzamos en un restorán alemán. Comí ciervo a
la cazadora con una especie de fideítos con perejil muy buenos. Y como postre,
un helado de cerveza y arándanos.
Adriano me contó que María Mardones, una
reconocida geógrafa chilena, vivía en Valdivia en el momento del famoso sismo, y
que fue llevada junto con otros niños a San Antonio y otras localidades durante
un año para que continuaran con el ciclo escolar. Pero que los había invadido el
miedo, debido a que las carreteras estaban destrozadas, por lo habían tenido que
trasladarlos por mar, algo temible después de semejante maremoto. Que ella vio
gran cantidad de “estrellas fugaces”, y era que la atmósfera se había despejado
por la energía liberada, pero la gente creía que ese sería el fin del mundo. Las
familias que los recibían en Chile Central se constituían en adoptivas hasta
tanto volvieran a Valdivia con las suyas, en la medida en que no las hubieran
perdido.
A la tarde fui a la oficina del Gobierno
Regional donde trabajaba Camila. Ella me habló sobre las tareas que estaba
desarrollando como geógrafa profesional, y me obsequió material muy valioso al
respecto.

Plaza de la República

Plaza de la República desde las oficinas del Gobierno Regional de
los Ríos en la calle O’Higgins
Salimos a hacer un breve paseo bajo la lluvia
para luego encontrarnos con Adriano en un restorán, frente al cual había otro
que se llamaba “Epicentro 1960”.
Acompañados por un exquisito pisco sour
hablamos de todo un poco. Y, como era lógico, surgió el tema de la corrupción.
Yo les comenté que en la Argentina se suponía que Chile era un país serio, y que
no se producían ciertos hechos deleznables, pero que yo no pensaba de la misma
manera, no sólo por haberlo recorrido desde Arica hasta la Tierra del Fuego sino
también por haber compartido tanto conversaciones como haber consultado medios
de comunicación locales. Y que justamente, la noche anterior, en un noticiero
habían mostrado cómo habían provocado un incendio en un edificio patrimonial de
Santiago, por no habérselos permitido derrumbar para hacer un negocio
inmobiliario, así como otros hechos por el estilo. Y ellos confirmaron mi
parecer comentándome, entre otros casos, el de un hombre que había estado
imposibilitado de ejercer cargos administrativos en el Municipio de Valdivia por
estafador, pero que sí podía ser diputado nacional y hasta presentarse como
candidato a presidente con el pretexto de que se trataba de otra jurisdicción. Y
también la cantidad de robos que se desataban después de cada terremoto, en que
la gente, tras sufrir el derrumbe de parte de su vivienda, tenía que soportar
que les quitaran los pocos enseres que les quedaran
sanos.
Pasada la sobremesa fuimos a conocer la casa de
Camila, tan bonita como sencilla. Nos sorprendió que se mostrara muy esquiva con
su perro, y ella nos contó que estaba muy angustiada porque esa mañana Apolo
había matado al gato de la vecina.
Ya en el hotel me puse a ver otra vez el
programa “Hazme Reír”, que se trataba de un concurso de chistes. Y muchos
confirmaban el nivel de corrupción que se estaba
viviendo:
- ¿En qué se
diferencia un ladrón de un diputado? En que el ladrón va
preso.
- Entre los
parlamentarios de un país comunista se dicen camaradas. Pero en Chile, se dicen
cómplices.
- Yo soy diputado,
pero soy honrado. Y yo soy prostituta, pero soy
virgen.
Luego pasaron un aviso donde todo comenzaba a
moverse y la gente a correr. ¡Otra imagen de un terremoto! Pero era sólo el
impacto del LOTO.
Y en el informativo se regodeaban con que una
“actriz” (vedette) argentina llamada Matilde Bonasera de veinticuatro años
estaba enamorada de “Hernancito” de quince, habiéndola acusado de pedófila. ¡Dos
días seguidos con la misma nota! Idéntico nivel de estupidez que en los canales
argentinos.
Lo había estado pasando muy bien con mis
colegas y amigos, pero el motivo de mi estada en esta ciudad era mi
participación como conferencista en el acto de apertura del ciclo lectivo 2013
de los estudiantes de Geografía en la Universidad Austral de
Chile.
Adriano Rovira Pinto era, en ese entonces, el
Director del Departamento de Geografía, y después de llevarme a recorrer el
predio de la Universidad en el Campus Isla Teja, me presentó al Decano de la
Facultad de Ciencias, el Dr. Mario Pino
Quivira.

Alameda que daba
ingreso a la Universidad Austral de Chile

Jardín Botánico
de la Universidad Austral de Chile

Estudiantes en
los jardines de la Universidad Austral de
Chile
Mario Pino Quivira era de profesión geólogo y
Doctor en Recursos Naturales por la Universidad de Münster, Alemania,
especializándose en procesos recientes, incluyendo la interacción de los
primeros pobladores de las Américas con el ambiente biótico y abiótico. Y era,
además, un referente muy reconocido respecto de su conocimiento sobre
comportamientos sísmicos. Por lo que, dejando de lado los comentarios
pintorescos de los habitantes, le pregunté sobre qué consideraba sobre próximos
movimientos telúricos en la región. A lo que él me contestó que según los
últimos estudios internacionales realizados, existía una gran cantidad de
energía por liberarse en el sector de la placa de Nazca que iba desde Valdivia
hasta la isla de Chiloé, por lo cual era probable que esa energía se liberara en
un plazo relativamente corto en un terremoto de ocho grados, y que el epicentro
se daría en la costa ya que allí se producían los choques de placas más cercanas
de la superficie; y que por lo tanto debían estar preparados siempre con un plan
de emergencia y tener mucho cuidado en el terreno en que se
construía.
El Dr. Pino Quivira, más allá de sus
pergaminos, era una persona muy amable y simpática. Y me comentó que cuando el
Prof. Rovira me había propuesto para ser invitada, él me había googleado,
encontrando mi artículo “Geografía sin Toga y sin Pizarrón”, que recomendó a los
estudiantes.
Y en un gran salón, frente a profesores y
alumnos, en un ambiente de respeto y cordialidad, expuse el tema “La
Interdisciplinariedad en la Argentina”, algo que me parecía fundamental para
poder investigar en cualquier área, y en lo que tenía sobrada experiencia ya que
lo venía haciendo tanto con profesionales de las ciencias sociales como de las
ciencias duras, pudiendo tener una mirada más amplia para cada
problemática.
Luego permanecí un buen rato conversando con
otros colegas como Carlos Rojas Hoppe y Silvia Diez Lorente, geógrafos
especializados en el área física. A ellos también les pregunté acerca de la
sismicidad chilena y, además de verter sus conceptos acerca del sismo ocurrido
en gran parte de Chile el 27 de febrero de 2010, también lo hicieron sobre el
famoso terremoto de Valdivia de 1960. Ellos consideraban que ese movimiento no
sólo había significado un antes y un después para el territorio chileno, sino
que había sido un verdadero hito a nivel mundial, ya que había sido el terremoto
de mayor intensidad de toda la historia, con 9,5° en la escala de Richter. Y
también hicieron referencia al desconocimiento por parte de los más jóvenes y al
supuesto olvido de los mayores, ya que se estaban rellenando humedales y
edificando sobre zonas inestables, sin tomar en cuenta las consecuencias que eso
depararía en caso de que se produjera un evento similar. Sin duda, eso
demostraba el grado de corrupción existente en las autoridades gubernamentales
que aceptaban coimas de las empresas constructoras para poder realizar obras
dejando de lado las normas de seguridad establecidas para tal fin.

Con Adriano
Rovira Pinto, Silvia Diez Lorente y Carlos Rojas
Hoppe

Con Cecilia Camila Quintana
Binimelis y Adriano Rovira Pinto

Saliendo de la
Universidad Austral de Chile
Después de almorzar con Camila tenía
intenciones de salir a caminar, pero la lluvia se intensificó por lo que
permanecí toda la tarde en un cyber contestando mensajes y conectándome con el
resto del mundo.

Tarde lluviosa
desde el cyber
La lluvia continuó hasta la noche, momento en
que decidí instalarme en el Café Palace, abierto las 24 horas, ¡justo para mí!
Pedí un Barros Jarpa con agregado de palta, una Coca-Cola y un expreso doble, y
me puse a trabajar con mi tesis doctoral y con un artículo sobre el Área
Metropolitana de Buenos Aires. Pero a cierta hora el ambiente social comenzó a
cambiar, me trajeron una velita, apagaron las luces y pusieron música muy
fuerte. Obviamente ya no veía nada para leer en papel, así que volví a
conectarme a internet, y para estar más a tono con la situación me tomé un pisco
sour. Pero a eso de las once de la noche ya no daba para continuar allí, por lo
que comencé a caminar lentamente hacia el hotel que quedaba a pocas cuadras.
¡Pero no había absolutamente nadie en la calle!, y para peor, cuando me faltaba
poco para llegar, me ladraron un montón de perros. ¡Flor de
susto!
Siendo muy temprano para irme a dormir, además
de costarme conciliar el sueño, me despertaba a cada rato por mi temor constante
a los sismos.
Ana María Liberali