La publicación de la vida privada, una mercancía
más
“Internet no es un territorio por conquistar,
sino vida que debe preservarse y que debe evolucionar con libertad”.
aljazeera.com
Alfredo César
Dachary
Para Richard Sennett, los tiempos modernos son comparables con
aquellos años en los que comenzó la decadencia del imperio romano, en que la
podredumbre moral supuso el socavamiento del poder romano para gobernar su vasto
imperio en Europa occidental, y algo similar ha socavado el poder moderno de
Occidente para gobernar el mundo.
Para este clásico sociólogo de Estados Unidos existe un escabroso
paralelo entre la crisis de la sociedad romana con posterioridad a la muerte de
Augusto y la vida moderna y se refiere al equilibrio entre la vida privada y la
vida pública.
Así los romanos comenzaron a considerar que su vida pública era una
cuestión de obligación formal y, por ello, debían participar de las ceremonias
públicas, las necesidades militares del imperio, los contactos rituales con
otros romanos fuera del círculo familiar y todo se transformó en una obligación
en la que los ciudadanos participaban con un espíritu cada vez más
pasivo. Mientras la vida pública se volvía incruenta, éste buscó en lo
privado un nuevo foco para sus energías emocionales, un nuevo principio de
compromiso y creencia.
Mientras los romanos buscaban en privado otro principio para oponerlo
a lo público, a partir de la trascendencia religiosa del mundo, hoy en lo
privado no buscamos un principio sino una reflexión, aquella que se refiere a la
naturaleza de nuestra psique, a lo que es auténtico en nuestros sentimientos,
solos con nosotros mismos o con la familia y los amigos
íntimos.
Por ello para Sennett, las sociedades occidentales se mueven desde
algo así como una condición externa hacia una interna, por ello se ha producido
una confusión entre la vida privada y la pública y la gente está resolviendo en
términos de sentimientos personales aquellas cuestiones públicas que sólo pueden
ser correctamente tratadas a través de códigos de significado impersonal.
Pero esto no es solo el individualismo que se experimenta
actualmente, es más bien, la ansiedad sobre el sentimiento individual la que
experimentan los individuos en función del difícil camino que sigue el mundo, ya
que la ansiedad se encuentra en los grandes cambios sufridos por el capitalismo
y las creencias religiosas, todos hechos que hoy son
globales.
Esta ruptura de lo público y lo privado ha sido profundizada por los
medios de comunicación actuales, que han servido de espejo para que la sociedad
refleje a través de ellos esta suma de frustraciones y esperanzas, que van de
buscar un compañero para mostrar la intimidad como espectáculo, ya que esta
venta ya ha sido abierta por los hombres y mujeres importantes como una manera
de llegar al público que los ve o los vota, que los detesta o
admira.
El individualismo consumista tiene dos extremos, el propio de
nosotros que consideramos nos
satisface un anhelo o nos promueve a un status o simplemente nos alegra, esto
último es tan simple que difícilmente tenga cabida en la sociedad del consumo,
porque no tiene precio.
El otro es el de los que operan como titiriteros de una sociedad de
autómatas, o sea, los que manejan esa nueva entelequia, Dios o figura central de
nuestras vidas, algo que se llama mercado. Los titiriteros han descubierto que
operan con la mayor de las riquezas: la información personal de cada uno de
nosotros y que eso tiene un gran valor económico, a diferencia de la alegría o
las risas, pero además es un producto en constante transformación por lo que no
pierde vigencia en el mercado sino que cada vez es más deseado y, por ende,
tiene más costo a los que le sacan un gran rendimiento a esta información de
nuestra “vida privada”.
Así la función de uno de ellos, hoy quizás el más importante es
Google, que por un lado ha copiado y subido a la red lo que denomina la cultura
universal, pero adecuada a la gran limitación que la masiva sociedad del consumo
le pone a estos productos, ya que su función debe ser informativa y no
educativa, porque esto último atenta contra el principio de la alienación
inducida, o algo que durante la guerra fría se conoció como lavado de
cerebro.
Google es “gratis”, como dice C. Anderson, ésta es la paradoja de lo
gratis, la gente gana millones sin cobrar nada, nosotros no pagamos pero hacemos
un canje de nuestros datos personales, de los más íntimos a los más raros, para
alimentar el mercado que se nutre de estos datos desde la venta de mercancías al
turismo.
Por ello, la principal fuente de ingresos de Google es la venta de
publicidad, ya que cuanto mayor sea el grado de definición de sus clientes
potenciales, más estará dispuesto
a pagar un anunciante.
En el caso de Google, esta mega empresa es consciente del valor y del
sentido de esta información, y pese a todo lo convierte en una importante fuente
de negocio a un elevado costo, que es el de gestionar de manera poco ética la
privacidad de sus usuarios, para lo cual se apoya en una política de
ocultamiento del uso de sus datos, que es muy ambigua en muchos
casos.
Google pasó de ser una
de las empresas líder de comunicación en Internet a partir de su gran navegador
a ser hoy una verdadera empresa minera, que explota sin consideración alguna la
información personal de los clientes que son millones en todo el mundo, lo cual
le permite tener una gran capacidad de segmentar distintos tipos de consumidores
según mil variables; es este nuevo “mineral” un potente recurso, y la prueba es que una empresa tan enorme
como ésta vive de ello desde los correos, llamadas y contactos.
El usuario genera dos grandes tipos de datos sobre su personas, el
primero es el derivado de la apertura de cuenta y los datos personales; y el
segundo, derivado del propio contratante es el que se recoge por los datos generados por el usuario mediante el
uso de sus distintas plataformas y además recopila la información
sobre la localización del usuario, su historial de búsqueda, cookies, la agenda
de contactos de un dispositivo Android, número de la persona que realiza una
llamada, hora y duración de las llamadas, y mucho más.
La política de privacidad de la empresa los lleva a combinar
información personal de un servicio con otro tipo de información, incluida información personal, de otros servicios de Google, aunque
no se establece de forma clara a qué servicios se refieren, ni de qué otro tipo
de información se trata.
Así Google elabora un perfil especifico de cada uno de los usuarios,
cruzando y cotejando datos del uso que hacemos de sus distintas plataformas con
fines publicitarios, ya que uno de los atractivos es la posibilidad de cruzar el rastro que
vamos dejando en la navegación por Internet (en la búsqueda de
información) y algunas herramientas habituales de trabajo y ocio.
Los expertos sostienen que cuanto más preciso sea el perfil de un
usuario, mayor cantidad de dinero pueden pedir al anunciante, tarea que
ha tenido durante una década Google y que hoy está cosechando en el mundo
abierto de la sociedad del consumo. Así es como Google es la máxima expresión
del Big Data, ya no por la cantidad ingente de datos que maneja, sino por la
capacidad de darles provecho comercial, a lo que no le cuesta y gana por
comercializarlo.
La política de privacidad recoge que Google puede llevar a cabo el
tratamiento de tus datos personales en un servidor que no esté ubicado en tu
país de residencia, lo que le
permite a Google trabajar en Europa y ceder sus datos a sus filiales en Estados
Unidos, y una vez allí poder venderlos y utilizarlos para fines
publicitarios.
Esta situación ha
generado reacciones y así se vio surgir movimientos que pretenden romper con
esta forma de entender Internet a través de la publicidad, como es
el caso de la extensión Adblock,
que bloquea buena parte de la publicidad intrusiva a la que estamos expuestos al
navegar por Internet y luego Adblock Plus que es una extensión para otros navegadores que están en el mercado
y que realizan la función de filtros de
contenidos.
En el caso de Adblock Plus permite a los usuarios evitar que
elementos de las páginas webs, como la publicidad, sean leídos y sean mostrados
en la pantalla y con ello se acelera, además, la velocidad de las
páginas.
Detrás de estos avances hay una idea verdaderamente democrática y
libertaria y es la de buscar el retorno de estas tecnologías y formas de
comunicarnos a los orígenes de Internet.
La pérdida de nuestra identidad es hoy un delito común, que nos
termina complicando la vida; el clonado de las tarjetas es un delito más de la
delincuencia cibernética, que cada vez es más efectivo en nuestras sociedades,
de donde nos vemos en medio de un mundo de intercambio de información que los
únicos que perdemos somos los ciudadanos de a pie.
Esperemos que las nuevas tecnologías que se siguen creando tengan no
solo el brillo tecnológico, sino que estén respaldadas por una ética, porque
como sostiene Gilles Paquet, “el solucionismo tecnológico interpreta las dificultades
como enigmas que tienen solución y no como problemas que podrían tener una
respuesta”.
alfredocesar7@yahoo.com.mx