Hace años, cuando aún no
cobraba por sus clases en el taller de Física, el profesor Daniel Córdoba
buscaba motivación en el cielo. Si la noche estaba despejada, se asomaba fuera
de su casa en Salta capital y trataba de divisar la Estación Espacial
Internacional. Al verla recordaba a Matías, uno de sus ex alumnos, quien desde
la periferia salteña llegó a la Agencia Espacial Europea para desarrollar una
cafetera que les permitiera a los astronautas tomar café en el
espacio.
Hace 25 años que Daniel Córdoba da clases de Física
todos los sábados. Empezó en 1991 con siete alumnos, en el secundario de la
Universidad Nacional de Salta (UNSA). “Algunos chicos que no entendían el
problema tradicional de Física en el aula, en el taller empezaban a entender. Vi
a muchos adolescentes pasar de estado gaseoso a sólido sin escalas”,
describe.
Aunque lo hacía en su tiempo libre y ad honorem, en
1995 las autoridades del colegio le pidieron que suspendiera el taller por
considerarlo “elitista”: tuvo que “pasar a la clandestinidad”. Los sábados
jugaba al fútbol en la Universidad y veía las aulas vacías; decidió ocupar una e
instalar ahí su taller. Los serenos le abrían la puerta sin preguntar demasiado.
El único respaldo que tenía Daniel entonces eran las autorizaciones de los
padres.
Algunas veces el profe estaba solo en el aula. Pero
el sábado siguiente volvía, y siempre algún chico reaparecía. La mayoría de sus
alumnos eran adolescentes que querían seguir una carrera científica y se
acercaban al taller porque la materia Física había sido borrada de la currícula
de secundaria por la vieja Ley Federal de Educación.
Gracias al boca en boca, el taller pasó de
50 a 200 alumnos: venían de Salta capital y los alrededores, de las escuelas
privadas más caras y de las públicas más castigadas. En el camino, pasó de
llamarse “Física para Olimpíadas” a “Física al alcance de todos”. Los chicos que
llevaban más tiempo (“los que le vendieron el alma a la Física”, define él)
empezaron a colaborar como ayudantes.
El taller ha sido una usina de talentos,
aunque Daniel aclara: “El talento se construye en la perseverancia, transpirando
la camiseta. Como decía un alumno, más importante que ser un genio es tener
entusiasmo a largo plazo”. Él asegura que la clave para enganchar a los
chicos es apelar a la curiosidad, despertarles preguntas, invitarlos a razonar
por medio de enigmas.
“Sócrates enseñaba al vulgo y le fue dado Platón”,
escuchó una vez Daniel de un colega. Varios Platones salieron de su taller:
ahora trabajan en universidades de todo el país, en la Comisión Nacional de
Energía Atómica, en Europa y EE.UU. Uno de esos discípulos fue quien lo hizo
saltar a la fama cuando ingresó como estudiante al Instituto Balseiro de
Bariloche, y los medios locales reflejaron la historia: “200 alumnos se reúnen a
estudiar Física todos los sábados”.
Entonces Daniel tuvo que “salir de la
clandestinidad”: las autoridades de la UNSA “oficializaron” el taller y le
asignaron formalmente un aula de la Facultad de Exactas. Hace tres años, él y
algunos de sus ayudantes empezaron a cobrar por las clases. Y cuentan con un
pequeño presupuesto: ya no tienen que pagar las fotocopias de su
bolsillo.
El taller no ha dejado de crecer.
Algún año, 1 de cada 4 ingresantes del Balseiro fueron salteños, todos ex
alumnos de Daniel. En 2011, mientras viajaba en colectivo, un vecino le avisó
que el vicedirector del Balseiro había publicado en el diario una carta
elogiando el taller y felicitándolo por su tarea. “Así como el país necesita
muchos Institutos Balseiro, también necesita muchos talleres que pongan la
Física, la Ciencia, al alcance de todos”, decía el texto. Daniel se pasó de su
parada mientras terminaba de leer ese reconocimiento
inesperado.
No fue el primero ni el último. En estos años el
taller fue declarado de interés nacional por la Cámara de Senadores de la
Nación, a Daniel lo nombraron “ciudadano destacado” de Salta, y fue
reconocido por promover vocaciones científicas por la Cámara de Diputados de
Salta. Hace poco, además, lo premió Google. Hoy tiene el apoyo de las
autoridades salteñas y de la UNSA.
“Desde el margen, el taller pasó de la
clandestinidad a ser declarado de interés nacional, algo que aún me cuesta creer
–admite este docente que, como la mayoría de sus colegas, tiene varios
trabajos para ganarse la vida–. Mi sueño sería dedicarme exclusivamente a
esto y recibir a más chicos. Y tener becas de comedor los sábados para los que
vienen del interior, que hacen entre 4 y 6 horas para llegar”.
Puede parecer un milagro: 200 chicos madrugan
todos los sábados para ir a estudiar Física, solo porque les gusta. El
milagro va a cumplir 25 años; su artífice peina canas. Y, aunque ahora cobra un
sueldo y ha tenido varios reconocimientos, cada tanto mira de noche al cielo, y
repasa los talentos que contribuyó a sembrar por el mundo desde su taller
clandestino en Salta.