Me gusta Jujuy cuando
llueve…
El martes 20 de enero dimos por finalizadas
nuestras vacaciones de descanso en Salta, y partimos rumbo a Jujuy en un ómnibus
de la empresa Balut.

Laurita y Ludmila desayunando en la
terminal de ómnibus de Salta

Omar con el equipaje junto al ómnibus de
la empresa Balut
Si bien nuestro destino se encontraba al norte de
la ciudad de Salta, en una primera etapa nos dirigimos hacia el este, para
cruzar las Sierras Subandinas e ingresar en una zona de llanura. Y esa zona se
presentaba muy verde producto de las vastas precipitaciones que humedecían los
suelos durante todas las primaveras y los veranos.

Paisaje verde al este
de la ciudad de Salta

Cielo tormentoso,
típico de todos los veranos del Noroeste
Argentino

Selva subtropical,
conocida regionalmente como
“yungas”

Cruzando las Sierras
Subandinas de oeste a este

Verdes laderas en las
Sierras Subandinas
Mientras nos encontrábamos en la ladera occidental
de las Sierras Subandinas, las nubes estaban amenazantes; y en cuanto pasamos al
sector oriental, en la ciudad de General Martín Miguel de Güemes, encontramos el
asfalto mojado, evidente muestra de que había llovido
recientemente.

Ciudad de General
Martín Miguel de Güemes después de la
lluvia
General Güemes contaba con algo más de cincuenta
mil habitantes en el año 2015 cuando nosotros estábamos pasando por allí. La
ciudad se había fundado a principios del siglo XX con la llegada del Ferrocarril
General Belgrano, habiendo sido pionera en este medio de transporte en la
provincia de Salta, empalme a la ciudad de Salta y a Socompa, y contar además
con importantes talleres; pero a partir de la privatización de 1993, quedaron en
la calle cinco mil quinientos trabajadores, cientos de vagones de cargas y
pasajeros, y locomotoras únicas en América Latina, herrumbradas y tiradas sin
que los pocos obreros que quedaron con trabajo pudieran hacer algo para
repararlas. Y si bien en 2012 se había inaugurado un servicio de tren de
cercanías, desde y hacia la ciudad de Salta, con dos frecuencias diarias, de
ninguna manera pudo volver a ser lo que había sido.

Esquina de Juncal y
Rodríguez en la ciudad de General
Güemes

El hotel Román, en la intersección de las
calles Juncal y San Martín
A menos de diez kilómetros de Güemes se encontraba
el Ingenio Azucarero San Isidro, cuya producción en parte se exportaba, y estaba
creciendo en materia de infraestructura. Y en un radio de treinta kilómetros a
la redonda se estaba desarrollando un parque industrial que albergaba
importantes empresas de variado nivel, destacándose dos centrales
termoeléctricas, Termo Andes y Central Térmica
Güemes.
En pocos minutos, al ingresar a la provincia de
Jujuy, comenzó a llover torrencialmente no permitiéndome tomar fotografías por
la intensidad del agua pegando sobre la ventanilla. De todos modos, permanecí
observando el bellísimo paisaje de una de las provincias argentinas que más me
gusta, y recordando algunos versos de la zamba “Me gusta Jujuy cuando llueve” de
Castillo, Yunes y Yacopetti, que dice así:
“Me gusta Jujuy mi Jujuy cuando
llueve
Y dejar que el recuerdo me
lleve
Y por Yala perderme abrazado al
amor
Mojadito de agua hasta el
alma…
Me gusta Jujuy mi Jujuy cuando
aclara
Y en los charcos mirarme la
cara,
O mirar los gorriones al cielo
volar
Desde el campanario hasta el
alba…
Es una fruta madura
Jujuy,
Es un jazmín
encendido
O tal vez un rayito de luna o de
sol
Una campanita de
plata
A Jujuy esta zamba le quiero
cantar
Me gusta Jujuy con toda el
alma.
Me gusta Jujuy mi Jujuy por las
tardes
Y sentirme color del
paisaje.
O llegarme a la viña y un vino
tomar
Antes que la tarde se
apague.
Me gusta Jujuy mi Jujuy por las
noches
Con la luna alumbrando el
camino.
Y pedirle a un amigo que venga a
cantar
Una serenata
conmigo…
Y así, disfrutando de Jujuy aún con la lluvia,
volvimos a cruzar las Sierras Subandinas e ingresar a la Cordillera Oriental o
Precordillera Salto-Jueña, transitando por San Salvador, Yala, León, Volcán,
hasta llegar a Purmamarca donde divisamos el maravilloso cerro de los Siete
Colores.

Cerro de los Siete
Colores en Purmamarca

Me gusta Jujuy mi Jujuy por las
tardes
Y sentirme color del
paisaje

Me gusta Jujuy mi Jujuy cuando
aclara
Y en los charcos mirarme la
cara
Ya con mejores condiciones meteorológicas pasamos
por Maimará, pero el río Grande había crecido bastante, y todavía lo seguía
haciendo, lo que todos los años, en período estival ponía en peligro a todas las
poblaciones de la quebrada de Humahuaca.
De los 350 mm anuales que llovían en la Quebrada,
la mitad se producían entre los meses de enero y febrero, permaneciendo ausente
de precipitaciones los meses de otoño e invierno. Por esta razón, la flora
predominante era xerófila y las laderas de las montañas carecían de protección
ante la torrencialidad de las lluvias estivales generándose derrumbes y aludes
denominados volcanes de barro.

Llegando a
Maimará

Laderas de
malaquita

Cerros sin contención
para las lluvias torrenciales

El río Grande
creciendo a gran velocidad

Extensos meandros que
el río abandonaba durante el estiaje

Defensas construidas
con pircas para disminuir las consecuencias
de las repentinas
crecidas del verano

Amplio cono de
deyección en la margen izquierda del río
Grande
Nuestro viaje concluía en Tilcara donde no había
caído una sola gota de agua, lo que nos permitió trasladarnos a pie por las dos
cuadras que nos separaban del hotel de Turismo, sin embargo, las piedras, los
pocitos y las veredas y calles rotas nos hicieron muy difícil arrastrar nuestros
bolsos con rueditas.
El hotel estaba bastante abandonado y al preguntar
por la piscina que habíamos conocido años atrás, nos informaron que la habían
tapado con tierra porque era muy costosa su manutención. En realidad, eran muy
pocos los días y las horas en que en Tilcara se podía disfrutar de
ella.
Después de cuatro horas de viaje y habiendo pasado
el mediodía, todos estábamos hambrientos, por lo que enseguida cruzamos a
almorzar al restaurant “El Salteño”,
un bolichón que no tenía muy buen aspecto exterior, pero que, al estar lleno de
comensales, nos generó confianza. Y no nos equivocamos porque la comida fue
excelente en calidad, cantidad y precio.

Ludmila almorzando opíparamente en el
restaurant “El Salteño” de Tilcara
Como todo pueblo del interior, y particularmente
del norte argentino, era habitual dormir la siesta, y mis compañeros de viaje
decidieron sumarse a esa costumbre. Pero yo salí a caminar sola, ya bajo un
cielo azul intenso, observando las viejas casas sin cerradura alguna, los
cabritos sueltos por las calles, y contemplando sus montañas desnudas, porque
con lluvia o con sol, con calor o con frío, desde que la conocí allá por 1986,
¡me gusta Jujuy con toda el
alma!
Ana María
Liberali