Ashley Smith
Viento
Sur
23/12/16
http://www.vientosur.info/spip.php?article12037
Gilbert Achcar es profesor de Estudios sobre el
Desarrollo y Relaciones Internacionales en la Escuela de Estudios Orientales y
Africanos (School of Oriental and African Studies, SOAS) de la Universidad de
Londres. Es autor de numerosos libros. Ashley Smith le ha entrevistado sobre una
de las cuestiones candentes planteadas por la primavera árabe: el enfoque de la
izquierda con respecto al fundamentalismo islámico.
Uno de los fenómenos más importantes que se han producido en Oriente
Medio en las últimas tres décadas es el ascenso de lo que los comentaristas
suelen denominar indistintamente islam político, islamismo y fundamentalismo
islámico. ¿Por qué piensas que es mejor referirse a esta corriente política con
el nombre de fundamentalismo islámico, y cuáles son sus características?
El término que uno emplea para denominar un fenómeno
tiene que ver, por supuesto, con la evaluación y el juicio político que hace del
mismo, y cada término tiene implicaciones diferentes. Veamos uno de los términos
que acabas de mencionar: el islam político. ¿Por qué nadie emplea esta
designación para instituciones y corrientes políticamente activas en el seno del
cristianismo, el judaísmo o el hinduismo y no habla, por ejemplo, de
“cristianismo político”? Hablar de “islam político” plantea el problema de
definir qué es el islam “no político”; en otras palabras, ¿cuándo comienza el
islam a ser “político” y cuándo deja de serlo? ¿Por qué calificar a los hermanos
musulmanes de Egipto de “islam político” y no, digamos, al gran imán de Al
Azhar, que ocupa un alto cargo político? Si reflexionamos seriamente, veremos
que esta etiqueta no tiene mucho sentido.
Otro
término que se emplea a menudo, y que puede parecer más preciso, es el de
“islamismo”. Se aplica a movimientos políticos que consideran que el islam es su
ideología y su programa fundamental, de ahí el “ismo”. Quienes empezaron a
utilizar este término –fue en Francia en la década de 1980– pretendían evitar el
concepto de “fundamentalismo islámico” porque consideraban que este último
encerraba una carga política. Sin embargo, al hacerlo –cualquiera que fuera su
intención, si bien ya estaban advertidos por algunos, como el profesor marxista
de estudios islámicos, Maxime Rodinson– olvidaron el hecho de que era un término
que había sido utilizado para referirse al propio islam. Si buscas en el
diccionario, verás que islamismo se ha empleado como sinónimo de islam por lo
menos hasta hace unos decenios.
En efecto,
“islamismo” se mezcla con el islam como religión en la mente de la mayoría de
las personas que oyen el término. Y dado que “islamismo” se convirtió casi en
sinónimo de terrorismo –de nuevo, independientemente de las intenciones de
algunos de los que emplearon el término–, llevó a la gente a confundir
terrorismo con el islam como tal. Está claro que esto es muy peligroso, pues
alimenta un fanatismo islamófobo que ya está muy extendido, máxime cuando
“islamismo” reduce el fenómeno a una característica exclusiva del islam, entre
todas las religiones.
Estas son las razones por las
que no utilizo los dos términos citados. Prefiero hablar de “fundamentalismo
islámico”, un término que tiene una doble ventaja. La más importante es que la
noción de fundamentalismo se aplica a todas las religiones y se puede formular
una definición genérica del término que abarque todos los fundamentalismos
religiosos. Todos ellos tienen rasgos comunes: antes que nada, la adhesión a
interpretaciones literales y dogmáticas de las escrituras religiosas y a un
proyecto político de imposición de estos puntos de vista a la sociedad por medio
del Estado. Así, la noción de fundamentalismo es útil para aclarar la distinción
entre fundamentalismo islámico e islam como religión, ya que la gente suele
hacer la misma distinción entre otras religiones y sus variantes
fundamentalistas. Nadie confunde el fundamentalismo protestante con el
protestantismo, por ejemplo. Quienes usan el término “islamismo” alegan a menudo
que el término “fundamentalismo” pertenece a la historia del protestantismo; en
realidad, a mi modo de ver es un argumento a favor de utilizarlo.
La segunda ventaja del término “fundamentalismo
islámico” es que la noción de fundamentalismo ayuda a afinar la distinción entre
las diferentes corrientes y grupos que otorgan al islam un lugar central en su
identidad ideológica. Es más restrictivo que términos como “islam político” o
“islamismo”, que suelen juntar movimientos muy distintos en la misma categoría.
Mira el partido gobernante de Turquía, el AKP, por ejemplo. Suele incluirse en
las categorías de “islam político” e “islamismo”, junto con el régimen iraní, y
esto es un error garrafal que el término “fundamentalismo islámico” evita. El
AKP no es un partido fundamentalista; no propugna la implantación de la ley
religiosa islámica, la sharía, en Turquía. Es más bien un partido musulmán
conservador, de derechas, similar a partidos cristianos conservadores o de
derechas en Europa, y no ha dejado de serlo pese a su reciente deriva
autoritaria.
No cabe duda de que la propia
categoría de “fundamentalismo islámico” es bastante amplia, como todas las
categorías ideológicas que abarcan una amplia gama de movimientos (pensemos en
el marxismo o el comunismo, por ejemplo). Aunque el núcleo programático de un
“Estado islámico” basado en la sharía es más o menos común a todos los grupos
englobados en la categoría de “fundamentalismo islámico”, estos grupos aplican
diferentes estrategias y tácticas. Así, existen fundamentalistas “moderados” que
preconizan una estrategia gradualista consistente en realizar su programa
primero en la sociedad y después en el Estado, mientras que otros recurren al
terrorismo o la implementación del Estado por la fuerza, como es el caso del
llamado Estado Islámico (EI), también denominado ISIS. Sin embargo, todos tienen
en común un proyecto fundamentalista dogmático y reaccionario.
¿Cuáles son las raíces del fundamentalismo islámico en Oriente Medio?
¿Cómo y por qué surgió como fuerza política?
El
fundamentalismo islámico, en la forma de un movimiento político organizado de la
era moderna, nació a finales de la década de 1920 con la creación de la
Hermandad Musulmana en Egipto. Esta fue, en efecto, la primera organización
política moderna que se dotó de un programa fundamentalista islámico. Y también
fue por esa época que la teorización del Estado islámico, la doctrina básica del
fundamentalismo islámico, adquirió su forma moderna, igualmente en Egipto. Claro
que hubo corrientes fundamentalistas con anterioridad y diversas clases de
sectas puritanas en la historia del islam, como en otras religiones monoteístas,
pero los hermanos musulmanes fueron los pioneros de una corriente del
fundamentalismo islámico adaptado a la sociedad contemporánea en forma de
movimiento político.
Esta corriente surgió a raíz
de una serie de acontecimientos. El primero fue la proclamación de la república
y la abolición del califato en Turquía unos pocos años después de la primera
guerra mundial. La instauración por Mustafá Kemal de una república laica en
Turquía fue un golpe moral para quienes rechazaban la separación entre el islam
y el Estado. Esto sucedió al mismo tiempo que la fundación del reino saudí en la
península arábiga, un Estado basado en una premisa fundamentalista islámica,
aunque de carácter arcaico-tribal.
En segundo
lugar, Egipto era un país en el que estaba madurando una situación
revolucionaria debido a la acumulación de una serie de problemas explosivos:
problemas sociales, una pobreza terrible en el campo, una monarquía corrupta,
dirigentes despreciados u odiados por el pueblo y la dominación colonial
británica. Sin embargo, la izquierda egipcia era débil y el movimiento obrero
había sucumbido a la represión en la década de 1920. De modo que había una
conjunción de factores que favorecieron el surgimiento del fundamentalismo
islámico como movimiento político que capitalizó el descontento popular.
Desde el punto de vista del materialismo histórico, el
fundamentalismo islámico es una asombrosa ilustración de lo que Marx y Engels
identificaron en su Manifiesto Comunista como una de las orientaciones
ideológicas de las clases medias tradicionales. Un sector de la pequeña
burguesía tradicional, los artesanos y el campesinado medio y pequeño sufren los
efectos devastadores del capitalismo, que se desarrolla a sus expensas y los
fuerza a pasar de su condición de pequeños productores o comerciantes a la de
trabajadores asalariados obligados a vender su fuerza de trabajo para ganarse el
sustento.
Un sector de estas clases mínimamente
acaudaladas se opone al desarrollo capitalista pretendiendo “hacer girar hacia
atrás la rueda de la historia”, según la famosa expresión de Marx y Engels; una
formulación excelente, por cierto, que destaca el carácter reaccionario de estos
sectores. Y que encaja perfectamente en el caso del fundamentalismo islámico, en
el sentido de que esta corriente nace de una revuelta contra las consecuencias
del desarrollo capitalista, impulsado por la dominación extrajera, pero lo hace
desde una perspectiva reaccionaria que pretende retornar a una mítica edad de
oro islámica de hace trece siglos. Y esto es lo que tienen en común todos los
grupos fundamentalistas islámicos, desde los hermanos musulmanes como movimiento
de masas, al menos en su versión original egipcia, hasta los grupos terroristas,
entre los que el más extremista es el terrible Estado Islámico (EI). Todos ellos
comparten el deseo de reinstaurar de alguna manera la forma de gobierno y las
normas sociales que existían en la época temprana del islam. En el caso del EI,
creen que ya lo están haciendo con su llamado Estado Islámico.
¿Qué relación guarda el fundamentalismo islámico con el imperialismo?
¿Se opone al mismo o está confabulado con él?
Ambas
cosas, diría yo, y esto no es contradictorio. La tropa del fundamentalismo
islámico está formada por personas que reaccionan ante las consecuencias del
capitalismo, de la dominación imperialista y de las guerras imperialistas. Pero
responden a estas de un modo reaccionario. Frente al capitalismo y al
imperialismo podrían optar por emprender una lucha progresista, encaminada a
sustituir el capitalismo salvaje por una sociedad igualitaria socialmente justa,
o bien creer que la solución pasa por reinstaurar una forma de gobierno que
resulta completamente anacrónica en los tiempos que corren, abrazando por tanto
una perspectiva muy reaccionaria.
Y puesto que es
una respuesta reaccionaria a los problemas que hemos mencionado, ha acabado
siendo utilizada históricamente por toda clase de fuerzas reaccionarias,
incluido el propio imperialismo. Desde que se fundó su movimiento, los hermanos
musulmanes han establecido un vínculo estrecho con el Estado que era y sigue
siendo de lejos el más reaccionario, antidemocrático y misógino que hay en el
mundo, el reino de Arabia Saudí. Este vínculo lo establecieron en virtud de la
afinidad entre su propia perspectiva y lo que suele denominarse el wahabismo,
que es la ideología de la fuerza tribal que fundó el reino saudí.
Los hermanos musulmanes colaboraron estrechamente con
el reino saudí desde su creación hasta 1990, cuando Irak invadió Kuwait y
provocó la primera guerra de EE UU contra Irak. Hasta entonces, la Hermandad
Musulmana fue un gran aliado del reino saudí y del propio EE UU, el patrón de
los saudíes. Ambos la utilizaron en la lucha contra el nacionalismo de
izquierda, en particular contra Gamal Abdel Nasser en Egipto (1952-1970), pero
también contra el movimiento comunista y la influencia de la Unión Soviética en
países de mayoría musulmana. Esta alianza impura de EE UU, Arabia Saudí y los
movimientos fundamentalistas islámicos era reaccionaria hasta la médula.
Los saudíes rompieron con la Hermandad porque esta
última no secundó al reino en su apoyo al ataque de EE UU contra Irak en 1991.
Esto se debió, por un lado, a que a los hermanos musulmanes les resultaba muy
difícil, desde el punto de vista ideológico, aprobar una intervención occidental
contra un país musulmán desde el territorio que alberga los lugares sagrados del
islam. Por otro lado, tenían que tomar en cuenta el hecho de que sus bases se
oponían firmemente a aquella agresión, al igual que la gran mayoría de la
opinión pública de los países árabes.
Así, la
mayoría de secciones regionales de la Hermandad Musulmana condenaron el
despliegue y el ataque de EE UU, lo que hizo que el reino saudí rompiera con
ella. Por eso se puso a buscar y encontró a otro patrocinador: el emirato de
Catar, que desde entonces es su principal patrocinador. Después de haber sido
financiada durante décadas por los saudíes, ahora la financia el emirato de
Catar. Y Catar, por supuesto, es otro íntimo aliado de EE UU en la región, un
país que alberga cuarteles avanzados del Mando Central militar de EE UU
(CENTCOM) y la plataforma más importante de las guerras aéreas de EE UU desde
Afganistán hasta Siria.
Cuando los hermanos
musulmanes ejercieron el poder en Egipto durante la presidencia de su miembro
Mohamed Morsi, se ganaron los elogios de Washington. Su historial es más que
evidente. Otras ramas más “radicales” del fundamentalismo islámico también han
colaborado en el pasado con EE UU. La historia de Al Qaeda es conocida: se
originó al sumarse a la guerrilla apoyada por EE UU, Arabia Saudí y Pakistán
para luchar contra la ocupación soviética de Afganistán, antes de convertirse en
feroces enemigos de EE UU y de la familia real saudí después de 1990, por un
motivo similar al que provocó la ruptura de la Hermandad con el reino.
¿Ha cambiado el carácter de clase del fundamentalismo
islámico con este cambio de patrocinador estatal? ¿Sigue siendo una expresión de
la pequeña burguesía o se ha “aburguesado”?
Antes
que nada, el fundamentalismo islámico no se limita a un único movimiento.
Constituye un amplio espectro de fuerzas y grupos, como ya he señalado, que va
desde los Hermanos Musulmanes hasta los fanáticos totalitarios como el EI,
pasando por los yihadistas. Incluso si nos circunscribimos a la Hermandad
Musulmana, no debemos olvidar que se trata de una organización regional y global
cuyas estrategias y tácticas varían de un lugar a otro. Sin embargo, si nos
centramos exclusivamente en Egipto, está claro que se ha producido un
“aburguesamiento” de la Hermandad egipcia. Cuando Nasser los reprimió, muchos de
sus miembros y dirigentes acabaron en el exilio en Arabia Saudí, donde varios de
ellos se convirtieron en hombres de negocios y sacaron provecho del boom del
petróleo de la década de 1970. La relación con el Estado saudí y el capital del
Golfo desempeñó un papel importante en el desarrollo en Egipto de una capa de lo
que los turcos llaman “burguesía devota”, un sector que desempeña un papel cada
vez más importante en el seno de la Hermandad.
Mientras que esta fracción capitalista adquirió una importancia
notable en el seno de la Hermandad, el grueso de sus bases, de su tropa, sigue
reclutándose en las filas de la pequeña burguesía y las capas más pobres de la
sociedad. Esto no debería extrañar a nadie. Mira el caso de Donald Trump en EE
UU. Es el portaestandarte de la política reaccionaria, pero sus seguidores no
son precisamente accionistas de Microsoft. La derecha capitalista, especialmente
sus sectores más reaccionarios, siempre busca reunir una masa de seguidores en
otras clases, en particular entre los sectores resentidos de las clases medias y
del proletariado.
Dicho esto, el cambio de
composición de clase de la dirección de la Hermandad no ha alterado básicamente
su programa. Para empezar, nunca han sido anticapitalistas, más allá de
expresiones muy generales sobre la equidad social que se escucha incluso de los
partidos más conservadores. Salvo en el caso de los grupos que se adhieren
abiertamente al crudo darwinismo social, hasta los partidos políticos más
conservadores utilizan una retórica compasiva. Recordemos el “conservadurismo
compasivo” de George W. Bush. Lo mismo ocurre con la Hermandad. Hablarán de
ocuparse de los pobres para decir que el islam aporta la solución y que la
caridad islámica aliviará la pobreza. Todo esto encaja perfectamente en una
perspectiva neoliberal que apoya la privatización de la asistencia social y su
delegación en sociedades de beneficencia privadas.
No es extraño, por tanto, que cuando los hermanos musulmanes
accedieron al poder en Túnez y Egipto, mantuvieran la misma política económica
de los regímenes anteriores. Aprobaron los dictados del Fondo Monetario
Internacional (FMI) e hicieron todo lo posible por complacer a la clase
capitalista, incluidos los amiguetes capitalistas del antiguo régimen. Los
fundamentalistas islámicos no se opusieron al orden neoliberal que ha hundido en
la miseria a Oriente Medio.
¿Por qué se ha
convertido el fundamentalismo islámico en una corriente política dominante en
Oriente Medio? Esto es sorprendente dada la rica historia de nacionalismo
secular y organización comunista en la región.
Esta
es una cuestión muy importante. Actualmente prevalece una visión impresionista
debido a las continuas informaciones de los medios de comunicación sobre
diversas ramas del fundamentalismo islámico en Oriente Medio. Esto ha creado la
impresión de que la religión, en general, y el fundamentalismo islámico, en
particular, siempre han dominado el escenario político en la región. Pero esto
no es cierto. Un país como Egipto, la cuna de la Hermandad Musulmana, es un
ejemplo ilustrativo. Allí, la Hermandad logró crecer y experimentar un avance
espectacular en la década de 1940, creando una fuerza con cientos de miles de
seguidores. Uno de los motivos principales de su avance fue el hecho de que la
izquierda fuera relativamente débil y estuviera fragmentada en este país. Esto
contrastaba con otros países de la región, donde en aquel entonces los
nacionalistas laicos de izquierda y los comunistas eran bastante fuertes, y la
Hermandad, por consiguiente, mucho más débil. En Siria e Irak, el partido laico
nacionalista Baas estaba desarrollándose en competencia con un movimiento
comunista masivo.
Esto comenzó a cambiar en Egipto
con el golpe militar de 1952. Nasser y su grupo de oficiales y suboficiales
tumbaron la cúpula del ejército y la monarquía y proclamaron la república. Desde
el punto de vista político, el grupo era variopinto. Con el tiempo se inclinaron
hacia la izquierda, impulsando reformas nacionalistas y sociales. Aprobaron una
reforma agraria, redistribuyendo las propiedades de los grandes terratenientes.
También nacionalizaron propiedades extranjeras, siendo el acto más espectacular
la nacionalización del Canal de Suez en 1956, que dio lugar a la agresión
combinada de Gran Bretaña, Francia e Israel contra Egipto. La nacionalización de
empresas extranjeras vino seguida de la nacionalización de empresas privadas
egipcias y la proclamación del “socialismo” en 1961.
La radicalización a la izquierda de estos nacionalistas –con la
destacada figura de Nasser en el centro de este proceso– hizo que ganaran una
enorme popularidad, no solo en Egipto, sino en el conjunto de la región y más
allá, en todo el tercer mundo. Esto se debió a sus reformas sociales y su
oposición al imperialismo y al sionismo, una actitud que respondía a las
aspiraciones de las masas. Bastante pronto, tras un breve periodo de
cooperación, chocaron con los hermanos musulmanes y los reprimieron antes de
embarcarse en su proceso de radicalización. Desde entonces, los hermanos
musulmanes se convirtieron en los peores enemigos de los nacionalistas. Y los
saudíes, de común acuerdo con Washington, los utilizaron como arma contra
Nasser.
A raíz de la radicalización y la creciente
influencia del nasserismo, la Hermandad quedó completamente marginada en Egipto.
Había sido objeto de una feroz represión, sin duda, pero la represión por sí
sola no consigue nunca marginar a un movimiento que mantiene un fuerte atractivo
ante las masas. El caso es que los hermanos perdieron su atractivo. No tenían
soluciones que ofrecer a los problemas sociales reales de las masas, mientras
que los nacionalistas sí abordaban estas cuestiones, al menos en parte. En este
periodo, la mayoría de las personas en Egipto y en toda la región ya solo vieron
a los hermanos musulmanes como agentes de los saudíes y de la CIA.
La situación comenzó a cambiar a finales de la década
de 1960, con la crisis del nacionalismo laico. El momento clave fue la victoria
de Israel en 1967 sobre el Egipto nasserista y la Siria baasista. Al igual que
en Egipto, esta última había experimentado una radicalización nacionalista de
izquierda, encabezada por un grupo que Asad –el padre del actual carnicero de
Siria– derrocaría podo después. Con la derrota de 1967, seguida en 1970 del
aplastamiento de las guerrillas palestinas en Jordania, la muerte de Nasser y el
derrocamiento del ala izquierda del partido Baas, el nacionalismo radical árabe
sufrió un fuerte revés que abrió las puertas al retorno de la Hermandad
Musulmana.
El sucesor de Nasser, Anuar el Sadat,
emprendió un rumbo de desnasserización en Egipto, revirtiendo todas las
políticas progresistas del periodo anterior, tanto en el ámbito agrícola o
industrial como en el terreno antiimperialista o antisionista. Al embarcarse en
este proyecto regresivo, soltó de la cárcel a los hermanos musulmanes y permitió
que volvieran los que se encontraban en el exilio. Lo hizo porque los necesitaba
como aliados en su proyecto reaccionario en Egipto. Los hermanos cumplieron su
tarea de buena gana, convirtiéndose en la fuerza de choque de la ofensiva
ideológica de Sadat en su ataque contra la izquierda. Sadat les permitió
reconstruir su organización para convertirla en un movimiento de masas, a
condición de que no le disputaran el poder. Mantuvieron esta relación con el
sucesor de Sadat, Hosni Mubarak.
En un contexto de
debilidad organizativa de la izquierda, cuyo sector más visible también mantenía
una relación ambigua con el régimen, la Hermandad llenó un vacío, atrayendo a
sectores descontentos de la población. Con los fondos aportados por los nuevos
capitalistas en sus filas y su patrocinador saudí, lograron un crecimiento
espectacular. Sin embargo, con la recuperación de su poder empezaron a surgir
ambiciones de desempeñar un mayor papel político que lo que les permitía el
régimen. Esto generó tensiones que dieron pie, ocasionalmente, a medidas
represivas por parte del régimen, pero una y otra vez fueron liberados de la
cárcel al cabo de periodos relativamente cortos. En ningún momento sufrieron una
represión tan dura como la que tuvieron que soportar bajo Nasser. Mubarak jamás
trató de aplastarlos ni de prohibir del todo su movimiento. Fueron tolerados
porque eran útiles al régimen y solo eran reprimidos cuando el régimen pensaba
que se estaban extralimitando.
Por tanto, en 2011
no surgieron de la nada. Eran una fuerza muy importante en Egipto, incluso en el
terreno electoral. En 2005 lograron el 20 % de los escaños en el parlamento.
Mubarak utilizó este ascenso controlado para advertir al gobierno de George W.
Bush, que le estaba presionando para que procediera a cierto grado de
liberalización política. Ante la ausencia de fuerzas significativas a la
izquierda o entre los liberales, capaces de desafiar al régimen o capitalizar el
descontento popular, el fundamentalismo islámico se hallaba en una posición
óptima para capturar ese potencial.
Sin embargo, la
historia demuestra que cuando existe una corriente progresista que goza de
cierta credibilidad, es posible contrarrestar efectivamente el fundamentalismo.
La debilidad de la izquierda es inversamente proporcional a la fuerza del
fundamentalismo islámico. Entre estas dos corrientes el juego es de suma cero, a
diferencia de la relación de la izquierda con la teología de la liberación en
América Latina. Allí, la teología de la liberación, que representa una
interpretación progresista del cristianismo, es una componente importante de la
izquierda, con la que comparte, en muchos lugares, las mismas organizaciones,
como fue el caso del Partido de los Trabajadores de Brasil en sus buenos tiempos
de radicalidad. En Oriente Medio, la izquierda se enfrenta al fundamentalismo
islámico como uno de los dos polos principales de la política reaccionaria,
siendo el otro polo el constituido por los regímenes.
De este modo, la revuelta árabe se topó, ya en 2011, con dos fuerzas
de la contrarrevolución en vez de la tradicional oposición binaria de revolución
y contrarrevolución, es decir, con una configuración triangular en que un
proceso revolucionario tuvo que enfrentarse a dos polos contrarrevolucionarios.
Las fuerzas progresistas, que expresaban las aspiraciones del levantamiento,
fueron necesarias para ponerlo en marcha y organizarlo en sus primeros pasos,
pero pronto chocaron con los regímenes, por un lado, y con las oposiciones
fundamentalistas islámicas, por otro, ambos opuestos a las aspiraciones de la
ola revolucionaria y, en algunos países de la región, confabulados directamente
para frustrar su radicalización.
El caso de Egipto
vuelve a ser un ejemplo ilustrativo de la colaboración de los hermanos
musulmanes con el ejército en 2011, el primer año de la revuelta. Esto abrió de
hecho un espacio para el campo progresista. La elección presidencial de 2012
mostró el ascenso del polo progresista con el candidato nasserista, Hamdeen
Sabahi, logrando –para sorpresa de todo el mundo– más votos que nadie en El
Cairo y Alejandría y un 20 % de los votos a escala nacional. Se acercó en número
de votos a los dos candidatos ganadores de la primera vuelta, el de los
militares y el de los hermanos musulmanes, Mohamed Morsi.
Por desgracia, sin embargo, Sabahi cayó en la trampa de apoyar el
golpe militar contra Morsi en 2013. En vez de oponerse coherentemente a ambos
bandos contrarrevolucionarios, se echó del lado de uno de ellos: después de
aliarse con los hermanos musulmanes en 2011, pactó con los militares en 2013.
Solo cuando se mantuvo equidistante entre ambos, en 2012, consiguió un avance
importante. La izquierda debe extraer de esta experiencia una lección crucial si
quiere convertirse en una fuerza creíble y dirigir una nueva revuelta hacia la
victoria. Ha de construir una alternativa tanto al régimen como a los
fundamentalistas islámicos. Si no lo hace, y puesto que la política, al igual
que la naturaleza, aborrece el vacío, la Hermandad Musulmana podría retornar y
reconstruirse como la principal oposición al régimen, o peor aún, podríamos
asistir al surgimiento de ramas más violentas del fundamentalismo islámico.
Me parece que vale la pena desarrollar esto un poco
más. ¿Cómo debería posicionarse la izquierda en relación con las fuerzas
fundamentalistas islámicas que luchan contra el imperialismo o el sionismo? Por
ejemplo, ¿cómo debería relacionarse la izquierda con Hamás y Hezbolá?
La izquierda ha desarrollado una rica tradición, en la
que deberíamos inspirarnos para enfocar esta cuestión. Esta tradición consiste
en apoyar las luchas justas contra el colonialismo y el imperialismo
independientemente de quién las impulsa, sin que esto suponga un apoyo acrítico
a quienes están librando estas luchas. Por ejemplo, cuando la Italia fascista
invadió Etiopía en 1935, lo razonable era que todos los antiimperialistas se
opusieran a la invasión, pese a que Etiopía estaba gobernada por un régimen
sumamente reaccionario desde el punto de vista de la izquierda. La oposición a
la invasión italiana no suponía un apoyo acrítico al emperador etíope.
Este mismo planteamiento es el que deberíamos aplicar
hoy. Hamás o Hezbolá han estado implicadas, efectivamente, en luchas contra la
ocupación y la agresión israelí. Apoyamos esta lucha sea quien sea quien la
libre. Pero Hamás no es el único grupo que lucha contra Israel; hay otras
organizaciones en Palestina. Así que hemos de discernir, dentro de esta gama de
grupos antisionistas, cuáles son más próximos a nuestra perspectiva política. Y
lo mismo cabe decir con respecto a Líbano.
Tanto en
Palestina como en Líbano, el juego de suma cero entre la izquierda y estas
fuerzas es un hecho. Hamás consiguió crecer a expensas de la izquierda
palestina. En la época de la primera intifada, en 1988, la izquierda era la
fuerza dirigente en los territorios ocupados en 1967. Sin embargo, por desgracia
sus grupos acabaron aprobando directa o indirectamente la capitulación de Yaser
Arafat ante EE UU e Israel. Y esto fue un desastre para su influencia política,
abriendo la puerta a Hamás. Recordemos que Hamás fue fundada por la rama
palestina de los hermanos musulmanes, que hasta entonces había sido favorecida
por el ocupante israelí como antídoto contra la Organización para la Liberación
de Palestina (OLP).
Lo mismo cabe decir de Hezbolá
en Líbano. Apareció tras la invasión israelí de Líbano en 1982, pero no fue
quien inició la resistencia a dicha invasión. En realidad, fueron el Partido
Comunista y fuerzas nacionalistas de izquierda quienes lo hicieron, amparados en
una tradición de lucha contra las sucesivas invasiones israelíes del sur de
Líbano. Hezbolá se construyó a expensas de estas fuerzas, en particular del
Partido Comunista. Este tenía gran influencia en las regiones de mayoría chií y
por tanto era considerado un importante competidor de Hezbolá, que era una secta
chií. Hezbolá fue tan lejos que asesinó a destacadas figuras chiíes del Partido
Comunista. Pese a convertirse en la fuerza dominante en una lucha justa –la
lucha contra la ocupación israelí–, no es en modo alguno una fuerza progresista.
Ha llegado a ser lo que es reprimiendo y descabezando a fuerzas progresistas que
libraban la misma lucha. No obstante, era correcto apoyar la resistencia
libanesa, pese a que pasó a estar completamente dominada por Hezbolá. Esto no es
lo mismo que apoyar a Hezbolá en general, incondicional y acríticamente.
La política interior de Hezbolá en Líbano, tanto en el
terreno económico como en el social o cultural, no es en modo alguno
progresista. El Partido de Dios (es lo que significa Hezbolá en árabe) se
acomodó muy bien en la reconstrucción liberal de Líbano. Tampoco debemos olvidar
que depende estrechamente del régimen iraní, que es todo menos progresista.
Ahora bien, si EE UU o Israel lanzaran un ataque contra Irán, nosotros no
dudaríamos en apoyar a este país. Esto no significa que no consideremos que el
régimen iraní es reaccionario, represivo, capitalista, y por tanto un enemigo de
la causa social por la que luchamos. Es muy importante entender esto, porque en
los últimos años Irán y Hezbolá han acudido en ayuda del régimen
contrarrevolucionario de Siria. Le han prestado tropas de choque decisivas que
se han sumado a la masacre contra el movimiento popular democrático. Esto
demuestra su profundo carácter reaccionario. Para el régimen iraní, esto es
perfectamente coherente con la represión del movimiento democrático en el propio
país en 2009.
¿Qué postura debería adoptar
actualmente la izquierda con respecto a los Hermanos Musulmanes en Egipto?
Algunos la califican de fuerza reformista, con la que la izquierda puede formar
un frente único. ¿Qué piensas de esto? Y ¿qué alternativa propones a este
planteamiento?
Bueno, permíteme que especifique las
actitudes de algunos sectores de izquierda en Egipto más que marcarles una línea
desde la distancia. Hay sectores de izquierda que mantienen una postura que me
parece correcta: oponerse a la toma del poder por los militares y condenar la
brutal represión contra la Hermandad Musulmana, sin prestar ningún apoyo
político a esta última.
Caracterizar la Hermandad
de “reformista” induce a confusión, por decirlo suavemente. Si no se matiza,
esta etiqueta pude implicar que se considera la Hermandad como una organización
similar a las alas reformistas del movimiento obrero, lo que sería sumamente
engañoso. Claro que se podría decir que la Hermandad es “reformista” (o
“moderada”) en comparación con los yihadistas “radicales” y terroristas como Al
Qaeda y el EI, pero esto entraría dentro del espectro de la ideología
fundamentalista islámica reaccionaria.
Sería un
gran error y sumamente engañoso decir que la Hermandad es “reformista” sin más,
dando a entender que es reformista de la misma manera que algunas corrientes
progresistas no revolucionarias, ya sean estalinistas, socialdemócratas o
nacionalistas de izquierda, corrientes que creen que pueden alcanzar el
socialismo sin desmantelar el Estado burgués. La Hermandad Musulmana
ultraneoliberal solo es “reformista” en la implementación de su programa
fundamentalista islámico, pero de ninguna manera en un sentido socialdemócrata.
Es una fuerza ultrarreaccionaria en materia de política social. No obstante,
esto no significa ni mucho menos que haya que aplaudir su represión a manos de
regímenes que son igual de reaccionarios. La izquierda debería ser siempre la
que lucha de modo más consistente por las libertades democráticas.
¿Qué lecciones debería sacar la izquierda del papel de
las fuerzas fundamentalistas islámicas en la primavera árabe en su conjunto?
Lo que he dicho con respecto a Egipto puede extenderse
al conjunto de la revuelta árabe. La izquierda ha de adoptar una actitud
correcta de oposición a ambos polos contrarrevolucionarios, representados por
los regímenes, de un lado, y por las fuerzas fundamentalistas islámicas, de
otro, y esforzarse por crear un tercer polo, opuesto igualmente a ambos en su
perspectiva estratégica. Claro que tácticamente, la izquierda puede “golpear
conjuntamente” con uno contra el otro –el más peligroso del momento–, siempre
que siga “caminando por separado” con su propio programa, desafiando a ambos
polos reaccionarios. Desde el punto de vista estratégico, la izquierda debería
librar su combate en ambos frentes. En lugar de este planteamiento, por
desgracia, hemos visto cómo fuerzas progresistas se alineaban con los
fundamentalistas islámicos contra los regímenes –como ocurrió en las primeras
etapas de la revuelta en muchos países, o todavía ocurre en el caso de Siria–,
mientras que otros sectores de la izquierda se alineaban con los regímenes
existentes contra los fundamentalistas islámicos.
Y
mientras podemos encontrar en la primera categoría a algunos individuos que
califican erróneamente a los hermanos musulmanes de “reformistas” (lo cierto es
que esta caracterización es tan descabellada que hay muy poca gente que la
sostenga), la mayoría de los grupos de la segunda categoría califican
erróneamente a los hermanos musulmanes de “fascistas”, lo cual es igual de
descabellado. La analogía con el fascismo pasa por alto importantes diferencias
entre las dos corrientes y solo se fija en algunos aspectos organizativos que
son comunes a partidos muy diferentes, basados en la movilización de masas y el
adoctrinamiento, incluida la tradición estalinista. A diferencia del fascismo
histórico, la Hermandad Musulmana no surgió en países imperialistas en respuesta
al movimiento obrero cuando este puso en jaque al capitalismo, y con el fin de
encarnar una versión más dura del imperialismo.
Así
que tenemos estos dos tipos de planteamiento simétricamente opuestos. También
hay fuerzas de izquierda que han cambiado de uno a otro. Por ejemplo, el partido
nasserista egipcio, dirigido por Sabahi, pasó de aliarse con los Hermanos
Musulmanes en 2011, hasta el punto de participar en su coalición electoral como
socio minoritario, a aliarse con el ejército en 2013, sumándose al coro que
cantó las loas al mariscal de campo Abdelfatah al Sisi. Esta actitud política es
desastrosa si se quiere construir una alternativa progresista en la región. Es
crucial que los progresistas afirmen un tercer polo revolucionario, opuesto por
igual a los dos polos contrarrevolucionarios que ahora dominan la escena, si
desean en algún momento dado volver a abanderar las aspiraciones que inspiraron
la primavera árabe en 2011.
A falta de esto,
seguiremos asistiendo al desastre en curso con un escenario regional arrollado
por el choque entre los dos polos contrarrevolucionarios. La mejor situación a
corto plazo es la de la coalición entre los dos polos reaccionarios, como ha
ocurrido en Túnez, donde el equivalente local a los Hermanos Musulmanes se
integró en una coalición de gobierno con las fuerzas del antiguo régimen, o en
Marruecos, donde el rey ha incorporado al equivalente local al gobierno.
Washington y sus aliados europeos están impulsando activamente este tipo de
acuerdos en casi todos los países de la región: la reconciliación entre los dos
polos contrarrevolucionarios encaja muy bien dentro de su perspectiva, desde
luego. Sin embargo, esta reconciliación también será beneficiosa desde un punto
de vista progresista, pues obligará a las fuerzas progresistas a oponerse a
ambos polos contrarrevolucionarios y propiciará su aparición como la alternativa
a los dos. En cualquier caso, el futuro de la izquierda en Oriente Medio depende
de que adopte esta orientación.
http://isreview.org/issue/103/islamic-fundamentalism-arab-spring-and-left
Traducción: VIENTO SUR
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