Defender la
vigencia de la Revolución Rusa cuando se inicia la conmemoración de sus cien
años aparece como una tarea de improbable éxito. ¿Quién defiende hoy, en
términos rigurosos, la primera revolución obrera triunfante, el paso al poder de
un gobierno de trabajadores que llevó al inicio de una transición hacia una
sociedad sin clases?
En un análisis en Prensa Obrera¹ sobre la
revolución obrera de Hungría, hace sesenta años, la ilustración remite a un
hecho conmovedor. Obreros metalúrgicos de Budapest han terminado su faena y una
monumental estatua de Stalin yace tirada entre rostros satisfechos. En esa
imagen, de la que quizás fue la experiencia más profunda de la revolución
política que se extendió por más de treinta años, se concentra una de las claves
de la evolución política que barrió con los Estados obreros. Fue la burocracia
autoproclamada comunista la que emprendió el camino de la contrarrevolución
política para liquidar las conquistas sociales creadas por la Revolución de
Octubre, adoptando un rumbo de preservación frente a la intervención de la clase
obrera. Fue esa burocracia la que se erigió a sí misma en clase propietaria en
Rusia, en China, en los Estados de Europa Oriental.
En 1953, con el levantamiento de la clase obrera
de Alemania Oriental, se inició la saga de las revoluciones políticas, que se
cerraría con la derrota de la revolución polaca. En 1980, las masas
insurreccionadas en Polonia destrozaron el intento de aplicación de un programa
inspirado por el FMI (aumento de precios, liberación del mercado) y barrieron
con la burocracia en el gobierno, intermediaria del capital internacional. Fue
la revolución política la que empujó definitivamente a la burocracia estalinista
al campo de la contra revolución y fue la derrota de esa revolución política la
que permitió ese rumbo.
La reacción política dentro de la URSS y los
Estados obreros deformados contra el programa de Octubre se fortaleció en
relación directa a las derrotas sufridas por la clase obrera internacional.
Finalmente el retroceso de la Oposición de Izquierda, orientada por León
Trotsky, estuvo indisolublemente ligado a la derrota de la Revolución Alemana,
lo que hizo desvanecer la esperanza de un auxilio inmediato de los obreros
europeos.
El pronóstico
La restauración fue parte de un pronóstico
alternativo que León Trotsky planteó desde 1923.
“Los jefes y las masas no podían ver en el
levantamiento de octubre más que la primera etapa de la revolución mundial. El
pensamiento de una edificación independiente del socialismo en una Rusia aislada
no fue ni defendido, ni mantenido, ni formulado firmemente por nadie en el año
1917”.
“De un modo general -se interroga Trotsky - ¿las
contradicciones de la edificación socialista pueden adquirir tal tensión que
quebranten las bases de dicha edificación…? Sí, esto es posible”
¿De qué modo? “El régimen actual, en tanto que
régimen de transición del capitalismo al socialismo, puede…ser reemplazado sólo
por el capitalismo”. En tal caso todas las contradicciones que provocaron el
hundimiento del régimen soviético “se transformarían inmediatamente en
contradicciones interiores del capitalismo y adquirirían muy pronto extrema
agudeza. Lo cual quiere decir que la contrarrevolución capitalista contiene las
bases de una nueva Revolución de Octubre”².
Este pronóstico extraordinario parece retratar al
actual escenario político. El progreso de la restauración en la ex URSS y
China abrió la expectativa de un relanzamiento capitalista, al integrar a la
producción de plusvalía a dos de los proletariados más grandes del planeta. Pero
esa integración, en la etapa histórica de declinación del capitalismo, terminó
agravando todas las contradicciones precedentes. La penetración capitalista en
los ex Estados obreros acentuó las tendencias a la sobreproducción y, al
interior de sus fronteras, y con la llegada de la crisis, desarrolló una intensa
lucha de clases. Por caso, da cuenta de ello la escalada de luchas obreras en
China. Un cuarto de siglo después de la caída del muro, la “globalización”
capitalista -el mundo armonizado que emergería de la recolonización de los ex
Estados obreros- es sólo un recuerdo.
Corresponde volver sobre aquel pronóstico de León
Trotsky. Si la Revolución Rusa estaba concebida como un capítulo de la
revolución mundial; si el estalinismo no fue el resultado del bolcheviquismo,
sino su antítesis; si una generación obrera y socialista pagó con la vida de
decenas de miles la defensa genuina de la revolución socialista; si la barbarie
estalinista fracasó revelando que no era ninguna tercera vía entre el socialismo
y el capitalismo; si la historia confirmó, finalmente, que la burocracia es un
accidente histórico en un minuto de existencia de la humanidad, ningún ciclo
está cerrado.
Revolución Rusa y bancarrota
capitalista
La Revolución Rusa y el nazismo son derivaciones
opuestas y contradictorias de la declinación mundial del capitalismo, que nace
de la contraposición entre el desarrollo de las fuerzas productivas y el marco
estrecho de las fronteras nacionales, la socialización de la producción y la
apropiación cada vez más concentrada en el sistema capitalista. Por la misma
razón, para sus líderes, la Revolución de Octubre debía ser el comienzo de la
revolución socialista mundial.
Con la
Revolución Rusa, "la humanidad colocó en la agenda cotidiana la abolición de la
sociedad de clases. Es decir, trató de cerrar la etapa de la prehistoria (Marx).
En este punto abrió históricamente un siglo de guerras y revoluciones que la
bancarrota capitalista mantiene aún más vigente que hace 100 años.
Es decir, el período que comenzó en octubre de
1917 sigue abierto.
Notas:
1. Prensa
Obrera N° 1.435, “A sesenta años de la revolución obrera…”
2. León Trotsky:
"Thermidor y Bonapartismo" y "¡Quince años!," en Revista Comunismo, mayo 1931 y
noviembre 1932, Editorial Fontamara, Barcelona, 1978.