A 40 años de la Noche de los Lapices
Christian Rath
Prensa
Obrera
Buenos Aires, 15/9/16
Hace 40 años, la dictadura
militar secuestraba diez jóvenes estudiantes de la Escuela Normal N° 3 de La
Plata que tenían entre 16 y 18 años, en su mayoría militantes o ex militantes de
la Unión de Estudiantes Secundarios -creada en 1973, a instancias de la Juventud
Peronista. Seis de esos jóvenes fueron torturados y hechos desaparecer, otros
cuatro sobrevivieron, y uno de ellos, Pablo Díaz, se convirtió en el narrador de
aquella historia. Una película de Héctor Olivera extendió el conocimiento de la
masacre de los pibes, aunque la crónica no registró que en ese fatídico
septiembre comenzaba la primera prueba de fuerza de la clase obrera con la
dictadura, con las huelgas metalúrgicas y del Smata y más adelante, en octubre y
febrero, con las de Luz y Fuerza. Tampoco que la masacre había comenzado antes
del 24 de marzo de 1976: entre los centenares de abatidos por la Triple A bajo
Perón e Isabel Perón figuran varios activistas secundarios.
La estadística que prueba que más
de un tercio de los desaparecidos eran obreros ha hecho empalidecer otros datos
relevantes. Más de un 80% de ellos eran jóvenes que no habían cumplido los 35
años y un 45%, los 25. Una encuesta del diario La Opinión del año 1973 hecha a
adolescentes, y casi por entero a estudiantes secundarios, da una cifra
impactante: el 30,3% -presumiblemente muchos más por aquellos que no quisieron
darlo a conocer- afirmaron algún tipo de participación política. Los chicos que
cayeron en La Noche de los Lápices eran el eslabón inferior de una inmensa masa
de jóvenes que fueron protagonistas del ascenso revolucionario planteado a
escala mundial desde el ’68, objeto del exterminio de la dictadura.
Desde sus orígenes, el 16 de
septiembre fue, para la juventud, como el 24 de Marzo, sinónimo de lucha contra
la impunidad. Los reclamos de juicio y castigo a los culpables, o el desafiante
¡30.000 desaparecidos, presentes! se convirtieron en consignas de todo el pueblo
como respuesta a la complicidad de la “democracia”, sus partidos e instituciones
en el encubrimiento de los genocidas.
Una complicidad que antecedió al
propio golpe del ’76, desde que fue Isabel Perón quien nombró a Videla como
comandante en jefe y fue el gobierno peronista quien creó los grupos de tareas
de la Triple A, amparados en la protección del General.
Una complicidad de la democracia
que tuvo un papel eminente en la UCR que hoy forma parte del gobierno y cuyo
máximo dirigente (Ricardo Balbín) llamó horas antes del 24 de marzo a acabar con
lo que llamó la “guerrilla fabril” -es decir con la vanguardia obrera que
buscaba un camino independiente frente a la completa descomposición del
movimiento nacionalista en el poder. Fueron los partidos de la democracia los
que pavimentaron el camino de la dictadura militar.
Vaciamiento
Cada 24 de Marzo y cada 16 de
septiembre, la consigna del Juicio y castigo actuó como un ariete contra los
sucesivos intentos de reconciliación y olvido. Pasó así en las marchas masivas
contra el Punto Final y la Obediencia Debida en la década del ’80, en la
movilización a 20 años del golpe contra los indultos o en la gigantesca
movilización de los 30 años, cuando el gobierno supuestamente nacional y popular
fracasó en su intento de que estas fechas perdieran su condición de jornadas de
lucha y quedaran convertidas en tributos a la democracia de turno. Los
gobiernos de NK y CFK buscaron vaciar al 16 de septiembre, así como al 24 de
marzo. Por eso pasó a ser el Día Nacional de la Juventud y se convirtió en
efeméride escolar. Un día de reflexión donde el mejor homenaje -CFK dixit- era
hacer un acto oficial y ocultar la responsabilidad del peronismo en el golpe
militar. Un peronismo que había llegado al gobierno en el ’73 y que, para
gobernar con las patronales, diseñó una política de regimentación de los
trabajadores, de cooptación de la burocracia de los sindicatos y de
aniquilamiento de su vanguardia.
Esta empresa reaccionaria
pretendió fundarse en que el gobierno “nacional y popular” había consumado los
objetivos de una política de derechos humanos que nunca había sido asumida por
los gobiernos anteriores: derogó las leyes de impunidad. Pero esta derogación
fue sólo una maniobra para impedir la extradición de los genocidas a España. Los
juicios avanzaron cada vez más a cuentagotas y en un escenario de intimidación y
hasta secuestro de testigos (Julio López). Hasta el día de hoy no se han abierto
los archivos. Las patotas o las fuerzas de seguridad siguieron atacando a la
clase obrera o a los luchadores. La cantinela sobre los juicios a los militares
se refuta con un par de datos implacables: luego de la “década ganada” hay 689
condenados, 568 (54%) están en prisión y 462 (44%) en arresto domiciliario. Los
juicios a empresarios y jueces son insignificantes (Ministerio Público Fiscal,
Estado al 30 de junio 2016).
El
relato
El vaciamiento del 16 de
septiembre es continuado por el gobierno PRO en la figura de la gobernadora
María Eugenia Vidal. Acaba de formalizar una entrevista con Pablo Díaz,
erigiéndose en defensora del boleto estudiantil, que sería el “origen” de la
lucha que desembocó en La Noche de los Lápices.
Deberíamos festejar entonces un
ciclo concluido. El gobierno “nacional y popular” ha ejecutado el Juicio y
castigo y el boleto estudiantil ha sido una obra que culminó Cambiemos, bien que
en colaboración.
Uno de los secundarios
sobrevivientes, detenido una semana antes de La Noche… y exiliado en París,
declaró en 2008: “se construyó una historia con el boleto estudiantil y se hizo
de ésta un símbolo que vació el contenido”. “Mi hermana (Claudia Falcone) no era
una chica ingenua que peleaba sólo por el boleto estudiantil… nuestra casa fue
una escuela de lucha”, diría su hermano, tiempo más tarde.
La dictadura no fue un desvío que
los argentinos deberían recordar como una mala noche, sino el producto de una
organización social y política que hay que abatir. El campo de los que luchan
por los derechos humanos y las libertades no será nunca de los K o de los
sucesores, que hoy buscan más desembozadamente la “reconciliación” con los
represores.
El 16 de septiembre será una
jornada de lucha, ahora, y siempre.