NCeHu
26/16
Rumbo al I Congreso de Geografía Económica /
Mar del Plata, 22 a 24 de
junio de 2016.
Red de Geografía
Económica
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el año 2005 un vehículo privilegiado parta el seguimiento de la evolución de la
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Fuente: RGE 165/15, 5/3716
La teoría
general de Keynes a sus 80 años
Robert Skidelsky Project-Syndicate 23/2/16
LONDRES – En 1935, John Maynard
Keynes escribió a George Bernard Shaw: “Creo estar escribiendo un libro sobre
teoría económica que revolucionará en gran medida – supongo que no enseguida,
pero sí en el curso de los próximos diez años – el modo de pensar del mundo
acerca de los problemas económicos”. Y, de hecho, la obra más destacadade
Keynes, La teoría general del empleo, el interés y el dinero, publicada en
febrero de 1936, transformó la economía y la formulación de políticas
económicas. Ochenta años más tarde planteo la siguiente pregunta: ¿Se mantiene
aún viva la teoría de Keynes?
Dos elementos del
legado de Keynes parecen estar asegurados. En primer lugar, Keynes inventó la
macroeconomía – la teoría de la producción en su conjunto. Denominó a su teoría
con la palabra “general” para distinguirla de la teoría pre-keynesiana, que
asumía un nivel único de producción – el pleno empleo.
Al mostrar cómo la economía podría permanecer atrapada en un
equilibrio de “subempleo”, Keynes desafió la idea central de la economía
ortodoxa de su tiempo: que indicaba que los mercados de todas las materias
primas, incluyéndose entre ellas a la mano de obra, se equilibran de forma
simultánea y automática mediante los precios. Además, el desafío planteado por
Keynes implicó una nueva dimensión para la formulación de políticas: los
gobiernos pueden tener la necesidad de incurrir en déficits para mantener el
pleno empleo.
Las ecuaciones agregadas que
sustentan la “teoría general” de Keynes aún están ampliamente presentes en los
libros de texto de economía y dan forma a la política macroeconómica. Incluso
aquellos que insisten que las economías de mercado gravitan hacia el pleno
empleo se ven obligados a defender su posición dentro del marco teórico que
Keynes creó. Los banqueros de los bancos centrales ajustan las tasas de interés
para garantizar un equilibrio entre la demanda total y la oferta total, ya que
gracias a Keynes, se sabe que el equilibrio podría no producirse de manera
automática.
El segundo gran legado de Keynes es la
noción de que los gobiernos pueden y deben prevenir las depresiones. La
aceptación generalizada de este punto de vista se puede ver en la diferencia
entre la fuerte respuesta en la forma de políticas al colapso ocurrido durante
el período 2008-2009 y la reacción pasiva que se dio ante la Gran Depresión de
1929-1932. Tal como el premio Nobel Robert Lucas, quien es contrario a Keynes,
admitió en el año 2008: “Supongo que en la trinchera todo el mundo es
keynesiano”.
Habiendo dicho esto, se debe indicar
que la teoría del equilibrio del “subempleo” de Keynes ya no es aceptada por la
mayoría de los economistas y formuladores de políticas. La crisis financiera
mundial del año 2008 lo confirma. El colapso desacreditó la versión más extrema
del enfoque que señala que la economía se autoajusta óptimamente; sin embargo,
no restauró el prestigio del enfoque keynesiano.
Sin lugar a dudas, fueron las medidas keynesianas las que detuvieron
el desplazamiento a la baja de la economía mundial. Sin embargo, también
cargaron a los gobiernos con grandes déficits, que pronto llegaron a ser vistos
como obstáculos para la recuperación – lo contrario de lo que Keynes enseñó. Ya
que el desempleo aún era elevado, los gobiernos volvieron a la ortodoxia
pre-keynesiana, recortando el gasto para reducir sus déficits – y socavaron la
recuperación económica en el proceso.
Hay tres
razones principales para este retroceso. En primer lugar, nunca se invalidó
completamente la creencia en el poder que tienen los precios dentro de una
economía capitalista para equilibrar el mercado laboral. Por lo tanto, la
mayoría de los economistas llegaron a considerar que la persistencia del
desempleo era una circunstancia extraordinaria que surge sólo cuando las cosas
van muy mal, y que ciertamente no es el estado normal de las economías de
mercado. El rechazo al concepto de incertidumbre radical de Keynes se encontraba
en el corazón de esta reversión hacia el pensamiento pre-keynesiano.
En segundo lugar, las políticas keynesianas de
posguerra sobre la “gestión de la demanda”, a las cuales se otorgó el mérito de
haber producido el gran auge posterior al año 1945, se encontraron con problemas
de inflación a finales de la década de 1960. Alertados sobre el empeoramiento
del trueque entre inflación y desempleo, los formuladores de políticas
keynesianos trataron de sostener el auge a través de la política de ingresos –
controlar los costos salariales mediante la firma de acuerdos nacionales con los
sindicatos.
A partir de la década de 1960 hasta
finales de la década de 1970, se intentó aplicar esta política de ingresos en
muchos países. A lo sumo, se lograron éxitos temporales, pero las políticas
siempre fallaron. Milton Friedman proporciona una razón que cuadraba con el
creciente desencanto respecto a los controles de precios y salarios, y que
reafirmó el punto de vista pre-keynesiano sobre cómo funcionan las economías de
mercado. La inflación, dijo Friedman, sobrevino debido a los intentos de los
gobiernos keynesianos por obligar a reducir el desempleo por debajo de su tasa
“natural”. La clave para recuperar la estabilidad de los precios fue abandonar
el compromiso de pleno empleo, debilitar a los sindicatos, y desregular el
sistema financiero.
Y, de esta forma renació la
vieja ortodoxia. El objetivo de pleno empleo fue sustituido por un objetivo de
inflación, el desempleo fue dejado a que por sí solo busque su tasa “natural”,
fuera la que fuese. Con este equipo de navegación defectuoso los políticos
tuvieron que navegar a todo vapor para enfrentar a los témpanos del año 2008.
La última razón para que keynesianismo caiga de su
pedestal fue el desplazamiento ideológico hacia la derecha que comenzó con la
primer ministro británica Margaret Thatcher y el presidente estadounidense
Ronald Reagan. Este desplazamiento se debió más a la hostilidad existente hacia
el Estado agrandado que surgió después de la Segunda Guerra Mundial y menos al
rechazo de las políticas keynesianas propiamente dichas. La política fiscal
keynesiana quedó atrapada en fuego cruzado, ya que muchos en la derecha la
condenaron como una manifestación de la “excesiva” intervención del gobierno en
la economía.
Dos reflexiones finales sugieren un
papel renovado, aunque más modesto, para la economía keynesiana. Para la
ortodoxia pre-2008, un shock aún mayor que el colapso per se fue la revelación
del poder corrupto del sistema financiero y el grado en que los gobiernos
posteriores al colapso permitieron que sus políticas sean redactadas por los
banqueros. Controlar los mercados financieros en favor de los intereses de la
justicia social y el pleno empleo se asienta directamente en la tradición
keynesiana.
En segundo lugar, para las nuevas
generaciones de estudiantes, la relevancia de Keynes puede situarse en menor
magnitud en sus remedios específicos para el desempleo en comparación con la
mayor prominencia que pudiese tener la crítica de Keynes a su profesión en
cuando a modelados construidos sobre la base de supuestos irreales. Los
estudiantes de economía deseosos de escapar del mundo esquelético de agentes
optimizadores hacia un mundo de seres humanos plenos e integrales que se sitúan
dentro de sus historias, culturas e instituciones se darán cuenta que la
economía de Keynes es inherentemente comprensiva de dichos deseos. Esa es la
razón por la que espero que Keynes tenga presencia viva dentro de 20 años,
cuando se cumpla el centenario de la Teoría General, y que, posteriormente, se
mantenga por mucho tiempo más.
Traducido del inglés
por Rocío L. Barrientos.
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