Turismo y colonialismo, ¿algo más que ocio?
“Cuando vinieron, ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y
nos dijeron cierren los ojos y recen. Cuando abrimos los ojos nosotros teníamos
la Biblia y ellos tenían la tierra”. Jerónimo.
Alfredo César Dachary
El turismo es una actividad que tiene varias características propias,
pero de ellas destacan dos: una, que recupera trozos de historia y los
reescribe, no para leerlos sino para que se entiendan como la historia real. El
otro es que transforma lo que nos generaba malos recuerdos en atractivos y sus
consecuencias en una potencial fuente de ingresos a costa de “perder la
memoria”.
Cuando viajamos a Machu Picchu, jamás nos recuerdan las luchas de los
incas por sobrevivir a la masacre que habían impuesto los conquistadores, la
ciudad se descubrió y se transformó en un niño desnudo, no tenía ropas, no tenía
historia.
Lo que se conoce hoy como la arquitectura y en parte la ingeniería,
ha sido desde el comienzo de la humanidad una fuente de empleo forzado para los
que pierden, los que caen esclavos, los sometidos, que con su sangre se riegan
estas grandes obras, que siempre se recuerdan como algo maravilloso y no
vergonzoso por el sentido que han tenido; ésta es la historia de la arquitectura
colonial primero, neocolonial luego, y global hoy, cuyo ejemplo más dramático es
Dubái, el seudo-país, que ha construido las mil y una noche con mano de obra
engañada que los condena a una larga esclavitud, amenazados y sojuzgados, por
patrones y por el hambre.
Siempre las grandes obras cumplen el papel de ser producidas para la
eternidad, como es el sueño del poderoso, aunque su vida sea tan corta como la
nuestra. Todas son una especie de espejo del orgullo, del poder, son el tiempo
detenido en una suma de esfuerzos y sufrimientos que expresan la grandeza de
quien las mandó hacer, y ya libres de la sangre de los que la construyeron se
transforman en íconos de una etapa de la humanidad.
Por ello el turismo, un gran transformador de realidades, ha abusado
del llamado turismo cultural, que en realidad es turismo colonial, donde
ratifica para los hijos de los grandes imperios modernos coloniales el orgullo
de ser descendientes de estos colonizadores, y así repetir en otra escala del
tiempo el viaje a los lugares coloniales donde las grandes obras construidas por
los pueblos originarios esclavizados son hoy el orgullo de las ciudades que lo
han asumido así, por obra y gracia del turismo colonial.
En Europa no me asusta ni me molesta, al contrario, es su historia
también de opresión como la nuestra y el mejor ejemplo es París, reconstruido
por el Barón de Haussmann, donde los barrios pobres fueron desalojados del
centro y ubicados en la periferia y las grandes avenidas eran la expresión de un
poder omnipotente que terminaba en grandes castillos, regimientos o catedrales,
todos éstos monumentos del poder.
Tomo como ejemplo a Puebla de los Ángeles, no sé si el nombre habla
de la leyenda de los ángeles que subieron la campana al campanario o de los
ángeles que guiaron al ejército conquistador a destruir a los pueblos y sus
obras, para no dejar ningún rastro de ese gran pasado y hacernos creer que la
historia comenzaba a mitad del siglo XVI.
Hoy es una ciudad histórica, monumento al colonialismo, con más de
365 iglesias es quizás la ciudad colonial mejor conservada con más de 300
manzanas que recuerdan esa época del siglo XVII al XIX, algo que ha sido asumido
por la sociedad como su verdadera identidad, por más que algunos les den algunos
disfraces, el mayor orgullo proviene de la conquista y colonización, que en el
siglo XX aún detentaba la colonia de españoles mayor de México y posiblemente de
otras partes de América.
Hoy en medio del gobierno neoliberal, la situación se ha profundizado
como parte del legado que se construye para borrar el pasado real, el presente
oscuro de miles pobres y hambrientos y los perseguidos políticos entre
desaparecidos y en la cárcel, que tiene régimen de este representante del
Bismarck.
La ciudad modernizada es gentrificada, o sea, lo único que sale
sobrando son los pobres, mientras nuevos edificios de la era global sientan las
bases de una ciudad muy moderna, pero asimétrica como el resto del
país.
La ciudad modernizada es a la vez transformada en un gran parque
temático, que sirve para entretener, que funciona como un mecanismo de evasión y
que, a la vez, es un producto de orgullo local, ya que son la suma de obras las
que cuentan en esta carrera por probar ante la sociedad que, si se puede
transformar, pero nunca igualar a la sociedad, donde los pobres siguen siendo
una gran mayoría.
Las grandes obras sirven para el entretenimiento, no para la
producción, pero se ven, son visibles a la sociedad y ésta piensa que eso es el
“progreso” esa palabra mágica que quiere decir mucho, pero para pocos, y así
comparten la esperanza, sin llegar nunca a la concreción.
Hay un tren “turístico” que une el pasado colonial con la pirámide
más alta de México, otros afirman del mundo, un lujo en medio de una ciudad
donde el transporte caótico es uno de los mayores problemas, pero eso es para
los ciudadanos de a pie, los que suman, no son los que disfrutan la ciudad.
En Cholula, los grupos más avanzados lo rechazaron, pero la
democracia de los golpes pudo más que la lógica de las palabras y así el
gobernante impuso una vez más su fuerza sobre la de la gente que no quería
perder espacios públicos que se transforman en espacios turísticos donde todo
cuesta, incluido el caminar, porque las ofertas de productos son el acompañante
obligado de estos lugares.
Solo tuvo un freno y fue la cultura lo que logró parar su espíritu
faraónico, y es el famoso teleférico, que se lo frenaron camino al centro
histórico por haber afectado una casa “patrimonio histórico de la ciudad”, a
veces es así y las balas perdidas nos pueden matar.
Pero al reducir el trayecto del teleférico, el espacio visible se
amplió y la pobreza quedó al descubierto, rodeando como una víbora al centro del
poder político, la Casa Puebla y oficinas de la gubernatura. Fue por ello
necesario nuevamente entrar en la simulación y así los techos, denuncia de las
casas viejas y decrépitas, son pintados de colores transformando el mar de
pobreza en un lago de belleza. ¿Para qué apoyar a la gente a hacer una nueva
casa si pintando el techo no se ve nada mal?
La ciudad contraste ya iguala en mucho a la ciudad de México, con
grandes centros dispersos que tienen como centro a un gigantesco mall, como es
el caso de Angelópolis, que está rodeada de centros pequeños, los grandes
edificios nuevos de las universidades públicas y privadas, y también su zona de
ocio, por un lado los corredores gastronómicos y, por el otro, una gigantesca
rueda de la fortuna, que nos hace pensar que estamos en Londres, aunque caminado
por la calle el sueño se comienza a borrar.
Pero la obra maestra del decorado urbano es la cultura, aunque no sea
propia, es “universal”, idea que tienen desde hace siglos los europeos. Por ello
para este gobierno, el tema sigue siendo universal, y así invierte lo que el
Estado no tiene, no hablo de vergüenza, sino de dinero en el Museo Barroco, una
obra del nivel de los famosos museos de la fundación Guggenheim de New York o
Bilbao.
El museo es quizás la mejor representación del poder, porque éste es
una sucesión de loas al mismo, ya sea porque reúne a la gente con mayor cultura
como el hecho de que el poder se impone sobre todo lo demás.
El poder de la iglesia y de la nobleza son llevados al sumun en esta
etapa de esplendor del colonialismo, donde la cultura era la expresión de la
abundancia, de riquezas y de tiempo de ocio de una aristocracia parasitaria, que
poco tiempo después debe caer por su propio peso frente a la guillotina en
París.
Este museo, que es un ejemplo de combinación de técnicas modernas y
restos del pasado, no oculta su estrategia ideológica, que ratifica que esta
ciudad colonial fue un centro importante del conquistador y luego del poder
heredado, ya que la revolución nunca fue popular en América sino de los grupos
del poder que aprovechan el ocaso del imperio español y del portugués, mientras
Inglaterra ya estaba en pleno capitalismo industrial.
El turismo como colonialismo es un discurso que viste a los que
ejercen el poder y generan ingresos a sus asociados, mientras a la sociedad le
queda solo la sensación de que la ciudad es un atractivo y ello le da orgullo.
alfredocesar7@yahoo.com.mx