El ascenso de la
extrema derecha en los centros capitalistas
La
Caldera
Buenos Aires, 17/11/16
La vida política de los principales
centros capitalistas estuvo dominada durante décadas por el consenso
bipartidista entre socialdemócratas y conservadores, que se alternaron en
el poder (o conformaron eventuales alianzas) relegando al rol de socios
menores a las terceras fuerzas (partidos verdes, de izquierda o
liberales). Si bien hay matices que diferencian a las dos fuerzas que
componen ese bipartidismo, ambas son expresión del “centro político”,
cuentan con el apoyo de la clase dominante de sus respectivos países, y
están comprometidas con el mantenimiento del orden institucional y
económico neoliberal que se ha instaurado desde los
70.
En esos países las extremas derechas
existen desde hace décadas como expresiones marginales, con eventuales
ascensos aislados que no terminaron de consolidarse. Sin embargo, desde la
crisis del neoliberalismo desatada en 2007 estas fuerzas vienen
experimentando de manera sistemática un ascenso en diferentes países,
proporcional al colapso de las fuerzas del bipartidismo comprometidas con
el régimen en crisis. Los casos mas notorios son el Frente Nacional en
Francia, el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), el
movimiento Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente)
y el partido Alternativa para Alemania (AfD) en Alemania, Amanecer Dorado
en Grecia, el Partido del Pueblo en Dinamarca, el Partido de la Libertad
en Austria, el Partido por la Libertad en los Países Bajos, y
organizaciones similares en varios países de Europa del
Este.
Si bien podemos encolumnar a todas
estas expresiones en un movimiento común, cada una de ellas adquiere
fisonomías específicas, por las razones de su ascenso, su forma de
organización, su ideología, etc. Encontramos entre ellas movimientos
extraparlamentarios, partidos políticos que participan de las elecciones y
figuras políticas advenedizas como Donald Trump. Su ascenso puede estar
vinculado más directamente con la crisis económica, o bien ser una
reacción a los atentados terroristas en Europa y a la crisis de refugiadxs
que estalló en 2015. Algunas expresiones, como Amanecer Dorado y Pegida,
son movimientos abiertamente fascistas o filofascistas, que impulsan
acciones violentas contra lxs inmigrantes, lxs refugiadxs y la izquierda,
pero la mayoría de los casos (al menos por el momento) no se adecúa a la
definición tradicional de fascismo.
Un rasgo que comparten estas
organizaciones es el discurso en defensa de la soberanía nacional frente a
la globalización en general y a los dictados de los organismos
supraestatales de la Unión Europea en particular. En lo económico esto a
veces se manifiesta en un programa proteccionista y de oposición a los
tratados de libre comercio, como es el caso del Frente Nacional y de
Donald Trump, aunque otras formaciones como UKIP se mantienen más
claramente dentro del consenso neoliberal. Por otra parte, a medida que
empezaron a adquirir una mayor base popular estas fuerzas se empezaron a
mostrar cada vez más en contra del desmantelamiento del estado de
bienestar, oponiéndose a la política de austeridad impulsada por los
partidos de la clase dominante. Muchas de estas fuerzas se muestran
abiertamente hostiles a los políticos del establishment, a los que
califican de corruptos y vendidos a las corporaciones. El euroescepticismo
y la oposición a la globalización neoliberal encabezada por EE.UU. ha
implicado que en términos de política exterior muchas de estas
organizaciones apoyen una alianza con Rusia para conformar un bloque
imperialista alternativo al norteamericano (oponiéndose, p. ej., a las
sanciones contra Rusia por el conflicto con Ucrania).
Sin embargo, la principal demanda
que caracteriza a estas fuerzas, en particular desde la crisis de
refugiadxs de 2015 y los atentados perpetrados por ISIS, es la oposición a
la inmigración y a la recibida de refugiadxs. Lxs inmigrantes son el chivo
expiatorio que permite anudar muchos de los puntos de su programa: hay que
salirse de la UE por la flexibilidad de su política migratoria, la
inseguridad económica de los trabajadores blancos se debe a la competencia
con lxs inmigrantxs, la solución al colapso del estado de bienestar no es
su desmantelamiento sino la expulsión de lxs inmigrantxs que lo parasitan,
etc. Dado que la mayoría de estxs inmigrantxs provienen de países
musulmanes de Medio Oriente y África, esta ideología adopta una forma
específica de racismo que es la islamofobia (aunque otros colectivos
inmigrantes como los latinos y los europeos orientales también son puestos
en la mira). A diferencia del racismo biologicista de los nazis, esta
nueva forma de racismo “cultural” se centra en la defensa de los valores
liberales y cristianos de Occidente frente a la barbarie que representaría
el Islam, oponiéndose al multiculturalismo y promoviendo una asimilación
forzosa de las culturas inmigrantes.
Vemos en estos programas una
efectiva adaptación de esas fuerzas a la crisis del neoliberalismo y una
vocación hegemónica por ampliar su base popular en esta coyuntura. Muchas
de estas fuerzas se mantuvieron en los márgenes de la política en sus
orígenes ultraliberales o tradicionalistas religiosos, pero empezaron a
adquirir peso popular al abandonar sus programas originales e incorporar
reivindicaciones sentidas por la clase trabajadora, mostrándose incluso
como defensoras de sectores tradicionalmente atacados por la política
reaccionaria de la extrema derecha (como lxs judíxs, las mujeres y las
comunidades LGTBIQ), que ahora estarían en peligro por el avance del
Islam. Esta capacidad hegemónica ha sido fortalecida por la propia
izquierda, en particular por la capitulación de la socialdemocracia al
neoliberalismo, por la incapacidad de la izquierda de articularse como un
actor político de peso en torno a un programa radical de ruptura con el
orden neoliberal (cuyo desarrollo efectivo sólo puede darse en un sentido
anticapitalista), y por su adhesión a un discurso liberal ilustrado en el
que la crítica legítima del rol opresivo de las religiones termina
convirtiéndose en una diatriba racista dirigida contra el Islam y sus
fieles.
El ascenso de estas fuerzas
políticas se viene materializando en una serie de victorias
concretas. Las más notorias son las electorales, entre las que se destacan
el referéndum en el que triunfó el Brexit en el Reino Unido, la victoria
de Trump, y la probable victoria de Norbert Hofer del Partido de la
Libertad en la segunda vuelta presidencial de Austria de diciembre de este
año. Asimismo, el Frente Nacional y la AfD han experimentado un notable
ascenso en algunas elecciones regionales o municipales de Francia y
Alemania, alcanzando porcentajes de entre el 20 y el 40% y posicionándose
en muchos casos como terceras o segundas fuerzas (ascenso que tendrá que
verificarse en las elecciones generales que habrá en esos países en 2017).
Sin embargo, incluso sin llegar al poder, el crecimiento de estas
organizaciones ha implicado un fuerte corrimiento del centro político
hacia la derecha y una serie de concesiones de los gobiernos conservadores
o socialdemócratas, que se materializaron en la prohibición del burkini y
el estado de sitio permanente en Francia luego de los atentados, en la
construcción de muros para frenar el flujo de refugiadxs y el acuerdo con
Turquía para deportar y contener refugiadxs fuera de la Unión Europea, en
la confiscación de bienes traídos por lxs refugiadxs para financiar su
asilo aprobada en Dinamarca, etc.
Las izquierdas tienen tareas claras
para frenar este ascenso y posicionarse como alternativa política. En
primer lugar, organizando el frente antifascista para contrarrestar en las
calles la movilización de los sectores más radicalizados de la extrema
derecha. La experiencia más avanzada en este sentido se da en Grecia,
aunque también hay ejemplos de Alemania. La reacción espontánea de miles
de jóvenes en EE.UU. tras la victoria de Trump también puede ser
prometedora. En segundo lugar, la izquierda debe posicionarse como una
alternativa política clara no sólo a la extrema derecha, sino también a
los partidos socialdemócratas y conservadores que siguen impulsando la
política neoliberal que dio origen a este fenómeno político. Si no son las
fuerzas de izquierda la que presenten un programa claro de ruptura con el
neoliberalismo impuesto por los partidos dominantes, será la extrema
derecha la que siga capitalizando el descontento
popular.
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