En el
Vaticano
El viernes 7 febrero por la mañana, ómnibus
turístico mediante, regresamos a la Ciudad del Vaticano, y nos bajamos en la
plaza San Pedro.
La intención inicial era ingresar a la Basílica,
pero la fila era larguísima. Sin embargo, alguien vino a ofrecernos entrar por
otra puerta abonando un arancel, pero no aceptamos. Yo ya la conocía y a Omar no
lo atraía demasiado, por lo que decidimos deambular por nuestra
cuenta.

En la plaza San Pedro

Sillas colocadas frente a la
Basílica de San Pedro para la próxima misa del
Papa
Nos detuvimos en algunos puestos callejeros para
comprar algunos calendarios con la imagen del Papa Francisco y rosarios para
familiares y amigos, momento en el cual se nos acercaron gran cantidad de
promotores ofreciéndonos visitas guiadas a los Museos del Vaticano. Hablaban en
diferentes idiomas hasta que, al detectar nuestra nacionalidad, quedó sólo un
peruano que nos hizo saber que, desde el punto de vista comercial, no estaban
muy satisfechos con que el Papa fuera argentino, ya que se llenaba de
latinoamericanos con escaso poder adquisitivo que no tenían grandes consumos.
Nos quedamos conversando un rato con él, pero no aceptamos su servicio, no sólo
por el elevado precio en euros, sino porque demandaría demasiado tiempo. Por un
lado, mi interés era puntual, y por otro, preferíamos continuar caminando por
Roma en el último día de nuestra estada.
Así que mientras Omar salió a recorrer las calles
de la Ciudad del Vaticano, yo fui a los museos pagando una entrada de solamente
dieciséis euros, diez veces menor que las visitas
guiadas.

La Escuela de Atenas de
Rafael, en el anverso de la entrada a los Museos del
Vaticano

Reverso de la entrada a los
Museos del Vaticano
Primeramente, subí a la terraza para tener una
visión panorámica del lugar y luego comencé a recorrer las galerías donde me
detuve a admirar, no sólo cuadros famosos, sino paredes y cielorrasos de
singular belleza.

Vista de los jardines del Vaticano desde la
terraza de los museos

Terraza de los
museos

Bóveda de una de las galerías
de los Museos Vaticanos

Resurrección de Nuestro
Señor
Serie “Escuela Nueva”.
Episodios de la vida de Cristo.
Cartón de la Escuela de
Rafael.
Bruselas,
1524-1531
Taller de Pieter van
Aelst
562 x 964
cm.
Después de recorrer varias salas llegué a la
Galería de las Cartas Geográficas, de la que mi padre me había hablado tanto
cuando la había visitado en el año 1964. Y realmente fue lo que más me atrajo.
La galería tomaba su nombre por las cuarenta
cartas topográficas que representaban las regiones italianas y de las posesiones
de la Iglesia que Gregorio XIII Boncompagni (1572-1585) mandó pintar sobre las
paredes entre el 1580 y el 1583. Éstas constituían uno de los documentos más
importantes de los inicios de la cartografía moderna.
La galería había sido construida entre el 1578 y
el 1580 por el arquitecto Ottaviano Mascherino, que ideó también la Torre de los
Vientos, visible desde los jardines al extremo de la Galería. Ignacio Danti,
antecesor de Galileo Galilei en la cátedra de matemáticas en Florencia e ilustre
cosmógrafo, fue el encargado de preparar los cartones, traspasados
posteriormente en pintura al fresco por un gran grupo de pintores coordinados
por Girolamo Muziano y Casare Nebbia.
El ciclo iniciaba en el extremo meridional del
corredor, donde se encontraba originalmente la entrada, opuesto a la que existía
en 2014, momento en que me encontraba allí. Danti ordenó los mapas adoptando
como criterio la división dorsal de los Apeninos, por lo cual sobre la pared que
daba al patio del Belvedere, estaban representadas las regiones bañadas por los
mares Ligur y Tirreno (Aviñón y Condado Venosino, Sicilia, Cerdeña, Córcega,
Calabria septentrional y meridional, Lucania, Principado de Salerno, Campania,
Lacio e Sabina, Umbria, Lacio septentrional, territorio de Perugia y Ciudad de
Castello, Toscana, Liguria, Italia Moderna).

Corsica

Calabria Ulterior

Principatus
Salerni

Etruria

Liguria

Italia
Nova
Sobre la pared opuesta, del lado de los jardines,
se encontraban los mapas de las regiones bañadas por el Adriático (Apulia
meridional, Apulia, Abruzzi, territorio de Ancona, Marcas, Ducado de Urbino,
Romania, territorio de Bolonia, Ducado de Ferrara, Ducado de Mantúa, Ducado de
Parma y Piacenza, Friuli e Istria, Veneto, Ducado de Milan, Piemonti, Monferrato
y la Italia Antigua).

Transpadana Venetorum
Ditio

Italia
Antiqua
Sobre las paredes cortas estaban representadas las
islas Tremiti, la Batalla de Lepanto, El Asedio de Malta y la isla de Elba. Y
hacia la entrada, los cuatro grandes puertos de la época: Civitavecchia, Génova,
Venecia y Ancona.

Ancona
La bóveda de cañón estaba ricamente decorada con
estucos y frescos que representaban grotescas, alegorías y episodios de la
historia de la Iglesia o de los santos estrechamente relacionados con las
regiones abajo representadas.

Bóveda de la Galería de las
Cartas Geográficas

Escudo sobre uno de los
portales
Recorrí varias salas, pero el lugar por el cual
sentía mayor interés era la Capilla Sixtina, de la cual mi padre no sólo me
había hablado especialmente, sino que, a partir de diapositivas compradas, más
las que él había tomado personalmente, había armado un audiovisual sobre el
Vaticano que, como tantos otros, proyectamos en diferentes puntos de la
Argentina.

Cúpula con ángeles luchando contra demonios en los
Museos del Vaticano
La Capilla Sixtina originalmente servía como
templo de la fortaleza vaticana, siendo conocida como Cappella Magna, tomando su
nombre posterior en honor al Papa Sixto IV, quien ordenara su restauración entre
1473 y 1481. Desde entonces la capilla ha servido para celebrar diversos actos y
ceremonias papales. Además, ha sido la sede del cónclave, la reunión en que los
cardenales electores del Colegio Cardenalicio eligen al nuevo papa. Sin embargo,
la fama de la Capilla ha trascendido lo meramente religioso, siendo su principal
atractivo la decoración al fresco, especialmente la bóveda y el testero con el
Juicio Final, obras ambas de Miguel Ángel.
Durante el pontificado de Sixto IV, un grupo de
pintores renacentistas que incluía a Sandro Botticelli, Pietro Perugino,
Pinturicchio, Domenico Ghirlandaio, Cosimo Rosselli y Luca Signorelli realizó
dos series de paneles al fresco sobre la vida de Moisés (a la izquierda del
altar, mirando hacia el Juicio Final) y la de Jesucristo (a la derecha del
altar), acompañadas por retratos de los papas que habían gobernado la Iglesia
hasta entonces en la zona superior, y por cortinas pintadas con trampantojo en
la zona inferior. Las pinturas fueron concluidas en 1482, y el 15 de agosto de
1483, con motivo de la festividad de la Asunción, Sixto IV celebró la primera
misa en la capilla y la consagró a la Virgen María.
Entre 1508 y 1512, Miguel Ángel, por encargo del
Papa Julio II, tuvo a su cargo la decoración de la bóveda de la Capilla, cuando
ya era un artista consolidado, aunque siempre él decía que no se consideraba
pintor sino escultor.
El primer plan acordado había parecido muy pobre
para Miguel Ángel, por lo cual tras revisar el contrato y doblar los
emolumentos, se le permitiría al artista pintar lo que quisiera, y no sólo el
techo sino también las pechinas y las lunetas.
De todos modos, los primeros intentos fueron
decepcionantes. El fresco del Diluvio Universal, realizado con técnicas
heterogéneas, acabó en desastre, ya que la receta “florentina” del enlucido, no
funcionaba con los materiales y el clima de Roma; en poco tiempo afloraron mohos
y la pintura tuvo que ser parcialmente suprimida y rehecha desde el principio.
Hicieron falta meses de angustia y dificultades hasta que el artista consiguiera
dominar la técnica, pudiendo prescindir así de sus
ayudantes.
En un soneto célebre Miguel Ángel hizo referencia
a los prolongados esfuerzos a los que se sometió trabajando sin descanso durante
años en una postura incómoda: “Los lomos se me han metido en la tripa y con las
posaderas hago de contrapeso y me muevo en vano sin poder
ver”.
Mientras, el Papa estaba impaciente, hasta el
punto de que, según el biógrafo Condivi, amenazara con tirar al artista de los
andamios, y en una ocasión hasta “le dio con un palo”. Ablandado por medio de
regalos, amenazado y acosado, Miguel Ángel acabó por fin la obra que se inauguró
el 31 de octubre de 1512. De su belleza había sido testigo, un poco antes de que
fuera exhibido públicamente, Alfonso d’Este, Duque de Ferrara, quien subido al
andamiaje lo admirara durante largo tiempo; y al bajar se negó a ir a visitar
las Estancias (habitaciones situadas en la segunda planta del Palacio
Apostólico), que estaban siendo pintadas por Rafael, el gran rival de Miguel
Ángel.
Miguel Ángel volvió a trabajar en la Capilla
Sixtina veinte años más tarde. En 1533, Clemente VII de Médicis le encargó que
pintase al fresco el Juicio Universal en la pared del coro, lo que Pablo III, al
ser elegido Papa en 1534, obligara al artista a cumplir, exigiendo que trabajara
exclusivamente para él: “Hace ya treinta años que tengo este deseo, y ahora que
soy Papa, ¿no puedo satisfacerlo”.
El fresco se realizó entre 1536 y 1541, pero al
ser exhibido, suscitó reacciones contradictorias. Miguel Ángel había colocado en
el centro de la escena al Cristo Juez rodeado de centenares de cuerpos que se
agitaban proyectándose sobre el cielo azul de lapislázuli. No estaban solamente
los condenados sino también los salvados, los doctores de la Iglesia, los santos
sin sus aureolas y los ángeles sin sus alas. Todos los hombres se veían acosados
por el juicio de Dios. Faltaban la Iglesia con sus instituciones, sus ritos y su
mediación; y quizá fuera esto lo que provocara escándalo junto con los desnudos,
e incluso más que estos.
A los admiradores incondicionales del artista se
opuso una oleada de puritanos quienes consideraban que no estaba bien que
hubiera desnudos en semejante lugar, que no podía ser que los personajes
“enseñaran sus cosas”. Dicha corriente más intransigente de la Iglesia estaba
encabezada por el Cardenal Gian Pietro Carafa, pronto inquisidor del Santo
Oficio, quien en 1555 al ser instituido como Papa tomara el nombre de Pablo IV.
Pablo IV prontamente dejó a Miguel Ángel sin sus
pingües emolumentos y habiendo sabido éste que el pontífice pensaba hacerle
“arreglar” su obra, replicó: “Decidle al Papa que este es un asunto pequeño y
que se puede arreglar fácilmente; que arregle él el mundo, pues las pinturas se
arreglan enseguida”. Sin embargo fue Pío IV quien ordenara el célebre
“imbraghettamento”, el cubrimiento de los órganos sexuales de las figuras, con
telas pintadas. En 1563, en el Concilio de Trento, se había aprobado un decreto
que regulaba el uso de imágenes en las iglesias, especificando que no debía
haber en ellas “nada profano y nada deshonesto”, y el Papa, dos meses más tarde,
decidió aplicarlo a los frescos de la Capilla Sixtina. Semanas después de la
muerte de Miguel Ángel, el trabajo fue confiado a Daniele da Volterra, que había
estado junto al lecho del moribundo. A él se debe la ejecución de la primera
censura que consistiera en cubrir las desnudeces de algunos personajes con
intervenciones “en seco”. En siglos posteriores hubo muchas más modificaciones,
mucho menos delicadas y respetuosas con la obra.
Al ingresar a la Capilla Sixtina me encontré con
que estaba colmada de gente, la mayor parte rezando… Y los demás, mirando hacia
arriba absortos. Enseguida los imité y quedé perpleja. Nada de lo que había
visto en fotos era suficiente para describir lo que tenía ante mí… Y mucho más
teniendo en cuenta las dificultades que se le habían presentado al autor de esas
imágenes. Busqué un lugar donde sentarme y me quedé contemplando semejante obra
de arte. Se me llenaron los ojos de lágrimas…, pero no por una cuestión
religiosa, sino porque se sumaban la emoción de haber podido presenciar
personalmente esa maravilla y por saber que me encontraba en el lugar que mi
padre había visitado medio siglo atrás.
Quise tomar fotografías a pesar de que había
carteles por todas partes que lo prohibían terminantemente con el argumento de
no romper el clima de oración y meditación que allí se originaban. Pero,
aprovechando que los muchos custodios que debían impedirlo, estaban distraídos
con sus celulares, incliné mi cámara sigilosamente y sin utilizar el flash tomé
una fotografía abarcando la bóveda y el muro donde se encontraba la gran obra
del Juicio Final. Debido a las condiciones en que fue tomada, la foto no está en
foco, pero sentí que, además de tener un registro de mi presencia en el lugar,
le estaba haciendo un homenaje a Miguel Ángel por el hecho mismo de la
transgresión, y vengando a mi padre a quien no le permitieran por nada hacer
tomas teniendo que comprar las diapositivas en los puestos establecidos a tal
fin.

Foto tomada sin permiso de la
bóveda de la Capilla Sixtina y fresco del Juicio
Universal
Continué mi visita por diversas galerías, y en
todas, mi asombro fue mayúsculo. Había sido un verdadero regalo de la vida tener
la posibilidad de estar allí.

Globo Celeste de Giovanni
Antonio Vanosio

Boveda de los Museos
Vaticanos

Maravillas de los pintores
renacentistas

Maqueta de la Ciudad del
Vaticano

Las
escaleras de Giuseppe Momo daban salida a los Museos
Vaticanos
Después de pasar toda la mañana visitando los
Museos Vaticanos, me reencontré con Omar en el Caffe Vaticano, donde, como no
podía ser de otra manera, elegimos menúes en base a pastas. Y algo que nos
sorprendió fue que el restorán tenía muy buenos precios, a pesar de estar
situado justo enfrente de la Pinacoteca Vaticana, tener muy buena ambientación,
y productos de la mejor calidad.

Caffe
Vaticano
Durante el almuerzo cada uno relató sus
experiencias sobre lo que había visto. Entonces Omar quiso que pudiera conocer
algunos aspectos del centro urbano y fue así que dimos algunas vueltas por las
calles vaticanas antes de abandonar el lugar.

Viale dei Bastione di
Michelangelo
Ya alejándonos, mientras íbamos en el ómnibus
turístico rumbo al Coliseo, volvían a mi mente las maravillosas imágenes de las
obras de los pintores renacentistas. ¡Un gran
placer!
Ana María Liberali