Los rostros graves en el norte mundial frente a la evolución de la guerra en
Siria reflejan menos la inquietud por el colapso del último intento de tregua
que la preocupación por el destino oscuro de la posguerra. EE.UU. y sus aliados
no logran variar la dinámica que ha adquirido el conflicto a partir de su
creciente internacionalización. El cese negociado con Moscú nació cojo por las
desconfianzas mutuas y la confusión de los actores en el terreno. Pero fue
bastardeado, además, de un modo brutal apenas se puso en marcha. Primero, con el
bombardeo norteamericano el último sábado a una base del régimen que mató a
ochenta militares y dejó un centenar de heridos.
Luego, con el ataque el lunes siguiente a una caravana de camiones de
la ONU con víveres y medicinas, que habían franqueado
la frontera debido a ese acuerdo. El saldo fue una veintena de víctimas civiles
y la suspensión inmediata de la ayuda. El Pentágono justificó su parte en el
desastre como un error de cálculo de sus aviones. La excusa sonó a poco, atento
a que la base aérea atacada de Jebel Tharda es una de las mayores en la
provincia oriental de Deir ez-Zor y conocida por los estrategas del
conflicto.
El segundo episodio aun no tiene responsables definidos, pero la Casa Blanca
señala a los cazas rusos o los de Siria. El dato extraño es que no hay cráteres
en las rutas donde marchaban los camiones como si se hubiera tratado, en cambio,
de una acción terrestre por parte de algunas de las milicias que luchan en la
zona y repudian la tregua.
Este frágil acuerdo con Moscú que
el canciller John Kerry considera que aún está vivo
pero del cual el Pentágono se ha mantenido alejado y hasta crítico, aspiraba a
avanzar a operaciones conjuntas sin precedentes entre estos dos antiguos
rivales. El argumento de la coincidencia era el combate al ISIS, la banda
terrorista mercenaria cuya actuación hace tiempo dejó de ser útil para sus
patrocinadores. Una fragilidad central del armado era que para que la alianza
funcionara se requería la separación de las milicias que respalda Washington, de
las que, según las dos potencias, son el enemigo común.
Entre ellas la organización yihadista Al Nusra, un ex brazo de Al Qaeda que
acaba de romper con esa red casi extinta y cambió su nombre a Jabhat Fatah al
Sham. Lo cierto es que las milicias prooccidentales y los grupos de perfil
fundamentalista actúan en conjunto dentro de una confederación llamada Ejército
de la Conquista, sin ningún interés en romper esos vínculos donde las
diferencias entre unos y otros se han angostado hasta diluirse.
Un documento del enviado de Washington a Siria, Michael Ratney, que obtuvo la
agencia Reuters, desplaza aún más la línea. El funcionario proponía que rusos y
sirios se abstuvieran de atacar donde “las fuerzas moderadas”, es decir las
prooccidentales, operan en conjunto con Jabhat Fatah al Sham. Lo mismo que acaba
de reclamar Kerry en la ONU con el argumento de dar
tiempo a concretar esa ilusoria separación. El de Siria, como muchos otros, es
un conflicto de intereses y por lo tanto no se detiene en las formas. EE.UU. ha
venido sosteniendo todo lo que había en el terreno que desafiara al régimen de
Bashar Al Assad para forzar su desplazamiento.
En esa arquitectura intervinieron, además, las autocracias árabes rivales de
Irán, el país patrocinador de Damasco, renuentes a que Teherán se adueñe de la
victoria al final de esta mala película. Siria es así el campo de una batalla
mucho más amplia. Del otro lado, Rusia, aliada de la teocracia persa y por
consiguiente de Assad, hizo lo suyo para balancear a su favor el conflicto. Un
dato de realismo indicaría que ya no es posible regresar a la estrategia
original de Occidente porque Moscú difícilmente ceda el control que ya ha
alcanzado. El desplazamiento al Mediterráneo, que acaba de ordenar, de su
portaaviones Admiral Kuznetsov, insignia de la flota de guerra estacionada en
Crimea, es una señal en aquel sentido.
Pero el realismo suele ser un condimento limitado frente a la anchura de las
ambiciones en juego.
La intervención del Kremlin en el conflicto produjo
otros efectos. Exhibió la vulnerabilidad del ISIS. El califato era también la
apuesta de Turquía para contener a su enemigo íntimo, el pueblo kurdo que en su
facción siria estaba acomodando un espacio de control en la frontera con
Turquía, creando un Kurdistán asociado al que ya existe con respeto
internacional en el norte de Irak.
Es por eso que Ankara giró en el aire y se abrazó con Moscú después de
haberlo repudiado, un acercamiento que detonó la intentona golpista de los
generales nacionalistas de julio que pretendían impedir el cambio de rumbo.
Recep Tayyip Erdogan usó esa rebelión para deshacerse de sus adversarios
internos pero le sirvió para profundizar sin objetores su posición estratégica
ocupando parte de Siria a expensas del ISIS y de sus rutas de abastecimiento.
Ese otro giro explica, a su vez, los atentados punitivos de la banda terrorista
contra blancos civiles turcos como el aeropuerto de Estambul.
Al carecer de un auténtico armado ideológico o religioso más allá de la
narrativa, el ocaso del ISIS es inevitable. Podría especularse que el fin de la
tregua y el alejamiento de una solución de posguerra le permitiría recuperar
espacio. Así lo hizo en la zona del ataque de EE.UU. contra la base aérea
siria.
Pero es circunstancial. El ISIS es una presencia ya políticamente
compleja. Su actividad conviene más a Damasco que a sus promotores. El régimen
no ha perdido oportunidad para exhibir los hábitos carniceros de la banda como
una identidad común de todos sus enemigos, un criterio que Moscú ha hecho
propio.
Esa es una de las contradicciones centrales de esta etapa. El Pentágono se
resiste a una ofensiva total contra los yihadistas porque mantiene a Assad y a
Irán como los objetivos superiores. También se niega a armar a los aliados
kurdos para evitar roces con Turquía. La apuesta parecería ser a un cambio
drástico de estrategia después de las elecciones de noviembre. Una pista en ese
sentido la marcó el ex ministro de Defensa de George Bush y Barack Obama, Robert
Gates.
En un artículo en The Wall Street Journal cuestionó las inconsistencias de
Donald Trump pero también un supuesto antimilitarismo de Hillary Clinton, a
quien le reclamó claridad sobre qué hará con China, Rusia, Irán y Corea del
Norte. Según este republicano, la primera crisis que enfrentará el próximo
gobierno será internacional y habrá que usar fuerza militar con despliegue de
tropas, al revés de todo lo que se ha hecho hasta ahora. Sería el fin de la
retracción y el regreso al poder coercitivo y supuestamente definitivo de los
cañones.