A Santa Rosa por el II Congreso de
Geografía de las Universidades
Nacionales
Entre los días 15 y 18 de setiembre de 2009 se realizaba en la
ciudad de Santa Rosa, provincia de La Pampa, el II Congreso de Geografía de las
Universidades Nacionales bajo el lema “La
Geografía ante la diversidad socio-espacial contemporánea”, en el cual tenía
interés de participar.
Y como en el congreso anterior, quería llevar a Martín a quien le
encantaba viajar, pero ya siendo un muchacho de dieciocho años, no toleraba
aguardar en las salas mientras yo estaba exponiendo o escuchando las ponencias
de mis colegas. Por lo tanto, le pedí a mi hijo Joaquín (25) que me acompañara
para entretenerlo mientras yo estuviera
ocupada.
Tomamos el micro en Retiro durante la noche, dormimos plácidamente
y en casi nueve horas arribamos a la capital pampeana, justo para
desayunar.
El evento tuvo lugar en la Universidad Nacional de La Pampa y fue
organizado por el Instituto y el Departamento de Geografía con el aval
institucional del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Humanas; y estuvo
coordinado por la Profesora Stella Maris
Shmite.
En esa oportunidad presenté un trabajo en conjunto con Ana Berardi
y Omar Gejo, denominado “Argentina como
Geografía. Algunos apuntes para una teoría geográfica del desarrollo”; y
además, fui entrevistada por el Doctor Horacio Bozzano, de la Universidad
Nacional de la Plata, para la Red Latinoamericana Territorios
Posibles.
Mientras tanto, a Joaquín no le había sido sencillo entretener a
Martín ya que Santa Rosa no tenía demasiados atractivos, más bien que ninguno,
salvo ciertos espacios verdes y algún local de juegos. Pero el día jueves 17,
como era previsible, hubo una cena como despedida del congreso, y allí sí lo
llevé a Martín, quien no sólo disfrutó de la comida sino también del baile. Por
otra parte, yo tenía desde algún tiempo un fuerte dolor en un hombro, que el
traumatólogo no me había podido resolver a través de sesiones de kinesiología y
ungüentos; sin embargo, bailando rock and roll con un colega pampeano, ante un
brusco movimiento, algo volvió a su lugar, ¡y nunca más tuve
problemas!
Al finalizar la reunión académica dejé a Martín con su hermano en
la terminal de Santa Rosa para que regresaran desde allí a Buenos Aires,
mientras que yo tomé un micro directo hacia la ciudad de Mar del Plata donde
debía dictar clase el sábado por la mañana.
En realidad, “micro directo” era una forma de decir, ya que no era
necesario bajarme hasta llegar a mi destino, pero pocas veces sufrí tanto en un
viaje. No sólo que paraba en todas, sino que encendían las luces y anunciaban a
viva voz el arribo a cada terminal. A mí nunca me habían molestado ni las luces
ni los ruidos para dormir, pero todo tiene sus límites. Un verdadero caos era
generado entre quienes descendían y ascendían debido a que habían sobrevendido
asientos, y a que a los que hacían tramos cortos no les permitían poner el
equipaje en la bodega, teniéndolo que cargar encima. Y era por esa situación que
los pasillos estaban repletos de paquetes, bolsos y hasta de cochecitos de
bebés, que eran saltados por algunos y usados como asiento por otros,
ocasionando discusiones permanentes. Sin embargo, tal como ocurre en otros
ámbitos, en lugar de quejarse ante la empresa, lo hacían entre los mismos
pasajeros.
Finalmente, el sábado por la mañana llegué a la Universidad
Nacional de Mar del Plata tarde y maldormida, por lo que en vez de clase, di
lástima. Pero ese servicio no había sido una excepción sino que era
característico de algunas empresas de transporte monopólicas de las provincias
como el caso de El Rápido en la de Buenos Aires. Al retornar a la Capital en El
Cóndor, dejé de quejarme de algunas fallas que se solían presentar, ya que me
parecían menores ante lo que me había tocado vivir durante la noche
anterior.
Ana María
Liberali