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Hungria (1956-2016)
Hungría: A 60 años de la revolución obrera contra la burocracia
estalinista (I)
Christian
Rath y Matías Villar
Prensa
Obrera
Buenos
Aires, 3/11/16
El 23
de octubre de 1956 200.000 húngaros salieron a las calles en Budapest iniciando
una insurrección nacional. La Unión de Escritores reclamó la restitución del ex
primer ministro Imre Nagy, un dirigente del PC apartado del gobierno por la
burocracia. Los estudiantes exigieron la depuración de los estalinistas del
Estado, elecciones libres y derecho de huelga. Fue una gran revolución obrera,
que llevó a la ocupación de fábricas, la captura de cuarteles militares y la
formación de Consejos Obreros y Comités Revolucionarios. La intervención de las
tropas rusas dentro del país profundizó la rebelión y obligó, por primera vez, a
una intervención militar organizada por el Kremlin que ahogó en sangre -2.500
muertos- la rebelión popular.
Hungría formaba parte del llamado glacis soviético de Europa
oriental (Estados en los que la ocupación rusa de posguerra había dado lugar a
una expropiación burocrática del capital). La dictadura rusa sometía económica,
política y nacionalmente a estos países. Con Mátyás Rákosi había montado en
Hungría un Estado policial que buscaba contener contradicciones explosivas
-caída del nivel de vida, bajos salarios, colectivización forzosa.
A la
vez, el triunfo de la revolución en Yugoslavia (1945), en abierto choque con la
burocracia estalinista, desató una represión interna de conjunto. A la
excomunión del dirigente yugoslavo Tito, en 1948, le siguieron “depuraciones” y
purgas masivas en la URSS y los otros Estados. La acusación de “titoístas”
significó el asesinato (László Rajk), el encarcelamiento (János Kádár) o la
expulsión (Imre Nagy) de reconocidos dirigentes comunistas
húngaros.
Una reforma trunca
La
muerte de Stalin -marzo de 1953- agravó la crisis de la burocracia. La capa
dirigente se vio obligada a alterar sus métodos de dominación, basados en la
violencia física. Una consecuencia de este viraje de sobrevivencia fue la
reorganización de la terrible policía secreta de Stalin, la liberación de
algunos detenidos políticos y el reconocimiento por Kruschev, en el XX Congreso
del PCUS (febrero de 1956), aunque de modo parcial, de los crímenes de Stalin.
Los levantamientos obreros en Berlín oriental (1953) daban cuenta de la
iniciativa popular contra la burocracia, que respondió con algunas reformas, el
cambio del personal político y el restablecimiento de relaciones con
Yugoslavia.
Hungría se convirtió en banco de prueba de este cambio de frente.
Se convocó a Nagy como primer ministro mientras Rákosi mantenía el control del
aparato partidario y la policía secreta. La política de Nagy buscó tender
puentes hacia el titoísmo, intentó dar cierta autonomía al Frente Patriótico
Popular -un conglomerado político aliado al PC- y aminoró la represión, lo que
hizo aflorar un movimiento crítico en las capas intelectuales y estudiantiles.
Incrementó la producción de bienes de consumo, liberalizó el régimen de
reclutamiento forzoso de los campesinos en las cooperativas y les otorgó algunas
concesiones. Se propuso pasar del arbitraje policíaco a un régimen colectivo de
las distintas alas de la burocracia pero, en 1955, fue depuesto por Rákosi y
expulsado del PC como parte de un nuevo giro de endurecimiento de la burocracia
en Europa.
El
golpe agudizó la crisis. Desde las filas de la Juventud Comunista surgió el
Círculo Petöfi, que impulsó debates en los que participaron miles de jóvenes,
estudiantes y obreros. Exigían el “juicio y castigo” a los culpables de los
crímenes de la burocracia. A mediados de julio Rákosi renunció y subió Gerö.
Para probar su condición reformista autorizó, para el 6 de octubre, el sepelio
oficial de Rajk (un funcionario ejecutado por “titoísta”), donde se produjo una
marcha imponente encabezada por su viuda, Nagy y otros opositores. En Polonia,
conmovida por movilizaciones, la burocracia había aceptado que Wladyszw Gomulka
(el Nagy polaco) asumiera el gobierno. Las masas húngaras entendieron que en
Polonia había triunfado el pueblo y que esto planteaba una oportunidad
única.
Los
estudiantes resolvieron convocar una movilización para el 23 en solidaridad con
las masas polacas, pero el programa excedió esta consigna. A la denuncia de la
represión y el reclamo de la disolución de la odiada policía secreta (AVH) se
sumó el rechazo a las tropas de ocupantes rusos, a la carestía, a los bajos
salarios y el aumento de los ritmos de producción.
Victoria
El
gobierno se opuso a la manifestación, lo que radicalizó la situación. El 23 de
octubre, miles de manifestantes ganaron las calles de Budapest, estudiantes y
obreros. Esa misma tarde, obreros metalúrgicos derribaron un símbolo de
opresión: la gigantesca estatua de Stalin emplazada en el centro de
Budapest.
Gerö
calificó de "banda contrarrevolucionaria" a los movilizados y ordenó reprimir
duramente a manifestantes que se dirigían a una estación de radio. A esta altura
el programa de 16 puntos de los rebeldes unía las reivindicaciones sociales
(salario y condiciones laborales) a las nacionales (retiro de las tropas rusas)
y a las políticas: elecciones libres, la vuelta de Nagy al gobierno, la
disolución de la policía secreta y el juicio popular por los
crímenes.
La
insurrección comenzó a extenderse por todo el país y partió el espinazo del
Estado cuando el ejército y la policía, convocados a reprimir, confraternizaron
con las masas movilizadas.
Un
gobierno quebrado, en una sesión de emergencia del Comité Central del PC, nombró
a Nagy primer ministro.
Pero,
a esta altura, los tanques soviéticos ocupaban Budapest. Nagy llamó “a los
soviéticos a retroceder y a los insurgentes a moderar sus demandas” pero “le
tomó varios días descubrir que estaba confrontando con una rebelión nacional
contra la dominación extranjera y el régimen totalitario” (1). Una huelga
general, iniciada el mismo 24, paralizó al país. “En casi todas las ciudades, a
veces luego de sangrientos choques con la policía, pero en la mayoría de los
casos pacíficamente, el poder pasó a las manos de los comités revolucionarios y
los concejos obreros” (2).
El 25
se produjo un vuelco. Una unidad blindada rusa se pasó del lado de los
insurrectos. Un hecho determinante fue la agitación en ruso de los estudiantes
húngaros sobre los tanques. El llamado a que bajen sus armas y a actuar juntos
comenzaba con una frase de Marx: “no puede ser libre un pueblo que oprime a otro
pueblo”. Juntos, manifestantes y tanques, marcharon hacia el Parlamento. La
policía secreta disparó sobre la multitud, los tanques arrasaron con los
“servicios” y protegieron al pueblo inerme. La población comenzó a armarse, una
unidad del ejército húngaro se pasó en masa al campo revolucionario, en todas
las grandes ciudades industriales y mineras el vacío de poder fue ocupado por
los Consejos Obreros. Para el Kremlin la situación no podía sino empeorar,
porque la fraternización con los soldados rusos estaba disolviendo a las tropas
soviéticas.
En
estas circunstancias una delegación de la burocracia de la URSS llegó a Budapest
y acordó el reemplazo de Gëro al frente del PC, la disolución de la policía
secreta, el retiro de las tropas rusas de Budapest y el inicio de negociaciones
para retirarse de Hungría. Una derrota en toda la línea que se coronó con el
nuevo gobierno formado por Nagy el 28 de octubre.
Hungría vivió una semana de libertad que trajo a la memoria la
revolución obrera de 1919. Consejos y Comités revolucionarios estaban a cargo
del gobierno en la mayor parte del país. La desconfianza hacia lo que harían los
rusos era profunda (y certera, como se revelaría en el retorno en masa de las
tropas para aplastar la revolución).
La
victoria no era compartida, desde ya, por la burocracia soviética, pero el
silencio hostil comprendía a los gobiernos imperialistas, a la socialdemocracia
europea y al Vaticano. Ninguna de estas fuerzas podía comulgar con una
revolución política que adoptaba los métodos históricos de la clase obrera
-huelga general, insurrección, armamento popular- y creaba sus propios
organismos de poder.
No
fue la única condena. La IV Internacional, revisionista, bajo la dirección de
Michel Pablo, declararía en esas horas que el gobierno Gomulka en Polonia, era
“expresión (...) de la verdadera tendencia centrista que evoluciona (…) hacia la
izquierda” por lo que “la revolución política de las masas (…) ha podido
ahorrarse los trámites de la incertidumbre”. En cuanto a Hungría: “desbordado,
el gobierno Nagy ha empezado a maniobrar fuera del campo de clase sin haber
intentado (…) maniobrar frente al Kremlin, en el interior de dicho campo” (3).
Nueve meses más tarde, Gomulka lanzaba una ofensiva general contra huelgas y
manifestaciones antiburocráticas y Nagy había sido ejecutado por la
burocracia.
1.
Francois Fejtö: A History of the People Democracies, Penguin Books,
1972.
2.
Hernán Díaz: "El gobierno obrero húngaro de 1919", En defensa del Marxismo N°
24, 1999.
3. La
IVe. Internationale, diciembre 1956, citado por Jean-Jacques Marie, El
Trotskismo, Ediciones Península, Barcelona, 1972.
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