Volviendo a visitar las Cataratas del
Iguazú
Era el primer domingo de octubre y
el día había amanecido espectacular. No sólo por la presencia de febo sino por
lo fresco del ambiente, aunque por tratarse de un clima subtropical sin estación
seca y con temperaturas medias que iban de los 24°C en verano a los 14°C en
invierno, con precipitaciones cercanas a los 2000 mm anuales, el tiempo podía
variar permanentemente. Así que, por temor a que eso ocurriera, con Omar y
Solange tomamos un ómnibus local y nos dirigimos al Parque Nacional
Iguazú.
El Parque Nacional Iguazú poseía
una superficie de 67720 hectáreas en el extremo norte de la provincia de
Misiones, limitando con el río Iguazú, que en guaraní significa “agua grande”, y
desemboca en el Paraná en un barranco de lava, formado hace más de ciento veinte
millones de años.
El primer propietario de esas
tierras había sido Gregorio Lezama quien por considerarlas de escaso valor, las
vendió en un remate público cuyo anuncio rezaba “bloque de selva que linda con
varios saltos de agua”. Su siguiente dueño, Domingo Ayarragaray, lo promovió
parcialmente colocando un hotel y caminos para que los visitantes pudieran ver
los saltos y explotó el tesoro maderero del lugar hasta que fuera adquirido por
el gobierno del presidente Hipólito Yrigoyen. Y luego de esa incorporación al
patrimonio nacional, el 9 de octubre de 1934 fue declarado Parque Nacional a
través de la Ley 12103.
A pesar de haber visitado las
Cataratas en varias oportunidades, nunca las había visto de la misma manera, no
sólo por la temperatura sino por la cantidad de agua que llevaban. No se trataba
meramente de un paisaje visual sino de todos los sentidos; tanto los sonidos,
los perfumes y las sensaciones en la piel siempre habían sido diferentes.
Ya era la segunda vez que debía
tomar el denominado “tren ecológico”, ya que se habían anulado las sendas
peatonales anteriores. El cuestionamiento respecto a su rol de protección del
ambiente tiene que ver con que para su construcción fuera talada parte de la
selva, lo que diera origen al crecimiento de pastizales, al margen del negociado
que las empresas hicieran con la madera. Y además, con que de esa manera se
concentraba en demasía la densidad de visitantes generando una mayor presión
sobre el ecosistema.

Con Omar en el trencito de las
Cataratas

Pastizales crecidos
después de talar la selva para construir el “tren
ecológico”
El trencito nos dejó en el área de
acceso a los circuitos inferior y superior, donde la Selva Paranaense, que era
la de mayor biodiversidad de la Argentina, aún estaba
presente.
La vegetación era verdaderamente
exuberante, abundando lianas, epífitas y helechos. En determinados sitios
presentaba bosques de palmito y palo rosa, árbol gigante que buscando luz
llegaba a los cuarenta metros de altura, o el del laurel y el de guatambú.

Vista de la Selva
Paranaense o Bosque Subtropical
Misionero
Los distintos estratos selváticos
servían de hábitat para una variadísima fauna como monos, coatíes y ardillas,
entre otros. En el suelo había cuises, corzuelas, zorros de monte, lagarto
overo, y por sus huellas era posible adivinar la presencia del yaguareté. En el
agua algún yacaré, biguá cuello de víbora, tortugas y peces. Y desde el cielo
enjambres de vencejos de cascada (emblemático del área protegida), tucanes y
urracas, entre las cuatrocientas cincuenta especies detectadas.
De todos modos ya se encontraba
bastante limitada debido a la construcción de los aeropuertos internacionales de
Puerto Iguazú (Argentina) y de Foz do Iguazú (Brasil) en sus cercanías, que
además del sonido de los aviones en un ambiente húmedo, utilizaban petardos para
evitar que las aves se introdujeran en las turbinas. Pero además, el ingreso de
contingentes de turistas que hacían bullicio, acompañados por guías que megáfono
en mano daban vacías explicaciones o lo que era peor, contaban chistes,
terminaban por ahuyentar a la mayor parte de los animales. Todo lo contrario de
lo que había experimentado en los parques nacionales costarricenses, en que se
pedía absoluto silencio durante las caminatas, y los guías hacían las
indicaciones en voz moderada a pequeños grupos, y de esa manera se podía avistar
a gran parte de la fauna. Así que pretendiendo dedicarme a la caza fotográfica,
traté de separarme lo más posible del resto de la gente, y poder obtener así mis
tomas.

Un mono trepado en las
ramas de un frondoso árbol
Si bien en el sector brasileño de
las Cataratas estaba permitido alimentar a los coatíes, no era así del lado
argentino. Pero estos atrevidos animalitos trataban de hurtar comida a los
turistas, en muchos casos, arrebatándola de las manos de los niños. Y en
determinado momento, uno de ellos encontró sobre la silla de uno de los barcitos
una mochila semi-abierta y sigilosamente se acercó y sacó un sándwich que había
dentro de ella. ¡No quieran saber la indignación de su dueño! Un hombre mayor
que le reboleó la mochila por la cabeza y pretendía correrlo, siendo contenido
por quienes estábamos a su alrededor.

Un coatí en busca de
comida
La cantidad de aves del Iguazú era
elevadísima, pero con tanto bochinche era difícil poder escuchar sus gorjeos y
mucho menos verlos. Sin embargo, en determinados momentos, las urracas aparecían
posadas en las ramas de los árboles.

Una Urraca Común
posada en la rama de un árbol

Otra Urraca Común a
corta distancia
Comenzamos el recorrido por el
Circuito Inferior, y a poco de andar pasamos por el salto Lanusse, llamado así
en honor a don Juan José Lanusse, segundo gobernador de la provincia de Misiones
y responsable de llevar vía fluvial a las primeras corrientes turísticas a las
Cataratas y a las ruinas de San Ignacio; fundador además de las colonias de
Apóstoles y Azara.

Salto Lanusse en honor
a quien fuera el segundo gobernador de
Misiones
Le pedí a Solange que me tomara
una fotografía junto a Omar en el puentecito que estaba sobre ese bonito salto,
pero mientras estábamos posando alguien nos advirtió desesperadamente que había
una víbora a nuestro lado; y lejos de salir corriendo, primero la fotografié y
recién entonces descendimos.

Con Omar en el
puentecito donde había una víbora

Víbora desplazándose
por una de las pasarelas
En 1984 el Parque Nacional Iguazú
fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) para la preservación
y difusión universal de su importancia natural y cultural excepcional para la
herencia común de la humanidad.
Mientras nosotros estábamos allí, año 2011, se estaba llevando a cabo la
votación mundial organizada por la fundación suiza “New Seven Wonders”, para
declarar a las Cataratas del Iguazú “Nueva Maravilla Natural del
Mundo”.

Vista panorámica de
las Cataratas del Iguazú desde el mirador del Circuito Inferior

Con Omar en el mirador
del Circuito Inferior

Salto San Martín, en
homenaje al Padre de la Patria

Una lancha con
turistas navegando en las proximidades del salto San
Martín

Acercándose
peligrosamente…

A tanto no nos
animamos…

Formación de arco iris
en cada cascada

Salto Bossetti, en
honor al pionero naturalista y gran explorador de la Selva
Paranaense

Con Omar en el mirador
del salto Bossetti

Con Solange en el
salto Bossetti

Salto
Chico

Salto Dos Hermanas, en
homenaje a María y Teresa, las hijas de Juan José
Lanusse

Omar en los jardines
del hotel Sheraton, un verdadero elefante
blanco

Antiguo hotel
Cataratas, en mejor relación con el
paisaje
Después de tomar
un refrigerio iniciamos el recorrido por el Circuito Superior, que si bien
también gozaba de gran belleza, no era tan impactante como el Inferior donde las
aguas caían casi encima de nosotros.

Salto Ramírez desde
arriba

Manuel Antonio Ramírez
fue un periodista y poeta que le cantó al
río

Río Iguazú marcando el
límite entre la Argentina y Brasil

Salto
Mbiguá

El mbiguá era un ave
parecida a un pato cuyo hábitat eran las islas del río Iguazú
Superior

Detalle del salto
Mbiguá

Salto Mbiguá visto
desde arriba

Agua y selva, un
espectáculo maravilloso

Más lanchitas
acercándose a los saltos

El Sheraton
desentonando con el paisaje

Vista panorámica de
los saltos Mbiguá y Adán y Eva

Saltos Adán y Eva y
Bossetti

El mirador del Salto
Bossetti

Vista de la Selva
Paranaense desde el Circuito
Superior
Ya de tarde
volvimos al trencito y nos dirigimos a las pasarelas que nos conducirían a la
Garganta del Diablo. Y en el camino nos topamos con algunos otros ejemplares de
la fauna de la región.

Lagartija de la lava o Teyú
Taragüí

Se habían encontrado
más de ciento treinta especies de mariposas diurnas

Un nido de
avispas

Con Omar en la
pasarela que nos conducía a la Garganta del
Diablo

Llegando a la Garganta
del Diablo

¡La Garganta del
Diablo!

Se denominaba
“Garganta del Diablo” a un sector de las Cataratas del Iguazú
donde convergían varios
saltos

Salto Mitre, en honor
a quien fuera militar, político, periodista e historiador,
nombrado presidente de
la República Argentina por el Congreso Nacional en
1862

Una lancha navegando muy cerca del salto
Mitre

Detalle del salto
Mitre

Arco iris sobre el
salto Mitre

Increíble la fuerza
del agua

Salto Unión que debía
su nombre a que se encontraba ubicado sobre la línea demarcatoria fronteriza que
dividía la República Argentina y la República Federativa del
Brasil

Mirador del sector
brasileño visto desde el mirador de la Garganta del Diablo en
Argentina

Con Solange en el
mirador de la Garganta del Diablo, en el sector
argentino

La Garganta del Diablo
(Aña Ragio) debía su nombre a que para los guaraníes,
habitantes originarios
del lugar, el diablo era el rey de las
tinieblas
Nos mantuvimos en
el Parque hasta la hora de su cierre. Quisimos aprovechar al máximo el día que
se había mantenido excepcional. Estuvimos en silencio en todo el recorrido hasta
Puerto Iguazú. Yo cerraba los ojos para imaginarme que me encontraba aún al pie
de los saltos de agua. Y sin haber llegado a destino, ya estaba pensando cuál
sería la próxima vez en que podría volver. Porque conociendo toda la Argentina,
y en ese entonces, treinta y tres países más, si me decían que podía viajar sólo
a un lugar más, sin duda que elegía
Iguazú.
Ana María
Liberali