"¡Proletarios de Europa!
¡Hace más de un año que dura la guerra! Millones de
cadáveres cubren los campos de batalla. Millones de hombres quedaran mutilados
para el resto de sus días. Europa se ha convertido en un gigantesco
matadero de hombres. Toda la civilización, creada por el trabajo de
muchas generaciones está condenada a la destrucción. La barbarie más salvaje
celebra hoy su triunfo sobre todo aquello que hasta la fecha constituía el
orgullo de la humanidad.
Cualesquiera que sean los principales responsables
directos del desencadenamiento de esta guerra, una cosa es cierta: la guerra
que ha provocado todo este caos es producto del imperialismo. Esta guerra ha
surgido de la voluntad de las clases capitalistas de cada nación de vivir de la
explotación del trabajo humano y de las riquezas naturales del planeta. De tal
manera que las naciones económicamente atrasadas o políticamente débiles caen
bajo el yugo de las grandes potencias que, con esta guerra, intentan rehacer el
mapa del mundo, a sangre y fuego, de acuerdo con sus intereses explotadores. Es
así como naciones y países enteros como Bélgica, Polonia, los estados de los
Balcanes y Armenia corren el riesgo de ser anexionados en todo o en parte por el
simple juego de las compensaciones.
Los objetivos de la guerra aparecen en toda su desnudez
a medida que los acontecimientos se desarrollan. Pieza a pieza, caen los velos
que han ocultado a la conciencia de los pueblos el significado de esta
catástrofe mundial.
Los capitalistas de todos los países, que acuñan con la
sangre de los pueblos la moneda roja de los beneficios de guerra, afirman
que la guerra va a servir para la defensa de la patria, de la democracia y de la
liberación de los pueblos oprimidos. Mienten. La verdad es que, de
hecho, ellos entierran bajo los hogares destruidos, la libertad de sus propios
pueblos al mismo tiempo que la independencia de las demás naciones. Lo que
va a resultar de la guerra van a ser nuevas cadenas y nuevas cargas y es el
proletariado de todos los países, vencedores o vencidos el que tendrá que
soportarlas.
“Incremento del bienestar”, dijeron, al
declararse la guerra.
Miseria y privaciones, desempleo y aumento del coste la
vida, enfermedades y epidemias, son los verdaderos resultados de la guerra.
Por décadas los gastos de guerra absorberán lo mejor de las fuerzas de
los pueblos comprometiendo la conquista de mejoras sociales y dificultando
todo progreso.
Colapso de la civilización, depresión económica,
reacción política; estos son los beneficiarios de este terrible conflicto de
pueblos.
La guerra revela así el verdadero carácter del
capitalismo moderno que se ha revelado incompatible no sólo con los intereses de
las clases trabajadoras sino tambien con las condiciones elementales de
existencia de la comunidad humana.
Las instituciones del régimen capitalista que disponían
de la suerte de los pueblos, los gobiernos -monárquicos o republicanos- la
diplomacia secreta, las poderosas organizaciones patronales, los partidos
burgueses, la prensa capitalista y la Iglesia: sobre todas ellas pesa la
responsabilidad de esta guerra nacida de un orden social que los nutre, que
ellos defienden y que no sirve más que a sus intereses.
¡Trabajadores!
Vosotros, ayer explotados, desposeídos, despreciados
habéis sido llamados hermanos y camaradas cuando ha llegado la hora de enviaros
a la masacre y a la muerte. Y hoy que el militarismo os ha mutilado, destrozado,
humillado, aplastado, las clases dominantes y los poderosos reclaman de
vosotros además la abdicación de vuestros intereses y la renuncia a vuestros
ideales, en una palabra, una sumisión de esclavos a la paz social. Os arrebatan
la posibilidad de expresar vuestras opiniones, vuestros sentimientos, vuestros
sufrimientos. Os prohíben formular vuestras reivindicaciones y defenderlas. La
prensa controlada, las libertades y los derechos políticos pisoteados: es el
reinado de la dictadura militarista con puño de hierro.
Nosotros no podemos ni debemos permanecer inactivos
ante esta situación que amenaza el porvenir de Europa y la
Humanidad.
Durante muchos años el proletariado socialista ha
encabezado la lucha contra el militarismo; con una creciente aprensión sus
representantes se preocuparon en sus congresos nacionales e internacionales del
peligro de guerra que el imperialismo hacía paso a paso más amenazante. En
Stuttgart, en Copenhague, en Basilea, los congresos socialistas internacionales
trazaron la vía que debía seguir el proletariado.
No obstante, partidos socialistas y organizaciones
obreras de varios países, pese a haber contribuido en su día a la elaboración de
estas decisiones, han olvidado y repudiado desde el comienzo de la guerra las
obligaciones que les imponían. Sus representantes y dirigentes han llamado e
inducido a los trabajadores a abandonar la lucha de clases, el único medio
posible y eficaz para la emancipación proletaria. Han votado con sus clases
dirigentes los presupuestos de guerra; se han colocado a la disposición de sus
gobiernos para prestarles los más diversos servicios; han intentado a través de
su prensa y sus enviados ganar a los neutrales a la política de sus gobiernos
respectivos; han incorporado a los gobiernos “ministros socialistas” como
rehenes para la preservación de la “Unión Ságrada” y para
ello han aceptado ante la clase obrera compartir con las clases dirigentes las
responsabilidades actuales y futuras de esta guerra, de sus objetivos y de sus
métodos. Y de la misma manera que ha ocurrido con los partidos separadamente, el
más alto organismo de las organizaciones socialistas de todos los países, la
Oficina Socialista Internacional, tambien ha fallado y faltado a sus
obligaciones.
Estas con las causas que explican que la clase obrera
que no había sucumbido al pánico nacional del primer periodo de la guerra o que
poco después se había liberado de él, no haya encontrado aún en el segundo año
de la matanza de pueblos los medios para emprender en todos los países una lucha
activa y simultanea por la paz.
En esta situación intolerable, nosotros, representantes
de partidos socialistas, de sindicatos y de minorías de estas organizaciones;
alemanes, franceses, italianos, rusos, polacos, letones, rumanos, búlgaros,
suecos, noruegos, suizos, holandeses, nosotros que no nos situamos en el terreno
de la solidaridad nacional con nuestros exploradores, sino que permanecemos
fieles a la solidaridad internacional del proletariado y a la lucha de clases,
nos hemos reunido aquí para reanudar los lazos rotos de las relaciones
internacionales, para llamar a la clase obrera a recobrar la conciencia de sí
misma y situarla en la lucha por la paz.
Esta lucha es la lucha por la libertad, por la
fraternidad de los pueblos, por el socialismo. Hay que emprender esta lucha por
la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una paz así
no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de violación de
derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir ni a la
ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales. Nada de anexiones, ni
reconocidas ni ocultas y mucho menos aún subordinaciones económicas que, en
razón de la perdida de autonomía política que entrañan, resultan todavía más
intolerables si cabe. El derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos
debe ser el fundamento inquebrantable en el orden de las relaciones de nación a
nación.
¡Trabajadores!.
Desde que la guerra se desencadenó habéis puesto todas
vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra capacidad de aguante al servicio
de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros. Hoy en día es
precisa que, permaneciendo sobre el terreno de la lucha de clases irreductible,
actuéis en beneficio de vuestra propia causa por los fines sagrados del
socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases
esclavizadas.
Es el deber y la tarea de los socialistas de los
estados beligerantes desarrollar esta lucha con toda su energía. Es el deber y
la tarea de los socialistas de los Estados neutrales ayudar a sus hermanos, por
todos los medios, en esta lucha contra la barbarie sanguinaria.
Jamás en la historia del mundo ha habido tarea más
urgente, más elevada, más noble; su cumplimiento debe ser nuestra obra común.
Ningún sacrificio es demasiado grande, ninguna carga demasiada pesada para
conseguir este objetivo: el restablecimiento de la paz entre los
pueblos.
Obreros y obreras, padres y madres, viudas y huérfanos,
heridos y mutilados, a todos vosotros que estáis sufriendo la guerra y por
la guerra, nosotros os decimos: Por encima de las fronteras, por encima de los
campos de batalla, por encima de los campos y las ciudades devastadas.
¡Proletarios de todos los países, uníos!
Zimmerwald, septiembre de
1915
Por la delegación alemana: Georg
Ledebour, Adolf Hoffmann.
Por la delegación francesa: A. Bourderon,
A. Merrheim.
Por la delegación italiana: G. E. Modigliani, Constantino Lazzari.
Por la delegación rusa: N. Lenin, Paul
Axelrod, M. Bobrov.
Por la delegación polaca: St. Lapinski, A
. Varski, Cz. Hanecki.
En nombre de la delegación rumana: C.
Racovski;
En nombre de la delegación búlgara: Vassil
Kolarov.
Por la delegación sueca y noruega: Z.
Hőglund, Ture Nerman.
Por la delegación holandesa: H. Roland
Holst.
Por la delegación suiza: Robert Grimm,
Charles Naine.